Representantes de la enfermería villaclareña hablan de sus vivencias en el ejercicio de la docencia al celebrarse, este 12 de Mayo, el Día Internacional de la especialidad.
Marvin, Nancy y Pedro junto a Zadys Quintana Pérez (segunda de la izquierda), al frente del departamento de docencia de la carrera de Enfermería en la Universidad Médica villaclareña. (Foto: Ricardo R. González)
Ricardo R. González
@riciber91
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12 Mayo 2023
12 Mayo 2023
hace 1 año
Los tres comparten la profesión, esa que un día los llevó a vestir con uniforme, a hacer de un domingo de paseo una jornada de tensiones, a doblar turnos si el relevo no llegaba, y a sentir como un familiar allegado la pérdida de alguien que partió y fue imposible reanimarlo.
Sobre sus vivencias, sentimientos y las razones por las que abrazaron las sendas de la Enfermería, ofrecen sus testimonios cuando el mundo les dedica el homenaje por su labor.
MARVIN RODRÍGUEZ MARTÍNEZ
Ahora es profesor asistente de la Universidad Médica villaclareña; sin embargo, recuerda el día en que Orfelina Hernández, quien era toda una cátedra en la enfermería del único hospital clínico-quirúrgico existente en Santa Clara, llegó a la secundaria básica Capitán Roberto Rodríguez para motivar al estudiantado y constituir un círculo de interés.
Cursaba noveno grado y, en aquel momento, estaba muy lejos de pensar en esa vocación porque quería vincularse a algo del arte, sobre todo música. Al parecer la vida dio un giro, pues en esa primera conferencia algo le despertó el interés.
«Llegué a mi casa y le dije a mi mamá que iba a estudiar Enfermería. Ella se negó debido a tantos criterios desfavorables existentes por entonces. Fue mi papá quien. luego de escuchar a Fidel en la inauguración de la Universidad camagüeyana. dijo: "Si yo tuviera tu edad estudiara enfermería". Ya eso resultó una especie de veredicto confirmatorio».
Cuando llegaron las carreras a la secundaria, los que estaban en el círculo de interés ya habían llenado las boletas. «Aun así estaba como en una cuerda floja, incluso tuve el intento de irme para teatro, pero me negaron la posibilidad porque ya tenía la Enfermería otorgada».
Luego de tres años de estudios en 1981 se gradúa con nivel técnico y comienza sus labores en el entonces Hospital Viejo como enfermero general, mientras por la mente rondaban otras pretensiones.
«Pensaba en estudiar Medicina, ante una cardiopatía presente en mi madre que me ataba a ser cardiólogo. Al parecer mi destino estaba en la Enfermería, porque opté por las ciencias médicas y había que liberarme para realizar la prueba de ingreso. No pudo ser, y ya a finales de 1984 encontré la posibilidad de hacer Licenciatura en Enfermería en el nivel superior y lograr mi título en 1989».
—Entre la asistencia, la docencia y la investigación, ¿te inclinas por alguna o las ves como un conjunto integral?
—Un buen enfermero debe conocer de todo, a la vida la acompaña su dialéctica y no podemos circunscribirnos solo a la época de Florence Nightingale, la precursora de la enfermería profesional. Hay técnicas que se mantienen, pero las formas de actuar, de conducirte, hacen vincularte a las nuevas tendencias investigativas de manera constante, no solo para tu profesión, también en el plano personal.
«Me gusta la asistencia y la docencia in situ. Extraño la asistencia, pero este es mi espacio. Trasmito a las generaciones lo que aprendí en muchos años. La docencia me abrazó desde mucho antes, continúo, como discípulo de Orfelina, por los caminos de la investigación y la docencia, además de no conformarme con lo que sé.
«Soy docente desde 1995 hasta los días de hoy, con unas cuantas generaciones formadas».
Recuerdos hay demasiados en la vida de Marvin en sus 42 años de graduado, pero hay uno que lo marcó definitivamente:
«Trabajaba en una sala de Terapia Intermedia. Había una paciente que llamaba mi atención y la asociaba con mi madre que hacía poco había fallecido. Le di los medicamentos en la mañana y, cuando estaba en el cuarto de curaciones, viene uno de sus hijos y me dijo de la gravedad repentina de su madre. No se pudo hacer nada, murió en mis brazos y eso me marcó para toda la vida».
—En este minuto entre el arte, el teatro, la medicina y la enfermería, ¿no te arrepientes de haber escogido este camino?
—Para nada, una vez y por todas, enfermero.
NANCY VIZCAÍNO CONTRERAS
Dicen que es una típica cubana, mas no se equivoque porque en el cumplimiento de sus responsabilidades hay que respetarla; sin embargo, es amiga, compañera y defensora de lo justo.
Con esas premisas lleva más de 35 años en la profesión, luego de que se graduara en 1984. Desde pequeña supo que iba a ser enfermera y se vinculó a los círculos de interés de esta rama.
Ya es licenciada y especializada en cuidados intensivos. Sabe que la terapia implica un movimiento continuo y depende mucho de su labor la precisión a la hora de actuar.
La pasión la lleva en la sangre, y no puede dejar de mencionar al Dr. Armando Caballero López, todo un paradigma en la terapia intensiva villaclareña y cubana, que la enseñó mucho como enfermera e intensivista.
También puede mencionar a Ramona Lastayo, Mario Plasencia, Tomás Méndez y Carlos Martínez, quienes, con sus pases de visita y en cualquier otro detalle de la profesión, le ofrecieron siempre todos sus conocimientos.
Venezuela la acogió en una misión internacionalista, y desde 2018 ejerce como docente en la carrera de Enfermería de la Universidad de Ciencias Médicas de Villa Clara, con participación activa en la formación de las generaciones futuras.
No deja de reconocer que el salto a impartir clases le resultó difícil, debido a que el hecho de estar al frente del paciente combina la teoría con la práctica, llegan novedades y nuevos protocolos de atención a las enfermedades e implica decisiones inmediatas para salvar la vida, «pero no se puede descuidar el ejercicio docente, porque quién formará a los enfermeros del mañana», expresó.
—El episodio imborrable de tu profesión.
—Con el primer paciente fallecido, pues los sentimientos te marcan. Lloré con los familiares, incluso llegué a sentir hasta culpa de manera obsesiva, y ahí fue donde el profesor Caballero y el resto de los médicos me hicieron entender de la gravedad del paciente y que las posibilidades de vida resultaban remotas, pero la terapia te enseña a ponerte del lado del paciente, a trabajar en equipo, a no marginar las particularidades del enfermo, porque no todos están inconscientes y tienes que hablarle de su enfermedad para lograr su recuperación y apoyo.
«En medio de todo debes atender la angustia de los familiares, pensar que son como tus padres, tu familia, explicarle claro el curso del enfermo y lo que pueden hacer ellos».
—Para ser enfermera o enfermero se necesita una férrea vocación y aptitud, ¿cómo aprecia su profesión en tiempos complejos?
—La vida es cambiante, en mi época ser enfermera era algo grande, ahora los jóvenes tienen otras oportunidades, pero sí hay cosas que rescatar en la profesión, y una de ellas es la vocación, no verla ni sentirla jamás como un pasatiempo, sino inmersa en un sacerdocio. Hay muchos estudiantes que a veces eligen la carrera por presión familiar, porque son las plazas que más ofertan, buscando escapes para luego hacer cambios de carrera. No son todos, y creo que debe trabajarse más en esos aspectos, en la retención general ante un panorama muy complejo de éxodos hacia otros sectores o de las secuelas de la emigración.
El carácter de Nancy Vizcaíno la ha llevado a controlar a algún que otro paciente majadero, como aquel que, durante la etapa de los vacunatorios con las dosis anticovid, hacía de las suyas en la sala de observación habilitada ante una hipertensión arterial en descontrol, y mortificaba también a la Dra. Olguita Pérez Castillo.
«No voy a decir su nombre, solo espero que se haya disciplinado con el tratamiento», dijo sonriendo.
—A su criterio, ¿qué debe caracterizar a una persona dedicada a la enfermería?
—Sencillez, honestidad y humildad, porque es una carrera de sacrificios y entrega total. Quien no tenga sentido de sacrificios que deje el camino abierto.
—¿Añoranzas?
—Salí del ejercicio hospitalario, doy clases, pero no estoy desvinculada de la asistencia ni de la terapia intensiva, ya que la vida me llama a cumplir lo que un día escogí.
PEDRO OSVALDO RENTERÍA DÍAZ
Enel momento que fijamos la conversación con Pedro Osvaldo Rentería Díaz se encontraba impartiendo una clase. Era admirable el silencio reinante y cómo el grupo seguía las explicaciones de quien declara que su especialidad lo cautivó desde pequeño.
«No había otra opción. Mis padres eran personas mayores y siempre estaba al cuidado de ellos en funciones de cuidador, por ello me entrené desde temprana edad para salvar vidas.
Pedro es en la actualidad máster en atención primaria de salud, profesor de la Universidad de Ciencias Médicas de cuarto año de la especialidad de Enfermería, y también imparte docencia a los alumnos de nuevo ingreso, con grado 12, para formarse como enfermeros básicos.
—¿Qué te queda de aquellos círculos de interés que despertaron tu motivación?
—Muy buenos recuerdos e infinita gratitud. Fueron el despertar de mi vocación y la continuidad en mi ejercicio. Adentrarme en este mundo y en su enseñanza me ha propiciado compartir técnicas y conocimientos con quienes serán los profesionales de la rama en el mañana.
Y en este mundo ya suma 38 años de labor desde que resultó fundador del Hogar de Ancianos # 2, de Santa Clara, para luego ejercer en el policlínico Capitán Roberto Fleites (Malezas), estar en la Dirección Municipal de Salud, resultar por un tiempo el presidente de la filial de Enfermería en la provincia, cumplir misión por dos años y medio en Venezuela y cuatro años en Angola como profesor.
Cuenta con un diplomado en la atención al Adulto Mayor, que incrementa las potencialidades y la preparación científico-técnica del personal vinculado a los hogares de ancianos y consultorios del Médico y la Enfermera de la Familia, al figurar Villa Clara entre las provincias más envejecidas del país.
Por naturaleza suele ser hiperquinético, en constante ocupación compartida con labores sindicales, o en la preparación de cualquier actividad que demande su apoyo.
Pedro Rentería es de los profesionales que brinda especial atención y sigue los dos extremos de la vida, se motiva al referirse a la infancia y a los ancianos.
«Ambos requieren el máximo de los cuidados y afectos. En el caso de la niñez, comienza la vida, hay que educarlos y estar pendientes de los peligros ante tanta inocencia; mientras, el adulto mayor exige el reconocimiento por todo lo aportado en la vida, lo que somos se lo debemos a ellos y se impone reciprocar tanta entrega, que no se sientan aislados ni marginados, si no integrados a sus respectivas familias, que ocupen su justo lugar también dentro de la sociedad».
—Cuando el mundo celebra el Día Internacional de la Enfermería, ¿cuál sería tu máxima aspiración?
—No tengo que pensarla mucho. Ver el logro del trabajo en los estudiantes y que sean buenos profesionales en la asistencia, en lo educativo, administrativo o en la investigación. Que el paciente, los familiares y la sociedad puedan decir: «¡qué buen enfermero o enfermera es!».