Suelos varados

La Riviera, el mayor organopónico de Villa Clara, y por muchos años centro de Referencia Nacional, hoy apenas produce hortalizas y vegetales.

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Cámaras vacías en el organopónico La Riviera, de Santa Clara.
El organopónico La Riviera, en Santa Clara, antes uno de los mejores de su tipo en el país, duerme ahora en letargo por falta de suministro eléctrico. (Foto: Luis Machado Ordetx)
Luis Machado Ordetx
Luis Machado Ordetx
@MOrdetx
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21 Marzo 2023

Rodainey, el Negro, da pasos cortos mientras ofrece datos. En el alegato cree que está detenido y, a veces, no percibe el ínfimo trecho recorrido sobre la tierra. El hombre y los seguidores desean avanzar, y mostrar resultados, aunque sean de pequeña magnitud. Al menos, ahora consiguen «algo» gracias a sistemáticos esfuerzos. No obstante, en ocasiones, cuando repasan lo logrado en el día, se les viene encima la realidad, y caen en un círculo concéntrico de aplazamientos y peros.

El problema está ahí: cero opciones en el mayor organopónico de Villa Clara, otrora centro de Referencia Nacional. El lugar cayó en el mutismo permanente, y desde junio pasado carece de ofertas de vegetales y hortalizas para la población residente en la capital provincial.

De tener cultivos, dice el Negro, habría una modesta contribución al descenso de los precios de ventas. Antes, la afluencia de ávidos compradores dispuestos a adquirir producciones frescas —incluso, representantes de organismos cercanos— no era un problema. Había cosechas para todos y hasta las colas interminables deja­ban satisfacción, pues salían complacidos con las compras del día; siempre a precios inferiores que los impuestos por «comerciantes» callejeros.

El organopónico La Riviera, con una hectárea de superficie y parte de las 350 cámaras con sistemas para cultivos semiprotegidos, cayó en el marasmo desde que le retiraron el transformador trifásico de electricidad, garantía del funcionamiento de abasto de agua a los sembrados. Vino «la hecatombe, y hasta el presente, aunque adquirimos insumos necesarios para otra turbina, carecemos de fuente de energía que impulse el agua a los tanques elevados», apuntó Rodainey Duarte Toledo a Vanguardia durante una conversación exclusiva en la indagación de pormenores relacionados con suelos inexplotados en el perímetro urbano de la ciudad.

«Todos los organismos conocen del asunto. Vienen de la Empresa Eléctrica, y hacen pruebas de conexión directa, sin el transformador —como es lógico, se destinó a un lugar prioritario de servicio a la población—, pero no se obtiene el voltaje deseado y transcurren los días y cero respuestas», aclaró el administrador de La Riviera.

Enteramente cae en tierra de nadie, y en dimes y diretes institucionales y burocráti­cos. Los especialistas y equipos de la Empresa Eléctrica dicen que el Gobierno tiene que resolver el asunto, y viceversa. «Echar a producir la tierra es lo que necesitamos», alegó el Negro. Al tiempo, pregunto por el salario de los diez trabajadores, y responde: «Son $2100.00 pesos y un 5 % de retención de aporte a la Seguridad Social. La totalidad corre a cuenta de la Empresa Hortícola. En realidad, el hombre no se siente estimulado porque carece de resultados económicos individuales con vínculo directo al surco. Todo, incluso, se aleja del sentido de per­tenencia y hasta propicia la existencia de descontroles en horarios nocturnos. En tanto, los vegetales frescos, antes salidos de aquí, andan ausentes de la mesa del pueblo. De tener agua en los tanques elevados, ¡otro gallo cantaría!», precisó de manera campechana.

 

Campiña a la zaga

Primero, Las Marianas, y luego, La Riviera constituyeron los mayores centros productores de hortalizas en los años duros de la década de los 90 del pasado siglo. La recuperación en la primera de las instalaciones, después de cierto deterioro, fue lenta y no del todo constante. Después  vino la debacle momentánea del segundo, en un territorio que llamaron a nivel nacional

Todavía late en la memoria aquel lunes 30 de septiembre de 1996, el día en que Fidel elogió «la proeza de poner los vegetales por la libre prácticamente en toda la ciudad». Rodainey sonríe, dice que eran otros tiempos y enfatiza en la necesidad de volver a la historia original, y a lo que fue y puede ser el organopónico. «centro del reinado de la horticultura». ¿Cómo no recordar esos tiempos que se escaparon cuando, sin mu­chos recursos importados, piedra a piedra, repartían optimismo y alimentos?

«¡Aquí están los brazos!», apunta, y hasta se golpea la palma de las manos. Solo «resta que los decisores, de cualquier organismo, pongan empeño en resolver el asunto. Ya adquirimos una yunta de bueyes y por semillas no fallaremos. Hoy rehabilitamos el área de cul­tivos semiprotegidos, con su toldo. ¿Qué falta?, acondicionar las cámaras y los respectivos sistemas de riego de agua, y que el líquido llegue a los tanques y no ocurran males mayores con salideros en los recipientes elevados», refirió.

—A finales de año, ¿ustedes vendieron aquí producciones?

—¡Sí!, pero no eran nues­tras, dejaban pérdidas y el pueblo sufría con los precios. Queremos que todo el expendio salga de nuestras cámaras y espacios en siembra. Esa constituye la razón por la cual decidimos dejar de ser intermediarios, ya que, en realidad, nuestra esencia siempre será la del cosechero que comercializa de manera directa los acopios. Fue lo que antes hubo aquí y representa la médula de lo nuestro.

Una barrera al deterioro tecnológico de las instala­ciones, a pesar de la falta de fuerza laboral estable —por lo escasamente estimulan­te de los salarios—, aparece cada día durante media jornada de trabajo. «Aprovechar la mañana es imprescindi­ble», acotó Duarte Toledo.

Un análisis crítico a la implementación de las 63 medi­das aprobadas por el Gobier­no cubano en abril de 2021, para incrementar la producción de alimentos y satisfacer parte de las demandas de hortalizas y vegetales frescos, en este caso, en el organopónico de La Riviera, permite detectar que, en ese sitio, ha persistido una oscilación negativa en los últimos ocho meses. Cero cosechas salidas del surco, razón por la cual se precisa de cambios para revertir el asunto en suelos aparentemente inexplorados y con una sólida infraestruc­tura creada. ¿Quién lo diría en estos tiempos?

Las rutas están trazadas, pero no llegan las respuestas sobre la fluctuación del voltaje eléctrico, según Duarte Toledo. «Paneles solares, o turbinas estacionarias, ¡qué sé yo!», dijo el administrador. Hasta el momento nada tie­ne claridad. «No paramos de trabajar, hasta tenemos un salario básico —mínimo—; aunque las cámaras siguen sin siembras y, por supuesto, las cosechas no se ven en el punto de venta, y el que transita por el lugar cuestiona el porqué de una situación anormal a la vista de todos», apuntó. La búsqueda de una solución inmediata ante la au­sencia de electricidad, para satisfacer los requerimientos de los sistemas de riego, contribuirá a la eficiencia de un centro antológico entre los villaclareños. No dejarlo morir, o en el actual estado, será la vía expedita de producir y comercializar hortalizas que, a precios inferiores a las ventas habituales, dejarán los bolsillos menos aguijoneados.

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