El viaje de un educador

Fiel a la máxima fidelista de que «sin educación, realmente no puede haber Revolución», Nemesio Falcón Abreu salió de la comunidad de Guillermo Llabre y durante 20 años, en muchas aulas, transmitió a los suyos conocimientos y valores.

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Yesdilidys Benítez Martínez, estudiante de Periodismo
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26 Febrero 2025

Nemesio Falcón Abreu es un maestro destacado en la comunidad de Guillermo Llabre,  en el municipio de Corralillo. Graduado del Instituto Pedagógico Makarenko, dejó en sus discípulos de la enseñanza primaria huellas inolvidables, no solo como educador, sino también como ser humano.

—¿Dónde y en qué año comenzó sus estudios?

—Estudié en Minas del Frío, Topes de Collantes y Tarará en los años 60, y realicé mis prácticas docentes en La Habana, Camagüey y Ciego de Ávila.

—¿Su anhelo siempre fue enseñar?

—Desde niño soñaba con eso, y al terminar sexto grado me incliné por el magisterio. A ello se le suman las ansias de mis padres por que estudiara una buena carrera.

—¿Cómo fue su formación como maestro? ¿Cuántos obstáculos afrontó para cumplir su meta?

Nemesio Falcón Abreu.
Nemesio Falcón Abreu.

—En aquella época la carrera de magisterio era muy dura, difícil. El primer año fue en Minas del Frío, recorriendo prácticamente todos los senderos por los que transitaron los rebeldes; entre ellos, Fidel, Raúl y el Che. Me hice militante de la Unión de Jóvenes Comunistas y tuvimos que escalar el Pico Turquino, que era una meta a cumplir para poder aprobar el primer año de la carrera.

«Llevábamos una vida de guerrilleros, teníamos que lavar la ropa en los ríos, sobe las piedras, y debíamos caminar mucho para prepararnos físicamente. Además, transportábamos materiales de construcción para San Lorenzo, donde se estaban construyendo las escuelas para los niños de la zona oriental del país.

«Luego, vine para la zona del Escambray, otro lugar de montañas con complicado acceso, donde también había que trabajar y estudiar mucho, porque lo mismo se sembraba que se recogía café en el tiempo libre».

—¿Cuándo fue la primera vez que impartió clases?

—La primera ocasión fue como parte de la práctica docente, en la escuela Adolfo Borel, en La Güinera, perteneciente al municipio de Diez de Octubre, en La Habana. Al año siguiente lo hice en la escuela Antonio Vázquez Parada, en Párraga, en el mismo municipio. Fueron los primeros dos cursos que ejercí como maestro de alumnos de primero, segundo y sexto grado.

—¿Cómo fue para usted esa experiencia de enfrentarse a un aula por primera vez y compartir con sus alumnos?

—Fue algo maravilloso, verdaderamente lindo, conmovedor, incluso, mejor de lo que imaginaba. En ese momento pude encontrar sentimientos nuevos por la profesión y fue cuando me di cuenta de que había nacido para enseñar.

—¿Dónde comenzó a trabajar después de graduado?

—Me gradué en el teatro Amadeo Roldán, de Tarará, en el año 1970, y el evento fue presidido por Raúl Castro. Ya graduado, vine para mi provincia, Las Villas en aquel entonces, y fui ubicado para cumplir el servicio social en el Escambray, en una escuela primaria de un lugar conocido por Mayarí, cerca de Topes de Collantes, donde estuve dos años impartiendo clases. Por mis buenos resultados fui estimulado con la posibilidad de cumplir el último año de servicio social en mi municipio, Corralillo, lo que me benefició mucho, porque en aquellos momentos ya estaba casado, tenía una niña chiquita y esa reubicación me permitió estar cerca de mi familia.

—Cuando regresó a su municipio, ¿ocupó algún cargo de dirección?

—Para ser sincero, ocupé más cargos de los que hubiese querido. Comencé el primer curso en el internado de sexto grado. Al terminar, fui promovido como director de la escuela José María Duarte Oquendo, de Motembo, donde estuve dos años. A continuación, pasé a la dirección de la «Zeneido Costa Llerena», en la cabecera municipal. Posteriormente, fui trasladado para dirigir la escuela Guillermo Llabre Romaní, en mi comunidad, y concluí mi período de profesor con la dirección del instituto preuniversitario en el campo José Luis Robau.

—¿Intentó superarse profesionalmente?

—Sí, intenté estudiar la Licenciatura en Geografía, pero por la lejanía y las condiciones del transporte no pude seguir y la dejé en tercer año. Además, en aquel entonces ya no trabaja en Educación, sino en el buró sindical de la Empresa Pecuaria.

—¿Cuántos años ejerció su profesión?

—Fueron alrededor de 20 años en diferentes enseñanzas y distintas escuelas.

—¿Su vida laboral afectó su vida personal?

—No, al contrario, yo diría que me benefició, porque me permitió tener un mayor nivel cultural, me brindó una vocación, la labor de mi vida, y también me sirvió para ofrecerle una correcta educación a mi hija.

«Ser maestro es un orgullo muy grande, y creo que todo el que tenga derecho a ser educado tiene el deber de contribuir a la educación de los demás. La mayor satisfacción que puede tener cualquier persona es ejercer el magisterio, ser un “evangelio vivo”, como dijo José de la Luz y Caballero. Es compartir tus conocimientos con los niños, los jóvenes y el pueblo en general. Colaboré impartiendo clases en las escuelas obrero-campesinas, en horario nocturno, y muchos de mis compañeros eran, al mismo tiempo, mis alumnos. Estoy satisfecho de haber participado en la educación de todas las edades y haber logrado llevar el pan de la sabiduría al pueblo».

—¿Qué opina sobre la educación actual?

—Creo que se sigue tratando de llevar adelante una educación excelente, como propósito de nuestra Revolución, una educación para todos y de calidad; pero existe un poco de desánimo en los maestros.  Tampoco hay la misma cooperación de los padres con las escuelas, y esto hace que prácticamente manden a los niños solo para cumplir un deber. Ya no existe el esmero de preparar a los niños como antes, tanto por parte de las familias como por los profesores. Es muy preocupante y se debe resolver a tiempo, porque la educación es la guía de nuestro país. Como dijo Fidel: «Sin educación, realmente no puede haber Revolución».

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