El humo cae en picada hacia la taza del café. Un avión surca el corredor aéreo que abre el espacio sobre las cabezas del diluvio de transeúntes que colma la encrucijada entre Remedios y Camajuaní. Son las seis y media de un nuevo día, pero otro pájaro metálico la extrapola hasta los recuerdos encarnados en el alma.
«Estábamos en la parte sur de Angola, en colaboración civil con los mandos militares de esa región. Día a día, el campamento se convertía en un fortín. Era necesario llevar sábanas e instrumentos de primeros auxilios, recibir el avión que llegaba con la correspondencia, hacer el trabajo económico y dar partes de la misión en la Embajada de Cuba en Luanda. Cuando había muchos accidentes teníamos que ir —las lágrimas amenazan y por vez primera el silencio retumba en el vacío— eran demasiados muertos».
Es 1982 y la historia pasa por el pequeño cine de sus pupilas. Dos años y siete meses de inserción militar hacen que Linda forme parte de esas mujeres que escriben la historia.
«Linda, Linda» gritan en la entrada los huérfanos de abrazo materno. La remembranza los hace suyos, de nadie más. Es económica del aseguramiento y la logística de las fuerzas cubanas en Angola y donde hay cubanos, se reparte. Los niños son prioridad.
«Raque, Raque» le llaman ahora. La vecina vino a traerle los mandados y el quehacer de todo el que vive a ras de la loma. Su rostro jamás abandona el placer de estar para todos.
La voz transgrede el miedo. Coge el fusil y lo rastrilla. No dispara, nunca lo hizo. Las secuelas la teletransportan hasta la radiobase. Un toque y el mensaje es preciso. Su hermano es dos años mayor que ella, pero eso no cuenta cuando las balas y los morteros traen noticias.
«Cuando llevaba un año y medio, más o menos, mi hermano fue para Musí — respira profundo como quien intenta evadir los temores de una guerra, y sus ojos inundados en llanto parecen anticipar que se trata de una historia triste—; es demasiado triste, demasiado triste...», repite durante un segundo, dos… quizá sean diez.
«Como yo manejaba todo lo que era la parte logística de las tropas, cuando el avión de él venía a dejar los suministros y retornaba, le preparaba una valija con cajas de comida, laterío y ropa. Estaba pendiente diariamente por la planta radial de la situación donde él se encontraba, que era el frente de combate»
Los espasmos atraen los instantes de peligro. Entre susurros nace una frase: «Fue demasiado duro». Nada es suficiente para los que quiere. La familia es lo primero; su razón de vivir.
«Llega un momento en que sientes un tiro y no le das importancia. Te endureces de tal manera que nunca vas a pensar que tienes un compañero muerto. Te adaptas a ese mundo, aunque la presencia de mi hermano me afectó mucho», afirma.
La amenaza de muerte recorre cada palmo del edificio. No fue un ataque directo, pero, por prevención, aprendió a defenderse. Lleva siete días aislada en la embajada de Cuba en Luanda. Los cadáveres recorren la plaza. Se posicionan ante ella y la lista deja de ser una página en blanco. Empieza la rutina: nombre, esquela y pertenencias. Sencillo y complejo a la par. Con una juventud prematura todos asimilamos, pero no somos capaces de aceptar los círculos del inframundo.
En la pantalla del televisor, la novela rueda su título. Le encantan las tramas de época y vaqueros, la música «vieja» y los informativos. En el sobre, de su puño y letra, las palabras salen frescas y despreocupadas: ¿Para qué contarle a mamá lo que ha pasado si a fin de cuentas los dos estamos a salvo? No hago nada con angustiar un corazón ávido de buenas noticias si, cuando llegue la carta, habrán pasado tres meses.
«Angola me hizo madurar. Cuando me fui no tenía ni idea de a lo que me iba a enfrentar. Me fortaleció como hija, como hermana. Hoy día, aún lo tengo como un recuerdo vivo. Esas son experiencias que hay que vivirlas para entender hasta dónde, como ser humano, somos capaces de tener valores para darles a otras personas y sacrificar muchas cosas por lo demás», indica María Raquel Castillo Herrera, Linda, para los niños de Angola.
Son las cuatro en la cotidianidad tardía. El pase de revista no espera. Agenda en mano, casa por casa, el diario compone la entrevista. Las caricias y los besos anteceden a la taza de café. Junto a su juventud llevó en la maleta el carácter y el coraje de quienes cultivan el amor y engendran su maravilla. Más que un ejemplo, Linda es el recuerdo vivo de esas miles de mujeres que asumieron el reto de liberar a todo un continente.