Cuando el alma se agiganta

Hasta se eriza la piel del más insensible al saber que nuestro terruño no registró ni una pérdida humana ante la colosal catástrofe.

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Ricardo R. González
Ricardo R. González
@riciber91
2323
11 Septiembre 2017
(Ilustración: Alfredo Martirena).

Dicen que el viejo álamo refugiado en un sitio de Santa Clara declinó ante la despiadada Irma, y algunos de los árboles del Parque Vidal constituyen historia pasada al dejar de ser afortunados testigos de atardeceres, amorí­os o refugio de esos pajaritos negros que cada noche encontraban su tradicional cobija.

Otras reliquias de Caibarién, Isabela, Sagua… tampoco están porque el huracán descargó su furia sobre varios puntos de la provincia y de Cuba, así­ duele ver los destrozos en la cayerí­a norte o la pérdida de la colonia de flamencos rojos de Cayo Coco, que ya no mostrarán sus encantos al visitante, y el rostro de Dolores, la anciana captada por la Televisión Nacional, cuando miraba su otrora casa destruida, pero en medio del dolor pronunció un contundente: «Estamos vivos ».

Quizás Alinita no tenga la muñeca de juegos porque el mar se la llevó sin pensar que era su tesoro, ni que Joaquinito posea el cuaderno que disfrutaba dí­as antes cuando el aula lo convidó a adentrarse en los conocimientos.

«Irma » quedará entre las pesadillas de muchos. De seguro este nombre no estará en las próximas listas de ciclones y huracanes porque sus daños lo invalidarán para siempre, mas ahora lo más importante es enfrentar la recuperación, seguir las orientaciones y demostrar que, por encima de todo, este archipiélago tiene un pueblo organizado.

Hasta se eriza la piel del más insensible al saber que nuestro terruño no registró ni una pérdida humana ante la colosal catástrofe, a pesar de que el mar se salió de sus bordes y penetró en múltiples casas, mientras los vientos rugí­an como fiera indomable.

Ahora habrá que reiniciar el curso escolar, devolverles a las escuelas la vitalidad y su alegrí­a, sin descuidar los planes productivos y de servicios. Ahora, una vez más, se reclama el apoyo entre vecinos como el tributado por Magdalena en su hogar cifuentense al convertirlo en albergue de la solidaridad humana.

En tiempos de tristezas pero, a la vez, de esperanzas, resulta estimulante conocer que los ancianos estuvieron protegidos, y del esfuerzo de trabajadores de la Salud, quienes permanecieron 24, 48 y hasta más horas sin saber lo que ocurrí­a en sus hogares porque sobre sus espaldas recaí­a la responsabilidad de seres humanos necesitados de atención.

Qué decir de los linieros y operarios de la Organización Básica Eléctrica, que no desconocen lo que es cansancio para devolverle, lo más pronto posible, esa luz deseada a su pueblo. Ellos también, en plena recuperación, merecen el máximo apoyo y la disciplina popular.

No menos importante son las brigadas de Etecsa, y un aparte especial para los expertos del Centro Meteorológico Provincial, que al quedar la provincia sin electricidad y otras ví­as de comunicación, siguieron la travesí­a de «Irma » y ofrecieron el parte a todo el necesitado a través del 42 212121. El teléfono que mantuvo actualizado a los lugareños.

Nuevas acciones imperan en esta época. Junto a los obreros de Comunales, habrá que eliminar escombros y desechos atribuibles al fenómeno, evitar indisciplinas y microvertederos constantes, velar por el orden en cuadras y colectivos laborales, y cumplir las medidas higiénico-sanitarias para evitar la proliferación de microbios que traten de hacernos daño.

Quizás el único «regalo » dejado por «Irma » fue el beneficio para los embalses en tiempos de aguda sequí­a, y a pesar de tantas pérdidas materiales, enfrentemos la fase recuperativa con ese precepto de irrigarles amor a esas cosas que son feas a fin de que, como bien dijera nuestra Teresita Fernández, la tristeza nos cambie de color.

Y si algo no puede soslayarse es la responsabilidad y el aporte de la Defensa Civil y los consejos de defensa, unidos al pueblo, para hacer que en medio de tanta oscuridad brotara al menos una sonrisa.

La vida deparará otros vientos y mareas, pero con ese torrente inigualable que se llama Cuba, capaz de compartir una migaja de pan entre todos, no existen vendavales de fuerza mayor cuando el alma se agiganta.

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