Viene a travesía presurosa otro onomástico de la Gloriosa Santa Clara, nombre que apostillaron las familias remedianas que, en diáspora económica, llegaron en tropel a tierra firme del centro cubano. No frecuento con sistematicidad los terrenos de la antesala derecha de la iglesia de Nuestra Señora del Carmen, denominada también Barrio Nuevo, donde está enclavado el monumento y tamarindo que perpetúan la otrora «villa » en surgimiento después de transcurrir la misa fundacional. Sin embargo, la curiosidad siempre conmina a la emoción para escudriñar en pasajes del pasado.
Tenemos allí un sitio de veneración. Es un extraño monolito, con columnas enchapadas en mármol gris. Ostenta una forma ascendente en su estructura semicircular. Recuerda a aquellos adelantados-fundadores que el 15 de julio de 1689 decidieron fomentar en Santa Clara una cultura y una historia a contrapelo de los vecinos circundantes.
El proyecto escultórico es de Boabdil Ross Rodríguez, y fue inaugurado en similar fecha, pero de 1952, con el ánimo de perpetuar una continuidad de un pueblo en gestación y en mirada al futuro. Meses hace, dije, que no iba por el lugar. Tamaña sorpresa porque tengo a Santa Clara en calidad de ciudad en adopción.
Apenas restan días para conmemorar el aniversario 328 de la gestación de la «villa » que, después, con el decurso de años, se convirtió en vasta jurisdicción agropecuaria deseosa de mantener, luego de litigios frecuentes, una salida al mar. Esa constituye otra historia. No obstante, otra imagen sostengo del defendido emplazamiento: está desfavorecido por el abandono institucional, y por maltratos de moradores.
El asombro viene porque la ciudad está envuelta en cierta trasformación socio económico a partir del auge turístico que se avecina. Enhorabuena. También algunos espacios públicos son retocados, con una jerarquización que advierte en diferencia de imagen y detalle. Sin embargo, en muchos términos en los cuales ocurren cambios, siempre hay una pérdida.
¿De las calles?, los adoquines que por vez primera llegaron a Santa Clara para eliminar las vías de Cuba y Maceo, las favorecidas en un inicio, así como los alrededores del Parque Vidal, fueron importados en 1929 desde países europeos. Ahí una distinción no muy común en otras localidades cubanas. Un almacén de esas piedras monolíticas, por la cantidad que quitaron en épocas precedentes, ¿debe existir? en la ciudad, pero no lo creo.
¿Dónde están los eliminados del tramo de Lorda, luego sustituidos por un rústico trazado de hormigón? Eso es agua pasada. Del vetusto cine-teatro Villaclara, espacio ahora retomado para ampliar lo que será el hotel Florida, nadie sabe el terreno exacto en el cual se conservan las “Tres Graciasâ€, a imagen y semejanza de las virtudes teologales, y que según la interpretación que dio en 1947 Tony López, el escultor, simbolizaban a Eufósine, la gozosa, Aglia, la resplandeciente y Thalia, la floreciente. Tal vez tomaron igual camino que el busto de Martí, inaudita pieza de Mateo Torriente, ya desaparecida. Por fortuna, las complementarias “Cuatro Estacionesâ€, en ambos lados del Parque Vidal, y ahora incompletas, al menos tienen una debida protección.
Allá en el Carmen, de las columnas que rememoran a las familias remedianas, Monumento Nacional, hurtaron 7 de las 18 chapillas tarjas pequeñas con letras en bronce. Las láminas fueron colocadas hace dos años cuando se decidió cambiar las antiguas. El alumbrado público es deficiente y carece de adecuación en muchas de sus farolas. La histórica bomba de agua del pozo artesiano no funciona, y tiene su brazo roto. Algunas de las rejas que delimitan el césped están rotas. En paredes de la iglesia ciertos graffiteros se las ingenian de artistas del momento y dejan pésimas huellas. Hasta lozas de granito han sustraído de los asientos.
Por fortuna, en impecable estado de conservación están los bustos a Carmen Gutiérrez Morrillo (1925), la educadora, así como a José de la Luz y Caballero (1953), el sabio mentor cubano, y la tarja que evoca el 15 de Julio, Día del Villaclareño Ausente (1953), segmentos que conforman el entorno del parque.
A pesar de eso, hay una falta de cuidado y detalle permanentes hasta en el monumento que inmortaliza al Capitán Roberto (ElVaquerito) Rodríguez Fernández y su caída en combate, en diciembre de 1958, durante la batalla histórica por la toma de Santa Clara. Muy pocas veces se izan allí banderas (la Cubana y del 26 de Julio), porque ni sogas o cordeles tienen las dos astas colocadas en el lugar a partir del diseño que dejó José Delarra al inaugurar en 1989 la pieza escultórica. Son hechos inauditos.
En enero pasado Graziella Pogolotti, como una iluminada, puntualizó en aspectos medulares de los valores patrimoniales. Tiene toda la razón. Remarcó en el «modo de contrarrestar los efectos de las tendencias depredadoras y de comprometer a todos en el respeto al bien público ». También insistió en la preservación del entorno urbano heredado, y el surgido después. Llevar a estudiantes a esos escenarios, y embeberlos en amar a la historia, sería excelente. Hacia ese rumbo tiene que ir toda Cuba. No profundicemos en la protección a nuestro patrimonio documental, cada día en peligro inminente de desaparecer por razones obvias que atentan en contra del único placer existente: enriquecer la cultura patria y arraigo nacional. Por eso duelen hechos que se suceden, unos tras otros, en nuestro contexto citadino.