
Cuidar de un niño es, simplemente, un acto de amor. Velar por la estabilidad de su cuerpo y alma trasciende los límites del hogar. Una fiebre repentina, una tos incesante o, incluso, esa postura cabizbaja que delata un cambio en su estado anímico…
Esos y otros signos preocupan y desvelan a los padres; sin embargo, existen seres casi mágicos que, sin más capas que una bata blanca, logran devolver la alegría y la esperanza. En el cuello, un estetoscopio; en el rostro, una sonrisa, y en el alma, la combinación más pura de humanismo y empatía. Mamá y papá los llaman pediatras, pero el infante puede encontrar en ellos la figura de un héroe, un sanador, un amigo.
Próximo a cumplir 65 años de fundado, el hospital pediátrico universitario José Luis Miranda, de Villa Clara, ofrece servicios encaminados a cuidar y preservar la salud de aquellos que saben querer. Un grupo de profesionales llega cada día a las salas y consultas para cumplir el deber sagrado que los convoca desde que iniciaron el hermoso y complejo camino de la especialidad. Más allá de la atención asistencial, la docencia constituye otro motor de vida. A propósito de los desafíos, las experiencias y momentos de satisfacción, Vanguardia conversó con varios médicos que han hecho de la pediatría, y continúan haciendo, la misión más noble y arriesgada de su existencia.
Fundador y maestro
Tomás Fermín Pérez Rodríguez confiesa que se convirtió en pediatra por amor. El profesor principal de Pediatría y máster en Atención Integral al Niño se graduó de la Universidad Central «Marta Abreu» de Las Villas en 1970. Como alumno, formó parte del primer curso de la Escuela de Medicina de Santa Clara.

Varios retos acecharon al doctor Tomás; entre ellos, ejercer la pediatría mientras se desempeñaba como director del hospital de Placetas. Formado a través de la modalidad de Internado Vertical, Pérez Rodríguez transitó, además, por la cirugía pediátrica, y en 54 años de servicio ha transmitido sus conocimientos a varias generaciones.
«Cuando me gradué de especialista fui nombrado jefe de los servicios de Respiratorio, área que prácticamente formé. Tuve varias superaciones en hospitales de La Habana y en centros extranjeros para adquirir habilidades en el manejo de esas patologías. Fue un desafío grande, porque era luchar para poder enaltecer, dentro de la pediatría, el sistema respiratorio».
El profe Tomás también recuerda las dos décadas de trabajo en Terapia Intensiva: «Viví muchas experiencias importantes, muchos niños que pudimos salvar y otros que no. La muerte de un pequeño es lo más doloroso que puede existir, lo sentimos como si fueran nuestros propios hijos».
Pero, sin duda, una de las experiencias que han calado con mayor impacto en el ejercicio de su profesión ha sido la atención a pacientes con fibrosis quística.
«Se trata de una enfermedad rara que, en el caso de Cuba, tiene una incidencia de un enfermo por cada 5000 nacidos vivos. Cuando empezamos a trabajar con ese padecimiento, fuimos a La Habana, a la entonces Checoslovaquia y a España, con el objetivo de prepararnos y conocer bien la enfermedad. Creamos aquí nuestro núcleo de fibrosis quística y comenzamos a transmitir los saberes adquiridos a todas las generaciones que se han formado desde entonces y hasta la fecha.
«Siempre fui docente, ya que tuve esa categoría desde que me gradué como especialista. Ese rol me ha gustado mucho. Aún ejerzo la docencia, atiendo el pregrado como profesor principal de la asignatura de Pediatría y llevo todo el montaje de la formación de alumnos y especialistas».
Para el doctor Tomás Pérez Rodríguez, lo más gratificante de su profesión radica en su labor salvando niños, a lo cual suma los empeños para formar médicos, una doble contribución que hoy le provoca una gran satisfacción.
Pediatra en todas sus vidas
«Le puedo asegurar que si volviera a nacer, si volviera a estudiar y tuviera, nuevamente, la oportunidad de pedir una especialidad, sería Pediatría. Me fascinan los niños».

Así abre su corazón Juana María Portal Orozco, quien rotó por todas las especialidades de la medicina en busca de lo que sería su gran pasión. Discípula de Tomás Pérez, la doctora recuerda nombres que influyeron en su crecimiento profesional; algunos ya fallecidos, como el inolvidable Dr. Francisco Sánchez y la Dra. María del Carmen Cordero, aunque con especial devoción rememora las enseñanzas de la excepcional oncohematóloga Berta Vergara.
«¿Qué cualidades nos deben caracterizar? En primer lugar, el amor y la entrega diaria, no solo hacia el niño que está enfermo; nosotros le debemos constantemente una explicación a la familia. Hay que estudiar todos los días, mantenerse activo. A veces te llaman sábado, domingo, a cualquier hora del día o la noche, para revisar una radiografía, para saber qué nos parece, qué vamos a indicar. Entonces, dialogamos y llegamos a un acuerdo».
La especialista en atención al sistema respiratorio, quien llegó a ese servicio en 1993, por invitación del Dr. Tomás Pérez García, resalta el valor de la discusión de los casos en colectivo durante los pases de visita, lo que define como la actividad docente-asistencial más importante. A decir de la Dra. Portal Orozco, esa dinámica de trabajo contribuye de manera significativa al aprendizaje de los más jóvenes.
«Ahí es donde el estudiante aprende a palpar, a interrogar, a auscultar, a examinar, a hacer un diagnóstico. Los docentes estamos para orientarlos. En ese pase de visita ya se formulan planteamientos sindrómicos, gnoseológicos, y de esa manera aprenden. No hay asistencia sin docencia, y viceversa. Enseñar a las nuevas generaciones, que, como decimos en buen cubano, llegan en pañales, implica encaminarlos, aportarles tus experiencias, evaluarlos, brindarles apoyo en cuanto a la base material de estudio actualizada, protocolo… Eso me fascina».
Graduada en 1985, la Dra. Juana María ha atravesado situaciones complejas, como su servicio social en Sagua la Grande; etapa que, sin duda, significó una escuela, pues se enfrentó muy joven a niños con urgencias médicas, ahogamientos y politraumatizados, entre otras dificultades.
«Estar frente a un pequeño para mí no tiene comparación. Cada mañana vengo a dar lo mejor de mí. Lo disfruto. Cuando son lactantes se ríen con nosotros, interactúan, te ponen los piececitos encima, agarran el esteto, lloran… Es muy lindo. Resulta muy triste cuando están graves, pero es bueno ver que evolucionan, que la familia se vaya contenta y el niño sonriendo. Eso no tiene precio».
El lenguaje universal de los niños
A casi 40 años de ejercicio, la Dra. Norma Gómez García guarda memorias del Internado Vertical en Caibarién y otros momentos que la han marcado. La infectóloga se inclinó por la Terapia Intensiva y, a partir de 2006, ingresó al Diplomado Nacional de Infectología Pediátrica, pues las infecciones se anunciaban como la principal causa de morbilidad y mortalidad infantil.

Gómez García explica que la infectología se relaciona con las características del medio ambiente, los cambios demográficos, la prematuridad, el bajo peso, etc. Dichos factores han golpeado en Cuba y Villa Clara, pero también en el mundo entero. A propósito de su especialidad y la más reciente pandemia global, declara:
«Nosotros marcamos un antes y un después de la pandemia. No es el mismo paciente el de antes de la COVID-19 que el de después, porque esa persona ha quedado con una serie de alteraciones en varios sistemas, no solamente en las respuestas inmunológicas, sino que se han presentado afectaciones en órganos diana, como el corazón», explica.
La Dra. Norma resalta el trabajo conjunto con el Dr. Tomás Pérez en el claustro de la maestría en Atención Integral al Niño, donde se han podido formar 48 másteres en el período de 2016 a 2023.
«Forjar nuevos infectólogos es importante. A veces decimos (mal dicho): “En mi tiempo”… No, mi tiempo fue aquel, pero mi tiempo también es este, porque estoy aquí todavía. Siempre he dicho que pueden contar conmigo para lo que sea. Se es médico a cualquier hora y momento».
Gómez García asegura que el galeno cubano destaca por su sacrificio, y eso está probado a nivel internacional: «No hablo de una falacia, no es pura fantasía, lo constatas cuando llegas a otro lugar».
Si bien los servicios en Caibarién la retaron en su juventud, una misión en Mozambique también puso a prueba sus capacidades. Junto a otros colegas cubanos y extranjeros, trabajó en condiciones extremas y, más que el reconocimiento, tuvo la alegría de lograr que en meses no hubiera fallecimientos en una inmensa sala de Pediatría con más de 80 pacientes. «A veces nos topamos con cuestiones subjetivas o malinterpretadas que buscan apagar el brillo que ha tenido y tiene la medicina cubana», reflexiona.
«Una última anécdota: cuando llegué a Mozambique no sabía nada de portugués. Conocí a una colega, de Sancti Spíritus, que se encontraba allí en su tercera misión en África. Le dije: “¿Qué hago para comunicarme con las madres y los niños? Tenemos que hablar e interrogar”. Jamás olvidaré su respuesta: “Los niños tienen un solo lenguaje”. En realidad, así fue. Por la forma en que te miran y sonríen, escuchando su llanto, verificando si se alimentan bien o no… Ellos no necesitan decir nada más. Hablan un solo idioma, y es internacional».
Neonatos y cirugías
Tres décadas como cirujano pediatra han guiado el quehacer de Abel Armenteros García, jefe del Grupo Territorial de Cirugía Neonatal y quien comanda, además, el servicio de Cirugía Pediátrica.
«Me gratifica la cantidad de niños con anomalías congénitas que hemos podido salvar, lo cual antes no era posible. Somos un centro regional que incluye, además de Villa Clara, las provincias de Cienfuegos, Sancti Spíritus y Ciego de Ávila. Entonces, hemos formado residentes de todos esos territorios a lo largo de los años.

«Esta especialidad se hace bastante difícil porque estamos hablando de neonatos, niños que a veces no pesan ni 1000 gramos, a los cuales muchas veces hay que someter a intervenciones de gran complejidad. Encontramos cavidades muy pequeñas, muy estrechas, órganos igualmente pequeños. Siempre es un gran reto, genera mucho estrés quirúrgico y lleva dedicación».
Armenteros García lleva sobre los hombros y en el alma la sobrevida de un neonato. No recuerda una experiencia difícil en particular, debido a que todas han sido arduas. Detalla que la cirugía se lleva a cabo sin aire acondicionado, sudando durante horas, pues el pequeño no se puede enfriar. Asimismo, reconoce que una de las partes más difíciles es el momento de la comunicación con las familias:
«Resulta complicado informar a la madre o el padre, generalmente jóvenes, que su niño se ha sometido a una cirugía muy grande y el resultado no siempre es el que esperamos. La pediatría es un área en extremo sensible y no siempre justamente reconocida, y la cirugía neonatal lleva el doble de esa sensibilidad».
Según el Dr. Abelito, como lo conocen todos, este servicio está conformado por un equipo multidisciplinario que incluye a los anestesiólogos, como brazo derecho de los cirujanos; los neonatólogos, las enfermeras, tanto del salón de operaciones como de Terapia Intensiva, y los pediatras, que asumieron la cirugía neonatal hasta hace poco.
Asimismo, el cirujano enfatizó la labor de las radiólogas, puesto que perfilan el diagnóstico, que puede ser tanto prenatal como posnatal. Para Armenteros, los resultados en la actualidad proporcionan regocijo, pero se debe seguir trabajando para que sean aún mejores.