Puede que lo que usted acaba de leer aquí, lo haya leído ayer y vuelva a leerlo mañana. El mal es de raíz y se extiende como el marabú, pero hay que erradicarlo.
Resulta escalofriante que cinco décadas después que el cineasta Tomás Gutiérrez Alea recreara en la ficción el entierro de un burócrata, este personaje continúe a sus anchas por la Isla, haciéndonos padecer entre reuniones, actos y trámites. ¿Los trámites? Sí, otra vez, y continuarán mientras los usuarios tengamos que malgastar seis horas de nuestra existencia en un simple cambio de carné de identidad, y con ello, «pasear » por tres oficinas, tres burós, tres rostros y tres caracteres distintos.
En estos casos, el manejo de la tecnología ha venido a entorpecer el flujo natural, mientras, irónicamente, un póster desde la puerta interior te habla de las bondades, excelencia y comodidad del nuevo servicio.
Me cuenta una profesora universitaria lo que sé porque unos y otros compartimos los datos personales con la treintena de desesperados en el salón que «ayer al mediodía se cayó el “sistema†(donde está la base de datos), y había una pareja de señores ya mayores que tú los mirabas y daban lástima. Ella pudo hacer el trámite del pasaporte, pero él no y tenía una cara… ».
Tanto usted, querido lector, como yo que no estaba, sabemos con exactitud cuál era esa cara. Seguramente, la misma de quienes miramos el reloj con la convicción de que el tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos, y la cola no avanza.
Pero lo más terrible de un trámite no son las seis horas perdidas ¡y eso es tiempo que nunca recuperará!, como tampoco lo es la torpeza informática de la del primer buró. Lo más terrible del trámite es percatarse de que hay quienes tienen la puerta abierta gracias a la consabida y bienaventurada «palanca ». Para «los amigos de la amiga de... » no hay seis horas de espera, ni calor en el salón, ni los tres burós, ni contar hasta 30 000 quejas.
Para los emuladores de Arquímedes por aquello de «dadme un punto de apoyo y moveré el mundo » la vida es más sabrosa.
Hace tiempo que los trámites en la Isla se destraban de la mano de un conocido, más que de la responsabilidad laboral de alguien. Unas semanas atrás, en esta misma página, un colega publicaba cómo en determinados sectores demasiado puntuales en la sociedad cubana como para pasar desapercibidos se ha entronizado el «dime qué me regalas y te diré cómo te atiendo », actitud que transcurre sin ataduras ni cambios en el sector estatal para frenarla. Negarlo sería tan manido como la frase de tapar el sol con el dedo.
Entre los burócratas, los aprovechados, los ineptos, los imitadores de Poncio Pilatos, la ineficacia nos carcome las entrañas, el tiempo y el desarrollo. Y claro, puede que lo que usted acaba de leer aquí, lo haya leído ayer y vuelva a leerlo mañana. El mal es de raíz, y se extiende como el marabú, pero hay que erradicarlo.