Estoy frente a la fosa de Juan Vitalio Acuña, el Vilo de la Sierra Maestra, el Joaquín que comandó el grupo de la retaguardia. Aquí, en un potrero cerca de la pista aérea de Vallegrande, en una zona conocida como Rotar Club, fueron hallados sus restos en junio de 1997, junto a varios compañeros de su tropa, conducida a un matadero delatorio por parte del guía Honorato Rojas, campesino boliviano de quien el Che había desconfiado desde que le echó la primera ojeada, y quien posteriormente condujo a la desorientada escuadra hasta el paso de Vado de Mauricio, en un intento de rebasar las aguas profundas del río Grande.
Ya en medio del afluente, los emboscados del capitán Mario Vargas Salinas comenzaron la cacería asesina, y dejaron flotando sin vida entre las aguas ensangrentadas a los integrantes de aquel grupo insistente que deambuló esperanzado en rencontrase con el Che, y que entró aquella tarde al agua maliciosa visiblemente agotados y enfermos, tras un largo bregar por esta zona inhóspita.
Al sitio, convertido por la brigada médica cubana en un espacio para tributar honor, hay que llegar por un trillo escoltado por dos cercas de alambre y donde un conjunto de pájaros cantores, desde las copas de los árboles en fila, hacen las funciones de una orquesta filarmónica y entonan sus trinos disímiles que suelen tener alguna analogía o así lo percibí con las marchas fúnebres, que interpretan con sonoridad y estilo los músicos emplumados.
Los restos de estos héroes ya no están aquí, reposan desde hace más de veinte años en el Memorial Ernesto Che Guevara, en la ciudad de Santa Clara; pero el aroma de sus huesos sigue flotando dentro de rectángulo embrujado, donde la hierba crece más verde que las demás, que nacen más allá de la cerca limitante, sin que nadie aún pueda dar una definición sobre este inusual comportamiento de la naturaleza.
Encima de la otrora fosa común, cubierta por el verde manto, están escritos sobre pequeños rectángulos de madera empotrados a la tierra los nombres de los héroes caídos en combate en el paso del río Grande, el 31 de agosto de 1967, y en la Quebrada de Batán, a la entrada de La Higuera, el 26 de noviembre del propio año.
Localizados por el grupo de antropólogos forenses, encabezado por Jorge González, Popy, afloran aquí los nombres de los cubanos: Vitalio Acuña Núñez (Joaquín), Israel Reyes Zayas (Braulio), Gustavo Machín Hoed de Beche (Alejandro), Manuel Hernández Osorio (Miguel) y los bolivianos Roberto Peredo (Coco), Moisés Guevara Rodríguez (Moisés), Freddy Maymura Hurtado (Médico), Apolinar Aquino Quispe (Polo), Walter Arencibia Ayala (Walter) y Mario Gutiérrez Ardaya (Julio).
En un extremo del recinto florido los médicos erigieron un obelisco a Haydée Tamara Bunke Bider (Tania), la única mujer de la guerrilla, y quien nunca estuvo sepultada en el cementerio local aledaño, como desinformaron las autoridades del gobierno boliviano, sino que desde el primer momento su cadáver fue lanzado a esta zanja sepulcral luego de que fue baleada traicioneramente rebasando el río Grande, y no el río Masicuri, en Vado del Yeso, como al principio se dijo tras un ardid publicitario de la tropa de Vargas Salinas, puesto que la ribera del Masicuri no pertenecía a la jurisdicción donde debía operar su ejército.
Sobre la real sepultura de Tania da fe a mi lado el antropólogo forense cubano, Héctor Soto, quien participó en todos los hallazgos de los restos de los guerrilleros, incluidos los del Che y los otros seis compañeros en la pista de Vallegrande.
Los militares hicieron un simulacro dentro del cementerio con vistas a desinformar a la población vallegrandina. Removieron la tierra y crearon una tumba falsa; pero nosotros hurgamos allí y comprobamos con nuestras técnicas que el cadáver nunca fue enterrado en ese lugar –me reveló Soto en el propio escenario.
Desde la ribera del í‘ancahuazú, en el centro de agosto de 2010, el infatigable Jorge González me dijo en un aparte:
El general Vargas Salinas me confesó que ciertamente la emboscada se había realizado en Vado de Mauricio y no en Vado del Yeso, en tanto que José Castillo Chávez, Paco, único sobreviviente de aquel homicidio, declaró que «los nombres se habrían cambiado para hacer recaer el suceso en la jurisdicción de la octava y no de la cuarta división del ejército. ¡Cosas de militares! ».
Sobre el abominable suceso Paco describió tiempo después: «Braulio encabezaba la marcha, cruzó el río y todos le seguimos en fila. Detrás de todos iba Joaquín ayudando a Tania. Cuando todos estábamos dentro del agua comenzó el tiroteo. Sentí las balas a mí alrededor. Escuché que Tania decía un ¡ay!, y caía al agua; mientras flotaba vi a Joaquín que caminaba herido en la orilla tratando de escapar. Me protegí detrás de unas rocas y vi pasar los cadáveres de Walter Arencibia y Moisés Guevara. Dispararon de atrás y me hirieron en el brazo primero y luego en el hombro. Cuando grité que estaba herido, dejaron de disparar y me tomaron prisionero ».
A Paco proveniente, según calificativo del Che, del trío de la resaca, y quien al parecer luego de capturado habló más de lo que debió hablar, aunque con los años cambió sus valoraciones lo estuve localizando por el Alto en La Paz, donde fungía como vendedor ambulante; mas me informaron que había muerto hacía poco en la plena miseria con el calificativo del Judas de la guerrilla.
Recorrí cuatro veces este lugar sagrado, pero el último junto al Comandante de la Revolución Guillermo García Frías. Fue el más emotivo. A punto de abandonar el lugar, Guillermo se topó de súbito con el letrero que marcaba el espacio que glorificaba a Joaquín. Parado en firme se frotó los ojos y expresó: « ¡Vilo, mi hermano! ».
Luego hilvanó esta expresión que le brotó del alma: «Fue un soldado mío que salió de la guerra con el grado de comandante. Un combatiente extraordinario, un amigo de Fidel muy leal. Extraordinaria fue su vida revolucionaria, y hoy le rendimos honores como es merecido. Murió por una causa justa que muchos de nosotros no la veremos terminada, pero muchos sí. Para ti un abrazo, Vilo ».
Cuando los restos del comandante Vitalio Acuña fueron trasladados hacia el Memorial Ernesto Che Guevara, durante las honras fúnebres y desde mis funciones de corresponsal del periódico Granma en Villa Clara, escribí una crónica con la cual intento cerrar este capítulo:
Crónica a Vitalio Acuña

Tan solo con mirarte, Vilo, hay que maldecir la bala homicida que mató al poeta.
Tú tienes el rostro sin manchas de guajiro noble y puro, capaz de sacarse una décima del alma y soltarla al campo para que la brisa la purifique de amor y ternura.
El monte se te pegó tanto a la piel que ni el traje del Ejército Rebelde ni La Habana misma pudieron desterrar tu imagen, mitad toro embestidor, mitad sinsonte de trino fácil.
Tan pronto el Che te vio hombre para mirar más allá de la mirada te distinguió como un combatiente hecho a la lealtad y a la hombría. Y así fuiste. Por eso Fidel te ascendió primero a teniente, después a capitán y finalmente a comandante, grado más alto de la Sierra.
Tus méritos los echabas en la mochila modesta de campesino humilde. Los que siempre te siguieron saben de tus dotes guerrilleras para mandar y ejecutar para ser siempre el Vilo del curial, el cantor de idea ágil y rima chispeante.
A Camilo lo cargaste herido en la Sierra Maestra y luego no quería que te separaras de él. Imagino cómo te sentirías cuando este halaba por un lado y el Che por el otro para llevarte con ellos a sus respectivas columnas. Dicen que con diez octosílabos patrióticos saliste del apuro y volviste a ser tan popular y querido como siempre.
Los años después del triunfo te vieron siempre en la primera línea de combate, ora dirigiendo una unidad de tanques, ora cumpliendo la misión más compleja.
Tal vez tus días más laberínticos fueron aquellos de preparación para la guerrilla. Tú sabías hilvanar las palabras más lindas en la mente, pero llevarlas al papel no era lo mismo. Y por demás los números caprichosos jeroglíficos no te obedecían, a pesar de tus órdenes silenciosas para que ocuparan el puesto pertinente en la formación aritmética. Pero había que vencer las pruebas culturales porque el Che ni contigo hacía excepciones.
Y venciste las pruebas, como las de puntería al blanco y subir laderas encrespadas con un cuerpo de más de doscientas libras y cuarenta y dos años de edad. Por ello en Bolivia el Che te nombró su segundo de la guerrilla y el jefe del grupo de la retaguardia.
A la bala que trató de silenciarte, Vilo Acuña, le pasó lo mismo que a la que derribó a Martí de su caballo. Intentó hacerlo en el afluente de un río, que es el sitio más inoportuno para fulminar a un poeta, pues los cauces le entregan la sangre al mar y esta pasa a teñir el corazón del mundo.
Vallegrande, Bolivia, agosto del 2010.