¿Es posible que personas separadas por miles de kilómetros encuentren un espacio común para compartir sus creencias y puntos de vista? Hace varias décadas resultaba impensable responder afirmativamente esta pregunta; sin embargo, el desarrollo de las tecnologías de la información y la comunicación propició un cambio acelerado en las formas de intercambio. A su vez, las dinámicas en las redes digitales reconfiguraron las relaciones de un mundo interconectado en el que cada vez surgen nuevas manifestaciones de socialización.
La aparición de grupos virtuales constituye una arista peculiar del ecosistema comunicativo contemporáneo. Además de la similitud de intereses, concepciones y actitudes entre sus miembros, en la formación de estos influyen la interdependencia, la estructura y la identidad social. También proveen a los individuos de sentido de pertenencia, asignan roles y consolidan categorías como el género, la generación, la nacionalidad y las preferencias culturales.
Si bien podemos localizar en las plataformas espacios de intercambio dialéctico sobre múltiples temas y apreciaciones, hoy resulta preocupante el auge de algunos grupos defensores de conductas insólitas y extremistas. De acuerdo con Maylen Villamañan Alba, Dra. en Ciencias Sociológicas y en Criminología, y profesora del Departamento de Psicología de la Universidad Central «Marta Abreu» de Las Villas (UCLV), el surgimiento de este tipo de grupos se encuentra condicionado por la diversidad social, la democratización virtual y la creciente variedad de puntos de vista en los entornos digitales.
«La existencia de prácticas emergentes que pueden ser consideradas distintas o polémicas en relación con el estatus, el sistema social y las normas preestablecidas puede entenderse como expresión de rebeldía; pero también, como resultado de la contemporaneidad y la fragmentación que se genera y a veces se estimula en las propias redes», expresa a Vanguardia la Dra. C. Villamañan Alba.
Desde el entendimiento clínico es importante distinguir entre una conducta extravagante y una afectación mental. La pertenencia a estos grupos con creencias radicales no obedece necesariamente a una patología subyacente, aunque puede ser un síntoma o un factor de riesgo. Así lo confirma la Lic. Marena Hernández Lugo, docente e investigadora de la UCLV y especialista en el Centro de Bienestar Universitario de la casa de altos estudios villaclareña.
«La psicología explica las adhesiones extremas a través de mecanismos grupales como la identidad social, la disonancia cognitiva y la presión de conformidad; sin embargo, en algunos individuos la participación excesiva puede estar impulsada por trastornos preexistentes. El grupo actúa como un campo de cultivo que potencia y da forma a estas predisposiciones individuales, pero rara vez es la única causa», añade la Lic. Hernández Lugo.
Durante los últimos tiempos, las plataformas digitales han tenido mayor presencia de estos movimientos, que aprovecharon el contexto para expandir sus concepciones y sumar nuevos adeptos. Algunos, incluso, han superado los límites del entorno virtual para acometer acciones reales en defensa de sus creencias. Entre ellos se encuentran el free bleeding y el sasaeng.
Por una menstruación libre
Ocultar las evidencias del ciclo menstrual ha resultado siempre una práctica cotidiana para la mayoría de las mujeres; sin embargo, no todas asumen esa concepción dictada por la sociedad. Desde hace algunos años surgieron varios grupos virtuales que abogan por el sangrado libre o free bleeding.
Fue en la década de los años 70 cuando el hábito de dejar fluir la regla de forma natural adquirió carácter feminista y empoderador, como protesta a la aparición de casos del síndrome de choque tóxico asociado al uso de tampones. Así lo explica al diario español La Vanguardia la psicóloga y socióloga Montse Iserte, defensora e integrante de este movimiento.

Según declara María Karla Gerada Pérez, estudiante de Psicología en la UCLV e investigadora del tema, el sangrado libre promueve un proceso de empoderamiento individual donde las practicantes buscan superar la vergüenza y los estigmas históricamente relacionados con la menstruación. Además, fomenta un mayor autoconocimiento, al incentivar en las mujeres el deseo de conectar con los ritmos naturales de su cuerpo y sentirse cómodas con sus funciones biológicas.
«Desde la perspectiva sociológica, el movimiento constituye una forma de activismo y protesta visual que utiliza la visibilidad de la sangre para desafiar tabúes arraigados en la cultura y exigir cambios estructurales, como la eliminación del “impuesto rosa” sobre los productos de higiene. A su vez, crea comunidades de solidaridad, especialmente en redes sociales, donde se comparten experiencias y se normaliza el diálogo abierto sobre la regla, en las cuales se incluye a personas trans y no binarias», comenta Gerada Pérez.
La estudiante de Psicología también considera que los principios de estos grupos resultan claros e interconectados. Entre ellos se encuentra la naturalización, que busca desmontar la narrativa de que la menstruación es sucia y pecaminosa. A lo anterior se suma la conciencia y sostenibilidad ambiental, que critica y pretende reducir los residuos no biodegradables generados por los productos menstruales desechables.
Igualmente, las practicantes promueven la equidad económica, al protestar contra la carga financiera que representan las compras del aseo y visibilizar el problema de la pobreza menstrual. Además, se sustentan en la autonomía corporal, pues defienden el derecho de cada mujer a elegir cómo gestionar su período sin imposiciones comerciales, sociales o culturales.
Según la Lic. Marena Hernández Lugo, «el free bleeding, como elección política o activismo feminista, es una conducta contestataria no patológica. El problema surge cuando la acción se desvincula del discurso ideológico y se manifiesta como una compulsión. En este último caso, podría ser un síntoma de un trastorno subyacente; por ejemplo, una manifestación de una negación patológica del propio cuerpo, un acto de autosabotaje o autolesión no suicida para manejar un dolor emocional insoportable o un síntoma dentro de un cuadro de trastorno de identidad disociativo».
Aunque el movimiento se basa en criterios científicos, como la eliminación del riesgo del mencionado síndrome de choque tóxico y la ausencia de sustancias químicas nocivas, la medicina defiende la importancia de la higiene durante el ciclo menstrual. Según refiere a Vanguardia la Dra. Heidy Soto Otero, especialista de primer grado en Medicina General Integral, y en Ginecología y Obstetricia, y jefa de la consulta de Reproducción Asistida en el hospital materno Mariana Grajales, la sangre es fuente de infecciones como la hepatitis B y C, el VIH, entre otras; por tanto, dejar que circule libremente pone en peligro a los demás.
Fanatismo sin límites
Unido al crecimiento de la cultura pop surcoreana —más conocida como K-pop—, se ha radicalizado una arista preocupante del fanatismo: los grupos sasaengs, que han convertido sus gustos e intereses en desmedida obsesión. Los orígenes de este fenómeno se remontan a la década de los 90, y el término que lo define proviene de las palabras coreanas sa (privado) y saeng (vida).
Masiel María Oramas Herrera, también estudiante de Psicología en la UCLV, afirma que los miembros de este movimiento practican una fijación permanente hacia el ídolo, que los lleva a reorganizar sus vidas alrededor de esa figura. A ello se suma la dependencia emocional, pues muchos consideran al artista su principal fuente de sentido y validación. Aunque son conscientes de que sus actos transgreden lo ético y legal, los justifican como muestras de amor verdadero.
«Los sasaengs emplean tácticas invasivas, persistentes y, en muchos casos, ilegales para alcanzar su objetivo fundamental: acercarse física o simbólicamente al cantante de la industria K-pop. Estas acciones mantienen una escalada sistemática que va desde conductas de seguimiento hasta delitos graves», explica la joven investigadora Oramas Herrera.
Entre las prácticas más frecuentes de los grupos aparecen el acecho en espacios públicos como aeropuertos y hoteles, la persecución de los vehículos de los ídolos, el jaqueo de cuentas privadas y el acceso no autorizado a teléfonos o correos electrónicos. Además, existen ejemplos de suplantación de identidades, intentos de envenenamiento y agresiones físicas, e, incluso, secuestros en plenos conciertos.
Según refiere la Lic. Hernández Lugo, el movimiento sasaeng —con una fuerte necesidad de reconocimiento— «trasciende el fanatismo y se sitúa en el espectro del trastorno de la conducta. No es un diagnóstico en sí, pero presenta una comorbilidad muy alta con patologías específicas». La especialista también insiste en el impacto psicológico que ocasionan los fanáticos en los artistas del K-pop, con criterios para ser considerado victimización por acoso.
El auge de grupos como el free bleeding y el sasaeng trae consigo modificaciones en el intercambio social contemporáneo. Las plataformas digitales han permitido su expansión y ahora el mayor desafío es estudiar su desarrollo. Una vez más quedan demostrados la versatilidad y el poder de las dinámicas virtuales.
Pies de fotos:
Foto 1: Con la expansión global de la cultura K-pop, las conductas sasaengs también se han impuesto en otros países. (Foto: Tomada de Internet)
Foto 2: Las practicantes del sangrado libre lo consideran una forma empoderada y positiva de enfrentarse a la realidad. (Foto: Tomada de Internet)