Maikel Santana Martínez, un campesino de Camajuaní, apegado al surco, se incluye entre los productores vianderos más destacados de la provincia. Otras alegrías que ofrece el campo cubano: la permanencia en la finca.
Suelos fértiles ganados a la infestación de malezas se erigen en el nacimiento de la finca del campesino. (Foto: Luis Machado Ordetx)
Luis Machado Ordetx
@MOrdetx
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16 Mayo 2023
16 Mayo 2023
hace 1 año
José Hilario, el tío nonagenario, auxilia en la corrección del nivel improvisado con una manguera para agua, a la usanza guajira, y también imparte orientaciones a los constructores que culminan los retoques de la modesta vivienda que ahora se levanta en las inmediaciones de Loma de Turiño, en Camajuaní.
El propietario del inmueble y su familia, ríen de gozo con las ocurrencias del anciano, y creen que todo resulta posible con los esfuerzos colectivos, entre los que también, por supuesto, trascienden acopios de producciones de alimentos sacadas del surco a pesar de las limitaciones de insumos y la sequía.
Allá, a las plantaciones, va Maikel Santana Martínez, el campesino, y lo acompaña Enmanuel, el hijo. Llevan merienda y agua fresca para los trabajadores contratados que, con yuntas de bueyes, remueven la tierra y trazan líneas profundas para sembrar maíz, fruto que en pocos meses entregarán a ventas contractuales con la parte estatal.
A lo lejos, desde el lomerío, se divisa la torre del ingenio José María Pérez, y a su espalda está el valle, con áreas de siembras en fomento, palmares, y algunas superficies que reclaman desbroce de malezas… Hay carencias de combustible y maquinaria, con machete, guatacas y el auxilio de los animales se ganan palmos de suelos para nuevas plantaciones que luego rotarán con otros cultivos. Lo importante estriba, dice el campesino, en no dejar nada sin utilidad futura.
Así, poco a poco, en unas 40,26 hectáreas (tres caballerías), entregadas en usufructo, Santana Martínez no deja de labrar la tierra aunque las inversiones, a veces, sean cuantiosas en pagos diarios a los hombres que lo acompañan y hasta en la compra de insumos.
Él, socio de la Cooperativa de Créditos y Servicios (CCS) José Antonio Echevarría, integra, además, el Movimiento Político-Productivo de los 90, y junto a la familia —un tesoro como dice—, y la bonanza que reporta la tierra en cultivo, siente otra satisfacción aparejada a las cosechas de alimentos: verá terminada la añorada vivienda, próximo al Día del Campesino. «Es otro triunfo, y mucho empeño se puso en la obra», aseguró.
En «Tierra Santa», la finca bautizada así por Enmanuel, las plantaciones de ñame en fomento ascendieron en un inicio a más de 70 000 pesos —descontando la semilla—, en la adquisición de güin de Castilla para tutores y pago de mano de obra en la preparación de suelos. «Todo, por mínimo que se haga en el campo reporta en estos tiempos una cuantiosa inversión que, incluye, desde el pago de salario diario, hasta alimentos que en cada jornada llevan a sus hogares quienes me acompañan en la suerte de trabajar en el campo. Eso último es lo que menos significa porque en definitiva todos aquí somos como familia», dice el campesino en tono proverbial y pausado.
Arranques del finquero
«En los inicios, después de salir del Servicio Militar, fui custodio en una escuela, y hasta crié cerdos. Después llegó la entrega de tierra y comencé por un pequeño terreno hasta sumar las que ahora dispongo, pero quiero aumentar en superficie para incluir ganadería en terrenos no empleados por la parte estatal.
«Entonces llegó hace unos años la incorporación al Movimiento de los 90 en ocasión de las nueve décadas de natalicio de Fidel, y creció el apoyo en recursos materiales, el asesoramiento del Instituto de Investigaciones de Viandas Tropicales (Inivit), y de otros especialistas agrícolas, así como de entrega de semillas certificadas y el compromiso de aportes contratados de viandas, granos y vegetales. ¡Aquí me tienen, siempre con el paso adelante!...», señaló.
Hasta la semilla de ñame, de diferentes tipos, se perdió en estos tiempos, le confieso al labriego que conoce, al igual que otros dedicados al campo, cómo conservar las simientes para no pasar luego sofocos en corre-corre que obligan, incluso, a inversiones y compadreos. El hombre asiente con la cabeza, y aunque aquellos que apenas lo conocen en trato piensen que es parco al hablar, pero no… Sabe de lo que hablo…
«Mira, la semilla siempre será lo principal, y cuando está certificada, mucho mejor. Aquí se dejan áreas para, en períodos de disponer de nuevas plantaciones, diversificar y rotar los campos. Tengo una máxima diaria: el que no siembra, por supuesto, jamás cosechará, y eso lo aprendí desde pequeño… Por eso de la finca, y lo conoce la familia, nunca me aparto», precisó.
Por allá anda Enmanuel, apenas un adolescente, aprendiendo de los secretos del campo, y un día, confiesa, será agrónomo. También está la pequeña Elizabeth y Daileny Betharte, la esposa, y el tío José Hilario Hernández Pérez que, ayudado por muletas, sigue en observancias la construcción de la vivienda, ya en sus retoques finales.
«¡La casa…!, otra suerte ganada con el esfuerzo familiar sin desatender la finca», dice Santana Martínez, ya próximo el 20 de mayo —horas posteriores al Día del Campesino—, a cumplir 43 años y ver terminado el confortable inmueble.
«Si algo no puedo hacer, y es la recomendación mínima para cualquier campesino, será cruzarme de brazos y esperar que aparezcan las lluvias, el fertilizante y otros insumos químicos y hasta el petróleo. Por poco que se haga en un día, siempre algún provecho sacamos, y así ocurre en el laboreo con las yuntas de bueyes, la guataquea, o sencillamente sacar piedras que obstaculizan las perspectivas atenciones culturales en las plantaciones. Hasta cuidar los animales de labranza y el resto del rebaño de la finca se convierte en un compromiso. Eso creo y así obramos en la finca, aunque surjan siempre limitaciones de todo tipo», reflexionó ensimismado Santana Martínez cuando bajábamos por una de las cuestas del lomerío que llevan a la salida de su finca.
Desde allí hay un promisorio paisaje, del valle de Camajuaní, territorio en el cual los campesinos, en vínculo directo con la ciencia y la técnica, impulsan programas vianderos que incluyen, además, la explotación de diversos tipos de ganaderías en predios de sus comarcas. Hacia esos derroteros van los guajiros apropiados de los conocimientos ancestrales del campo, las prácticas agroecológicas y la sabiduría que brota de las investigaciones.
Desde la modestia en el actuar, Santana Martínez anda instalado en ese carruaje: un hombre que mira hacia el crecimiento espiritual y el compromiso diario con la producción de alimentos, sin distinguir hora y tiempo para su finca.