Cuando camina por los pasillos de la Facultad de Construcciones de la Universidad Central «Marta Abreu» de Las Villas, todos se detienen para saludarlo o hacerle una consulta. Siempre afable y dispuesto, disfruta cada conversación e instruye con solo pronunciar algunas palabras. Sus estudiantes y compañeros de trabajo lo tratan con el aprecio de fieles discípulos, en espera del consejo o la sabia sugerencia del maestro.
Desde pequeño, el profe Olivera tenía la facilidad de dibujar; en los trazos sobre el papel nació aquella diversión infantil que otros niños de su edad encontraban en los juegos más comunes. Los que apreciaron sus primeras caricaturas personales y costumbristas lo imaginaban estudiando en una escuela de arte; sin embargo, el imberbe dibujante también cultivaba interesantes motivaciones intelectuales.
En el preuniversitario especial Raúl Cepero Bonilla, de La Habana, aquel muchacho adquirió una sólida preparación que le valió para su posterior entrada a la enseñanza superior. Durante los cinco cursos que permaneció allí valoró diversas opciones de carreras universitarias, pero nunca ocultó su reticencia a la Medicina. La mayoría de sus compañeros optaron por ingenierías, Física Nuclear, Bioquímica y otras especialidades de las ciencias exactas. «Cuando yo dije Arquitectura, fue un rayo en medio de una tormenta. Muchos me preguntaron si estaba loco», recuerda.
El ingreso de Olivera a la universidad capitalina le permitió acercarse a los más grandes referentes del gremio en el país. «Pienso que mi formación fue muy buena. Estoy muy satisfecho por los profesores que tuve, arquitectos que hoy se estudian por su obra arquitectónica y su docencia», asegura.
Tras cinco años y medio de carrera, se graduó como primer expediente de su generación. Aunque le propusieron incorporarse al claustro docente de la propia alma mater, él aspiraba a un desempeño más práctico, en el que pudiera aplicar lo aprendido en la academia.
El amor lo hizo abandonar la agitada capital para trasladarse a la entonces provincia de Las Villas, donde vivía su esposa. Aquí comenzó su vida laboral: «En aquel momento no existía el Ministerio de la Construcción, sino el Sector de la Construcción. Me ubicaron en la Empresa de Proyectos de Desarrollo de Edificaciones Sociales y Agropecuarias, y estuve proyectando durante más de un año», afirma.

La inserción en las tareas profesionales representó un cambio en las rutinas. Olivera recuerda que, en sus misiones iniciales, le exigían mayor rapidez en la realización del trabajo, pues debía adaptarse a las dinámicas arquitectónicas vinculadas directamente a las necesidades sociales. En aquel momento tuvo a su cargo el diseño de una agencia bancaria y edificios para empresas.
En el año 1977 lo designaron para impartir clases, como profesor a tiempo parcial, en la naciente carrera de Arquitectura de la UCLV. Tal vez llevaba en los genes la pasión por el magisterio que había cultivado su madre, o quizás influyó la experiencia como repasador de sus compañeros en la Universidad de La Habana. «Me atrajo mucho la docencia. A la primera graduación, en 1978, ya yo le había impartido varias asignaturas», expresa.
Desde entonces, el hoy Dr. Arq. Andrés Olivera ha transitado por todas las disciplinas académicas de su área. La experiencia le ha permitido crear su propia filosofía en el aula: «Priorizo la comunicación con el estudiante y lo trato de la manera más llana posible. Doy muchas oportunidades para que participe, soy muy intranquilo y dinámico en las clases», confiesa.
Al cabo de algunos años en el desempeño docente, el flamante profesor universitario se interesó también por la investigación. «Algunos de nosotros empezamos tempranamente a pensar en un grado científico. En aquel momento se llamaba candidato a doctor, siguiendo la norma soviética. Mis trabajos de diploma comenzaron a ser muy investigativos, y los estudiantes se percataron de que debían esforzarse, pero aprendían en su desarrollo», asegura.
Sin abandonar su formación doctoral, Olivera ocupó diversas responsabilidades. Unos meses después de haber iniciado su trayectoria profesoral, ya era jefe del entonces Departamento de Tecnología de la Construcción. «Era una etapa conocida por el metodologismo, en la que la universidad estaba cimentando todos los sistemas. Se exigía la metodología del trabajo y se aprendía mucho en cada proceso».
Luego fungió como vicedecano, decano y vice rector de Investigaciones y Posgrado de la UCLV. Este último cargo lo obligó a nutrirse de toda el trabajo científico de una institución donde esta labor avanzaba considerablemente. Durante su desempeño recorrió centros investigativos, participó en la producción de bioactivos furánicos y biotecnología vegetal, y se vinculó a otras especialidades muy distantes de su área profesional.
En 1992 asumió como secretario del Comité Universitario del Partido Comunista de Cuba, tarea que ocupó durante cuatro años. Más adelante llegó la difícil misión de ser rector de la casa de altos estudios villaclareña. A pesar de la compleja carga de trabajo, nunca abandonó la arquitectura. «Siempre estuve pendiente de todo lo relacionado con la carrera e, incluso, tenía dos aspirantes a doctores que adquirieron el grado científico satisfactoriamente», afirma.
Tras varios años de dirección, el profe Olivera regresó a su facultad y allí permanece como un referente para sus estudiantes y compañeros. Con la experiencia sobre sus hombros, hoy asegura que «no se puede ser arquitecto sin creatividad ni cultura general. «Es una profesión muy horizontal, que te permite llegar a otras áreas cercanas con cierta facilidad», expresa.
El talento de este destacado profesional le ha valido para obtener múltiples distinciones y reconocimientos. Aunque confiesa sin reservas que para él los galardones no representan mucho, el reciente Premio Nacional Vida y Obra de Arquitectura 2025 le provoca gran satisfacción y lo motiva a seguir formando a las jóvenes generaciones.
Hombre familiar y sencillo, el profe Andrés Olivera transmite calma y coherencia con cada palabra. En su mesa de trabajo quizás se pueda encontrar alguna caricatura que dibuja en el tiempo libre, acompañada por el libro más actualizado sobre el tema de su próxima clase. Entre la meticulosidad y el aplomo emerge un ser humano de valores y voluntades; un profesional que, como buen arquitecto, siempre busca el mejor plan y el mejor plano para el proyecto de su vida.