Somos un caso atípico en el arte de nombrar cosas o personas. Buscamos las palabras más escandalosas, las frases más rimbombantes, denominaciones hasta incongruentes, y desplegamos la imaginación por terrenos tan diversos como la propaganda o el trabalenguas.
Así, por ejemplo, nuestro perro, el más «sato » de todos los chuchos, no responde al nombre de Cuco, o Beto, ni siquiera al antiguamente tradicional Campeón. No. Hace tiempo preferimos llamarlo Lassie como la estrella de televisión, o Rocky por el popular boxeador de ficción protagonizado por Sylvester Stallone. Y si optamos por una denominación sencilla, como Sombra si es de color negro, lo extranjerizamos, para que «suene » mejor: Shadow.
Pero este no es asunto solo de perrerías. Un organopónico villaclareño está registrado como Semillas de combatiente, porque la agricultura aquí no es cuestión solo de tierra, sino de compromiso. Y existe una peluquería con la provocativa denominación de Mami.
Otros centros, a veces, ni tienen relación marcada entre su objeto social y su designación. Una cooperativa de créditos y servicios se identifica con el nombre de un maestro internacionalista; un huerto carga la nomenclatura de una fruta exótica, ausente de nuestros campos; un consejo popular, la de una acción de combate.
Ahora mismo, recuerdo el nombre del círculo infantil de mi comunidad: Maripositas doradas. Viéndolo en frío, no serían pocos los «machos » acérrimos que ahora ocultarían esa parte de su trayectoria escolar. Pero para estas instituciones abundan las denominaciones impropias, casi siempre porque aluden a cosas que los infantes desconocen con tan escasa edad, o simplemente porque rayan en la ridiculez: Amiguitos del ítomo, Guantecitos Mágicos, Pequeños proletarios, Que siempre brille el sol, Pequeños Lenin...
¡Y ni hablar de los equipos de trabajo! Si, por ejemplo, decidimos darle solución a los baches, esos que han convertido en paisaje lunar numerosas calles villaclareñas, creamos una comisión y la nombramos Comisión Provincial para la detección y sellado de huecos en la vía pública. Y así hemos tenido Patrullas Clik, Grupos temporales provinciales y municipales de sequía, Grupos de trabajo estatal para la gestión ambiental integrada...y más.
Nadie duda de las buenas intenciones o la efectividad del trabajo de unos y otros, pero es cierto que podrían ser mejor nombrados, simplificados, comprensibles.
Aunque la explosión de creatividad la encontramos en los nombres propios. Una vez, hace tiempo, nuestros antecesores se limitaron a Luis, Juan, José, Alberto, Eloísa, Juana, Petra... Ahora nos parecen demasiado sencillos, y buscamos la manera de complejizarlos con un personaje de Hollywood, una telenovela, un texto religioso, la otrora expansión soviética, un músico, y hasta una industria del entretenimiento.
En Villa Clara, en Cuba, tenemos Disney, Wisin, Rusnila, Jacob, Bonsai (sí, como el árbol); y no olvidemos los de la generación Y: Yotuel (Yo-Tú-Él), Yanelaxy, Yaisisleydy, Yuniesky, Yamisiry, o la famosa Yumisisleidy. Claro, si deseamos sazonarlos, los combinamos y podemos obtener extravagancias al estilo de Yusaima María o Shakira de la Caridad.
Nada, que en cuestión de nombres como en casi todas las cosas que hacemos los cubanos, o no llegamos, o nos pasamos, como diría el ilustre Máximo Gómez. Un nombre en desuso, por cierto.