El Partido Revolucionario Cubano, necesario y aglutinador

A partir de 1891 José Martí­ consagrarí­a todas sus energí­as en erigir una institución de nuevo tipo, que vertebrara una probada unidad revolucionaria.

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José Martí
(Foto: Tomada de Internet)
Por Amador Hernández Hernández
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10 Abril 2022

José Martí­, poseedor del ideario más acabado del siglo XIX latinoamericano, ―con perspectivas ideológicas que sobresalí­an con mucho lo tradicional―, abogó sin tregua por hacer realidad la «hora de la segunda independencia » y frenar de este modo la expansión de los EUA sobre las tierras de nuestra América. En su estrategia continental, la emancipación de Cuba y de Puerto Rico era un primer paso que decidirí­a la suerte del continente en materia de autonomí­a.

A partir de 1891 José Martí­ consagrarí­a todas sus energí­as en erigir una institución de nuevo tipo, que vertebrara una probada unidad revolucionaria, única en la historia de América Latina: El Partido Revolucionario Cubano. Un partido para la independencia definitiva; proyecto que ya Martí­ habí­a avisado a fines de ese año a los exiliados cubanos y que hubo de compartir, el 3 de enero de 1892, con José Francisco Lamadrid, José Dolores Poyo Estenoz y el coronel Fernando Figueredo Socarrás, en el Club San Carlos de Cayo Hueso (Key West).

A partir del 4 de enero de 1892 se inició un proceso de estudio y aprobación de las Bases y Estatutos Secretos por parte de la emigración de Cayo Hueso, Tampa y Nueva York. Cada congregación existente en la emigración, o cada grupo de cubanos que pretendiese formar un Club, examinó el manuscrito, planteó lo que estimó provechoso, y una vez, aprobados, se notificó la aceptación al órgano supremo en Nueva York. El 10 de abril, a 23 años de la Asamblea de Guáimaro, el periódico Patria daba el alegrón a todos los dignos cubanos.

Como el PRC tení­a una acción histórica y una disciplina en función de los intereses del pueblo cubano, en la práctica se desempeñó como el partido de las masas populares cubanas, puesto que la gran burguesí­a se autoexcluyó y el Partido estuvo dotado, esencialmente, de obreros, campesinos y la pequeña burguesí­a. El carácter radical de los contenidos del PRC lo convirtió en inspirador de la revolución más profunda y democrática en todo el siglo.

No debemos olvidar que en el acta fundacional se señala que el Partido Revolucionario Cubano no se proponí­a eternizar en la República Cubana, que aspiraba a fundar, el espí­ritu autoritario y la composición burocrática de la Colonia, sino fundar un pueblo nuevo, capaz de vencer por el orden del trabajo real y el equilibrio de las fuerzas sociales los peligros de la libertad repentina en una sociedad compuesta para la esclavitud. Y fue precisamente ese valladar ideológico el que salvó a la revolución de aquellos errores que hicieron comulgar a muchos combatientes de la Guerra Grande con el Pacto del Zanjón.

El genio polí­tico del futuro delegado supo esclarecer toda duda y fue su espí­ritu aglutinador la fuerza capaz de acoplar en un haz inquebrantable el machete glorioso del Generalí­simo, la poderosa fuerza de Antonio Maceo y el entusiasmo definitivo de todos lo que hicieron suyas ―veteranos y noveles― la fórmula definitiva del triunfo: con todos y para el bien de todos.

El 23 de diciembre de 1898 Tomás Estrada Palma disolvió el PRC y poco después hubo de cerrar para la historia el periódico Patria. Tan canallesca miopí­a polí­tica, como la considerara el eminente martiano Ibrahí­m Hidalgo, desmovilizó la genial idea del Apóstol y decapitó, en su momento, el más hermoso sueño del cubano universal. Pero el Partido de los humildes renació como expresión sincrética del ideario martiano y la vanguardia polí­tica en la década de 1920, porque una revolución sin un partido de avanzada, está predestinado a desaparecer.

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