En predios de Matanzas, una brigada de carboneros atendida por Villa Clara puja contra el marabú. Una garantía estable en salario y atención al hombre augura crecimientos en una producción destinada al comercio foráneo.
El carbón, una alternativa económica frente al empleo de combustibles fósiles. (Foto: Luis Machado Ordetx)
Luis Machado Ordetx
@MOrdetx
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19 Abril 2022
19 Abril 2022
hace 2 años
En un claro de monte, escondidos por la humareda, hay hombres curtidos por el sol en desafío contra las inclemencias del tiempo, los insectos, y en ocasiones ataviados de hambre y sed por la lejanía del asentamiento más cercano y lugar de origen de la familia. Durante los últimos tres meses, temprano en la mañana, a veces, parten de los hogares y hasta pasan una semana ausente.
Buscar las áreas de labor, en el caminante, obliga a recorrer kilómetros entre trillos y tupida maleza de aromales. No queda otra alternativa que encarar el desafío para llegar a San Pedro de Mayabón, último pueblo de Matanzas y primero en cercanía a Villa Clara por la ruta de la Carretera Central. Allí está el asentamiento, de unos 3000 habitantes, y al torcer el camino a la izquierda, se va rumbo a los carboneros. De igual forma sucedería en tránsito hacia la derecha.
En ambos lugares, perdidos entre las profundidades de los aromales se perciben golpes de hachas, el estridente sonido metálico de los machetes y de motosierras en faenas productivas. A lo lejos, luego de recorrer más de 80 kilómetros, diviso hidalgas columnas de humo, ya traslúcidas en la despejada mañana...
Aventura del carbonero
Las tojosas levantan vuelo a la desbandada, y los hermanos Pérez López con referencias precedentes del lugar exacto de ubicación, apenas se inmutan ante la quietud quebrantada en las proximidades del cauce del río La Palma, un remanso de agua que invita a alegrar la vista luego del tránsito de kilómetros por trillos de marabú de monte tupido.
Los hombres extienden el puño en gesto de saludo, pensando no ofrecer el acostumbrado saludo por la negrura que exhibe la palma de la mano. Todo deriva a observar, a pesar de la relativa madurez de la edad, a personas acostumbradas a lidiar con el trabajo rudo, y de eso hablan… Desde principios de año retomaron la fabricación de hornos de carbón a partir de un contrato extendido con la Unidad Empresarial de Base (UEB) de Aseguramiento y Comercialización de Insumos, perteneciente a la Empresa Agroforestal Villa Clara.
«El trabajo es duro y reclama mucho sacrificio. Primero, se seleccionan las áreas de corte de marabú, para las cuales hay que abrir trillos con el empleo de motosierra, machete y hachas, y después a sacar madera hasta el punto en que se harán los hornos. Es un proceso que comienza al amanecer y se prolonga durante días hasta que se obtiene el carbón, se envasa y pesa antes de enviarlo al centro de beneficio, en Espinal, Santo Domingo, a más de 60 kilómetros de aquí », dijo Leonel, el mayor de los hermanos Pérez López.
«Cuando los hornos comienzan a arder, hay que vigilarlos día y noche para que no exploten, y es un momento de tranquilidad mientras otros en el grupo se dedican a cortar marabú para hacer un nuevo cono, tal como usted lo ve », precisa Jorge, el otro hermano.
Aquí todo se convierte en jornada de calor, por el vapor y el humo constantes que desprenden los hornos, y apenas se piensa en la familia, alejada del lugar, allá en el asentamiento de San Pedro. No obstante, siempre hay maneras de establecer comunicación con el propósito de saber qué falta en la casa…
Miro las manos de los hombres, tiznadas y encalladas, a veces con laceraciones en la piel provocadas por las espinas, y traspaso en la contemplación tierna y limpia de carboneros que sienten en agradecimiento la atención sistemática que reciben de la entidad villaclareña responsabilizada con la tala de bosques de marabú y la producción final.
El proceso de producción es muy lento, advierte Oscar íguila Fernández, tractorista-pesador, a quien encuentro en las cercanías de los hornos. De tres a cuatro días se emplean en la cortadura de leña. Otra jornada es de movimiento de madera y dos días para la armazón del cono. Por último, una semana dura de quema, sin contar que ocurran contratiempos, y después el saque, refrescamiento, envasado y pesaje inicial de la mercancía. «Todo es difícil; engorroso y de responsabilidad con el medio ambiente, y el cuidado de la flora y la fauna autóctona. No crea que esto es coser y cantar », aclaró.
«Aquí si le coges miedo al trabajo te mueres de tristeza. Es una manera digna, aunque fuerte, de producir para el país y ganar un salario honesto », añade Jorge Pérez López, el más pequeño de los hermanos y locuaz al hablar.
¿Cuánto tienen que entregar en carbón, y cómo llega el salario?, pregunto a los hermanos.
Hacemos 2 toneladas de carbón al mes, y a veces, de acuerdo con la cantidad de madera empleada en el horno, se aumenta el volumen. Por tonelada recibimos 4600.00 pesos, y tratamos que en los envases la producción vaya sin hierba ni residuos de tierra. Así ganamos en calidad en el proceso de beneficio final. Aquí llevamos tres meses, en contrato, y hasta el momento todo va bien, con entrega de una jaba de alimentos y atención directa a la familia, apuntó Jorge.
Extractos de campo
En Los Arabos, municipio al cual pertenece el asentamiento de San Pedro de Mayabón, hay unas 2000 hectáreas de suelo con infestaciones pesadas de marabú. Allí las lluvias son estacionales y hasta escasea el agua subterránea. Desde 2016 la Empresa Agroforestal Villa Clara ejecuta acciones en zonas boscosas. Por áreas de la antigua finca Cordovés, cerca del río La Palma, Luciano Ginoris Chávez, especialista de Producción en la unidad empresarial de la central provincia, explicó que primero talaron plantaciones de pino, después sembraron esa especie maderable y hace poco certificaron las siembras realizadas con anterioridad. En total representan unas 70 hectáreas beneficiadas para el manejo forestal. Hace poco «la emprendimos contra el marabú para limpiar áreas, fabricar carbón y dejar las superficies listas para el fomento de la ganadería, los cultivos varios y acciones silvopastoriles, propias del bosque », acotó.
«Comenzamos con seis carboneros, y ya la brigada la integran 20 trabajadores. Hay una atención sistemática hacia los hombres. No solo entregamos medios de protección para las labores forestales. También hay una mirada hacia la familia, los problemas personales y hasta convivimos con los productores. Queremos duplicar los miembros de la brigada y zonas de corte y de entregas de carbón. Al cierre de marzo se acopiaron 27,6 t de carbón vegetal para la comercialización foránea. Todo de primera calidad. Eso permite retribuir en salario y captar dinero para comprar insumos necesarios, y hasta disponer de ganancias por eficiencia económica », resaltó.
Hay lugares en los cuales veo que el marabú alcanza dimensiones del tallo de un árbol adulto, así comento a Rolando Luis Tanquero, jefe de brigada. Por la cercanía se ven superficies ya desmontadas, y listas para siembras de cultivos varios y pastos. Son suelos que retoman la vida agropecuaria gracias al esfuerzo que despliegan los carboneros.
Pregunto cuánto pesa cada saco, y Luis Tanquero dice que oscilan entre 20 y 22 kilogramos. Explica que cada horno lleva unos 20 metros cúbicos de madera. De ahí se obtiene como promedio una tonelada de carbón de primera calidad, actividad que despliegan durante el período seco del año. En primavera el trabajo resulta más difícil, y hasta los hornos se vuelan y el carbón se afecta con residuos de fango.
El plan de producción al concluir marzo se satisfizo al 209 %, y para diciembre «queremos llegar por encima de las 160 toneladas de carbón. Entonces tendremos una fuerza más estable. Ya muchos pobladores solicitan integrarse a la brigada. De igual forma la producción que sale de Espinal, en Santo Domingo, lista según pedido del cliente foráneo, adquiere mejor posicionamiento en la comercialización exterior », precisó Ginoris Chávez.
Al sur hay conos
Al extremo sur de la Carretera Central también se fomentan hornos de carbón. Un canal natural abre el camino hasta la brigada de Miguel íngel Naranjo Alemán. Allí todos son familia. Hay primos y hermanos que siguen una ancestral tradición nuevamente redescubierta como alternativa económica personal y del país. «Cada saco de carbón deja cuotas de humildad y sacrificio, y hasta ahora estamos contentos con el salario y las atenciones que recibimos de la Empresa Agroforestal de Villa Clara », dijo el hombre.
«Creo que para rato hay carboneros en la zona, y no solo es por la cantidad de marabú existente. La atención al hombre y la prontitud de los pagos hace que uno mire con responsabilidad todo lo que hace. Este es un trabajo que no mata a nadie, pero es duro y hasta hay que lidiar contra la soledad de los lugares apartados, pero uno puede elegir los horarios de trabajo y medir los aportes que hace », precisó.
A lo lejos, en un trillo, hay una barredora inusual. Los pies calzados con botas altas de goma fungen de «escobillón », y me acerco a la mujer, en extremo delgada. Ella, dice Naranjo Alemán, es la esposa del primo, otro integrante de la brigada. Es la primera mujer que encuentro entre carboneros de la zona. Su nombre: Yohanni Durrutí Caboverde, oriunda de zonas montañosas de Guantánamo. Cuenta que lleva tres años viviendo con la familia en San Pedro, y está en el campo de «ayudante » de los hombres de la casa. Lo que más «me gusta es coser los sacos después de envasado el carbón. Utilizamos la penca de guano de palma real, y también hago labores de cocinera, cargo leña, limpio el camino entre el monte y… », apuntó.
«Cualquier ayuda aquí es muy estimada por mi esposo, Jesús Alemán Ramírez, y su familia », apunta mientras parte la mujer hasta el sitio donde hierve viandas para el almuerzo de la jornada.
Rumbo a la línea del Ferrocarril Central otros hornos se preparan, con una armazón ideada, para teñirse de negro. Viene la despedida, y atrás dejo angostos senderos donde apenas solo escuchamos el trinar de las aves, el ronroneo de las motosierras y alguno que otro golpe seco del hacha que pelea contra el corazón de árboles de un bosque tupido de marabú.
Atrás quedó una jornada de diarismo, lejos del acostumbrado ambiente urbano, y el respeto por un oficio, duro como ninguno, que merece admiración por los aportes que deja al sumar tiempo de trabajo agotador en el cual siempre brota un humilde calor humano.