Mis hijos lo son también del maestro

Algunos padres ven a los maestros como personas extrañas, casi enemigos, que no pueden ni llamarles la atención a sus hijos.

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Francisnet Dí­az Rondón
Francisnet Dí­az Rondón
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10 Abril 2017

«Maestra, si el muchacho se porta mal, haga lo que tenga que hacer, como si fuera yo. No tenga pena conmigo ».

Muchas veces escuché en mi infancia a las madres de mis condiscí­pulos y a la mí­a propia expresarse así­ ante nuestras educadoras. Tal era la confianza que depositaban en quienes nos alumbraban el camino del saber que poní­an en sus manos hasta la integridad de los hijos, lo cual no significaba que se desentendieran de su cuidado ni de lo que sucedí­a en la escuela. Todo lo contrario.

Se trataba de un voto de confianza en quienes veí­an como columna de apoyo en la formación de los alumnos el ojo velador fuera del hogar; si no, ¿cómo entregarle el tesoro más preciado durante tantas horas escolares?

Ilustración de Alfredo Martirena sobre relación familia-escuela.
(Ilustración: Alfredo Martirena)

Con aquella frase los padres no incitaban a los maestros a pegarles a sus niños, sino a que hicieran lo necesario para disciplinarlos. De más está decir que los docentes, ante todo, poseen una preparación pedagógica, profesional y ética, por lo que no necesitan acudir al daño fí­sico.

Aunque para no tapar el sol con un dedo no es menos cierto que los educadores de la «vieja guardia » asumí­an casi literalmente la responsabilidad otorgada por nuestros progenitores, y si tení­an que zarandearnos, darnos una nalgada o darnos el famoso coscorrón lo hací­an. Entonces, era parte de la difí­cil tarea de educar a una veintena o más de chiquillos con la intranquilidad tí­pica de la edad.

Y tal era el respeto, que si mandaban a buscar a nuestros padres, ¡el cielo se nos caí­a encima! Para ellos resultaba incómodo y hasta vergonzoso la cita por alguna indisciplina, pues la palabra del maestro era ley.

Pero de un tiempo a la fecha ya no es así­. Existen ciertos padres que ven a los pedagogos como personas extrañas, casi enemigos, que no pueden ni llamarles la atención a sus hijos so pena de espetarles un escándalo o acusarlos injustamente. Se trata de progenitores, tutores o abuelos que protegen de manera enfermiza a sus muchachos, y como mismo les permiten cualquier malacrianza en la casa, piensan que en la escuela puede ser igual.

Tales personas menguan la autoridad del maestro ante sus hijos, asunto que a la larga deviene gran peligro, pues al menoscabar la influencia del docente sobre el estudiante, este se siente en el derecho a desobedecer, apoyado además por quienes lo trajeron al mundo.

Y me viene a la mente una escena de Matojo y sus amigos serie cubana de dibujos animados de los años 80, cuyos mensajes crí­ticos satiri- zan actitudes inconsecuentes de padres y otras personas, o promueven buenas conductas y hábitos como la cortesí­a, los deberes escolares, etc.

La historia que tantas veces disfruté frente al televisor es la de un pionerito que, disgustado por los reclamos de la maestra, va a quejarse donde el papá, quien, sin pensarlo le dice: «No le hagas caso a esa vieja ». Luego, cuando este lo recrimina por encontrarlo jugando en la calle en horario de clases, el muchacho ni corto ni perezoso le responde: «Yo no le hago caso a esa vieja ». Moraleja: cada cual recoge lo que siembra.

La estrecha relación entre padres y maestros resulta fundamental en la educación de los hijos. Un divorcio de tal í­ndole puede provocar un daño enorme incluso irreversible en el modelaje de la personalidad y el carácter de ese futuro hombre o mujer.

Ojalá no se pierda nunca esa confianza, porque los hijos de los padres también lo son de los educadores.

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