Este 11 de julio cumplen medio siglo de graduados en diversas disciplinas de la economía y perdura la amistad junto a los valores aprendidos durante los cuatro años de estudios.
Luisa Fajardo Nápoles y Dagoberto Figueras Matos, dos de los profesores de aquel grupo que arriba, este 11 de julio, a su medio siglo de graduados y lo celebrarán junto a todos. (Foto: Ricardo R. González)
Ricardo R. González
@riciber91
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11 Julio 2023
11 Julio 2023
hace 1 año
Arribaron al entonces naciente Instituto Luis Augusto Turcios Lima desde diferentes puntos de la antigua provincia de Las Villas, otros procedentes de Camagüey y hasta de alguna que zona oriental sin apenas conocerse. Comenzaban un nuevo capítulo en la historia de sus vidas dispuestos a descubrir el camino que aguardaba.
Ha transcurrido ya medio siglo. ¿Quién lo diría?, sin embargo, los recuerdos fluyen y se detienen en aquel día de 1969 cuando la edificación, ubicada en la zona ranchuelera de Horqueta, (hoy motel Las Tecas) les abrió las puertas con el propósito de rescatar la enseñanza en las diversas ramas de la economía bajo los matices reclamados por la época.
Entonces Luisa Fajardo Nápoles y Dagoberto Figueras Matos eran muy jóvenes, ya estaban casados y formaban parte de aquellos maestros que iniciaban la experiencia con la ilusión de que necesitaban formar contadores, graduados de técnicos medios en información económica, debido a que en aquellos tiempos se rechazaba un poco la contabilidad y prevalecía el registro económico, que no era lo mismo, fundamenta Luisa quien posee un aval respetable en el magisterio por diversas locaciones cubanas.
«Se hizo la captación de becas. Estuve por Pitajones y otros sitios en un intercambio de lo que consistiría la carrera, y me asignaron la tarea de ser la primera subdirectora docente del curso junto a Mario León, el director que inició la experiencia, un ser humano dotado de unas condiciones humanas extraordinarias; así recibimos a los estudiantes».
Los días pasaban y aquellos maestros se convertían en verdaderos confesores, aliviaban las tristezas de muchachos alejados de sus hogares, al tiempo que organizaban diversas actividades para tratar de que se sintieran bien y no abandonaran su escuela.
«Como estábamos adscritos al viceministerio para la enseñanza tecnológica militar existía un estricto régimen disciplinario. El recinto disponía de piscina, pero no era para utilizarla en todo momento. Teníamos una costurera, un carpintero, y como era bajo principios militares, se procedía a las correspondientes cortes disciplinarias en caso de infracciones».
No era tampoco una vida drástica. Existían las anécdotas, los pasatiempos, hasta una casita de muñecas perteneciente a las hijas de Diego Trinidad, el propietario del terreno, y también se jugaba tenis, lo que en ocasiones costaba reportes.
Luisa recuerda que participaban en todas las acciones del momento, y hasta acompañaron a los cortes de caña a una delegación de japoneses que estudiaba Periodismo.
«Los alumnos acogieron la disciplina, en tanto la relación camagüeyanos-villareños resultó formidable, crearon un combo y se habilitó todo lo necesario para que se sintieran bien, sin obviar el objetivo principal de contribuir a su formación».
—¿Es cierto que nunca quiso ser profesora?
—No lo niego. Jamás desee el magisterio. Me gustaba ser contadora, mas al terminar los estudios en Victoria de Girón, en La Habana, escogieron un pequeño grupo y ahí conocí a Dago. Entonces nos llevaron a impartir clases en el Instituto de Estudios Financieros.
—Y qué ocurrió?
—Expuse que no me concebía con una tiza en la mano, que deseaba ser contadora y rápidamente tuve una respuesta: «No es lo que usted quiera, es la necesidad que hay, y va a impartir clases en el Escambray».
—¿Puede decirse que desde el punto de vista profesional le acompañan las huellas de las selecciones?
—Y no sé por qué. En un repaso rápido: comencé en Sancti Spíritus de profesora con cinco asignaturas cuando la mayoría de los maestros abandonaron el país. Trabajé también en Ariguanabo junto a un grupo de estudiantes de Girón. Querían que me quedara por aquellos lares, e incluso hicieron propuesta para trabajar en inversiones, pero mi tierra y mi familia me ataban.
«Sería interminable la lista hasta llegar a la Universidad Central “Marta Abreu” de Las Villas en la Facultad de Economía. En los últimos 12 años me seleccionaron para pasar a Sociología, a partir de la constitución de esa nueva carrera. Puse una sola condición, que la docencia estuviera relacionada con la economía, y me dieron sociología agraria, pertenecía al grupo de desarrollo rural y cooperativa, y también a la sociología industrial hasta principios de 2012 cuando me jubilé. Seguí en proyectos de Desarrollo Local, con experiencias en Placetas y Manicaragua, e hicimos entrenamiento con caña seis meses en la industria azucarera, en el sector campesino y cooperativista, por lo que visité todas las cooperativas.
—¿Cómo pudiera definir su experiencia con Los Turcios?
—La Filosofía resultó mi asignatura. Eran cuatro años de estudios, pero antes hubo otros grupos, como La Lima y Los Gavilanes (adquirían el nombre según los lugares), que llevan más de 50 años de graduados. Fue una etapa inolvidable porque, además, de recibir formación y herramientas para trabajar en el ámbito de la economía, de la contabilidad y el control económico, se añadieron valores a los adquiridos con anterioridad a través de la familia y diversos espacios socializadores.
Ni el sonido de una mosca
Cada vez que el profesor Dagoberto Figueras Matos entraba al aula era suficiente para que no se escuchara ni el sonido de una mosca. Lo cuentan los propios alumnos de aquella época. Su afiliación al magisterio comenzó en el habanero Instituto de Estudios Financieros en la década de los 60 y luego se incorporó al Ministerio de Educación como docente de las escuelas de Comercio.
«No soy fundador de Los Turcios, pero llegué con el antecedente de ejercer la directiva de la Escuela de Comercio espirituana e impartí la asignatura de Registro Económico, a fin de reorganizar la formación de los especialistas en información económica con gran peso en lo académico».
En lo que es hoy el motel Las Tecas —sede de Los Turcios— asumió, además, la subdirección docente. Ya estaba casado con Luisa y debía cubrir su tiempo de maternidad.
«Si algo tiene importancia en la formación del estudiantado es la disciplina, allí existía mucho respeto, aunque esto había que combinarlo con la interrelación profesor-alumno. Y al recordar toda mi trayectoria resulta imposible negar que el capítulo de Los Turcios dejó una huella en nuestro desempeño».
La mirada de un alumno
Raúl Marín Torres tiene ahora 70 años. Llegó al instituto ranchuelero con apenas 16 luego de culminar su décimo grado.
Estaba consciente de que en aquella época no todos los alumnos podían cursar el preuniversitario o aspirar a la universidad con el sustento de los padres.
«Muchos teníamos la necesidad de trabajar en breve tiempo, así buscamos la forma de encauzar nuestro futuro, por lo que nunca olvidaré al eminente profesor de Matemática Héctor Ventura, que a partir de su visión, se acercó a cuatro compañeros y nos propuso aquella posibilidad de cursar el técnico medio en información económica».
Durante el proceso de entrevistas resultó aprobado gracias a un concepto ofrecido por el profesor Héctor que repitió textualmente y constituyó una especie de boleto de vía libre. Pasó su servicio militar, y confiesa que de aquel claustro formidable heredó muchas cualidades en el diario aprendizaje.
«Una etapa muy provechosa, me gustó la parte contable y mucho después, en 1978, obtuve el título de Licenciado en Control Económico en la UCLV con la satisfacción de figurar entre los primeros Turcios que nos graduamos».
Luego de pasar dos años de servicio social en Matanzas considera que no tuvo dificultad con las asignaturas técnicas porque la base era muy sólida.
«Las enseñanzas en el grupo fueron claves para mi formación profesional y ello me sirvió en las diferentes responsabilidades ejercidas durante toda la vida laboral».
—¿Y qué más aportó esta etapa de estudios?
—Los Turcios trajo el sentido del amor. Varias parejas nos conocimos allí y cuatro de ellas perduran en nuestros días, e incluyo la mía, que vamos a cumplir también 50 años de casados.
Pero quiso la casualidad que sea vecino de Luisa y de Dago como otra de las buenas fortunas.
La gestora del reencuentro
La serie televisiva argentina «Éramos tan jóvenes» atrapó, sobremanera, a Mercedes Walsh Ríos. A partir de la puesta algo le dijo que se diera a la tarea de indagar por los integrantes del grupo. Comenzó una búsqueda incansable que le llevó ocho años para consolidar su propósito.
«Una libretica sencilla fungía como autógrafo en aquellos años y fue la base de todo. En ella cada quien escribió lo que quiso y dejaron direcciones. Comencé a escribir cartas en tiempos en que no existían redes sociales ni móviles y localizamos a los 118 graduados».
El camino resultó arduo y una solicitud publicada, a título personal y casi como excepción, por el periódico Juventud Rebelde valió para confirmar a los últimos.
«Gracias a esta vía dimos con los 12 que faltaban y celebramos nuestro primer encuentro en septiembre de 2002. Nada mejor que en el motel Las Tecas, por todo lo que representaba para nosotros. Era volver a revivir».
Con una memoria casi fotográfica y locuaz conversación Mercedes echa a volar tanta historia, por ello recalca que llevan 20 años de reencuentros por diferentes sitios, «como si fuéramos aquellos jóvenes».
A sus 68 años, que no oculta, insiste en que uno de los hechos significativos en su vida fue el de comenzar sus estudios para formarse como futura técnica en información económica en aquel instituto radicado en la antigua casa de Diego Trinidad y Hno.
—Si le pregunto los principios que llegaron para nunca marcharse, ¿cuáles escogería?
—En primer término la disciplina, nos creó valores que todavía conservamos, sin apartarla de la solidaridad, la honradez, la puntualidad, el amor al trabajo, al estudio y el respeto máximo entre compañeros y profesores. Contamos con un claustro juvenil, pero de excelente preparación que a todos recuerdo.
Mercedes Walsh no olvida que aquella experiencia la iniciaron 167 alumnos y se graduaron 118. «Para rescatar la enseñanza de la economía un grupo de 18 jóvenes salimos a impartir clases en Cienfuegos, Santa Clara y Sancti Spíritus, a la vez que nos formábamos como docentes.
—A 50 años, ¿qué huellas de Los Turcios perduran en su vida?
—Una utilidad maravillosa. Soy feliz porque esta hermandad me propició vivencias muy lindas. Los Turcios son como mis hijos, mi familia sanguínea junto con sus respectivas generaciones. Lucho por mantener cada detalle entre todos porque constituyó algo muy gratificante, y a través de nuestro grupo de WhatsApp existe una comunicación increíble, sobre todo los jueves con el programa Nocturno del canal Educativo.
Muchos años más tarde la artífice del reencuentro entre aquellos jóvenes estudió en la UCLV y obtuvo su título, en julio de 1980, con magníficos profesores.
—¿Tantos años de aprendizaje dejan alguna lección para compartir entre todos?
—Sin contabilidad y control no hay nada, no hay economía, no hay hogar, no existe planificación de nuestro salario, en fin… Usted tiene que contabilizar y controlar lo mismo para el giro económico que para la vida personal.
Epílogo
Como una de las profesoras de aquel suceso Luisa Fajardo Nápoles ha revivido momentos esenciales de su vida. Cada palabra, cada idea la transporta en el recuerdo y parece dibujar en su mente esos detalles. Está consciente de que, independientemente de propiciarles a aquellos alumnos la formación para incursionar en el ámbito económico también influyó en los saberes de cuestiones elementales para el desenvolvimiento personal.
«Surgieron otros valores muy esenciales en la vida: la disciplina, el comportamiento cívico, la responsabilidad laboral, el compañerismo y la solidaridad nacida y reforzada durante esos cuatro años de estudios. Estos son los pilares que hacen posible arribar a los 50 años de la graduación, con esa unión y amistad inquebrantables entre ellos. Por eso, como parte del claustro que los conoció en la etapa inicial, me hacen sumamente feliz».
—Y aquella persona que nunca deseó impartir clases y dejó su impronta por tantos escenarios docentes, ¿mantiene idéntica posición?
—En ninguna actividad me hubiera sentido tan satisfecha como la de ese mundo de las tizas, la pizarra, los cuadernos y los alumnos. No me arrepiento de nada en el universo docente. Gracias a la vida por haber sido educadora.
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Mercedes Wals Rios
Jueves, 13 Julio 2023 08:10
Me encantó su artículo.
Aquella epoca mágica que vivimos como verdaderos hermanos como alumnos becarios, nos dejó profundas huellas.
Cuánto deseo, que se logre algún día en mi país, una atención diferenciada para economistas y contadores , hace mucha pero mucha falta.
Como escribiera el Che: Sin Contabilidad no se puede construir el Socialismo.
Jueves, 13 Julio 2023 08:10
Me encantó su artículo.
Aquella epoca mágica que vivimos como verdaderos hermanos como alumnos becarios, nos dejó profundas huellas.
Cuánto deseo, que se logre algún día en mi país, una atención diferenciada para economistas y contadores , hace mucha pero mucha falta.
Como escribiera el Che: Sin Contabilidad no se puede construir el Socialismo.