El héroe que llevo conmigo

No es el hombre perfecto e inalcanzable esculpido en mármol el Martí que yo prefiero, sino aquel ser humano, grande y muchas veces incomprendido, el héroe que llevo conmigo. 

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Vanguardia - Villa Clara - Cuba
(Ilustración: Linares)
Por Freddy Pérez Cabrera
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18 Mayo 2024

No es el hombre perfecto e inalcanzable esculpido en mármol el Martí que yo prefiero, sino aquel ser humano, grande y muchas veces incomprendido, el héroe que llevo conmigo. Gracias a los excelentes profesores de Historia que tuve, y a las lecturas de casi todo lo relacionado con la vida y la obra del Apóstol, fui conformando mi propia visión del prócer de la frente ancha y la palabra incisiva, distante de la figura inmaculada que vive y habita en algunos libros.

Mis maestros no olvidaron contarme las peripecias de aquel jovencito que, con apenas 16 años, fue llevado a los tribunales españoles por criticar, en una carta, a un compañero de estudio al que llamó apóstata por servir a España; misiva por la que sería condenado a seis años de prisión.

También me narraron que Martí fue, en algún sentido, una persona incomprendida, en primer lugar, por sus padres. Lo contradijeron luego, su esposa y algunos de los amigos y patriotas cercanos a él, quizá sin percibir la grandeza que habitaba en aquel ser superior.

El hombre, pequeño de estatura —1,65 metros— y que pesaba solo 140 libras, al que de manera indistinta llamaron «Doctor Torrente», por la fluidez de su verbo, o «Cuba Llora», entre otros calificativos, fue el mismo que prefirió gastarse el dinero en bien de su patria, mientras andaba con los zapatos rotos en la fría Norteamérica.

Admiro, por igual, al gigante de pensamiento clarividente, capaz de avizorar al peligroso enemigo del Norte que, en cualquier momento, podía caer sobre nuestras tierras de América, y a aquel que tuvo la osadía de expresarle al mismísimo Máximo Gómez: «Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento», cuando entendió que el Plan Gómez-Maceo no era lo mejor para Cuba.

Quien actuó de esa manera fue también el joven que, con su talento y dulzura, supo conquistar los corazones de Blanquita Montalvo, de María García Granados, la niña de Guatemala, o de Carmen Zayas Bazán, entre muchísimas mujeres que no pudieron resistir la tentación de querer a José Martí.

Solo un ser humano de su naturaleza pudo tener el valor de prescindir del don de mando del Titán de Bronce, y enviar a Flor Crombet al frente de la expedición que trajo la guerra a Cuba, en abril de 1895, decisión que le ocasionó no pocos sinsabores, como aquel aciago 5 de mayo de 1895, cuando en La Mejorana debió escuchar de Maceo la frase: «Lo quiero menos de lo que lo quería».

El héroe que me describieron fue también el que sufrió por la calumnia en la que algunos lo calificaban como «capitán araña», porque, supuestamente, no venía a probar suerte en el campo de batalla, a lo que él contestó con hidalguía: «Soy tan hombre que no quepo en mis calzones», y cuando tuvo la oportunidad, se lanzó como el primero a la manigua a luchar por la independencia de su tierra. Ese es el Martí que yo admiro.

El que perdonó al hombre que trató de envenenarlo y luego lo abrazó como a un hermano, logrando, incluso, ganarlo para la causa independentista, o el «loco peligroso», como lo describió Ramón Blanco, capitán general de la Isla, al verlo pronunciar un discurso que obligó a la alta autoridad española a decir: «Quiero olvidar lo que he escuchado».

Dicen que luego, durante su etapa de destierro, el propio Capitán General le propuso una amnistía si aceptaba declarar en los periódicos su adhesión a la corona española, a lo cual el insigne patriota cubano respondió con la dignidad que lo caracterizaba: «Digan ustedes al general que Martí no es de raza vendible».

El padre del Ismaelillo fue también quien solicitó a Juan Gualberto Gómez devolver los 8 000 pesos que el bandido Manuel García, conocido como el rey de los campos de Cuba, había donado a la causa independentista, y todo porque los había obtenido mediante el secuestro de un cubano forrado en dinero.

Ese es el Martí que no conocí, pero que recuerdo cada día por traernos ese sol del mundo moral del que habló Cintio Vitier, y a quien nos toca hacerle a cada instante el homenaje de intentar ponernos a su altura.

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