Familia Santamarí­a Cuadrado: la vida detrás de la historia

La historia de la familia Santamarí­a Cuadrado desde sus orí­genes españoles hasta los hechos heroicos protagonizados por los cinco hermanos.

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Familia Santamaría Cuadrado
La familia Santamaría Cuadrado en la sala de su casa en Encrucijada. De izquierda a derecha: Abel, Aida, Benigno, Ada, Joaquina, Haydée y Aldo. (Fotocopia Ramón Barreras. Cortesía Museo Casa Natal Abel Santamaría).
Narciso Fernández Ramí­rez
Narciso Fernández Ramí­rez
@narfernandez
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22 Junio 2017

Procrear una familia es un don que nos da la naturaleza. Educarla y convertir a los hijos en hombres y mujeres de bien requiere de un enorme esfuerzo, dedicación sin lí­mites, amor inconmensurable.

La familia Santamarí­a Cuadrado logró ambas cosas. Fruto del matrimonio entre los españoles Benigno Santamarí­a Pérez y Joaquina Cuadrado Alonso nacieron cinco hijos: Abel, Haydée, Aldo, Aida y Ada. Todos se convirtieron en seres humanos capaces de sentir en la mejilla propia el dolor ajeno, y de luchar contra todo tipo de abuso.

Abel fue el segundo jefe de los sucesos del Moncada. El alma del Movimiento, al decir de Fidel, y el más querido, generoso e intrépido de los jóvenes que en la madrugada del 26 de julio de 1953 intentaron tomar el cielo por asalto.

Haydée pasó a la posteridad como la Heroí­na del Moncada, y hasta su trágica muerte, el 28 de julio de 1980, fue un pilar de la Revolución en el campo de la cultura y la solidaridad internacional, al frente de Casa de las Américas.

Aldo, el otro varón del matrimonio Santamarí­a Cuadrado, formó parte del primer grupo internacionalista que marchó a Argelia en 1963 y se convirtió en Vicealmirante de la Marina de Guerra Revolucionaria.

Aunque no tuvieron la relevancia polí­tica de los demás hermanos, Aida y Ada también dieron su aporte al proceso revolucionario y de manera consecuente lo defendieron hasta el final de sus vidas.

Benigno, de Prexigueiro; Joaquina, de Salamanca

Benigno, el patriarca de la familia, junto a su hijo Abel (Fotocopia Ramón Barreras. Cortesí­a Museo Casa Natal Abel Santamarí­a).

Como los padres de José Martí­ Don Mariano y Doña Leonor, como Don íngel, el padre de Fidel Castro, los progenitores de los Santamarí­a Cuadrado también provení­an de España.

De Prexigueiro, en Galicia, salió un dí­a el joven Benigno  Santamarí­a Pérez, nacido en 1896, en busca de mejor fortuna. Mientras de Salamanca, con similares aspiraciones, partió con su familia Joaquina Cuadrado Alonso, quien habí­a venido al mundo el 2 de abril de 1902.

En Cuba se conocieron, y en Encrucijada, localidad rural de la entonces provincia de Las Villas, asentaron su hogar. Allí­ florecerí­a el amor que les unirí­a toda la vida. Se casaron en el año 1920.

Fue Benigno una persona de pocas palabras, pero muy humano. Sus contemporáneos lo describí­an como un hombre alto de estatura y de complexión fuerte; de nariz prominente y algo cargado de hombros. El hijo de gallegos, y gallego él mismo, ahora aplatanado en Encrucijada, se hizo carpintero, un buen carpintero solicitado por pobladores y vecinos.

Joaquina era la clásica matriarca: la ama de casa dedicada por entero al marido y la crianza de los hijos, una mujer amable y cariñosa, pero temperamental, como buena salmantina.

Asentados en una casona de madera, situada en una céntrica esquina encrucijadense, fundaron un hogar humilde, pero muy unido. El propio Benigno elaborarí­a y tallarí­a los muebles, con sus manos de ebanista fino.

Años después se mudaron al batey del central Constancia hoy, Abel Santamarí­a, donde Benigno ejerció de maestro carpintero, un cargo de importancia dentro de la jerarquí­a de un central azucarero que aún usaba un porciento importante de madera en sus diversos procesos productivos: «Con el serrucho y el metro hací­a lo que le daba la gana », afirmaba Antonio Polito Cabrera, quien trabajó bajo sus órdenes.

Niurka Martí­n Santamarí­a, hija de Aida, recuerda la ternura de su abuelo: «Era de las personas que más he querido en la vida. Lo veí­a hermoso, con unas manos lindas, suaves. Me defendí­a en todo y no dejaba que me regañaran. Me sentí­a protegida por él ».

El 29 de julio de 1937, Benigno renunció a la ciudadaní­a española y optó por la cubana, según consta en documento original existente en el Museo Casa Natal Abel Santamarí­a. Falleció en 1964.

Joaquina nunca quiso irse del central. A los hijos y nietos los iba a ver a La Habana por temporadas y luego, invariablemente, regresaba a su casa del batey, donde era querida y venerada por todos.

De cuándo conoció a Fidel es la siguiente anécdota, narrada por Ligia Trujillo, viuda de Aldo Santamarí­a: «Joaquina me contaba que el dí­a que Abel le presentó a Fidel en el apartamento habanero de 25 y O le preguntó qué le habí­a parecido su amigo. Ella le dijo: “No me gusta”, y al indagar Abel el porqué, le respondió: “Porque es el único hombre que te empequeñece a ti”.

Otra anécdota que da una cabal idea de la recia personalidad de Joaquina, la contaba Margot Machado. Recordaba Margot que cuando murió su hijo, el mártir Julio Pino Machado, Joaquina se le apareció en la funeraria rodeada de policí­as y le dijo: «Yo no pude enterrar a mi hijo, pero quiero ayudarte a enterrar el tuyo, ¡vamos! », y cuando los esbirros de la dictadura trataron de impedirlo, «me tomó del brazo y bajó conmigo las escaleras de la funeraria hasta la calle, acompañándome hasta el cementerio local ».

Después del triunfo de la Revolución los vecinos del central la recuerdan participando en las labores de la Federación de Mujeres Cubanas, en trabajos voluntarios y otras tareas afines. Le gustaba sentarse en el portal de la casa y conversar con los niños sobre su hijo Abel. La madre de los Santamarí­a Cuadrado murió el 16 de octubre de 1977, harán ahora  40 años.

Haydée,  Yeyé

Joaquina abraza a su hija Haydée a la salida de la cárcel de mujeres de Guanajay, en donde la Heroí­na del Moncada cumplió seis meses de prisión por su participación en las acciones del 26 de julio de 1953. (Fotocopia Ramón Barreras. Cortesí­a Museo Casa Natal Abel Santamarí­a).

Nació el 30 de diciembre de 1922. Resultó siempre la más apegada a Abel, y tras su idolatrado hermano marchó a La Habana. En el apartamento de 25 y O, en el Vedado, ofreció refugio seguro al núcleo inicial de los futuros moncadistas. Nadie como ella penetró en el espí­ritu soñador de Abel, a quien consideraba la persona más brillante y capaz que existí­a; al extremo de rechazar al inicio a Fidel, porque Abel le habí­a dicho que era más grande e inteligente que él. Eso le llevó tiempo asimilarlo, hasta que comprendió que tení­a razón.

Pero cuando Yeyé, como era conocida, llegó a esa convicción fue una ferviente e incondicional admiradora del lí­der del Movimiento. Del libro Haydée, hace falta tu voz es este relato: «Una de sus caracterí­sticas más destacables fue su fidelidad extrema a Fidel. En carta desde la cárcel de Guanajay a sus padres, Haydée escribí­a: “Mamá, Abel no nos faltará jamás. Mamá, piensa que Cuba existe y Fidel está vivo para hacer la Cuba que Abel querí­a. Mamá, piensa que Fidel también te quiere, y que para Abel, Cuba y Fidel eran la misma cosa, y Fidel te necesita mucho”.

Nunca pudo hablar en pasado de su hermano. Ni de Boris Luis Santa Coloma, su novio asesinado también en el Moncada. El diálogo con los esbirros, cuando le mostraron el ojo ensangrentado de Abel, la inmortaliza en la Historia de Cuba. También su actitud cuando aquellas bestias le informaron que habí­an matado al entrañable hermano y a su novio. Siempre supo que no habí­an muerto, porque «morir por la Patria es vivir », tal y como les respondiera a aquellas hienas vestidas de uniforme.

Fidel, en el alegato de autodefensa La Historia me Absolverá afirmarí­a, con justeza, que nunca se puso en un lugar tan alto de heroí­smo y dignidad el nombre de la mujer cubana.

Vivió traumatizada por lo visto y sufrido en las mazmorras del cuartel. Afirmaba el poeta Cintio Vitier que la muerte fue con Haydée desde el último disparo del Moncada. No obstante, su contribución a la ulterior lucha insurreccional que condujo al triunfo el 1ro de enero de 1959 resultó en extremo valiosa.

Imposible mencionar la Casa de las Américas sin hablar de Yeyé. A su instancia Silvio Rodrí­guez compuso la canción El Elegido y su   vivienda sirvió de campamento y refugio para el Movimiento de la Nueva Trova que por entonces nací­a. Fue madre espiritual de aquellos irreverentes jóvenes.

Incapaz de seguir soportando la pesada carga de los dí­as tristes del Moncada dijo adiós a la vida un 28 de julio de 1980.

Aldo

El comandante del Ejército Rebelde Aldo Santamarí­a al lado de Raúl Castro. Foto tomada el 1ro de enero de 1959 en el cuartel Moncada. (Fotocopia Ramón Barreras. Cortesí­a Museo Casa Natal Abel Santamarí­a).

El encrucijadense Antonio Garcí­a Lorenzo, conocido en el batey del «Constancia » como Aldo, decí­a en entrevista realizada en dí­as recientes que cuando era niño, cada vez que pasaba por frente a la casa de Joaquina, la doña lo llamaba y le daba raspadura, galletas o cualquier otra chucherí­a, cosa que no hací­a con los demás.  

«Un dí­a uno de mis amigos me preguntó: “Aldo, ¿por qué a ti siempre Joaquina te regala cosas y a nosotros nunca nada?”. “No sé, respondí­, pero lo voy a averiguar. Le pregunté, y la madre de los Santamarí­a me dijo: “Es que yo tengo un hijo que se llama Aldo, igual que tú. Está en España y hace años que no lo veo”. Esa era la razón: Joaquina extrañaba al mayor de sus dos varones ».

Aldo Santamarí­a nació el 26 de septiembre de 1926 y fue el único de los hermanos que vivió en España, en la patria de sus ancestros. Llegó a Salamanca   a los siete años, de la mano de su abuelo materno, y regresó a Encrucijada a los 19.

Supo de las acciones del 26 de julio de 1953 durante su estancia en Encrucijada, y enseguida partió para Santiago de Cuba convencido de la participación de sus hermanos Abel y Haydée.  A partir de entonces se sumó a la lucha revolucionaria. Miembro de la Dirección Nacional del M-26-7, fundó la organización en Matanzas. Recibió uno de los cinco telegramas enviados desde México, anunciando la salida del Yate Granma. Sufrió prisión en el Presidio Modelo de Isla de Pinos.

Con posterioridad se sumó a la lucha en la Sierra Maestra. Fidel lo ascendió a Comandante del Ejército Rebelde el 28 de diciembre de 1958. Dirigió la Escuela de Reclutas de Minas del Frí­o hasta 1961, y en 1963 fue uno de los primeros internacionalistas cubanos en ir a luchar a Argelia. En 1972 fue nombrado Viceministro de las FAR al frente de la Marina de Guerra Revolucionaria, de la que serí­a Vicealmirante.

Falleció el 19 de mayo de 2003, a los 77 años de edad. En su despedida de duelo, el vicealmirante Pedro M. Betancourt, entonces jefe de la Marina de Guerra Revolucionaria, afirmó: «El vicealmirante Aldo Santamarí­a Cuadrado fue un hombre hecho para el combate, forjado en él. En cada batalla futura, en cada momento difí­cil y de definiciones, seguirá estando junto a nosotros, con la misma confianza y optimismo en el futuro que encierra la inmortal consigna guevariana: ¡Hasta la victoria siempre! »

Aida Y Adita

No tuvieron la trayectoria revolucionaria de sus otros tres hermanos, pero tampoco se mantuvieron al margen de las luchas. Aida y Ada colaboraron con su hermana Haydée en Casa de las Américas, y como Yeyé, se dedicaron a ayudar a un grupo de jóvenes músicos e intelectuales que surgí­an en la Cuba revolucionaria de los años 60.

Según refiere en el documental Los Santamarí­a: de Prexigueiro a Cuba, del realizador Louis Pérez Leira, Eusebio Leal agradece el apoyo que le brindó Aida cuando querí­an que él dejara el museo y su trabajo cultural, para incorporarse a encomiendas agrí­colas: «Aida me acompañó a ver a Haydée, que se puso como loca de indignación. Ese dí­a habí­a llovido y Yeyé tomó un paraguas,  lo arrojó duro al piso y dijo: “Esto no puede ser, Aida. No puede ser, porque para que no pasaran cosas como esta yo fui al Moncada. Y no va, ¡no va!”

El 24 de febrero de 2005, al morir Aida, la última de los cinco hermanos, su sobrina Celia Marí­a Hart Santamarí­a, hija de Haydée y Armando Hart Dávalos, hizo la siguiente valoración: «Si   Haydée fue la dueña de la pasión más   desbordada y de una inteligencia moldeada sólo por la emoción; si tí­o Aldo significó valor, en cuyo estómago descansó el secreto de la llegada del Granma y en cuya pericia militar se confió cuando la Crisis del Caribe (…); si fue Adita, la pequeña Adita;   el sí­mbolo de la alegrí­a,   el arte, y en su casa, de fiesta permanente, encontró Silvio y Pablo sus mejores tertulias; si por último … o más bien, por primero, fue Abel el sí­mbolo de la entrega absoluta, ese santo inmaculado de ojos verdes; ojos con los que quisieron comprar el corazón de mi madre en las cárceles de Santiago de Cuba; entonces Aida Santamarí­a, a la que acabamos de dar sepultura, fue el sí­mbolo de la serenidad, de la coherencia,   fue esa persona a la que todos acudí­an cuando era menester sufrir o resolver alguna diligencia (…) ».

Así­ fue la familia Santamarí­a Cuadrado: de la misma estirpe heroica de los Maceo-Grajales. Los hijos de Benigno y Joaquina resultaron ser hombres y mujeres valientes y, por derecho propio, tienen ganado un lugar de privilegio en el altar sagrado de la Patria.

*Debido al 90 Aniversario del natalicio de   Abel Santamarí­a Cuadrado, a conmemorarse este  20 de octubre,  Vanguardia les vuelve a ofrecer este reportaje publicado el 22 Junio 2017.

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