«Soy feliz con mi desempeño y cada quien puede tener su criterio, pero en mi caso no siento que la especialidad esté minimizada porque lo importante es demostrar la utilidad del oficio, aunque no nos mencionen», considera la Dra. Florinda López de la Cruz, del hospital pediátrico José Luis Miranda. (Foto: Ricardo R. González)
Ricardo R. González
@riciber91
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19 Junio 2024
19 Junio 2024
hace 5 meses
Tiene en sus manos la vida antes de que el cirujano emprenda su labor. Confiesa ser una mujer dinámica y, al considerarse fiel representante de su generación, admite la responsabilidad y la disciplina como condicionantes en su actuar.
Así piensa la Dra. Florinda López de la Cruz, especialista de II Grado en Anestesia y Reanimación, quien subraya la utilidad de la entrega profesional como el mayor regocijo que se puede recibir.
La avileña-moronense recorre desde su graduación de médico, en 1991, hasta que concluyó la especialidad de anestesia, cuatro años después.
Marchó de su terruño natal hacia Sancti Spíritus, debido a que la residencia se realizaba en esa provincia central del país. Eran los años duros de los 90, pero destacaba la valía de aquel equipo. Luego rotó por el hospital pediátrico José Luis Miranda de Villa Clara, sin pensar que esta sería su casa profesional definitiva.
«No tenía bien definida mi residencia. Por mi mente rondaban tres especialidades: Oftalmología, Pediatría y Ginecobstetricia. Me gustaban todas. Tenía los primeros lugares en el escalafón, pero el papá de mis hijos, médico cirujano, me motivó por la anestesia».
Una vez que concluyó la residencia, Morón la acogió nuevamente para trabajar con excelentes pediatras en la sala de Terapia Intensiva.
Al parecer las huellas villaclareñas estaban marcadas para Florinda, y no olvida que en septiembre de 1997 retornó al «José Luis Miranda» a fin de realizar su segundo diplomado nacional en Cuidados Intensivos.
«Ya conocía más al personal del servicio y, paralelamente, al papá de mis hijos le otorgaron una casa aquí. Esto sirvió para afianzar aún más el capítulo villaclareño en 1999.
«Recuerdo que el Dr. Miguel de la Torre, entonces director de la institución, me designó para Terapia Intensiva por mi propio perfil. Ya en estas funciones salí embarazada de mi primer hijo».
— La anestesia, ¿cuándo irrumpe en la profesión?
— Luego de hacerme especialista de II Grado en Terapia Intensiva, en 2004, decidí dedicarme a esta rama mientras mis hijos crecían.
— Al II grado en Terapia Intensiva se añade igual categoría en la anestesiología. Pero, ¿cómo es posible ejecutar sus procederes en edades tan sensibles de la vida?
— Es un contraste que a veces choca. Creamos un mecanismo, aun en los casos más complejos. Ya con mis hijos me resultaba complicado el «intensivismo», en una etapa de brillantes profesores en la sala, pero que a veces me imponía viajar a un municipio para realizar un traslado de determinado caso.
«Los anestesiólogos somos de técnicas, de intubar, de ventilar y de abordajes venosos profundos. Esta es la rama que me gusta y he asumido la jefatura de la unidad quirúrgica desde hace unos 20 años, a pesar de los contratiempos personales de la crianza de mis pequeños, de mi mamá enferma, no dejé de trabajar.
— Para ser anestesiólogo figura la hipersensibilidad como cualidad básica?
— Uno tiene que ponerse en el lugar del familiar. Yo pienso en mis hijos y digo: como quisiera que salieran ellos tiene que ocurrir con este bebé.
— ¿Algún recurso especial?
— Los muchachos entran, los padres quedan afuera del salón. Cuando llegan a nosotros ya dejan de llorar. Nos familiarizamos con ellos. Todos los que trabajamos, desde el camillero hasta el último integrante del colectivo, memorizamos sus nombres. Eso va generando una confianza y establecemos una conversación en la que aparecen sonrisas.
«Siempre me han gustado los niños. Dicen los amigos de mi hijo menor que sus compañeros me quieren porque los trato como personas adultas, inculcándoles respeto.
— ¿El caso más difícil?
— Hay múltiples. Me viene a la mente una niña de Sagua la Grande. Cuando aquello tenía un año. Llegó con un frijol alojado en las vías respiratorias y en condiciones extremas. Ya en el salón hizo cuatro o cinco paros, hubo que practicar la traqueotomía. Se le extrajo el cuerpo extraño y sobrevivió.
Luego se realizó otras operaciones en La Habana. Ya tiene hijos, y a cada rato viene al Hospital y nos busca.
— Algunos pudieran pensar que es un caso relativamente sencillo.
— Las interioridades en el salón son indescriptibles. A veces lo meramente natural asume una complejidad notoria que nos pone en tensión y debemos permanecer atentos para actuar con rapidez. En algunos casos, se suma a esto que el paciente esté quemado, accidentado; situaciones, que complejizan los procederes.
Experiencias hay miles. Las tiene también el neurocirujano Ángel Camacho Gómez con sus pacientes, o el Dr. Abel Armenteros García, entre tantos otros colegas; pero siempre buscamos la parte más objetiva, con cariño y afecto.
— ¿Qué pasa ante un niño cuando el desenlace se impone y ya no hay nada por hacer?
— Es difícil, por eso prefiero la Pediatría, porque casi siempre se puede hacer algo. En los adultos es más complejo por el paso de los años en el organismo.
— ¿Ud. delimita las rutinas y complejidades laborales de las hogareñas?
— Es una especie de «breaker» que se dispara, un mecanismo que delimita las situaciones entre un mundo y otro.
— Durante la conversación hay varias referencias a sus hijos. ¿Siguen el camino?
— Uno de ellos está en sexto año de Medicina y hace su internado vertical en el Hospital Militar. El más pequeño, de casi 2 m. de estatura, cursa segundo año en Ciencias Médicas y hasta ahora se inclina por la Anestesiología. Ellos se criaron, prácticamente, en este centro.
— ¿Agradecimientos?
— Prefiero no detallar nombres para no olvidar alguno, pero siéntanse reflejados los tantos profesores que me formaron y que aprendí de ellos, esos compañeros de trabajo que siempre tienen algo que mostrar, a los que ya no están, pero dejaron el inmenso manantial del conocimiento, y a todos los que me tendieron la mano para continuar mi labor.
— Si tuviera que calificar su etapa actual, ¿qué puntuación le daría?
— Creo estar en la mejor época. Los años golpean pero delimitan hasta dónde llegar, y los jóvenes deben aprender como lo hice yo con mis jefes. Trabajo es trabajo y el sentido de pertenencia hay que cultivarlo. En mi caso somos cuatro personas de la familia haciendo guardia, la responsabilidad es inviolable, y debe apoyarse un servicio deprimido como el nuestro que necesita personal en formación.
— ¿Algún reclamo?
— No soy de pedir mucho. No me gustan las fotos y tampoco la publicidad, Prefiero pasar por debajo de los radares, inadvertida, sin dejar de arropar y tratar de volar alto en mi profesión.