Episodios de la Batalla de Santa Clara: «El salvoconducto del Che »

José Rodrí­guez, Pepe Texaco, participó en la histórica batalla liderada por el Che. A 61 años de distancia, rememora su participación en los hechos.

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Narciso Fernández Ramí­rez
Narciso Fernández Ramí­rez
@narfernandez
1905
31 Diciembre 2019

No considera que su contribución en aquellos cinco dí­as históricos que ayudaron a darle el golpe mortal a la dictadura de Fulgencio Batista tuviera relevancia alguna. Mucho menos, si lo compara con las acciones realizadas por los rebeldes de la Columna 8 «Ciro Redondo » y del DR-13 de Marzo, quienes sin sobrepasar el número de 300 hombres, derrotaron a una tropa de más de 10 000 soldados.

De esta historia, al parecer pequeña, se habla en este reportaje, cuyo protagonista conserva un salvoconducto firmado por el Che, el 25 de diciembre de 1958, cuando ya era inminente el ataque a Santa Clara.

Vinculado con el Che para suministrarle gasolina

José Rodrí­guez González, Pepe, debe su sobrenombre de guerra: Texaco, al haber trabajado en un garaje que la empresa petrolera norteamericana de ese nombre, tení­a acá en Santa Clara.

José Rodrí­guez González,  Pepe  Texaco, muestra  el salvoconducto escrito con la letra del Che. (Foto: Narciso Fernández Ramí­rez)

En La Habana, el nacido en Vega Alta, Camajuaní­, habí­a conocido a Eduardo Chibás y militado en la Ortodoxia. También, aunque sin intimar, habí­a coincidido en varias ocasiones con el joven abogado Fidel Castro, tanto en Prado 109, donde radicaba la dirigencia de los ortodoxos, como en los estudios de la emisora radial CMQ, a donde ambos asistí­an para escuchar la prédica cí­vica de Chibás.

De regreso a Santa Clara tuvo participación en los sucesos del levantamiento armado del 30 de noviembre de 1956, en apoyo al desembarco del Granma, por lo que, en 1958, era un combatiente clandestino probado y de confianza.

Por demás, Pepe habí­a sufrido varias veces prisión y recibido los golpes y vejaciones que en la Estación de Policí­a acostumbraban darle a los revolucionarios la jaurí­a de asesinos que dirigí­a el sanguinario teniente coronel Cornelio Rojas.

«A finales del mes de octubre e inicios de noviembre de 1958 recibo, a través de la célula clandestina del M-26-7, un pedido de Ví­ctor Bordón para que subiera al Escambray a cumplir una misión que el Che necesitaba, relacionada con el suministro de gasolina.

«Comprobada la veracidad de la orden, subí­ dando un largo rodeo hacia las estribaciones del Escambray hasta que pude llegar a su campamento del Pedrero. Al inicio, la conversación con el jefe rebelde fue difí­cil, pues, al decirle que era de la Texaco, aquello no le cayó bien al Che y viró la espalda diciéndome que él no habí­a mandado a buscar a nadie de ese lugar.

«Creo se debió a que era un monopolio norteamericano, y con ellos, nunca quiso saber nada. Ni tener trato alguno. Pasé tan mal rato, que ni almorzar en ese momento pude, a pesar de que me habí­an invitado, pero luego se aclaró todo y me encomendó asegurarle gasolina para su tropa y para la de Camilo. Me dijo que todo lo pagarí­a el Movimiento 26 de Julio.

«El primer pedido de gasolina que traje tuve la mala suerte de que me lo quitaran la gente del II Frente del Escambray. Eso lo molestó muchí­simo al Che. Luego de la toma de Fomento, subí­ con otra rastra llena de combustible. En ese momento, el Che me solicitó hacer labores de inteligencia a un oficial que era capitán de Ingenieros del Regimiento «Leoncio Vidal », cuyos servicios podí­an serle de utilidad a la causa revolucionaria.

«Durante la toma de Placetas, en la segunda quincena de diciembre, vuelvo a rencontrarme con el Che. Anteriormente, a finales de noviembre, le habí­a llevado gasolina a la tropa de Camilo allá en Zulueta.

«El Comandante Guevara me pide regresar rápido a Santa Clara e informarle a la dirección del Movimiento 26 de Julio que preparara condiciones y acuartelara a la gente, pues era inminente el ataque a la ciudad.

«Salgo a cumplir su orden, pero al llegar al poblado de Falcón, los rebeldes no me dejaron continuar, a pesar de todas las explicaciones que les di. Entonces regreso, y es cuando el Che pide mi pluma y me entrega un papel con su firma. No así­ la pluma, pues, según me dijo, la requisaba como trofeo de guerra ».

Era un tipo de salvoconducto, y decí­a:

«Este carro debe dejarse pasar sin pretexto alguno pues es para uso del Ejército Revolucionario.

Che

C.J* de las Villas por el 26-7 (Comandante en Jefe)

diciembre, 25/58

Anverso del salvoconducto. (Foto: Narciso Fernández Ramí­rez)
Reverso del salvoconducto. (Foto: Narciso Fernández Ramí­rez)

«Al llegar a Santa Clara localizo a la gente del Movimiento 26 de Julio y les informó de las órdenes del Che. El encuentro fue en la oficina donde trabajaba el compañero Osvaldo Fernández, de la dirección del 26 en Las Villas.

(Foto: Narciso Fernández Ramí­rez)

«Mi misión durante la batalla fue la de estar acuartelado cerca de El Bosque, en las inmediaciones del Regimiento Leoncio Vidal, e hice algunos disparos con las armas que tení­amos, más bien de apoyo a las acciones combativas que llevaban adelante los rebeldes.

«El 1ro de enero de 1959, me dirigí­ al edificio de Obras Públicas (hoy sede del Comité Provincial del Partido) donde el Che tení­a su comandancia, y al llegar frente al Campo Sport veo un camión con cadáveres expuestos a la vista de los pobladores.

«Aquello era todo un espectáculo, la gente se agrupaba a sus alrededor, pues eran, nada más y nada menos, que los torturadores y esbirros del tirano que habí­an sido fusilados por los rebeldes.

«Ese dí­a recibí­ la última orden del Che: impedir la venta de gasolina en los garajes de la ciudad. La cual cumplí­, como las restantes.

«Después del triunfo fui varias veces a La Habana e intenté volver a verlo, pero no lo conseguí­. Sin embargo, conservo el privilegio de haberlo conocido y haber contribuido, desde mi humilde posición, al triunfo del 1ro de enero de 1959 ».

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