Con 77 años de edad, Gladis Gaitán Carrero prosigue su trayectora como enfermera del hospital pediátrico de Villa Clara, y es una de las consagradas villaclareñas en el ejercicio de la profesión.
«Al principio me daban temor los recién nacidos, tan chiquitos, y ahora son mi pasión», confiesa Gladis Gaitán, una de las enfermeras del servicio de Neonatología del hospital pediátrico José Luis Miranda. (Foto: Ricardo R. González)
Ricardo R. González
@riciber91
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10 Mayo 2024
10 Mayo 2024
hace 6 meses
Gladis Gaitán Carrero retrocede en el tiempo. Afirma, de manera categórica, que soñaba con la enfermería desde que estaba en el vientre materno. Aun con pocos años se disfrazaba, imaginaba vestir el clásico uniforme, ponerse la cofia en la cabeza, e inyectar a sus muñecas para que sanaran lo más pronto posible.
La escena infantil se repetía una y otra vez, a pesar de que a su mamá no le gustaba esa profesión, abogaba por la pintura de la que encontraba una hija con dotes, pero la niña fue persistente y resultó «mi carta de triunfo».
Gladis Gaitán hizo mucho por alcanzar su sueño, aunque inicialmente no la aceptaban por la corta edad. Terminó la secundaria básica y encontró que el camino comenzaba a despejarse.
Antes intervino en la Campaña de Alfabetización en un poblado de Las Tunas. Por sus resultados le otorgaron una beca en La Habana, «pero la abandoné porque mi pasión desmedida era estudiar Enfermería».
—¿Cuáles fueron los primeros pasos?
—Hubo algunos antecedentes. Ejercí como niñera, cuidaba a los pequeños, y no puedo olvidar a Esther Aguirre, mi profesora de la escuela de enfermeras Marta Abreu que, al parecer, al ver mi desenvolvimiento un día me pidió incorporarme a la especialidad, allá por 1966. Ella ya no está, mas lo hice, y comencé como auxiliar ganando solo 88 pesos y 10 centavos.
—¿Luego de la graduación?
—Me ubicaron en la entonces clínica mutualista Marta Abreu —hoy policlínico comunitario de igual nombre—. Ese fue mi primer centro para comenzar mis sueños, hasta que en 1968 el hospital pediátrico José Luis Miranda me abrió las puertas hasta los días de hoy.
—Pienso que una persona tan perseverante le resultaba pequeño el título de auxiliar...
—Rotaba entonces por el servicio de Gastroenterología y llegó el punto final como auxiliar de enfermera porque el horizonte despuntaba a titularnos como verdaderas representantes del oficio.
«Di mi paso al frente, concluí mi carrera de enfermera pediátrica hasta terminar los estudios en 1972. Entonces hubo una selección entre colegas y me escogieron para ingresar en el servicio de Respiratorio. Luego vino una etapa en Terapia Intensiva, cuando la tecnología no estaba tan sofisticada; sin embargo, ganaba en aprendizajes».
—¿Es cierto que no te gustaban los llamados servicios cerrados?
—Te lo confieso. Prefería andar por los pasillos, pero no tuve más opción que la sala de Neonatología. Aquello constituyó una especie de trauma inicial porque cuando vi niños tan chiquitos resultó algo terrible. No lo oculto, fue en 1973 y es cierto que la vida da muchas sorpresas porque con el tiempo resultó cautivante y ya no la cambio por nada.
—La superación, ¿una constante en tu vida?
—Hice mi especialidad en la rama, también post básicos, cursos de adiestramientos, otros de terapia quirúrgica en La Habana y no faltaron diplomados hasta que la dirección del hospital me seleccionó para cursar la licenciatura en Enfermería en el nivel superior. Me gradué en 1996. No me he separado de la superación porque, de lo contrario, quedas atrás en el empeño supremo de ganar conocimientos y entregar amor a quien merece amor.
—En tu amplia trayectoria, ¿existe algún caso complejo que te haya marcado?
—Tuve un impacto que jamás he olvidado: una niña con severas quemaduras por freír un huevo. La tuve como paciente en el servicio de Caumatología. Una imprudencia de la pequeña de cumplir su deseo ante la negativa materna y explotó el fogón. Hizo una compenetración extraordinaria conmigo y su fallecimiento me marcó para toda la vida… Algo irreversible en mis vivencias. Aún hoy la veo. El personal de la Medicina también sufre y siente.
—Tu prestación de servicios va más allá de la demarcación cubana.
—Cumplí misión en el estado venezolano de Tachira ya con 65 años. Una experiencia extraordinaria en un lugar llamado San Cristóbal, y de allí hacia un municipio que hace frontera cerca de Colombia. Todavía tengo vínculos con las amistades que quedaron allá.
—¿Qué opinas de los enfermeros hombres?
— La práctica ha demostrado que son magníficos, con múltiples condiciones y aplaudo su formación. Hay que dejar a un lado los tabúes y fomentar valores y sentimientos.
—¿Cómo te fue en tu ejercicio docente?
—La ejercí durante tres años. Acabando de salir de la licenciatura me enfrentaba por primera vez a un aula. En los días iniciales quería desaparecer frente a un numeroso grupo que venía de la calle. Era mi comienzo y no sabía lo que era impartir clases, pero recibirlos en la Universidad Médica y proyectarme me obligó a perder el miedo escénico.
—Si tuvieras, definitivamente, que escoger entre la docencia y la asistencia, ¿con cuál te quedas?
—Obviamente con la segunda porque observo y valoro al recién nacido y en reiteradas ocasiones los sacamos de momentos críticos. Me entrego con todo mi amor. Y esa especialidad que no me gustaba antes, ahora la abrazo con todas mis fuerzas.
—Este año coincide el Día Internacional de la Enfermería con el del sagrado privilegio de ser madre…
— El mayor premio, con mi hija Leydis María, un gran regalo. Mi princesa, como yo le digo, y también tenía a mi madre que ya no está, por eso este día me marca demasiado.
—¿Es cierto que eres la fanática número unoo de Marco Antonio Solís y que tiras tus buenos pasillos con tu compañero de oficio Rafael Bermúdez?
—Muy cierto. Tanto una como otra.
—¿Qué le pides a la vida?
—Mucha salud, prosperidad, y seguir aquí mientras mis facultades estén lúcidas. ¿Qué voy a hacer en mi casa si me siento útil? Saldré de aquí cuando no de más y me digan: «ya es hora de partir». Pero con 77 años, hay Gladis para rato.