¡Qué alianza maravillosa han tejido las mujeres cubanas en 62 años de historia! Misceláneas de orígenes, sacrificios, contradicciones y victorias, tan irrepetibles como ellas mismas, unidas a la raíz dulce que trasplantó Vilma Espín en suelo revolucionario.
Con el ímpetu de quien representó a las mujeres en la primera Asamblea Constituyente celebrada en Cuba, fueron educadas adolescentes campesinas de todo el país en la escuela Ana Betancourt, y allí estuvo Nila Mérida Ojeda Sarduy, con apenas 14 años. Los méritos que forjó como fundadora de la Federación en una cooperativa de su natal San Juan de los Yeras, le regalaron la oportunidad de renacer en un mundo de oportunidades, bajo la mirada cercana y cariñosa de Vilma y Fidel.
Volvió a la tierra de Samuel Feijóo, seis meses después, para ayudar a crecer a la naciente Federación de Mujeres Cubanas, continuó como organizadora en la región Santa Clara y luego permaneció 35 años en el Partido Municipal de esta ciudad, hasta su jubilación.
Cual Mariana fuera de la manigua, Daisy María Pozo Pérez se incorporó a la FMC con tres hijos pequeños, que nunca le impidieron cumplir las más desafiantes tareas. De noche, vencida la jornada de costura en un atelier, salía a sumar mujeres al trabajo y a la conquista de derechos prohibidos durante siglos. Con una sombrillita se protegía de la lluvia y con persistencia de acero encaraba a los esposos y familiares negados o temerosos del cambio que estremeció la sociedad como un huracán.
A todas, reconocidas o anónimas; aborígenes, cimarronas, mambisas y rebeldes, labradoras de épocas en que no vivió, las lleva presentes Mabel Dipotet Mollinedo, cuya ascendencia francesa no le roba ni un pedacito del corazón que dedica por entero a Cuba.
En una misma piel se funden la fiscal con más de 30 años de experiencia, la federada líder desde la base hasta el Comité Provincial, la profesora universitaria y la formadora de nuevos fiscales en las provincias centrales. Mezcla perfecta para apreciar en todas sus tonalidades el arcoíris femenino: jóvenes, estudiantes, trabajadoras, madres, amas de casa, violentadas, sancionadas y empoderadas.
De los cuerpos ágiles que subieron al Escambray para recoger café, durmieron en hamacas, treparon camiones, se internaron en cañaverales, y caminaron toda la ciudad de Santa Clara, en una batalla por la integración, a Nila y Daisy solo les queda el recuerdo.
Sin embargo, más de medio siglo después conservan la misma voluntad de hacer Revolución, en los talleres comunitarios de corte y costura, el apoyo a la pesquisa durante los tiempos de pandemia, la elaboración de pañitos para los vacunatorios, los debates populares sobre el nuevo Código de las Familias, los preparativos para el referendo popular, los esfuerzos por regalar una celebración a sus afiliadas el próximo 23 de agosto, sin ignorar las escaseces que también hubo en otros momentos. De la participación activa hicieron su nuevo bastión, porque «el tiempo no existe: se hace ».
La lucha actual de Mabel se concentra en el Programa Nacional para el Adelanto de las Mujeres, la consolidación del empoderamiento femenino que se ha construido durante más de seis décadas, y la transmisión de conocimientos y compromiso a su hija de 20 años, quien ya se desempeña como organizadora en su delegación y aspira a mayores responsabilidades al concluir la carrera universitaria.
Imborrables perduran algunos encuentros, como el de Nila con una Vilma de modales dulces y sencillos, natural en todos los espacios, inteligente y fuerte en la defensa de cada idea; el deslumbramiento de Mabel con Marta Rojas y sus anécdotas del juicio del Moncada, o la sorpresa de Daisy, cuando Haydée Santamaría la saludó, la abrazó y la invitó a bailar en un intermedio del II Congreso, demasiado feliz, porque la «villaclareña » llevaba un pedacito de su tierra.
Entrelazadas por un hilo de historia, desafíos y voluntades, marchan estas tres mujeres, junto a miles de cubanas. Al frente, cuando hay que marcar el paso; detrás, si hace falta un empujón. Les parece poco cuanto han hecho y persisten en un batallar anónimo por una sociedad más justa y equitativa, desde el espacio reducido de un bloque hasta el último confín de esta isla antillana.