
Algunos piensan que el Dr. C. José Manuel Cartaya Irastorza sonríe poco. La foto muestra una arista diferente, aunque confiesa que no es muy adicto al arte de reír. Lo asocia al carácter de cada persona, mas lo cierto es que todo tiene momentos en su justo medio y esos son los que sabe equilibrar el galeno.
Hay 55 años vividos entre las paredes del santaclareño hospital pediátrico universitario José Luis Miranda, de caminar por los largos pasillos en esa especie de laberintos, de tomar decisiones directivas por años que entendía eran las más justas hasta que un día se jubiló y el propio tiempo lo hizo retornar.
Recuerda que llegó al centro como interno casi a finales de la década de los 60 luego de cursar los años de estudios en La Habana. Una vez aquí hizo su quinto curso en Medicina vinculado a la pediatría hasta que logró la residencia por vía directa y luego vino el postgraduado, con tres años de estancia en Sancti Spíritus.
En su repaso profesional, abril de 1976 lo retornó a la institución para ejercer la vicedirección pediátrica y dos años más tarde lo promueven a la máxima directiva del centro, sin contar el tiempo cumplido en misiones.
Si de evocaciones se trata, es de los que consideran importante recordar cada momento. «Ya sea malo o bueno, y algunos por muy desgarradores que resulten dejan enseñanzas».
En este contraste vivió tiempos muy gratos y otros difíciles; sin embargo, en él prevalece que le tocó enfrentar la epidemia de dengue hemorrágico cuando el mes de mayo de 1981 casi llegaba a su final.
«La asumimos entre todos, una de las etapas más complejas, verdaderamente histórica. Llegó de súbito. Se montó una Sala de Terapia Intensiva en apenas 72 horas con 15 aires acondicionados provenientes de La Habana ante la tradicional que resultaba muy pequeña y con poca capacidad».
Aquellas vivencias aún se mantienen en su mente como una pesadilla que no puede apartar, aunque trate de imaginar otro entorno. El hospital atendió a los infantes marcados por la gravedad que requerían cuidados extremos.
Nadie quisiera recurrir a cifras, sobre todo la de aquellos 101 pequeños cubanos que fallecieron en el país como consecuencia de la epidemia.
«Creo que para nuestro personal fue el mayor reto entre los enfrentados. No me atrevería a decir que el más difícil, pero sí una etapa de tensiones a cada minuto».
El mundo de las publicaciones también ha recibido el aporte del galeno. Una de ellas relacionada con el llamado choque séptico pediátrico, escenario peligroso que puede resultar mortal y requiere atención médica inmediata, o el síndrome del distrés respiratorio agudo en el niño (SDRA), cuya terapéutica representa uno de los mayores avances aplicados en los cuidados respiratorios.
La imagen y el quehacer del Dr. Cartaya no se circunscriben solo al plano asistencial y a las directivas generadas detrás de un buró. Cuentan sus compañeros que ante necesidades de habilitar camas para incrementarlas en las salas se le vio, martillo en mano, como un reparador, mientras otros lo señalan entre los inversionistas y proyectistas de objetos de obra incorporados al edificio en las últimas etapas.
Una semblanza de otro integrante de los que forman parte de la historia del hospital de la infancia en sus 65 años a cumplir. Un médico entre los tantos que piensa y suscribe lo que un día plasmó Martí al referirse a sus príncipes enanos: «Queremos que nos quieran, que nos sientan, pero en boca del corazón».
Entonces, que florezca el bien y que esos corazones lleguen a sentirlos sus destinatarios sanadores.