Un retumbar de voces exultantes inundó el Parque Vidal de Santa Clara. Faltaban solo horas para el aniversario 170 del nacimiento del cubano más grande, José Martí. Poco a poco la luz se apoderó del casco histórico de la ciudad. Las voces se tornaron más fuertes y cercanas. Una alegría juvenil irrumpió en cada rincón. El Apóstol estaba justo ahí, en el selfi más inocente mostrando la antorcha.

Los pasos ágiles de quienes visten uniformes y lucen rostros púberes, convirtieron la marcha en un recorrido rápido pero intenso. Niños pequeños orgullosos de estar despiertos, portando un disfraz o llevando la llama acompañados. Encabezando la marcha con su bandera cubana en la mano y una señora —presumiblemente su madre— cuidándole las espaldas, estaba aquel joven, quien dejó crecer en las ruedas de su silla, las alas del espíritu martiano.





Al final, la música tomó el mando. «Ha sido lindísimo. Me siento agradecido por participar en la marcha aquí en Santa Clara, una ciudad que defiende todos los días la identidad cultural del país», expresa emocionado el trovador cienfueguero Nelson Valdés Viera.

A su lado, un kíkiri mambí no podía contener el sentimiento. Hablaba en versos. Nacían sus palabras en forma de la más pura mariposa blanca. «Cuba es la madre de mis versos. Patria en todo el sentido. Patria por toda la historia que tenemos», afirmó Marcos David Fernández Brunet, el Kíkiri de Cisneros.


Martí nació de nuevo, como cada 28 de enero. Y no desde la consigna gastada o por mero compromiso. Nació de la alegría incontenible de la juventud, de la sonrisa sincera y las voces de júbilo. Nació de la antorcha encendida enarbolando su pensamiento y de las manos inocentes de quienes, hoy, se convertirán en personajes de sus más sencillos versos.