Che y sus compañeros de la guerrilla

En ocasión del aniversario 50 de la caí­da en combate del Che,Vanguardia reproduce una serie de trabajos sobre sus compañeros durante la gesta boliviana.

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Ernesto Che Guevara en Bolivia con integrantes de su guerrilla.
(Foto: Tomada de Internet)
Mercedes Rodríguez García
Mercedes Rodrí­guez Garcí­a
18004
05 Octubre 2017

«La prueba fue más fuerte que él »

El 1. º de febrero de 1967, la guerrilla boliviana emprendió su camino hacia el norte en busca del teatro de operaciones. El dí­a 26 el Che escribió en su diario: «En medio de la lluvia llegó Pedro conduciendo a Coco y tres reclutas nuevos: Benjamí­n, Eusebio y Walter. El primero, que viene de Cuba y va a la vanguardia. […] De los 3 nuevos, 2 parecen firmes y conscientes ». La apreciación del jefe resultó certera.

Benjamí­n Coronado Córdova, combatiente de la guerrilla del Che en Bolivia.
Benjamí­n Coronado Córdova. (Foto: Tomada de Internet)

En adelante, más escollos sumamente difí­ciles de superar, marchas y contramarchas, fatigosas jornadas machete en mano para abrir caminos por donde adentrarse en la tupida y ignota vegetación; avances hacia zonas más altas, de espinoso y obligatorio acceso, cubrirí­an el avance del grupo guerrillero a través de las montañas.

Benjamí­n Coronado Córdova el maestro boliviano, sobresaldrí­a por la firmeza de carácter y un inquieto espí­ritu emprendedor que sólo tení­a como limitante su complexión endeble, poco capacitada para soportar tensiones fí­sicas extremas.

Magro de carnes sí­, pero nunca de los flojos. Benjamí­n jamás pertenecerí­a a esa estirpe que tantas veces recriminó el Che a cierto tipo de guerrilleros caracterizados por apelar a «métodos torcidos » para abandonar el grupo, que ya sufrí­a los rigores del hambre y de las prolongadas e infructuosas caminatas. Si estaba en la guerrilla nada le detendrí­a. Estaba allí­ por convicción y no porque nadie lo hubiera embullado ni seducido.

Pero el destino no le favorecerí­a. Veinticinco dí­as más tarde, se convertirí­a en el protagonista de un suceso, muy doloroso para la columna rebelde que prácticamente acababa de iniciar su vida en campaña. Al respecto el Che anotarí­a en su Diario:

«...Seguimos caminando, tratando de alcanzar el Rí­o Grande, para seguir por él. Lo logramos y se pudo seguir durante un poco más de 1 km., pero hubo que volver a subir pues el rí­o no daba paso en un farallón. Benjamí­n se habí­a quedado atrás, por dificultades en su mochila y agotamiento fí­sico; cuando llegó a nuestro lado le di órdenes de que siguiera y así­ lo hizo, caminó unos 50 ms. y perdió el trillo de subida, poniéndose a buscarlo arriba de una laja [...] hizo un movimiento brusco y cayó al agua.

«No sabí­a nadar. La corriente era intensa y lo fue arrastrando mientras hizo pie, corrimos a tratar de auxiliarlo y cuando nos quitábamos las ropas desapareció en un remanso. Rolando nadó hacia allí­ y trató de bucear, pero la corriente lo arrastró lejos. A los cinco minutos renunciamos a toda esperanza. Era un muchacho débil [...] pero con una gran voluntad de vencer, la prueba fue más fuerte que él [...] tenemos ahora nuestro bautismo de muerte a orillas del Rí­o Grande, de una manera absurda. Acampamos sin llegar al Rosita a las cinco de la tarde. Nos comimos la última ración de frijoles ».

Eliseo Reyes dejó también constancia del hecho en su diario: « [...] A las 16:00 tuvo lugar un accidente muy lamentable y doloroso  [...] saltamos al agua pero fue imposible encontrarlo. La corriente me llevó por unos 600 metros, mientras estaba buscando, en menos de 10 minutos. Ello da una idea de la rapidez de la corriente en este punto y la profundidad era enorme [...] ».

El cuerpo del joven guerrillero nunca se encontró.

Nacido el jueves 30 de enero de 1941 en la ciudad de Potosí­, capital del departamento del mismo nombre, Benjamí­n se educó en La Paz y mostró desde pequeño insatisfacciones por la situación de su pueblo. En la Escuela Normal estudió magisterio y se integró a la lucha por reivindicaciones sociales y polí­ticas.

«En esa época comenzó su lucha. En una oportunidad llegó un compañero y me dijo: “A su hijo le han tomado preso”. Estaba encarcelado junto a Inti, Guido ílvaro Peredo Leigue. Después vino la militancia en la Juventud y el Partido. […] Era inquieto, cariñoso, muy chistoso y buen hijo », recuerda su madre, Geraldine Córdova.

De su matrimonio con Hortensia Lira Cazón, nacieron Ninoska, Zoya e Iván. Benjamí­n es recordado con gran respeto y cariño por su esposa, colegas y alumnos de los poblados mineros de Machacamarca y Coro, donde junto con su compañera ejerció como maestro.

Al libro Seguidores de un sueño, de la periodista Elsa Blaquier Ascaño pertenecen los siguientes pasajes testimoniales:

«Era un hombre muy preparado, culto, le gustaba bailar, evitaba tomar, pero nunca faltaba en su mano un cigarrillo. Leí­a mucho, al extremo que cuando cogí­a un libro interesante no dormí­a, yo a veces despertaba al amanecer y lo veí­a a mi lado leyendo, cuando le decí­a que debí­a descansar, respondí­a que no podí­a dejar el libro », relata la esposa.

«A fines de 1963 decidió estudiar Derecho, que era su gran ambición. Hasta 1965 fue un constante ir y venir a congresos, conferencias del Partido, del cual era uno de los más jóvenes miembros, pues por edad le correspondí­a estar en la Juventud Comunista boliviana, pero sus méritos le llevaron pronto a integrar una célula del PCB.  

Benjamí­n Coronado Córdova, combatiente de la guerrilla del Che en Bolivia.
Benjamí­n, la primera pérdida de la guerrilla, murió ahogado en el rí­o í‘ancahauzú el 26 de febrero de 1967. Sus restos no ha sido encontrados.

Desde los tiempos de estudiante ella conocí­a sus inquietudes polí­ticas, lo admiraba por su decisión y la entrega que demostraba hasta cuando salí­a por las calles junto a Inti a vender el periódico Unidad, de circulación clandestina, y sin amilanarse pregonaba las noticias.

«Por ese entonces recibió un telegrama de Inti llamándolo con urgencia y, no obstante sus deseos de estar junto a los pequeños, cumplió el pedido del compañero, comunicándole a la madre y la esposa que irí­a a estudiar mediante una beca.

Hortensia Lira recuerda que meses después le envió noticias y unos regalos para ella y los muchachos, junto a una nota donde decí­a que estaba luchando por una patria mejor. A Ninoska, Zoya e Iván, que en aquel entonces contaban con tres años, dos años y siete meses, respectivamente, dejaba el siguiente legado: «Yo siempre los voy a querer a ustedes, y si en el trayecto algo me pasa, tomen mi fusil y sigan mis pasos ».

En 2010 Ninoska estuvo en Cuba y fue entrevistada por Arnaldo Vargas Castro para Radio Angulo, en Holguí­n. Refiere el colega que como su padre, «Ninoska también estudió en Cuba. En la tierra de Martí­ y de Fidel ella se hizo médico, y actualmente presta servicios en el sureño departamento de Talija, donde reside ». Cuando su padre se perdió en las aguas arremolinadas era muy pequeñita:

«Crecí­ sin su presencia fí­sica, pero sí­ espiritual y tomé su legado, porque fue un hombre bueno y no podí­a ser de otra manera. Me sumé a la lucha por nuestra causa y aprendí­ mucho de Cuba, un pueblo al cual amo, apoyo y por el cual darí­a mi vida. »

La primera pérdida de un compañero golpeó a todos. Su muerte hermanó en el dolor al heroico destacamento de combatientes cubanos y bolivianos.

«Su conocimiento del terreno le hizo muy útil »

Cuando llegó al campamento, el 11 de diciembre de 1966, Lorgio Vaca Marchetti (Carlos) habí­a sido ví­ctima de una mala interpretación, y tal vez por ello planteó «la discusión de la participación cubana en la guerrilla », pero desde antes según cuenta el Che en su Diario «habí­a manifestado que no se alzaba sin la participación del partido ». De ahí­ que, al otrodí­a, el Che hiciera hincapié «en la unicidad del mando y en la disciplina », y advirtiera al grupo «la responsabilidad que tení­an al violar la disciplina partidista para adoptar otra lí­nea ».

Lorgio Vaca 

Marchetti, Carlos, combatiente de la guerrilla del Che en Bolivia.
Lorgio Vaca Marchetti (Carlos). (Foto: Tomada de Internet)

Aclarado el incidente, Carlos se incorporó a la retaguardia, y el dí­a 13 salió de exploración junto con  Joaquí­n,  Pombo  y el  Médico. El 16, al regresar con la misión cumplida, el Che lo catalogó como «un buen caminador y buen trabajador ». En realidad, durante su breve vida de guerrillero demostró tener buenas piernas para recorrer e inspeccionar caminos marcados en el mapa.

Nunca habló de cansancio ni de fatigas ni de hambre, ni se quejó del tedio de las postas fijas en el viejo campamento, aunque cuando lo relevaban saltaba de alegrí­a. Tampoco rezongaba bajito como sí­ lo hací­an otros coterráneos cuando el Che, aprovechando el tiempo de clases, lanzaba su «descarguitasobre las cualidades de la guerrilla y la necesidad de una mayor disciplina », y explicaba sobre la importancia del estudio «imprescindible para el futuro ».

Para  Carlos  los dí­as fueron pasando más o menos bien, no obstante la pérdida de su coterráneo Benjamí­n Coronado Córdova, de ­saparecido en las aguas de Rí­o Grande, ahora más crecido e impetuoso debido a los constantes aguaceros, por lo que el Che teme que se repita por esa zona un accidente parecido.

La primera semana de marzo no caminan mucho, pero no faltarí­an sorpresas y tensiones.  Inti  por poco se ahoga, y solo quedaba comida para el 13. El Che continúa preocupado porque las condiciones entorpecen el cruce en balsa; además, tres hombres no saben nadar y la carga que transportan resulta muy pesada. El 17, su previsión se torna certera. Ese dí­a anota en su Diario:

«La odisea habí­a sido seria: no pudieron dominar la balsa y ésta siguió í‘acahuasu abajo, hasta que les tomó un remolino que la tumbó, según ellos, varias veces. El resultado final fue la pérdida de varias mochilas, casi todas las balas, 6 fusiles y un hombre:  Carlos. Éste se desprendió en el remolino junto con Braulio pero con suerte diversa:  Braulio  alcanzó la orilla y pudo ver a  Carlos  que era arrastrado sin ofrecer resistencia [...] Hasta ese momento, era considerado el mejor hombre de los bolivianos en la retaguardia, por su seriedad, disciplina y entusiasmo ».

«Carlos era uno de los hombres más valiosos [...] fue un destacado luchador, su conocimiento del terreno lo hizo muy útil durante caminatas de reconocimiento, tení­a facilidad para hablar y ganarse la simpatí­a del campesinado », refiere el hoy general de brigada Harry Villegas.

Al analizar la triste pérdida del compañero, Guido ílvaro Peredo Leigue (Inti) subrayó: «Esta experiencia lamentable fue aprovechada por el Che para sacar conclusiones y estimular a los compañeros para que siguieran adelante sin vacilaciones. [...] A la naturaleza hay que vencerla. El hombre siempre triunfará sobre ella. Pero no hay que desafiarla ciegamente, la valentí­a debe estimularse siempre que no se convierta en imprudencia. En esta oportunidad el rí­o vení­a muy crecido con una corriente muy violenta ».

Al enterarse de la dolorosa pérdida, Olga, la hermana, dirí­a: «Si bien la muerte nos arrebató lo mejor que habí­a en la familia, también nos dio un héroe ».

Lorgio Vaca Marchetti, el  Carlos  de la guerrilla boliviana, nació en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, el 18 de octubre de 1934. No niega su madre, doña Isabel, que fue su hijo más consentido y también de sus hermanos. Mujer luchadora, crió a sus hijos y encontró fuerza y tiempo para encabezar la sociedad de madres y viudas de los caí­dos en la Guerra del Chaco, desatada por los intereses petroleros norteamericanos que actuaban en Bolivia y los británicos que se extendí­an hacia Paraguay.

En los años 50, cuando gobernaba Ví­ctor Paz Estenssoro, Vaca Marchetti, secretario ejecutivo de la Seguridad Social, con más de 9 000 afiliados, encabezó una huelga de trabajadores de ese gremio por mejoras salariales.

De 1963 hasta finales de 1966, Lorgio cursó estudios de Ciencias Polí­ticas en la Universidad de La Habana. La residencia de 12 y Malecón conoció de su incansable actividad como dirigente estudiantil, lo que le valió la condición de delegado al IX Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, celebrado en Argelia.

En 1965 llegó a Cuba para estudiar su esposa, Marlene Uriona, acompañada de la hija, de 3 años. Al decidirse la integración de la fuerza guerrillera, Lorgio figuró entre los primeros. El 25 de septiembre de 1966 partió hacia Bolivia. En La Habana quedaron su hija y Marlene, que ya esperaba un segundo hijo, nacido cinco meses después, y al cual nombró como su padre. Ambos se educaron en Cuba. Roxana estudió Economí­a y Lorgio, Arquitectura.

El cuerpo del guerrillero boliviano nunca fue encontrado. Mas, desde cualquier lugar donde sus huesos yazcan, sea tierra, agua o arena, Lorgio Vaca Marchetti,  Carlos, estará guerreando por un mundo mejor. Por el mundo con el cual soñó y al cual le entregó su vida.

(Publicado el  17 de marzo de 2012)

Camino hacia la estrella que ilumina y mata

Jesús Suárez Gayol,  Rubio, es el único cubano integrante de la guerrilla del Comandante Ernesto Che Guevara, en Bolivia, cuyos restos no han podido encontrarse. En el Memorial de la Plaza de la Revolución de Santa Clara su nicho permanece vací­o, aunque sus huesos de seguro andan...

Jesús Suárez Gayol, 

Rubio, combatiente de la guerrilla del Che en Bolivia.
Jesús Suárez Gayol, Rubio. (Foto: Tomada de Internet)

«Cuando se es revolucionario verdadero se siente la necesidad de servir a la Revolución desde los lugares más difí­ciles, en los puestos de vanguardia », escribió Jesús Suárez Gayol (Rubio) a doña Aurora Gayol, la madre a quien acostumbraba llamar su Mariana Grajales gallega.

Cuando parte de Cuba rumbo a Bolivia para integrarse al destacamento guerrillero en las márgenes del í‘acahuasú, le escribe:

«[...] sé que mi madre es una revolucionaria en toda la extensión de la palabra y aunque sufra, porque eso es inevitable, en el fondo de su corazón aprueba esta decisión mí­a y se siente orgullosa de su hijo [...] Cuando el dolor sea muy fuerte, piensa en tu hijo que es feliz combatiendo por la revolución, aunque ello implique ciertos riesgos ».

Bien lo sabí­a aquel hombre de mediana estatura y fuerte complexión, de carácter serio y meditativo:

Fundador del Movimiento 26 de Julio en Camagí¼ey, consciente estaba de su destino al sumarse a la brigada internacionalista para iniciar la lucha revolucionaria en América Latina.

Al comunicarle que estaba entre los cubanos escogidos por el Comandante Ernesto Guevara para integrar las fuerzas guerrilleras bolivianas, «daba saltos de alegrí­a y me abrazaba », relata Orlando Borrego, entonces ministro del Azúcar.

Cuando supo de la elección de Suárez Gayol, el hoy coronel Leonardo Tamayo (Urbano) le muestra su desacuerdo al Che: «[...] creí­a honestamente que no tení­a suficiente experiencia de lucha guerrillera. Ya en Bolivia pude contarle esa opinión al Rubio, a la vez que reconocí­a mi error, pues tanto él como Gustavo Machí­n, del cual tení­a la misma impresión, resultaron ejemplos por su espí­ritu de lucha y sacrificio ».

En su Diario, el Che deja constancia de la caí­da en combate de Jesús Súarez Gayol, «[...] Junto a un herido encontraron al  Rubio  ya agonizante; su Garand estaba trabado y una granada con la espoleta suelta, pero sin estallar, estaba a su lado [...] ».

Aquel 10 de abril de 1967 amaneció calmoso. Mas, en la espesura del monte el peligro acechaba. Las informaciones recibidas de peones guaraní­es y las observaciones de efectivos y huellas dejadas por el ejército boliviano mantení­an alertas a los guerrilleros.

A las 10:20 de la mañana ocurrió el primero de los dos combates que sostendrí­an ese dí­a con una compañí­a integrada por 150 soldados del regimiento II Bolí­var. El fuego duró segundos. Apenas apagados los disparos, la noticia impactó a todos.  Rubio  estaba herido de muerte. Fue a lanzar una granada y salió de la trinchera. Un certero balazo en la sien interrumpió su vida antes de llegar al campamento.

El dí­a 11 el Che reseña en su Diario: «Por la mañana iniciamos el traslado de todos los enseres y enterramos al  Rubio  en una pequeña fosa a flor de tierra, dada la falta de materiales ».

A Leonardo Tamayo le tocó la amarga tarea de darle sepultura al  Rubio. «Tuve que hacer dos excavaciones, la primera, que es la que el Che vio y por eso anota que es superficial, y otra, mucho más profunda, la cual realizamos más lejos del arroyo, para evitar que la crecida de las aguas lo desenterrara. La noche anterior estuvimos todo el tiempo junto a él y lo despedimos dejando un hermano en suelo boliviano ».

Amanece el dí­a 12 de abril: «A las 6:30 reuní­ a todos los combatientes menos a los 4 de la resaca, para hacer una pequeña recordación al Rubio, y significar que la primera sangre derramada fue cubana », anotó el Che nuevamente.

Suárez Gayol nació el 24 de mayo de 1936, en La Habana, aunque el humilde hogar de sus progenitores radicaba en la colonia Dumañuecos, del antiguo central Manatí­, en la entonces Victoria de las Tunas.

En el bachillerato sobresalió como magní­fico organizador y fogoso dirigente contra la tiraní­a batistiana. El asalto al cuartel Moncada lo conmueve hondamente y se suma a la campaña pro amnistí­a de los moncadistas encarcelados. En 1956 ingresa en la Facultad de Arquitectura de la Universidad de La Habana. Ese año, durante una manifestación contra Batista, una bala a sedal le hiere en un brazo.

Luego del ataque al Palacio Presidencial es detenido y conducido al Buró de Investigaciones. Tras las rejas, permaneció un mes. Ya libre, trata de incorporarse al Ejército Rebelde, pero recibe la orientación de partir hacia México, ví­a los Estados Unidos. En Miami realiza «pruebas de valor para detectar quiénes de verdad estaban dispuestos a partir en una expedición que se preparaba y a jugarse la vida por la Revolución, pues habí­a muchos charlatanes », según Fernando Vecino Alegret.

Ya en México, a mediados de noviembre de 1957 escribe Vecino Alegret Suárez Gayol pidió ser situado junto a las armas, «pues era el lugar más seguro para partir, en caso de una reducción de personal expedicionario. Por este motivo, o por haber sido uno de los primeros incorporados, Gayol fue enviado a la región costera de Cancún, en Yucatán ».  

Jesús Suárez Gayol.
Gayol. (Foto: Tomada de Internet)

En una pequeña cabaña abandonada se guardaban más de cien fusiles, muchas ame ­tralladoras Thompson y otros numerosos artefactos bélicos adquiridos con las colectas realizadas en territorio norteamericano. Poco después, el movimiento revolucionario de Pinar del Rí­o envió a Cancún la embarcación El Corojo, expedición que llegó a Cuba el mismo dí­a de la fracasada huelga del 9 de abril, y junto con ella, Suárez Gayol.

Más tarde se incorpora a las guerrillas del Che en la provincia de Las Villas, donde se destacó por su valor. Combatió en Fomento, Cabaiguán, Jatibonico y Placetas, y cuando el Che le dio la misión de tomar el cuartel de Ciego de ívila, le informó de su ascenso con una sencilla frase de despedida: «Suerte, capitán ».

Tras el triunfo de la Revolución ocupó diversos cargos administrativos, incluso, el de viceministro de Producción del Ministerio del Azúcar, creado en 1964.

Sobre su desempeño como tal Orlando Borrego entonces titular del ramo cuenta acerca de una investigación, cuyo objetivo era diagnosticar el estado de la moral de trabajo. Dentro de los parámetros a evaluar se contemplaba el grado de ascendencia, prestigio, reconocimiento y popularidad de los dirigentes del organismo de cara a sus trabajadores, y al computar los resultados fue Suárez Gayol quien alcanzó la más alta puntuación.

Jesús Suárez Gayol legó consejos de gran valor para cualquier joven revolucionario. Por ejemplo, los que dejara por escrito al único hijo de solo cuatro años, cumplidos el mismo dí­a en que arribó al campamento de la guerrilla boliviana, el 19 de diciembre de 1966:

«Quiero que rechaces siempre lo fácil y lo cómodo. Todo lo que enaltece y honra implica sacrificios [...] que siempre veas el bienestar común como único medio de obtener el bie- nestar propio [...] Mantente siempre vigilante y defiende tu Revolución con celo y con fiereza. Ha costado mucha sangre y representa mucho para los pueblos del mundo. [...] Prefiere siempre la verdad por dura que esta sea [...] Rechaza siempre la lisonja y la adulonerí­a. Sé siempre el más severo crí­tico de ti mismo ».

Y concluí­a recomendándole la lectura de los versos de José Martí­ «[...] Medí­talos y recuerda que quiero que, ante las alternativas que la vida te ofrezca, tú siempre escojas la estrella que ilumina y mata ».

Los restos de Jesús Suárez Gayol no se han encontrado...

Puede que hayan tomado el camino de esa estrella martiana de luz y muerte que recomendó a su hijo.

(Publicado el 7 de abril de 2012)

El pequeño gran capitán valiente de Che Guevara

El 11 de agosto de 1966, junto con un selecto grupo de 16 cubanos, Eliseo Reyes Rodrí­guez
comenzó el entrenamiento en San Andrés, Pinar del Rí­o. Dos meses después, «el mejor hombre de la guerrilla » partió hacia Europa para desde el viejo continente emprender viaje a tierra americana. Al respecto relató Ana Francisca, su madre.

Eliseo 

Reyes Rodrí­guez, Capitán San Luis.
Eliseo Reyes Rodrí­guez (Capitán San Luis). (Foto: Tomada de Internet)

«Cierta mañana Eliseo se nos apareció en la casa. Nos invitó a almorzar, y luego me pidió que le arregláramos la maleta porque se iba para la Unión Soviética a pasar un curso. El viaje demoraba, hasta que un dí­a viene un chofer y nos pide en nombre de Eliseo que le mandáramos dos mudas de ropa. " ¿Y dónde va con tan poca ropa?", le pregunté extrañada. "No sé, pero dice que se las eche en la mochila", me respondió. "Eso me huele a monte", pensé [...] ».

«Antes de partir de Cuba no dijo nada, solo reunió a toda la familia y nos tomamos unas fotos. Pensaba volver pronto », contó años después la madre de Eliseo, hermano de diez hijos más nacidos del matrimonio con Marcelino, todos campesinos humildes asentados en una finca del barrio Chamarreta, municipio de San Luis, actual provincia de Santiago de Cuba.

En carta que le envió a su esposa desde Bolivia, escribió Eliseo:

«[...] siento por una parte el dolor que me ocasiona la partida del lado de mis seres queridos de tu lado, del de mis hijos, del de mis padres pero me reconforta saber que lo hago para luchar contra el enemigo que separa a millones de personas de sus seres más queridos ».

«Eliseo era muy especial, no diferente a los demás niños de su edad continúa Ana Francisca pero tení­a un algo particular que le hací­a sobresalir, pensaba mucho antes de hacer las cosas y era muy reservado [...] yo creo que por eso el Che lo puso de mensajero en la Sierra Maestra, tal vez fue una prueba que pasó con éxito, y ello le ganó su confianza, cosa que no era muy fácil. Yo pienso que por esas cualidades le dio tantas misiones importantes, entre ellas la de integrar la columna invasora y marchar junto con él a Las Villas.

«Estuvimos muchos meses sin saber de él. Al triunfar la Revolución nos mandó a buscar desde Sancti Spí­ritus. "Hijo, ¿tú de capitán?", le pregunté al encontrarnos. No me respondió. Por él habló un soldado que estaba a su lado: "Sí­, es nuestro jefe". Se le notaba en el rostro la satisfacción ».

A partir de entonces el  Capitán San Luis  recibió nuevas misiones: jefe de la Policí­a Militar en La Cabaña, responsable del G-2 de la Policí­a Nacional y, en 1962, delegado del Ministerio del Interior en la misma provincia donde recibió el entrenamiento como guerrillero internacionalista.

Fue allí­ donde tuvo lugar el último encuentro con el Che en Cuba, irreconocible entonces: alto, ni fornido ni delgado, de hombros encorvados y prominente calvicie y un rostro en el que sobresalí­an la nariz y el mentón, acentuados por unos espejuelos de gruesos lentes.

Nada que ver con aquel guerrillero argentino que en julio de 1957, en el campamento El Hombrito, aceptó incorporarlo al Ejército Rebelde. Mucho menos, con el médico guerrillero que lo atendió cuando fue herido durante la toma de Guayos, en 1958. Imposible asociarlo con el comandante con quien, en 1959, compartiera importantes responsabilidades de mando en la fortaleza de La Cabaña.

Eliseo 

Reyes (con sombrero y espejuelos) sentado al lado del Che, y junto a otros combatientes de la guerrilla
Eliseo Reyes (con sombrero, espejuelos y pipa) sentado al lado del Che, y junto a otros combatientes de la guerrilla en Bolivia. (Foto: Tomada de Internet)

Difí­cil imaginar que se trataba del Che Guevara, cuya carta de despedida a sus hijos habí­a escuchado en boca de Fidel, el 3 de octubre de 1965, durante la presentación del primer Comité Central del Partido al cual ya pertenecí­a. Cuando lo identificó se sintió «extraordinariamente conmovido », anotó Eliseo en su cuaderno de apuntes.

Hasta el 22 de octubre de 1966 duró la preparación. Apenas una semana para despedirse de la familia, de la esposa Nelia Barreras Hernández y de sus hijos Maricela, Eliseo y René. «Eliseo se dedicó por entero a la Revolución, ni siquiera tuvimos luna de miel porque nos casamos el 15 de abril de 1961 y ese mismo dí­a le avisaron de la Policí­a Militar que aviones enemigos estaban bombardeando los aeropuertos militares. Salió de inmediato. Era el preludio de la invasión mercenaria por Bahí­a de Cochinos », contó Nelia, que sí­ sabí­a de la misión.

El 16 de noviembre, de 1966  Rolando  (seudónimo del guerrillero Eliseo Reyes Rodrí­guez,  Capitán San Luis) y  Marcos  (Antonio Sánchez Dí­az,  Pinares) partieron de Praga hacia Sao Paulo, en un largo viaje con escala en varios paí­ses.

El 20, en el campamento de í‘acahuasu, los recibe el jefe guerrillero, a quien entregaron armas, municiones y mercancí­as. También estaban  Tuma  (Carlos Coello Coello),  Pombo  (Harry Villegas Tamayo) y  Pacho  (Alberto Fernández Montes de Oca). Ese dí­a, consigna el Che en su Diario: «A mediodí­a llegaron  Marcos  y  Rolando. Ahora somos seis. Tardaron tanto porque el aviso les llegó hace una semana. Son los que viajaron más rápido por la ví­a de Sao Paulo ».

Por su capacidad polí­tica, disposición combativa y espí­ritu de sacrificio, el Che lo nombró comisario del grupo y lo asignó a la fuerza Centro, que él mismo comandaba. Bien sabí­a que la pequeña y menuda figura de  Rolando  se multiplicaba ante cada tarea.

Una anécdota de Leonardo Tamayo (Urbano) confirma esta faceta:

«[...] El Che recibió un mensaje de Pinares que decí­a que el ejército avanzaba hacia el campamento central [...] me planteó que hiciera una balsa y me lanzara a cruzar el rí­o, que continuaba muy crecido, y me adelantara con un mensaje para  Pinares.  San Luis, con ese espí­ritu combativo [...] esa disposición de hombre incansable y siempre dispuesto a los mayores sacrificios, le pide al Che que lo deje a él cumplir la misión porque, le dijo, sabí­a nadar mejor que yo. Efectivamente,  San Luis  era un peje en el agua y el Che lo utilizó ».

Desde el inicio de la guerrilla Rolando recibió del Che la orden de organizar la mayorí­a de las emboscadas. En una de ellas cae herido de muerte, en la finca El Mesón, situada entre Ticucha y el rí­o Iquira, el 25 de abril de 1967. Le faltaban solo dos dí­as para cumplir 27 años. El hoy coronel retirado Leonardo Tamayo (Urbano), al referirse a los hechos relató en una ocasión:

«[...] El dí­a de su muerte, el Che le habí­a ordenado poner una emboscada relámpago ante el inminente encuentro con tropas del ejército boliviano.

«Rolando trata de colocar a los combatientes en los lugares más seguros y con la valentí­a que lo caracterizó siempre queda en una posición menos protegida, donde tiene que hacer frente a una ametralladora 30,06 mm. Cuando llevábamos como cinco minutos de combate y el fuego empieza a detenerse, el Che me dice que vaya a ordenar la retirada.

Eliseo Reyes Rodrí­guez (Rolando), combatiente de la guerrilla del Che en Bolivia.
Eliseo Reyes Rodrí­guez (Rolando),  durante la contienda guerrillera en Bolivia. (Foto: Tomada de Internet)

«Al llegar al lugar donde estaba  Rolando, lo encuentro prácticamente sin conocimiento, con el fusil entre las piernas, pues habí­a intentado hacerse una especie de torniquete para detener la hemorragia. De inmediato voy a informarle al jefe de la situación. El Che me pregunta sobre la herida, ordena traerlo de inmediato y manda a buscar al médico que estaba lejos.

«Lo llevamos ya exangí¼e y mientras el Che trataba de pasarle el único plasma que tení­amos, con el mismo cuchillo de  Rolando  cortamos para buscar la femoral, pero no dio tiempo, murió desangrado », sin que el Che pudiera hacer nada.

Roberto Varona Fleitas, en  Crónicas sobre la historia de la guerrilla  que dirigió Ernesto Che Guevara en Bolivia  capí­tulo 15: Un hombre excepcional, refiere lo que un testigo presencial, no revelado, narró posteriormente:

«[...] Y allí­ se para Che, y lleno de dolor afirma: "hemos perdido a uno de los más valientes y a uno de los más queridos de nuestros compañeros [...]". Y vemos como si quisiera seguir hablando, pero ya no tuviera palabras ».

De seguido, la misma fuente no revelada recuerda el dí­a que enterraron a  Rolando: « [...] y cuando abrimos una sepultura y ponemos a  San Luis, Che se viró de espaldas [...] y le vimos sacar el pañuelo sin darnos el frente. Luego, como siempre, se dominó y dice: " ¡A ver, carijo, a su lugar! ¡No nos van a matar aquí­ a todos!" ».

Creer o no creer. Pero grande debió ser la tristeza del Che cuando, en franca alusión a «Canto general », de Pablo Neruda, trocó su lápiz guerrillero en pluma de poeta:

«[...] de su muerte oscura sólo cabe decir, para un hipotético futuro que pudiera cristalizar: "Tu cadáver pequeño de capitán valiente ha extendido en lo inmenso su metálica forma" ».

Con la muerte de Eliseo Reyes Rodrí­guez se perdí­a no solo como también acotara Che «el mejor hombre de la guerrilla y, naturalmente, uno de sus pilares », sino también «al cuadro más completo, tanto en lo polí­tico como en lo militar ». No existe mejor epitafio para el pequeño gran  Capitán San Luis, el  Rolando  internacionalista de la guerrilla de í‘acahuasu.

(Publicado el 28 de abril de 2012)

Lo increí­ble creí­ble del «Loro » guerrillero

Algunas de las amistades y familiares nunca hallaron justificación a las convicciones revolucionarias de aquel joven que, de pequeño, disfrutaba las piezas ejecutabas al piano por doña Elvira Viana, una dama de la alta sociedad boliviana que lo trajo al mundo el 5 de enero de 1939.

Jorge Vázquez Viaña (Bigotes, Loro), combatiente de la guerrilla del Che en Bolivia.
Jorge Vázquez Viaña (Bigotes, Loro). (Foto: Tomada de Internet)

De seguro sus ideales ya vení­an en lo genes del progenitor, don Humberto Vázquez, prestigioso escritor e historiador de Bolivia, promotor de la nacionalización de los yacimientos de hidrocarburo de la Standard Oil Company.

¿Cómo creer que Jorge Vázquez Viaña, hombre culto e inteligente, militara en el Partido Comunista de Bolivia (PCB)? ¿Cómo explicar que asimilara la lucha armada como única alternativa de liberación? ¿Cómo suponerlo recibiendo entrenamiento militar en Cuba? ¿Cómo no mostrar recelo de que Jorge, cortés, atento y gentil en todo momento fuera el Loro integrante de la vanguardia de la de Guerrilla del ce en Bolivia?

Pues sí­. Existieron incrédulos. Dirí­amos que hasta 1996, cuando el periodista Carlos Soria Galvarro, en su reportaje «Tras las huellas del Che en Bolivia » (Diario La Razón, La Paz, 9 de octubre de 1996) publica algunas imágenes y datos hasta ese momento guardados «bajo siete candados » en las bóvedas del Banco Central de Bolivia, luego de que fueran sustraí­dos y recuperados, a punto de rematarse en una subasta londinense, el 26 de febrero1986.

Hoy no quedan resquicios a la duda. Ni siguiera alentada por la remotí­sima esperanza de que sus restos nunca fueran hallados. Jorge, también conocido como Bigote (s),cometió un error que más tarde le costarí­a la vida, y que la maquinaria mediática aprovecharí­a para poner en evidencia su fidelidad, sin que falten a estas alturas testimonios apócrifos que tildan de hereje al Che y de mito a la Guerrilla.

El dí­a que Jorge desapareció   22 de abril de 1967 la intención del Che era cargar una camioneta que acababan de ocupar Eliseo Reyes, Manuel Hernández, y Orlando Pantoja, y avanzar con la vanguardia hasta el cruce del camino a Tikucha, situado a cuatro kilómetros del punto en que fueron sorprendidos por el enemigo.

«Al anochecer anota el Che en su Diario una «avioneta comenzó a dar vueltas en torno a nuestra posición y los ladridos de los perros de las casas vecinas se hicieron más insistentes, […] evidencias de que se habí­a detectado nuestra presencia, cuando comenzó un corto combate y luego se oyeron voces intimándonos a la rendición ».

La guerrilla se movilizó velozmente para evitar el cerco, por lo que pierden de vista al Loro. […] «Todos estábamos descuidados y no tení­a idea de lo que pasaba, afortunadamente, nuestras pertenencias y mercancí­as estaban sobre la camioneta. Al rato se organizaron las cosas; faltaba solamente el Loro pero todo indicaba que hasta ahora no le habí­a pasado nada, pues el choque fue con Ricardo […] », precisa el Che.

Sin resultados en la búsqueda, y pensando que la ausencia del Loro serí­a «transitoria », los guerrilleros continúan la ruta trazada.

Pasan los dí­as. De la suerte o desgracia del Loro, nada se sabe. Hay quienes especulan una posible fuga. Al finalizar abril, en el acostumbrado resumen mensual, el Che lo consigna como baja y lo da por «desaparecido luego de la acción de Taperillas ».

No fue hasta el 4 de mayo que la radio divulga el arresto de Jorge Vázquez Viaña, «capturado el 29 de abril, mientras huí­a de efectivos militares ». Al respecto razona el Che en su Diario:

«Está herido en una pierna, sus declaraciones son buenas hasta ahora. Según todo parece indicar, no fue herido en la casa sino en otro lado, presumiblemente tratando de escapar ». Sin embargo, el dí­a 5, se muestra en extremo lacónico: «Del Loro nada », refiere.

El 29 de mayo la radio difunde un comunicado oficial que informa entre otros pormenores y con el marcado interés de convencer a la audiencia, la fuga del guerrillero Jorge Vázquez Viaña. En el resumen correspondiente al mes el Che la califica como «la noticia del mes », y supone que ahora el Loro «deberá incorporarse o dirigirse a la Paz a hacer contacto ».

En una oportunidad, al evocar los hechos, el hoy coronel Leonardo Tamayo (Urbano) contó: «Estábamos en una emboscada y Orlando Pantoja le ordena ocupar una posición, que todo indica no llegó a hacer. Estoy completamente seguro que se perdió y no nos abandonó […] ».

En realidad el Loro andaba «dislocado » cuando un campesino lo avista y le ofrece ropas y guardar sus pertenencias. No obstante el cambio de vestimenta, un proveedor de materiales de la construcción, informó a las autoridades. Por un tiempo logra evadir al enemigo internándose en la selva. En la espesura, oculto en un árbol, le descubren, disparan y capturan.

Cuenta Roberto Varona Fleitas en sus «Crónicas sobre la historia de la guerrilla que dirigió Ernesto Che Guevara en Bolivia » que vivo lo trasladaron a Vallegrande y luego a la jefatura de la IV División, en Camiri, donde los asesores norteamericanos y los agentes de la CIA lo sometieron a brutales torturas. Pero de Vázquez Viaña el enemigo no pudo obtener la más mí­nima información.

Versiones periodí­sticas de aquellos dí­as, publicadas en periódicos bolivianos, «aportaron elementos contradictorios acerca de supuestos intentos de fuga del Loro. Otros observadores, más preclaros, alertaron sobre una posible desinformación a cargo de la Central de Inteligencia yanqui », indica Varona Fleitas, quien reconoce en el libro Desde í‘acahuasu a La Higuera,

la investigación realizada en Bolivia por sus autores Adys Cupull y Froilán González, también citados por la colega Elsa Blaquier en su libro Seguidores de un sueño.

Jorge Vázquez Viaña (Bigotes, Loro) junto al Che en Bolivia.
El Loro junto al Che en Bolivia. (Foto: Tomada del periódico Trabajadores)

De acuerdo con lo consignado por el matrimonio de historiados cubanos, a los jefes del comando militar les preocupaba «qué hacer con el Loro por la importante familia a que pertenecí­a ». Por ello habí­a que buscar un pretexto y fabricar la situación para desaparecer al Loro sin dejar rastros.

La inteligencia boliviana con la CIA como tutora se encargó del asunto. Le dirí­an a Vázquez Viaña que serí­a «llevado a juicio y presentado a la prensa, sin permitir ofensas al gobierno ni al honor de las Fuerzas Armadas ». De lo restante se encargarí­an dos colaboradores. Uno, en el papel de enfermero del guerrillero-paciente, y otro, en el rol de periodista «enviado por el Gobierno cubano ».

Llegado el momento se armó un «disturbio » a la entrada del hospital y detuvieron a unos periodistas. Inmediatamente, el «enfermero » fue donde el Loro a contarle lo ocurrido. Más tarde entró en acción el «periodista », quien le dice que su misión «obtener noticias sobre el Che », no sin antes compartir nombres y hechos «claves » del conocimiento de Vázquez Viaña.

Del resto de la se encargarí­an dos habilidosos oficiales, indicados para informarle a Vázquez Viaña que el «periodista » era un agente de la CIA de origen cubano », y «prometerle garantí­as, dinero y comodidades en la República Federal de Alemania, donde se encontraban su esposa e hijos, a cambio de que delatara a los miembros de la red urbana y ubicara las casas de seguridad ».

Como respuesta relata Elsa Blaquier «el revolucionario se abalanzó contra militares, quienes lo golpearon y ordenaron matarlo ».

No bastó un tiro en la nuca y los propios pilotos del general Barrientos lo montaron en un helicóptero y lo lanzaron al vací­o.

Doña Elvira Viaña solo pudo ver a Jorge a escondidas y desde lejos, cuando se encontraba herido en uno de los hospitales. Nunca recibió una comunicación oficial sobre el dí­a que mataron a su hijo ni el lugar donde yacen sus huesos.

En las pocas veces que concedió entrevistas, Doña Elvira reconoció el coraje y el valor de su hijo guerrillero Jorge, aunque no compartiera con él la totalidad de sus ideas, como sí­ sucedí­a con la música y las artes plásticas. Le gustaba verlo bailar y muchas veces trataba de que fuera su pareja de baile. Para ella resultaba inconcebible un Jorge desleal ni cobarde.

Por eso admitió como ciertas las palabras del hijo al enfrentarse a sus asesinos: «Pueden ustedes matarme, pero moriré con la conciencia de haber luchado por mi Patria ».

No están grabadas, ni referidas en un documento desclasificado u oculto todaví­a. Lo contaron algunos individuos involucrados en los acontecimientos, y nadie ha salido a desmentirlas.

Ví­ctor   y Marcos, juntos en el llamado de la hora

Al resumir en su diario las incidencias de marzo, Che escribe por primera y única vez el nombre de Ví­ctor. El seudónimo corresponde a Casildo Condorí­ Coche, asignado grupo de retaguardia, al mando de Juan Vitalio Acuña Núñez (Vitalio, Joaquí­n, o Vilo).

Antonio Sánchez Dí­az, Comandante Pinares (Marcos), combatiente de la guerrilla del Che en Bolivia.
Antonio Sánchez Dí­az, Comandante Pinares (Marcos). (Foto: Tomada de Internet)

En febrero de 1967 se suma a la guerrilla, como parte del grupo de Moisés Guevara. Es incorporado al grupo de  Vilo, el cual se separa de la columna del Che el 17 de abril. Ambos grupos jamás volverí­an a reencontrarse.

El 2 de junio de 1967 Antonio Sánchez Dí­az, Pinares; Casildo y Antonio Jiménez Tardí­o (Pedro o Pan Divino), salen de exploración en busca de alimentos. Marchan confiados. Conocen la senda que en otra ocasión anduvieron sin novedad. Pero esta vez el ejército ha tendido una emboscada en Peñón Colorado, muy cerca del poblado de Bella Vista…

El primero en caer herido de muerte es Marcos, que iba al frente, después Ví­ctor. Pedro logra escapar y llega al campamento donde informa los hechos.

Contrario a Condorí­ Coche, el nombre de Marcos aparece 79 veces en el Diario del Che, quien al tercer mes de vida guerrillera cree que no «ha estado a la altura de lo que se esperaba de él » y lo califica de «indisciplinado » y algo más, aunque reconoce que últimamente «se le ve un intento de mejorar y en su función de punta de vanguardia es eficiente ».

El propio Che lo habí­a elegido para integrar el grupo de 16 cubanos integrantes de Guerrilla de í‘ancahuazú, incluso como segundo comandante y jefe de la vanguardia. Mas, por «sus continuas irresponsabilidades » pasa a ser «soldado en la retaguardia ».

La severidad con que el jefe guerrillero califica en cuaderno aparte a cada uno de sus hombres, no constituye óbice para que reconozca en Pinares su «decisión de seguir aquí­, pase lo que pase », al punto de pedir la ametralladora 30 como voluntario, tal vez porque un arma de igual calibre fue su inseparable compañera durante todo un año en la Sierra Maestra.

El 22 de marzo Che deja constancia en su diario de quién era verdaderamente este cubano nacido el 7 de diciembre de 1927 y a quien pusieron el nombre de Antonio en honor al Titán de Bronce.

Cuenta Che que Inti le plantea «una serie de faltas de respeto cometidas por Marcos. «Yo me exploté y le dije a Marcos que de ser cierto serí­a expulsado de la guerrilla, contestando él que morí­a, antes fusilado ».

Tanto Ví­ctor como Marcos eran de extracción humilde. El primero, vino al mundo el 9 de abril de 1941, en Corocoro, minas de cobre de la provincia de Pacajes, en el departamento de La Paz.

Antonio Sánchez Dí­az, Comandante Pinares (Marcos), combatiente de la guerrilla del Che en Bolivia.
El Comandante Pinares. (Foto. Tomada de Internet)

Hijo de Faustino y Simona, compartió trabajos y penurias junto con seis hermanos. En Corocoro nunca hubo electricidad, aunque existí­an dos pozos donde más de mil mineros extraí­an cada dí­a el cobre de las entrañas de la tierra y un laboratorio para procesar el mineral.

Tampoco la habí­a en 1985, cuando Matilde Condorí­ habló sobre el hermano caí­do en la guerrilla: «Mi madre dijo falleció sin conocer la muerte de su hijo. Ella no sabí­a leer y le dijimos que él estaba en Cuba... nada más. Mi padre sí­, porque lo leyó en el periódico ».

Pero la madre de Pinares murió cuando él tení­a 19 años. Junto a ella, Narciso, el padre, y 10 hermanos, creció Antonio Sánchez Dí­az, en la finca Cantera, en una casa en la carretera que va hacia Viñales, cerca de la ciudad de Pinar del Rí­o… Hasta un dí­a, en que cansado de tanta injusticia, vendió sus herramientas de carpintero y partió hacia la Sierra Maestra en busca de Fidel.

Sus hermanas Leonila y Dulce lo recuerdan rebelde, voluntarioso. Corriendo por la campiña, nadando y pescando en el rí­o. Nunca perdió la alegrí­a, era dado a las bromas y cuando terminó el sexto grado comenzó a estudiar comercio por las noches. Así­ arribó a los 20 años.

Quizás como él mismo describiera en un gracioso pero profundo retrato de su vida publicado en la revista Verde Olivo muchas de aquellas indisciplinas recriminadas por Che, debiánse a que siguió siendo «un niño-hombre ».

Casildo también fue un muchacho amigo de las bromas. Para Faustino, su padre, era «el mejor de sus hijos, el más capacitado, lo ayudaba en el trabajo. Los vecinos lo llamaban el rojo y me decí­an “este es el papá del rojo” », pues Casildo militaba en el Partido Comunista Boliviano, el cual fundó y llegó a ser el primer secretario de su Comité Local.

Casildo y su esposa Nancy Yujra tuvieron tres hijos, un varón y dos hembras. Dos murieron en una misma noche, enfermos de escarlatina; solo quedó Lena, una de las muchachitas.

Igual número de descendiente nacieron de la unión de Pinares con Lidia Caridad Gil. Ellos fueron testigos de los desvelos de su padre como jefe militar durante la Limpia del Escambray, en el propio territorio pinareño, Camagí¼ey y en la entonces Isla de Pinos, donde ocupó altas responsabilidades en las Fuerzas Armadas Revolucionarias.

En sus vidas de guerrilleros, tanto Marcos como Ví­ctor realizaron riesgosas exploraciones, abrieron trochas, construyeron balsas y pusieron emboscadas.

Casildo Condorí­ Coche (Ví­ctor), combatiente de la guerrilla del Che en Bolivia.
Casildo Condorí­ Coche (Ví­ctor). (Foto: Tomada de Internet)

Ví­ctor desconocí­a de armas, pero aprendió. Inadaptado fí­sicamente a los rigores de la montaña, su formación de obrero hambreado le permitió soportar las vicisitudes de la guerrilla. Él impuso su voluntad de hierro y se entregó a las tareas que le asignaron en la Retaguardia, donde cumplió silenciosa y sencillamente sus deberes en cada momento.

A Pinares hasta el enemigo tuvo la oportunidad de valorarlo. Rubén Sánchez, oficial del ejército boliviano, cayó prisionero de la guerrilla el 10 de abril. En 1985, al ser entrevistado por Adys Cupull y Froilán González, contó:

« [...] el combate se habí­a desarrollado dentro del rí­o, la mayor parte estábamos mojados y la fogata nos vení­a muy bien a todos. Esto hizo posible que otros guerrilleros vinieran a conversar, particularmente uno que después supe eran arcos.Él conversó bastante conmigo, mandó a preparar café que tení­a en su bolsillo [...] yo deseaba que fuera para mí­, pero pensé que se lo iba a tomar pero no, me lo ofreció con mucho respeto. Un acto noble de Marcos, porque estábamos con mucho frí­o ».

Eusebio Tapia, Eusebio, quien pertenecí­a a la resaca y desertó del grupo, al rememorar los hechos dijo: «Yo habí­a intimado mucho con Marcos, porque el contó una serie de anécdotas de la guerrilla cubana y de la Revolución. El deseaba, cuando acabara la guerra, regresar a Cuba. No podí­amos recoger los cadáveres, porque los soldados seguí­an emboscados […] Marcos tení­a una herida en la frente y Ví­ctor en el estómago ».

Pinares fue uno de los primeros en descubrir la verdadera identidad del Comandante Guevara cuando, transfigurado, se presentó ante los cubanos que recibí­an entrenamiento.

El coronel retirado Leonardo Tamayo, superviviente de la gesta de Bolivia, recordó en una ocasión aquella mañana de 1966, cuando los internacionalistas recibieron la orden de reunirse «para recibir a un extranjero que tení­a un carácter difí­cil ».

Relató el coronel Tamayo, Urbano, cómo «aquél hombre comenzó a gastarles bromas pesadas, hasta que se detuvo ante Sánchez Dí­az preguntándole por anécdotas ocurridas en Pinar del Rí­o durante los dí­as de la Crisis de Octubre, y este, sobresaltado, gritó: “ ¡Bicho!, eres tú... ¡es el Che, caballeros, es el Che!...” ».

Así­ de sencillos son los héroes. Ambos guerrilleros, Ví­ctor y Marcos, aunque de latitudes distintas, no eludir el llamado de la hora. Por eso pertenecen al bando de imperecederos. Y aún muertos, inspiran.

El hijo que el Che no pudo salvar

Quienes vieron al médico Ernesto Guevara en denodada lucha por contener la hemorragia que extinguí­a la vida de su colaborador guerrillero, se refieren a Tuma como «el hijo del Che », epí­teto que validó el propio Guerrillero Heroico, cuando el 26 de junio de 1967 dejó constancia en su Diario de lo que significó para él la pérdida de Carlos Coello Coello.

Carlos Coello Coello, Tuma, en la guerrilla del Che en Bolivia.
Carlos Coello Coello, Tuma, en la guerrilla del Che en Bolivia. (Foto: Tomada de Internet)

«Con él se me fue un compañero inseparable de todos los últimos años, de una fidelidad a toda prueba y cuya ausencia siento desde ahora casi como la de un hijo ».

Y como un padre, el Che asumió la encomienda post mórtem del «inefable Tumaini »:

«Al caer pidió que se me entregara el reloj, y como no lo hicieron para atenderlo, se lo quitó y se lo dio a Arturo. Ese gesto revela la voluntad de que fuera entregado al hijo que no conoció, como habí­a hecho yo con los relojes de los compañeros muertos anteriormente. Lo llevaré toda la guerra ».

Aquel fue el cuarto «Dí­a negro » de los cinco que así­ califica en su Diario. El Che pasarí­a todo el tiempo junto al cuerpo del compañero muerto, hasta que al dí­a siguiente cargaron el cadáver para dar cumplimiento a «la penosa tarea de enterrar malamente a Tuma », tan malamente que los animales desenterraron sus restos.

Augusto, uno de los Fenelón Coca, en cuya casa fue operado Tuma, no olvida aquella frí­a noche de velorio en que el Che, sin hablar, mantení­a sus ojos fijos en la lumbre, «toda la noche junto al fuego sin echarse a dormir », contarí­a años después a los investigadores Adys Cupull y Froilán González.

«A Tuma lo hirieron en una emboscada. Inti Peredo narró así­ la celada: «Estábamos acampados en Piray, en las faldas del rí­o Durán. Che habí­a ordenado una emboscada [...] Alrededor de las cuatro y media de la tarde, envió de relevo a Pombo, Arturo, Antonio, í‘ato y Tuma, con el objeto de que descansaran Miguel y la gente de vanguardia. En los momentos de llegar se sintió un fuerte tiroteo. Tendidos en la arena habí­a 4 soldados, aunque no todos estaban muertos.

Carlos 

Coello (Tuma) y Ernesto Che Guevara.
Tuma junto al Che. Obsérvese cuán identificados estaban que ambos fuman en pipa, portan el mismo tipo de boina bolchevique y las manos las cruzan de forma muy parecida. (Foto: Tomada de Internet)

El ejército estaba desplegado al otro lado del rí­o totalmente seco, ocupando buenas posiciones. Che llegó a ocupar su posición de combate [...] ».

Tres dí­as después, el 29, el Che precisó en su Diario: «di orden de retirada, ya que llevábamos las de perder en esas condiciones. La retirada se demoró y llegó la noticia de dos heridos: Pombo, en una pierna y Tuma en el vientre. [...] La herida de Pombo es superficial y solo traerá dolores de cabeza su falta de movilidad, la de Tuma le habí­a destrozado el hí­gado y producido perforaciones intestinales; murió en la operación [...] ».

En una ocasión, el hoy general retirado Harry Villegas (Pombo) rememoró aquel capí­tulo de la guerrilla boliviana.

«A la salida del camino vimos al Médico, quien nos informó que Tuma habí­a sido herido en el vientre en el momento que le gritaba: "Muganga, cuí­date que esto está que jode". [...] La herida era muy [...] todo fue en vano. Ese fue un dí­a de dolor intenso para el grupo, se perdí­a un compañero que supo ganarse el cariño de todos con su alegrí­a y nobleza ».

Tuma habí­a recibido la misión de cuidar de la vida del Che en todo momento, por eso llegó a Bolivia tres meses antes que su jefe. Además de la reciente experiencia de la guerrilla en el Congo (1965), él acumulaba el insustituible fogueo de las acciones libradas junto al Ejército Rebelde desde el Oriente a Las Villas: San Lorenzo, Providencia, Las Vegas de Jibacoa, Las Mercedes, Cuatro Compañeros, Cabaiguán, La Federal, Gí¼iní­a de Miranda...

Carlos 

Coello Coello (Tuma) en la guerrilla del Che en Bolivia.
Tuma en Bolivia. (Foto. Tomada de Internet)

Por su valor y fidelidad a toda prueba, luego del triunfo de la Revolución, Tuma formó parte de la escolta del Comandante Guevara, bajo las órdenes de Harry Villegas.

Mas, a pesar de los méritos acumulados, el Che no ascendió al soldado Carlos Coello Coello «hasta que aprendió a leer, y entonces lo hizo sargento », como confirmara Pombo durante un conversatorio.

Al partir hacia Bolivia, en Cuba quedó Esmérida Ferrer, la esposa con quien Tuma solo pudo compartir cinco meses de unión matrimonial que fructificaron en su único hijo. No lo conoció. Le pusieron Carlos como primer nombre, y de segundo, Tuma, que en swahili se escribe «tumaini » y significa «esperanza ».

Al morir combatiendo, en la zona de Piray, cerca de Florida, departamento de Santa Cruz, Tuma apenas habí­a vivido 27 años.

En junio de 1996 un equipo de cientí­ficos cubanos halló sus restos.

El 17 de octubre de 1997 Villa Clara le rindió honras fúnebres y acompañó sus huesos hasta el Memorial Ernesto Che Guevara. Allí­ descasan definitivamente. O mejor, permanecen alertas.

(Publicado el 23 de junio de 2012)

El guerrillero más joven de í‘ancahuasú

Lo nombraron Serapio, y solo se sabe que nació en octubre de 1951, en la comunidad Suripanta-Surusaya de Viacha, capital de la provincia de Ingavi, departamento de La Paz, Bolivia. Ni Vicenta Tudela pudo recordar el dí­a exacto que lo trajo al mundo, aunque siempre aseveró que Serapio era de los más pequeños, entre los 11 hijos que le parió al campesino Manuel Aquino.

Serapio Aquino Tudela (Serapio, Serafí­n), combatiente de la guerrilla del Che en Bolivia.
Serapio Aquino Tudela (Serapio o  Serafí­n). (Foto: Tomada de Internet)

Entrevistada por última vez en 1985, Vicenta se negaba a admitir la muerte de Serapio, el guerrillero más joven de í‘ancahuasu. Para ella, seguí­a siendo el muchacho «obediente y preocupado por sus estudios », que cada dí­a le ayudaba en la venta de pan, «cargando las canastas hasta las ferias de Wilaki, Popoco, Ibacuta y Desaguadero », o llevándolas en carretilla hasta la plaza central.

Y no dio nunca «elementos de fuerza mayor » porque le bastaba lo que «profesaba su corazón y cavilaba su cerebro » para sentirlo, verlo y oí­rlo vivo, tomándole a hurtadillas sorbitos de leche durante la noche, jugando fútbol callejero con sus hermanos, parando en seco la pelota frente al arco del equipo San Martí­n...

«Él dijo que iba a trabajar y con eso me ayudaba. No alcanzaba la plata para mantenerse [...]. Entonces le encargué que fuera honrado. Cuando se fue tení­a 15 años y estudiaba segundo curso en el colegio adventista ».

En realidad Serapio Aquino Tudela (Serapio o Serafí­n) se hallaba a 250 kilómetros al sur de Santa Cruz, en una finca atravesada por el rí­o í‘acahuasu, campamento base de la guerrilla. Allí­ lo llevó a trabajar como peón su primo Apolinar Aquino Quispe (Polo), quien se desempeñaba como obrero, dirigente sindical y militante del Partido Comunista Boliviano (PCB), al cual pertenecí­an ambos. El 19 de diciembre de 1966 se sumaron al grupo de combatientes y fueron asignados a la retaguardia.

Pero desde antes, el 10 de noviembre, el jefe guerrillero prueba a Serapio encomendándole acompañar a Pachungo y Pombo en una exploración bordeando el curso del arroyo í‘acahuasi en busca de un sitio más seguro donde establecer campamento permanente. El cumple y se comporta responsablemente. Trabaja en la excavación de un túnel para esconder «los artí­culos que pudieran ser comprometedores y algo de comida en lata », así­ como en la construcción de un «observatorio que domina la casita de la finca para estar prevenidos en caso de alguna inspección o visita molesta », como refiere el Che en su Diario, los dí­as 17 y 23 de ese mes.

El 31 de diciembre expresa su decisión de continuar luchando, pese a que Mario Monje, secretario general del PCB, reclamó para sí­ el mando de las tropas, sosteniendo que no estaba dispuesto a aceptar que personas extranjeras lideraran un ejército guerrillero en su paí­s. En las notas correspondientes a ese dí­a, el Che deja constancia de la actitud Monje: «Habló con todos planteándoles la disyuntiva de quedarse o apoyar al partido; todos se quedaron ». Serapio asimiló sin reparos «la unidad con todos los que quieran hacer la revolución », comportándose a la altura de los «momentos difí­ciles y dí­as de angustia moral para los bolivianos », tal y como les pidió el Guerrillero Heroico.

El curso de los meses venideros harí­a el resto, una vez aprobado el «examen preliminar de guerrilleros », a que los sometiera el Che a lo largo de una marcha lenta, agotadora, agravada por afecciones fí­sicas de los hombres, y la escasez de alimentos y de medicamentos.

Para   junio como ironiza el Che al resumir el mes «la leyenda de la guerrilla crece como espuma »;   y los guerrilleros se muestran como «superhombres invencibles », gracias a una serie de acciones combativas exitosas que la radio boliviana difunde, a veces sin datos precisos sobre los rebeldes, asediados en 120 kilómetros a la redonda por miles de soldados del ejército. [...] La moral de la guerrilla sigue firme y su decisión de lucha aumenta. Todos los cubanos son ejemplo en el combate y sólo hay dos o tres bolivianos flojos ».

En julio los momentos difí­ciles cobran rudeza. Douglas Henderson, el embajador norteamericano, en contacto permanente con el presidente René Barrientos Ortuño, precisa golpes demoledores.

El general boliviano acata si reparos y al pie de la letra las «sugerencias » del representante yanqui, dispuesto a liquidar de una vez y por todas con todo lo que huela a guerrilla, revolución y comunismo.

En las ciudades los escuadrones de la muerte desatan el terror y aumentan los asesinatos, que para 1968 alcanzaron entre 3 mil y 8 mil ví­ctimas. En el área donde opera la guerrilla, además de la fuerza militar armada hasta los dientes, funcionan de maravilla las astucias y amenazas sobre los pobladores, «un trabajo campesino que no debemos descuidar, pues transforma en chivatos a todos los miembros de una comunidad, ya sea por miedo o por engaños sobre nuestros fines », de acuerdo con la propia visión de Che Guevara.

Bajo tales condiciones, el 6 de julio, un reducido grupo de hombres comandados por el jefe guerrillero tomaron la población de Samaipata, capital de la provincia de Florida, situada a 120 kilómetros de la ciudad de Santa Cruz. Siguen sin contactar con la retaguardia, y existen indicios de que tropas armadas y entrenadas por oficiales rangers norteamericanos tratan de cercarla.

El 8 de julio Israel Reyes Zayas (Braulio), apunta en su cuaderno: «los sold. [soldados] sorprendieron a Alejandro y a Polo en la posta de observación, abandonamos el campamento a otro, pero el ejército nos siguió y el dí­a 9 Guevara y Polo sorprendieron a los mismos, seguimos para el rí­o Yaqui. Cuando eran la 4 de la tarde Serapio iba delante cuando los sold. los sorprendieron matándolo de varios disparos », en el cañadón del rí­o Iquira.

Serapio se encontraba muy lesionado de un tobillo, y cuando la columna fue sorprendida no pudo defenderse. Rengueando, con un bastón y sin armas, le asesinaron.

En su libro Piedras y espinas en las arenas de í‘ancahuazú. Historia de un guerrillero junto al Che en Bolivia (Qhananchawi, Edición: 1a. ed. 2001) otro primo de Serapio, el exguerrillero EusebioTapia Aruni, cuenta:

«Serapio se adelantó en la marcha; iba sin mochila para que descansara de la carga, pues tení­a dificultad al caminar producto de un problema en un pie que las largas marchas habí­an agravado. Al pasar una curva del camino parece que sintió un movimiento extraño y empezó a gritar: “ ¡El ejército!, no avancen que hay soldados” [...] los proyectiles de la ametralladora, dieron impacto en el pecho de Serapio de arriba hacia abajo, como si lo cortaran, algunos rebotaban de la piedra en la cual se escudó, al menos le impactaron como seis proyectiles, se calló, y su cabeza cayó sobre la misma piedra y no se levantó más. [...] »

Cuando Eusebio fue apresado, los soldados le explicaron que «ellos decí­an a Serapio que se callara, porque la intención era coger a todo el grupo, pero él gritó y por eso lo mataron. [...] El nos salvó la vida ese dí­a. Nosotros maniobramos, entramos al monte, dejamos la mayor parte de la carga y retrocedimos unos kilómetros hasta que el rí­o se encajona y no pudimos seguir. Parece que el ejército por miedo no avanzó más. Eran los del CITE, una Compañí­a de Tropas Especiales de Paracaidistas ».

El 12 de julio el Che se entera por la prensa, y escribe en su diario: «Ahora la radio trae otra noticia que parece verí­dica en su parte más importante; habla de un combate en el Iquira, con un muerto de parte nuestra, cuyo cadáver llevaron a Lagunillas [...] ».

Los restos de Serapio Aquino Tudela fueron encontrados el 9 de febrero de 2000. Desde el 8 de octubre de ese mismo permanecen en un nicho del Memorial Ernesto Guevara.

Papi, nacido para la guerra

Gustaba decir Lucí­a Tamayo que cuando lo trajo al mundo «en Mayarí­ rugieron los leones ». Efectivamente, aquella noche del 31 de mayo de 1936, «llegaron los del circo ». Y mientras ella se retorcí­a de dolor, «armaron la carpa » bajo la cual acróbatas, malabaristas, payasos y domador, trajeron por unos dí­as la felicidad a los habitantes del caserí­o del Guaro, en el oriental poblado Santa Isabel de Nipe.

José Marí­a Martí­nez Tamayo (Ricardo), combatiente de la guerrilla del Che en Bolivia.
José Marí­a Martí­nez Tamayo (Ricardo). (Foto: Centro de Estudios Che Guevara)

Después, «casi recién nacido fue lo de la pistolita » que le trajo José Ramón Martí­nez, el padre. Con ella inició sus «fingidas cacerí­as infantiles de gatos, perros, chivos, y que, de adolescente, se volvieron casi reales encima del caballo y con la escopeta calibre 22 que le regaló el abuelo paterno ».

Decí­a Lucí­a que José Marí­a siempre fue «audaz, agresivo. Yo le llamaba mi Antonio, por lo de Maceo. Y a su hermano, René, que escribí­a versos y leí­a a toda hora, mi Martí­. Incluso, entre ellos mismos se gritaban '' ¡Oye, Maceo'', '' ¡Oye, Martí­!''. Entonces, ¿cómo mis hijos no iban a ser revolucionarios si desde niños se identificaban con tan grandes patriotas? ».

Muy joven, uno de sus amigos, el jamaicano Zili Hubert, le enseñó a manejar un tractor, así­ que se hizo tractorista. Araba y tiraba caña en el central Preston, hoy Guatemala.

Cuando se enteró de que en Guaro existí­a una célula, Papi se sumó al Movimiento 26 de Julio, «hasta que un dí­a cogió su fusil 22 y salió rumbo a las montañas ». Sobre el tractor dejó una nota manuscrita que decí­a: «Me voy para la Sierra. Libertad o muerte ».

Falló en su primer intento y marchó hacia la capital, donde de inmediato buscó contacto con el Movimiento 26 de Julio hasta que regresó a las montañas orientales, y se incorporó al Segundo Frente Oriental Frank Paí­s, dirigido por el comandante Raúl Castro.

Raúl Tamayo, quien fungí­a como jefe del campamento rebelde de La Gí¼ira, conocí­a a  Papi  del pueblo. «Tiraba bien. Cuando llegó pidiendo integrarse a la lucha, de inmediato lo acepté y con él estuve hasta el final de la guerra. [...] Era poco conversador. [...] Planteaba las cosas tal y como las veí­a y sentí­a. Era exaltado, pero sabí­a analizar y aceptar una crí­tica. [...] Mostraba una especial inteligencia, arrojo y valentí­a a la hora de combatir ».

Termina la guerra con el grado de sargento. Al triunfo de la Revolución integró la tropa del entonces comandante Abelardo Colomé Ibarra, Furry, designada para la unidad de tanques de Managua. Aprendió a pilotar aviones y a conducir autos de carreras. Realizó entrenamiento en el curso para oficiales en la Escuela de Tropas Especiales del Minint y recibió preparación en distintas disciplinas del trabajo secreto operativo, habilidades que ampliaron su horizonte a favor de una brillante hoja de servicios afianzada en su vocación solidaria e internacionalista.

En plena Crisis de Octubre partió hacia Guatemala a cumplir la difí­cil misión de trasladar hasta Cuba a los dirigentes Turcios Lima y Yon Sosa, quienes se entrevistaron con Fidel y el Che, regresándolos posteriormente hasta su paí­s con grandes medidas de seguridad. A esta tarea sucedieron otras que lo ligaron al comandante Guevara, por quien sintió gran respeto y admiración.

Su probada trayectoria hizo que este lo escogiera como el tercero al mando durante la misión internacionalista en apoyo al Consejo Supremo de la Revolución Congolesa, dirigido por Gaston Soumialot y Laurent Kabila. En tierra africana demostró un notable dominio de la lucha guerrillera y clandestina. Combatió bajo los seudónimos  Mbili  (en lengua swahili, el dos) y  Chinchu.

Fidel Castro Ruz y José Marí­a Martí­nez Tamayo.
Fidel Castro Ruz y José Marí­a Martí­nez Tamayo. (Foto: Tomada de Internet)

Con documentos colombianos, en marzo de 1966, fue el primer cubano que arribó a Bolivia, donde se dio a la tarea de crear las condiciones idóneas para facilitar la llegada del Che. Sin tomar un descanso de la campaña en el paí­s africano,  Mbili  asume el nombre de  Ricardo, en honor al periodista Jorge Ricardo Massetti, con quien colaboró durante 1963 en la creación del foco armado en la Argentina.

En la nación andina retoma los contactos iniciados en aquella época con los hermanos  Coco  e  Inti Peredo Leigue y comienza a dar los primeros pasos organizativos de la guerrilla, además de cumplir la encomienda dada por el Che durante su estancia clandestina en Praga, de ser el enlace con el Comandante en Jefe para esta operación. También es el encargado de recepcionar a los compañeros que conformarán el foco insurgente. Busca armas, casas y las posibles zonas de asentamiento.

Con apenas 30 años el capitán Martí­nez Tamayo acumulaba ya una amplia experiencia de labor clandestina nunca detectada por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos.

Como guerrillero cumplió múltiples y complejas misiones como la señalada por el Che en su Diario durante el análisis de noviembre: «[...] los principales colaboradores de Ricardo se alzan contra viento y marea [...] », o las del 11 de diciembre, cuando expone: «Se discutió con Papi, resolviéndose que todaví­a tiene que hacer dos viajes para traer a Renán (o Iván, aparecen indistintamente) y Tania [...] ».

De su actuación como combatiente el hoy coronel Leonardo Tamayo Núñez (Urbano) reseñó:

«He participado en numerosos combates al lado de cientos de compañeros, pero de la estirpe de  Ricardo  no he visto otro. Era de los hombres que habí­a que aguantar para que no saliera de su posición y avanzara hacia el enemigo. [...] Olí­a la pólvora y ya estaba en pie tirando, era intrépido y también de corazón noble, desprendido de todo bien material ».

Harry Villegas, José Marí­a Martí­nez Tamayo y Carlos Coello Coello, combatientes de la guerrilla del Che, en La Paz, Bolivia, 1966.
De izquierda a derecha, Harry Villegas, José Marí­a Martí­nez Tamayo y Carlos Coello Coello, combatientes de la guerrilla del Che, en La Paz, Bolivia, 1966. (Foto: Tomada de la revista Bohemia)

El 30 de julio, junto al rí­o Rosita, Ricardo cayó luchando con la intrepidez de siempre. Él y  Aniceto(Aniceto Reinaga Gordillo, boliviano) estaban haciendo la guardia en el camino que bordeaba el rí­o Rosita, por donde avanzó el enemigo.  Ricardo  querí­a ganar tiempo, por lo que despreció el trillo indicado y corrió por el playazo en dirección a la corriente de agua.

El enemigo abrió fuego directo,  Ricardo  cayó al agua.  Raúl  (Raúl Quispaya Choque, boliviano) lo levantó para ayudarlo a seguir, pero recibió un balazo en la boca. Fue  Pacho  (Alberto Fernández Montes de Oca) quien logró sacar del charco a  Papi  e introducirlo en la manigua. Estaba herido de muerte.

Sobre los últimos momentos del héroe,  Urbano  relató:

«Yo jamás habí­a visto un moribundo tan sereno y valiente. [...] Estaba tan tranquilo que pensé no morirí­a, pero el médico opinaba lo contrario. [...] Poco antes de morir dijo que tení­a frí­o y yo le hice dos hogueritas, una a cada lado, para que le dieran calor. [...] Pidió un poquito de café y Che ordenó que le hiciéramos casi el único café que nos quedaba. Y cuando se lo hice, y fui a dárselo, ya estaba tan mal que tuve que coger un tubito y por el tubito dejárselo caer dentro de la boca [...] dijo que estaba caliente y me pidió que lo pusiera a enfriar... [...] Preguntó por su hermano.  Olo  (Orlando Pantoja Tamayo) lo habí­a puesto de guardia y, como es lógico, el Che lo reprendió por ello y mandó a buscarlo. Cuando  René  llegó puso la cabeza de  Papi  sobre sus piernas.  Papi  se quitó el reloj y se lo entregó diciéndole que se lo diera a  Jorgito, el mayor de sus dos hijos. ''Ayúdalo, porque es fuerte con la abuela'', le pidió ».

A  René, su hermano menor, el  Arturo  de la guerrilla, le aconsejó lo mismo que una vez le recomendó Massetti, «[...] Que  Fernando  (el Che) nunca tenga que llamarte la atención y si te toca caer, hazlo como los hombres, combatiendo ».

Similar consejo recibió  Papi  de su madre. Relató Lucí­a: «[...] No disponí­a de mucho tiempo y solo pude decirle que no se dejara coger preso para que no lo torturaran, pues nadie sabe cómo va a comportarse un hombre torturado. Le pedí­ que guardara una última bala, pues preferí­a verlo muerto a que me dijeran que mi hijo hizo algo que no debí­a hacer. Se mantuvo en silencio por unos instantes, pero después, mirándome fijo a los ojos, me respondió: ''Vieja, por mí­ siempre vas a poder caminar con la frente muy en alto''. Me lo dijo con ternura, pero con mucha firmeza. [...] Sabí­a que si ese momento le llegaba, no lo volverí­a a ver. Papi no prometí­a nada que no cumpliera [...]  Papi  nació para hacer la guerra ».  

(Publicado el  28 de julio de 2012)  

Raúl Quispaya, un boliviano intenso

Es 29 de julio de 1967. Los guerrilleros vení­an extenuados de la larga marcha tras el combate sostenido con el ejército, dos dí­as antes.  Miguel  (Manuel Hernández Osorio), el jefe de la vanguardia, eligió un lugar para acampar situado entre dos caminos, a la orilla de uno de ellos y en las márgenes del rí­o Rosita.

Raúl Quispaya (Raúl) combatiente de la guerrilla del Che en Bolivia.
Raúl Quispaya (Raúl). (Foto: Tomada de Internet)

La noche antes, el Che apenas pudo dormir, además del asma, las preocupaciones lo mantienen sin pegar un ojo. A las 4:30 de la madrugada lo que viene pensando ocurre de verdad. Una sección del destacamento Trinidad que se desplazaba por la zona alumbrándose con una linterna, detectó la columna guerrillera. No demoró mucho el enfrentamiento armado.

En el diario de  Pacho  quedó recogido el dramático encuentro: «[...] No habí­amos avanzado mucho cuando caí­mos en una emboscada, la mayorí­a llegamos al monte.  Chinchu  queda herido en el medio de la playa entre nosotros y el Ejército,  Aniceto  a su lado. Su hermano sale a buscarlo, pero no puede con él ya que está herido [...] salgo a buscarlo y lo arrastro un trecho hasta que caigo herido. Nuevamente cubro mi posición para proteger a  Aniceto  y su hermano para que terminara de llegar hasta el lugar en que estábamos, matan a  Raúl  junto a mí­ [...] ».

Al analizar el combate de ese dí­a, el Che deja constancia en su Diario: «[...] Las cosas sucedieron así­:  Ricardo  y  Aniceto  cruzaron imprudentemente por el limpio e hirieron al primero.  Antonioorganizó una lí­nea de fuego y entre  Arturo,  Aniceto  y  Pacho  lo rescataron, pero hirieron a  Pacho  y mataron a  Raúl  [...] ».

Raúl  nació en la ciudad de Oruro, el 31 de diciembre de 1939, en la casa situada en la calle Sotomayor, número 116, esquina a Velázquez, donde vivió hasta su muerte con sus progenitores, Ramón Quispaya y Toribia Choque, y sus cinco hermanos.

«Era muy reservado e inteligente », refiere  Antonio, uno de ellos. «Estudió primero en la escuela España y después en la Escuela Nacional Bolí­var. A la muerte de nuestro padre pasó al curso nocturno y comenzó a trabajar junto a él como sastre. [...] necesitaba ganarse el sustento, pero continuó estudios universitarios y llegó a ser uno de los mejores alumnos de la Escuela de Economí­a, donde se mantuvo vinculado a las luchas estudiantiles ».

Héctor Palenque, compañero inseparable de Raúl, lo recuerda dirigiendo los cí­rculos polí­ticos junto con Simeón Cuba Sanabria, (Willy) y Moisés Guevara, miembros de la célula de la Juventud Comunista.

«Raúl comandó todo el grupo universitario armado que tomó la radio El Cóndor, situada a una cuadra de la escuela. Una muchacha puso una granada casera en la puerta de la emisora y al estallar, Raúl entró. Desde arriba nos tiraban con una ametralladora, pero él les disparó y penetramos », precisó Héctor a la periodista Elsa Blaquier, quien lo entrevistó en 1985.

Luego continúa Encarnación Nieto, esposa de Palenque: «Como el padre de Héctor era ministro de la Corte Suprema de Justicia y su familia tení­a una buena posición económica, Raúl Quispaya le decí­a que de su salario tení­a que reservar 25 mil pesos para comprar bibliografí­a polí­tica ».

Héctor recuerda que durante mucho tiempo «guardó una libreta muy linda donde Raúl hizo un resumen del materialismo dialéctico. [...] Él tení­a muchas normas de fortaleza ideológica y de conducta moral. A mi juicio era de los hombres más intensos que he conocido ».

Por su parte, Encarnación manifestó no poder olvidar el dí­a que murió un camarada: «No habí­a bandera del Partido, y la hicimos Raúl y yo. Él trajo la tela roja. Cosimos la estrella amarilla y la hoz y el martillo. No nos quedó perfecta, pero pusimos la bandera junto al féretro y después la guardé en la casa ».

Raúl Quispaya Choque fue miembro del Ejecutivo Nacional de la Juventud Comunista boliviana. Se incorporó a la guerrilla en el mes de febrero de 1967, y pasó a formar parte de la vanguardia.

Al morir tení­a 27 años; aún le faltaba experiencia combativa, pero, como expresara el hoy coronel Tamayo Núñez, «sí­ se le veí­a desarrollo ideológico ».

No era un hombre de gran fuerza fí­sica, pero no dudó en ir a socorrer al compañero herido. Raúl murió instantáneamente. Su cuerpo nunca pudo hallarse. Durante el largo combate los militares tomaron toda la ribera del rí­o. Quizás no tuvo sepultura. Quizás los vientos húmedos lo devolvieron a las montañas. Quizás las aguas del Rosita decidieron esconder para siempre su cadáver.

(Publicado el 28 de julio de 2012)  

Pedro: cayó junto a su ametralladora 30

El 12 de agosto el Che anota en su Diario: «La radio anunció un combate cerca de Monteagudo con el resultado de un muerto de parte nuestra: Antonio Fernández, de Tarata. Se parece bastante al nombre real de Pedro, que es de Tarata ».

Antonio Jiménez Tardí­o (Pedro, Pan Divino), combatiente de la guerrilla del Che en Bolivia.
Antonio Jiménez Tardí­o (Pedro, Pan Divino). (Foto: Tomada de Internet)

Como en muchos partes que daba la radio por entonces, habí­an confundido el apellido del boliviano Antonio Jiménez Tardí­o, también conocido como  Pan Divino, incorporado a la guerrilla el 31 de diciembre de 1966.

De la llegada de  Pedro  al campamento queda constancia en la anotación correspondiente a ese dí­a: «A las 7:30 llegó el Médico con la noticia de que Monje estaba allí­. Fui con Inti, Tuma, Urbano y Arturo. La recepción fue cordial, pero tirante; flotaba en el ambiente la pregunta: ¿A qué vienes? Lo acompañaba "Pan Divino", el nuevo recluta; Tania, que viene a recibir instrucciones, y Ricardo, que ya se queda ».

Como a todos, el Che lo prueba en misiones de exploración, guardias y excavación de refugios o trincheras. El primero de febrero, la guerrilla boliviana emprendió su camino hacia el norte en busca del teatro de operaciones.

Pedro  vence escollos sumamente difí­ciles, marchas y contramarchas, agotadoras jornadas machete en mano para abrir trochas por donde caminar en la tupida y desconocida vegetación.

En marzo el Che lo asigna a la retaguardia, encabezada por  Joaquí­n  (Juan Vitalio Acuña Núñez) e integrada, además, por los cubanos Israel Reyes (Braulio), Jesús Suárez Ga ­yol (Rubio) y Antonio Sánchez Dí­az (Marcos), junto a los bolivianos Freddy Maymura (Ernesto), Apolinar Aquino (Apolinar), Walter Arencibia (Walter), Casildo Condori (Ví­ctor), Julio Velázquez (Pepe), José Castillo (Paco), Eusebio Tapia (Eusebio), Hugo Choque (Chingolo), Benjamí­n Coronado (Benjamí­n), Lorgio Vaca (Carlos) y Salustio Choque (Salus ­tio).

El 17 de abril la retaguardia se separa. Lleva la misión de hacer una demostración por la zona, pero sin combatir frontalmente, y después regresar donde la columna del Che. Por desgracia, el contacto nunca llegó a producirse.

Luego del 9 de julio, los guerrilleros decidieron romper monte para salir del cerco cada vez más cerrado que tendí­a el enemigo, caminaron seis jornadas sin apenas descanso, rompieron la selva a filo de machete, hasta llegar a las proximidades de Taperillas, por donde ya habí­an pasado el Comandante Guevara y su columna.

La necesidad de buscar alimentos los hizo aproximarse a las casas de los campesinos, allí­ pudieron comprar ví­veres y cocinar. Vení­an extenuados y el cansancio les hizo demorar más de lo debido. Cuando ya se disponí­an a partir, detectaron la presencia del ejército.

Fue un combate duro donde  Joaquí­n,  Braulio  y  Alejandro  pudieron detener a los soldados que disparaban desde lo alto de una montaña.

La odisea de aquellos dí­as fue recogida por Braulio en su diario:

«Desde este momento abandonamos la zona y comenzamos a operar por nuestra cuenta. Nos dirigimos hacia la carretera y el 20, en el lugar de Tapera, una patrulla del ejército nos sorprendió el campamento, los aguantamos unas horas y nos retiramos. [...] El dí­a 9 de agosto el ejército nos rodeó y en nuestra retirada mataron a  Pedro  y ocuparon una 30 que este llevaba ».

En su repliegue, la ametralladora calibre 30 manejada por  Pedro  retardó el avance de los militares y permitió así­ el desprendimiento del resto del grupo, que consigue eludir la presión.

El ejército los detectó cuando, atravesando un claro,  Pedro  no podí­a agacharse, pues cargaba el arma, de modo que iba casi erguido cuando el fuego se concentró en él.  Walter  trató de llegar hasta él, pero fue imposible.

Quedó junto a la 30 con la que antes habí­a defendido al grupo guerrillero.

Antonio nació en 1941, en el poblado de Tarata, capital de la provincia del mismo nombre, perteneciente al departamento de Cochabamba, Bolivia.

Contaba Leonor, su madre, que siempre fue alegre, «a pesar de los sinsabores que le tocó vivir desde muy pequeño » en un hogar donde la pobreza hací­a muy dura la existencia, junto a sus diez hermanos, quienes «apenas podí­an subsistir con el mí­sero sueldo de maestro del padre, por lo que entonces yo debí­a dedicarme a elaborar y vender chicha ».

A los 14 años marchó hacia La Paz en busca de una beca para poder estudiar. Leí­a mucho, sobre todo literatura polí­tica, lo que molestaba al padre, que no compartí­a los ideales del hijo. Se hizo técnico-mecánico, pero decidió estudiar finanzas con el fin de ayudar a la madre en la educación de sus hermanos.

«Yo le decí­a: "Hijito, todos los jóvenes salen a divertirse", y él me respondí­a que le gustaba conocer más para hacer realidad sus ideales comunistas [...] A mis ruegos para que dejara la polí­tica, él contestaba con cariño que era yo quien le habí­a enseñado, porque cuando ganaba unos pesos sabí­a socorrer y ayudar a los necesitados », afirmó doña Leonor durante una entrevista realizada en 1985.

En esa misma oportunidad contó la siguiente anécdota:

«Era muy sacrificado y querido en el pueblo, por eso cuando se conoció su muerte, en la Plaza de Tarata sus amigos escribieron en los muros "Gloria a Antonio Jiménez Tardí­o. Abajo la bota militar". Entonces el subprefecto hizo traer gentes para borrarlo y el ejército quiso ir a su casa a atacarla, pero el pueblo lo impidió ».

También en la guerrilla continuó sus hábitos de leer y despertó la admiración de sus compañeros. Acostumbraba conversar con Gustavo Machí­n y Freddy Maymura sobre literatura e intercambiar los libros que llevaban en la mochila.

En el resumen del primer trimestre, el  Guerrillero Heroico  anota sobre  Pan Divino: «Bastante bueno. Ha pasado por la prueba de la caminata y por la de fuego y las dos muy holgadamente. Es un cuadrito en perspectiva ».

El 31 de julio vuelve a opinar: «Aunque la mayorí­a del tiempo lo ha pasado con Joaquí­n, su proyección era la de un cuadro en pleno desarrollo ».

Apenas habí­an pasado unos dí­as cuando  Pedro  cae valientemente, después de múltiples muestras de arrojo, desprendimiento y solidez de sus principios.

(Publicado el 4 de agosto de 2012)  

El duro revés de la retaguardia traicionada

Juan Vitalio Vilo Acuña (Joaquí­n), combatiente de la guerrilla del Che en Bolivia.
Comandante Juan Vitalio Vilo Acuña (Joaquí­n), jefe de la retaguardia de la guerrilla. (Foto: Tomada de Internet)

El 29 de agosto de 1967 los hombres de la retaguardia, comandada por Vilo Acuña Núñez (Joaquí­n), salieron al Rí­o Grande. Próximas las dos de la tarde del siguiente dí­a, la agotada columna avanzó por la playa de arena húmeda y acampó a unos 150 metros de la casa de Honorato Rojas. Apremiados por la necesidad de alimentos y de encontrar un lugar seguro, decidieron pedir ayuda al campesino.

En su vivienda Honorato conversaba con Faustino Garcí­a sanitario del comando de la octava división del ejército al mando del capitán Mario Vargas Salinas quien al divisarlos, esconde apresuradamente su fusil. De inmediato el hijo de Honorato parte a avisarles a otros dos soldados que se mantení­an a la expectativa de cualquier acercamiento de los guerrilleros. Pronto la noticia llegará a Vargas Salinas.

Sin sospechar del campesino los guerrilleros le entregaron dinero para los ví­veres, ofreciéndoseles también los servicios del Médico (Freddy Maymura Hurtado) para que atendiera a uno de los «peones » enfermo. Rojas accedió y les brindó ayuda para conducirlos a un lugar seguro con una aguada, al otro lado del rí­o.

Confiados, los guerrilleros pasaron la noche en el almaciguero de la finca. Mientras, el ejército enrumbaba hacia el vado. Armadas hasta los dientes llegaron al amanecer las fuerzas del capitán Vargas, quien ubicó a soldados en las dos orillas del vado denominado de Puerto Mauricio y no del Yeso como hicieron creer.

Se trataba de un paso de piso firme, donde el agua se embala y el rí­o forma una media luna franqueada por peñones de tierra y vegetación de metro y medio de altura, ideal para ocultarse, pero fuera de la jurisdicción de la Octava División a la que pertenecí­an las fuerzas, según el artí­culo «La traición acechaba en la maleza », de la periodista cubana Elsa Blaquier Ascano.

Gustavo Machí­n Hoed de Beche (Alejandro), combatiente de la guerrilla del Che en Bolivia.
 
Israel Reyes Zayas (Braulio). (Foto: Tomada de Internet)
Israel Reyes Zayas (Braulio). (Foto: Tomada de Internet)

De acuerdo con otro relato, esta vez del escritor, periodista y pedagogo boliviano Ví­ctor Montoya, Honorato les indicó el camino y guió un trecho a los guerrilleros. Pero de pronto, la columna hizo un alto debido a la advertencia de Braulio (Israel Reyes Zayas) de que habí­a muchas pisadas por el lugar.

«Son mis hijos vigilando a los chanchos », argumentó, vacilante, Honorato. «Los guerrilleros caminaron un trecho y, antes de que el sol declinara a su ocaso, el campesino se despidió dándoles la mano. Luego se alejó sin volver la mirada, mientras su camisa blanca serví­a como señal a los soldados agazapados en las márgenes del rí­o, prestas a presionar el dedo en el gatillo », y consumar la traición.

Gustavo Machí­n Hoed de Beche (Alejandro).
Gustavo Machí­n Hoed de Beche (Alejandro).

Nadie pensó que el Honorato pudiera estar comprometido con las tropas del regimiento Manchego 12 de la Infanterí­a del Ejército. El campesino boliviano habí­a sido apresado dos veces por el ejército y conminado a denunciar a los guerrilleros. Sin embargo, lo que no lograron con maltratos, lo obtuvieron con la oferta hecha por el agente de la CIA Irving Ross: entregarle tres mil dólares y trasladarlo a Estados Unidos con toda la familia. La promesa nunca se materializó.

Solamente Che habrí­a sido capaz de prever la feloní­a de Honorato, pues ya desde febrero, cuando lo conoció de parada en su casa, pudo calar la psicologí­a del personaje a quien clasificó «dentro del tipo incapaz de ayudarnos, pero incapaz de prever los peligros que acarrea y por ello potencialmente peligroso », según la narración de Montoya.

La traición de Honorato cobró la muerte de los guerrilleros: Juan Vitalio Acuña Núñez (Joaquí­n o Vilo), Haydée Tamara Bunke Bider (Tania), Gustavo Machí­n Hoed de Beche (Alejandro), Israel Reyes Zayas (Braulio), Apolinar Aquino Quispe (Apolinario o Polo), Walter Arencibia Ayala (Walter), Freddy Maymura Hurtado (Ernesto o Médico), Moisés Guevara Rodrí­guez (Guevara o Moisés) y Restituto José Cabrera Flores (Negro o Médico).

Haydée Tamara Bunke Bider (Tania), combatiente de la guerrilla del Che en Bolivia.
Haydée Tamara Bunke Bider (Tania). (Foto: Tomada de Internet)

Sin tomar ninguna medida de precaución en cuanto al orden de la marcha ni a la exploración de los puntos que dominaban el vado el grupo se dispuso a efectuar el cruce del rí­o. Braulio caminó golpeando el agua con el machete hasta llegar a la mitad del rí­o, desde donde indicó avanzar.

Braulio caminó golpeando el agua con el machete hasta llegar a la mitad del rí­o, desde donde indicó avanzar. Separados por seis o siete pasos penetraron en el vado Moisés, el Negro, Polo, Ernesto, Alejandro, él, Tania y, por último, cerrando la pequeña columna, Joaquí­n.

Cuando todos estaban dentro del agua, una avalancha de proyectiles inició la incontenible cacerí­a. Los que no cayeron a las primeras descargas, se dejaron llevar por la corriente o se zambulleron. Joaquí­n logró regresar a la orilla, pero ahí­ pereció acribillado. Braulio alcanzó a fulminar con su Browning a un soldado enemigo ocasionando la única baja del ejército.

A lo largo de 600 metros los soldados corrieron por la orilla del rí­o disparando contra cualquier bulto que se moví­a en la corriente. El cadáver de Tania siguió rí­o abajo y solo pudo ser recuperado dí­as después. El Médico fue capturado con vida. Pese a las torturas, se negó a responder las demandas de los militares.

Mientras caminaba por la orilla del rí­o para buscar alimento e intentar encontrar ayuda, el Negro chocó con la compañí­a Toledo de la Cuarta División, desplegada desde el trágico 31 de agosto para apoyar a la Octava División. Sus captores no respetaron el estado en que se encontraba y de inmediato lo asesinaron.

El único sobreviviente de este grupo fue José Castillo Chávez (Paco), uno de los que el Che denominó de la «resaca ». Herido lo llevaron hasta Valle Grande. Fue enjuiciado junto a Regis Debray y Ciro Bustos. Fue amnistiado durante el gobierno del general Juan José Torres. Falleció en la Ciudad de La Paz, el 14 de marzo del 2008, de acuerdo con artí­culo suscrito por los investigadores cubanos Froilán González y Adys Cupull, y publicado en el blog del museo Che Guevara, en Argentina.

Apolinar Aquino Quispe (Polo o Apolinario)
Apolinar Aquino Quispe (Polo o Apolinario).
Moisés Guevara Rodrí­guez (Moisés o Guevara).
Moisés Guevara Rodrí­guez (Moisés o Guevara).
Walter Arencibia Ayala (Walter).
Walter Arencibia Ayala (Walter).

Paco actuó para la historia con el tí­tulo del antihéroe y el Judas. Después de más de 35 años, confesó que «ante la muerte y con la presión y torturas de los militares » identificó los cadáveres de sus compañeros, información que permitió armar el rompecabezas del Ejército boliviano.

A Honorato Rojas, el entonces presidente de Bolivia, general René Barrientos, tratando de ganarse el apoyo de los campesinos en su lucha contra la guerrilla del Che, le entregó cinco hectáreas de tierra cerca de la ciudad de Santa Cruz, donde vivió oculto, lleno de pánico e incapaz de soportar los aullidos de su conciencia.  

 
Freddy Maymura Hurtado (Ernesto o Médico).
Freddy Maymura Hurtado (Ernesto o Médico).
Restituto José Cabrera Flores (Negro o Médico).
Restituto José Cabrera Flores (Negro o Médico).

Casi dos años después, el 15 de julio de 1969, el brazo largo de la justicia lo alcanza en su guarida y un comando del Ejército de Liberación Nacional de Bolivia ejecuta la sentencia a muerte dictada contra el campesino traidor.

El capitán Mario Vargas Salinas fue condecorado con galones y promovido a mayor de ejército por su «fulgurante » carrera militar y, al mismo tiempo, declarado «ví­ctima de trastornos psí­quicos y pesadillas angustiosas », en las que decí­a ver a Tania «incorporándose con el fusil en alto, dispuesta a vengar su muerte ».

En realidad agosto resultó el «mes más malo » […] en lo que va de guerra », tal y como anotara el Che, quien desde el 17 de abril perdió el contacto con la retaguardia.

En su Diario el Guerrillero Heroico se refirió varias veces al grupo de Joaquí­n, pero solo en el resumen correspondiente al mes de septiembre, admitió la posibilidad de que el grupo hubiera sido exterminado.

La pérdida de Vilo Acuña y sus hombres resultó un duro revés para la guerrilla boliviana. Se trataba de luchadores valerosos y competentes, de invariable decisión de combate, de internacionalistas, de probada convicción revolucionaria.

Los restos de Joaquí­n, Alejandro, Braulio, Moisés, Apolinar, Walter y Ernesto reposan desde el 8 de octubre de 1999 en el Memorial Comandante Ernesto Che Guevara, de Santa Clara, junto a los deTania, depositados en su nicho el 30 de diciembre de 1998, y el Negro, el 8 de octubre de 2000.

Tania, la guerrillera que entrenó Ulises

Haydée Tamara Bunke Bider (Tania).
Haydée Tamara Bunke Bider (Tania).

Sobre mi interlocutor sabí­a de su ardua labor de años junto a Manuel Piñeiro Losada el célebre comandante Barbarroja, y por supuesto, de sus misiones secretas y clandestinas junto al Guerrillero Heroico, trabajo que lo llevó a quien fuera su compañera de la vida, y cuyos restos eran velados en la sala Caturla de la biblioteca Martí­, en Santa Clara.

La pregunta de cómo conoció a Tania supuse se la habí­an hecho decenas de veces, por lo que me pareció mejor una «entradilla » afirmativa para este tipo de personaje que habí­a servido como agente de la inteligencia cubana y formado parte del aparato encubierto de apoyo al movimiento de las guerrillas en Argentina y Bolivia.

Recuerdo que más o menos comencé diciéndole que fue el Che quien decidió que Tania fuera la organizadora del aparato urbano que apoyarí­a ambos movimientos, pero que antes debí­a estar seguro y por eso fue que lo mandó a usted a investigarla…

En pocas palabras Ulises Estrada Lescaille me explicó que en realidad el Che le habí­a ordenado investigar a tres argentinas, que por las condiciones excepcionales de Tamara Bunke Bider ambos coincidieron en que fuera Tania, pero que al fracasar la guerrilla argentina, encabezada por Masseti, entonces hiciera el mismo trabajo en Bolivia.

Ya adentrados en el tema y ante el poco tiempo de que disponí­a le pedí­ me ofreciera detalles acerca de la misión de Tania en concreto.

«Buscar información sobre el Ejército, la situación operativa en zonas rurales y organizar un grupo operativo en La Paz, misiones todas en la que trabajó hasta que se tuvo que quedar en la guerrilla porque el Che se convenció de que estaba "quemada". En la guerrilla estuvo poco tiempo, unas dos o tres semanas. Se enfermó y el Che la envió para la retaguardia. Ella murió junto con el grupo de retaguardia ».

Sin que otro colega fuera a tomarme la iniciativa y sin darle tiempo a Ulises para que mirara de nuevo su reloj, le pregunté ¿por qué Tamara eligió Tania como nombre de guerra? «A todo el mundo se le poní­a otro nombre, pero ella escogió ese nombre en recuerdo de la guerrillera soviética que habí­a sido asesinada por el nazi-fascismo », contestó.

Diferentes personalidades asumidas por Haydée Tamara Bunke Bider.
Diferentes personalidades asumidas por Haydée Tamara Bunke Bider. (Foto: Tomada de Internet)

Finalmente inquirí­ si habí­a sido él mismo quien entrenó a Tania en Bolivia? Su respuesta superó mis expectativas: «No, yo entrené a Tania en Cuba. En Praga ella fue a preparar su leyenda, asumí­a el nombre de Vittorio Pancini, una falsa í­talo-germana. Pasó dos meses viajando por Europa Occidental. Realmente ella hablaba muy poco italiano. Nos dimos cuenta que ella no podrí­a cumplir con esa leyenda, entonces se le hizo otra como Laura Gutiérrez Bauer, alemana-argentina. Esa leyenda también la practicó en Europa, y fue la que se aceptó, y la que supo cumplir de manera hasta que murió en la guerrilla del Che ».

Pasados casi 14 años de aquella conversación con Ulises he podido acceder a amplia y variada bibliografí­a sobre Tania. Algunas de las preguntas que entonces no pude o no me atreví­ a hacerle a Estrada Lescaille, ya se las han formulado. Otras, se me han ocurrido con el decursar del tiempo.

Guardo en mi archivo digital la entrevista que le realizara el filósofo, docente e investigador argentino Néstor Kohan para el sitio digital Rebelión, titulada «El internacionalismo de la revolución cubana y la herencia del Che Guevara », (www.rebelion.org 16 Aug 2005 08:29:03 -0700).

Tania la Guerrillera en Bolivia tomando fotos.
Tania fotografiando a sus compañeros de la guerrilla. (Foto: Tomada de Internet)

Es en esta entrevista donde encontré referencias únicas a un supuesto romance entre Che y Tania, situación que se encarga de desmentir Ulises cuando, aprovechando una pregunta de Kohan en la que refiere una novela del escritor Abel Posse. Sobre este «señor » que no le «merece ninguna confianza » y de cuyas intensiones «sinceramente » duda, cuenta:

«Una vez se apareció en Cuba, en mi casa, para que yo le contara el supuesto romance de Tania [Tamara Bunke] y Ernesto Guevara. Yo le expliqué que Tania y el Che nunca se habí­an encontrado y nunca estuvieron juntos en Praga, que Tania y el Che nunca habí­an tenido un romance, que Tania sentí­a un alto respeto por el Che como dirigente revolucionario y no como hombre desde el punto de vista amoroso. En esta conversación en la cual este señor llegó a mi casa, no sé cómo, yo vivo en un barrio alejado donde las direcciones son difí­ciles de encontrar, él igual se las arregló y se me apareció con un costoso regalo.   Yo interrumpí­ la discusión y le dije que no, que era todo mentira lo que él estaba diciendo, que él no podí­a escribirlo porque era falso. Y este señor me contestó que eso era lo que "el público" querí­a conocer y que en definitiva era una novela y que él iba a hacer una novela…Cuando me dijo eso, lo invité a irse de mi casa. Yo pienso que este señor no es capaz de respetar la historia de los hombres y las mujeres que fueron capaces de entregar nada menos que su vida en la lucha de liberación de los pueblos de América Latina ».

Al año siguiente de su conversación con Néstor Kohan, Ulises Estrada Lescaille presentó en La Habana Tania la Guerrillera y la epopeya sudamericana del Che, libro histórico-testimonial que recoge relatos inéditos de la preparación de la joven alemana-argentina.

La obra del excepcional testigo de esta etapa en la vida de la heroica Tania la Guerrillera, cuenta cómo comenzó una relación polí­tica-profesional, que gracias al entrenamiento extenso y meticuloso desembocó en un hermoso ví­nculo amoroso, que solo terminarí­a fí­sicamente el jueves 31 de agosto de 1967.  

Nadia Bider, mamá de Tania la Guerrillera, y Ulises Estrada Lescaille, quien la entrenó en Cuba.
Nadia Bider, mamá de Tania, durante el homenaje a la llegada de los restos de la guerrillera a Santa Clara, en diciembre de 1998. A su izquierda,   Ulises Estrada Lescaille.

Aquella tarde Tania fue la penúltima en penetrar en la rápida corriente del Rí­o Grande. Marcha al lado de Joaquí­n (Juan Vitalio Acuña).

Elsa Blaquier, en su libro Seguidores de un sueño describe los últimos momentos de Tamara Bunke Bider:

«El agua le llega casi a la cadera cuando se escuchan los primeros disparos. Levanta de inmediato los brazos en un intento para comenzar a disparar su metralleta, pero una ráfaga lanzada por el soldado Vargas le alcanza y su cuerpo es arrastrado por la corriente. El Negro, médico peruano a quien el Che encargara el cuidado de Tania, trata de salvarla y se deja arrastrar por la corriente. Nada desesperadamente hasta que le da alcance y comprueba su muerte ».

Siete dí­as después encuentran su cadáver. También la mochila donde llevaba escasas ropas, libretas de anotaciones, presupuestos de los ví­veres comprados y cintas grabadas con la música folklórica latinoamericana.

Cuentan que unas religiosas pidieron sus restos para vestirlo y darle sepultura. Hasta el cementerio de Valle Grande la acompañaron soldados quienes, a pesar de ser sus enemigos, le rindieron honores militares. El propio presidente general Barrientos, quien la habí­a conocido en recepciones oficiales, llegó hasta allí­; sin confesarlo admiró a la bella muchacha de 29 años que burló todos los servicios de inteligencia.

El pueblo boliviano la convirtió en leyenda y Tania vive hoy en el grito de libertad que dicen se escucha cada dí­a en el lugar donde fue encontrado su cuerpo, en las flores que colocan manos desconocidas en la tumba anónima del lejano paraje andino donde entregó su valiosa vida por la liberación de la humanidad. Desde el Desde el 30 de diciembre de 1998 sus restos permanecen en el Memorial Ernesto Che Guevara.

(Publicado el 23 de agosto de 2012)

NOTA: El combatiente, diplomático y periodista Ulises Estrada Lescaille falleció en La Habana el 27 de enero de 2014.

Un sanitario lo remató con un tiro en la cabeza

El  Negro  Cabrera. Así­ le llamaban sus compañeros cuando estudiaba Medicina en Buenos Aires y colaboraba en la organización de la lucha armada en su natal Perú. Habí­a nacido el 27 de junio de 1931 en El Callao, una preciosa ciudad ubicada a orillas del Océano Pací­fico al oeste de Lima, la capital. Pasados 36 años, el guerrillero José Restituto Cabrera Flores fue capturado y ultimado a balazos.

Restituto José Cabrera Flores (el Negro), combatiente de la guerrilla del Che.
Restituto José Cabrera Flores (el Negro). (Foto: Tomada de Internet)

Como el resto de los hombres de la retaguardia del Che en Bolivia, el  Negro  cayó en la emboscada del 31 de agosto de 1967, muy cerca de la confluencia de los rí­os Grande y Masicurí­. Fue él quien trató de ayudar a  Taniacuando una ráfaga la derribó. Nadando desesperadamente pudo alcanzar el cuerpo sin vida de la muchacha y acercarlo a la orilla. Luego se dejó llevar rí­o abajo, hasta la confluencia con el Palmarito.

Durante dí­as caminó Restituto por la ribera en busca de alimento. Hasta que, el 4 de septiembre de 1967, tropezó con la compañí­a Toledo, de la cuarta división, y lo ametrallaron sin compasión. «Vestí­a uniforme verde olivo; llevaba cinturón de lona con dos cargadores de carabina con 16 cartuchos y 5 de 7,65 mm, un encendedor, un cortaúñas, dos zapallos, cuatro limones y fruta de monte », de acuerdo con la descripción de Diego Martí­nez Estévez en su libro  La campaña militar contra el Che Guevara  que, en sus dos primeras ediciones, lleva el tí­tulo de:  í‘ancahuazú: apuntes para la historia militar de Bolivia.

Actualmente miembro de la Academia Boliviana de Historia Militar de la ciudad de Cochabamba, el coronel Martí­nez Estévez cuenta que el  Negro   «avanzaba en dirección contraria al encuentro del Toledo, después de haber marchado 20 kilómetros posiblemente en su propósito de llegar al campamento Oso [...] cuando lo vieron y alertaron a la unidad.

«[...] Negro trató de sustraerse de su vista y se mimetizó entre los árboles del cañadón de donde efectuó algunos disparos y en respuesta recibió un intenso fuego [...] ». Luego continúa con el testimonio del cabo Francisco Villarroel, quien relata en su diario:

«... Mi teniente López me ordenó que lo agarrara y me fui corriendo detrás del guerrillero [...] El soldado Oscar Salinas habí­a bajado al rí­o y le dije: Cojudo, dispare; entonces el soldado me obedeció y lo hirió en una muñeca. Prácticamente la compañí­a toda abrió media hora de fuego, y no sabí­a qué hacer, si tenderme o agacharme, de todo me olvidé; estaba decidido a morir. Por segunda vez, ordené al soldado que disparara, entonces me respondió: Mi cabo, se ha trancado mi fusil; me fui corriendo a quitarle su fusil, el soldado no hizo ninguna resistencia. Extrayendo la vaina trancada y cargando nuevamente le metí­ dos tiros en el cuello.

«Aun así­, el  Negro  no expiraba. Otro sargento le disparó una ráfaga que no le alcanzó sus partes vitales; entonces, un tercer sargento sanitario de la compañí­a lo remató con un tiro en la cabeza ».

El 4 de septiembre el Che anota en su diario: «La radio trae la noticia de un muerto cerca de donde fue aniquilado el grupo de diez hombres (...) dieron todas las generales del Negro, muerto en Palmarito y trasladado a Camiri ». Su cadáver fue evacuado y expuesto al público para luego ser enterrado en secreto en las proximidades del hospital de Chorety.

Restituto José Cabrera Flores (el Negro).
El Negro de la guerrilla boliviana. (Foto: Tomada de Internet)

Cabrera Flores llega al campamento de í‘acahuazu el 14 de febrero de 1967 acompañado del  Chino  (Juan Pablo Chang Navarro-Lévano) y de  Eustaquio  (Lucio Edilberto Galván Hidalgo), con el propósito de entrenarse durante un tiempo en el combate y pasar más tarde a un grupo guerrillero que actuarí­a en la zona peruana de Ayacucho.

De inmediato, Che lo pone bajo su mando en el grupo del Centro, y el 17 de abril dispone que se quede cuidando enfermos con la retaguardia, comandada por  Joaquí­n  (Juan Vitalio Acuña), a quien ordenó mantenerse en la cercaní­a del caserí­o de Bella Vista, hacer una demostración combativa y esperarlo durante tres dí­as. Pero nunca más volvieron a encontrarse.

En 1960 el doctor José Restituto viajó a Cuba acompañado de Yona, su esposa, una farmacóloga argentina. En el hospital de Santiago de Cuba trabajó como especialista en Medicina Interna y Cardiologí­a. Fue el impulsor del sistema de consultas am ­ bulatorias voluntarias nocturnas para atender a los obreros, en un momento en que eran muchas las necesidades y pocos los especialistas.

Formó parte también de la reserva de médicos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, y como tal participaba en los entrenamientos que hací­an en la entonces División 50 del Ejército Oriental.

Era un hombre medido, de pocas palabras, muy preciso, sencillo, modesto y con gran devoción por la profesión. Héctor Cordero Gue ­vara, uno de los fundadores del Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR) de Perú, conoció al  Negro  Cabrera cuando este cursaba estudios en Argentina. «Lo recuerdo alto, fuerte, apasionado futbolista, con gran simpatí­a personal y una total entrega a la causa ». Ambos volvieron a encontrarse en La Habana, durante la celebración de la Conferencia Tricontinental, «[...] me dijo que se habí­a casado y tení­a una hija, pero estaba decidido a combatir por su paí­s ».

Desde el 8 de octubre de 2000 los restos del  Negro  descansan en el Memorial del complejo escultórico Comandante Ernesto Che Guevara, en Santa Clara.

(Publicado el 8 de septiembre de 2012)

Por sobre la derrota, el valor humano

En las primeras semanas de septiembre, el general René Barrientos anunció una recompensa de 50 000 000 de pesos bolivianos (4 200 dólares) por la captura del Che, vivo o muerto. Para conseguir su objetivo dispondrí­a de 3 000 soldados, bien armados y entrenados.

Tarja colocada en el lugar donde cayeron los guerrilleros Coco Peredo, Mario Gutiérrez Ardaya y Manuel Hernández Osorio, en Bolivia.
Tarja colocada en el lugar donde cayeron los guerrilleros Coco Peredo, Mario Gutiérrez Ardaya y Manuel Hernández Osorio, en Bolivia. (Foto: Tomada de internet)

El 26 de ese mes el grupo guerrillero de la vanguardia llega al Abra del Picacho, caserí­o de unos 114 habitantes, a 2 280 metros sobre el nivel del mar. En camino hacia Jagí¼ey pasaron por La Higuera. La ruta escasa de vegetación los obliga a utilizar los accidentes del terreno para no ser vistos. Como a la media hora de marcha se escuchan disparos concentrados.

Coco  (Roberto Peredo Leigue),  Miguel  (Manuel Hernández Osorio) y  Julio  (Mario Gutiérrez Ardaya), casi coronando el firme de la quebrada del Batán, caen de lleno en la emboscada.  Miguel  muere al instante,  Coco  y  Julio, aunque heridos, pueden moverse. Julio trata de llegar hasta una cerca de piedras, pero nuevos disparos tronchan su vida.  Coco  cae rematado por dos proyectiles que frustran el auxilio dado por sus compañeros, mientras el Che,  Pacho  (Alberto Fernández Montes de Oca) y  Urbano  (Leonardo Tama ­yo Núñez) contienen el avance del ejército para que el resto de la tropa organice la defensa.

El Che, con una sola palabra, califica lo ocurrido: «Derrota ». El resto de las anotaciones en su diario se muestra rico en detalles:

«Llegamos al alba a Picacho donde todo el mundo estaba de fiesta [...] los campesinos nos trataron muy bien y seguimos sin demasiados temores, a pesar de que Ovando habí­a asegurado mi captura de un momento a otro. Al llegar a La Higuera, todo cambió; habí­an desaparecido los hombres y sólo alguna que otra mujer habí­a. Coco fue a casa del telegrafista, pues hay teléfono y trajo una comunicación del dí­a 22, en la que el subprefecto de Valle Grande comunica al corregidor que se tienen noticias de la presencia guerrillera en la zona y cualquier noticia debe comunicarse a V.G. donde pagarán los gastos; el hombre habí­a huido, pero la mujer aseguró que hoy no se habí­a hablado porque en el próximo pueblo, Jagí¼ey, están de fiesta.

«A las 13 salió la vanguardia para tratar de llegar a Jagí¼ey y allí­ tomar una decisión sobre las mulas y el Médico [Octavio de la Concepción de la Pedraja]. Cuando salí­ hacia la cima de la loma, 13.30 aproximadamente, los disparos desde todo el firme anunciaron que los nuestros habí­an caí­do en una emboscada. Organicé la defensa en el pobladito, para esperar a los sobrevivientes y di como salida un camino que sale al Rí­o Grande. A los pocos momentos llegaba Benigno [Dariel Alarcón Ramí­rez] herido y luego Aniceto [Aniceto Reinaga Gordillo] y Pablito [Francisco Huanca Flores], con un pie en malas condiciones; Miguel, Coco y Julio habí­an caí­do y Camba [Orlando Jiménez Bazán] desapareció dejando su mochila.

«Rápidamente la retaguardia avanzó por el camino y yo la seguí­, llevando aún las dos mulas; los de atrás recibieron el fuego muy cerca y se retrasaron e Inti perdió contacto. Luego de esperarlo media hora en una emboscadita y de haber recibido más fuego desde la loma, decidimos dejarlo, pero al poco rato nos alcanzó. En ese momento vimos que León [Antonio Rodrí­guez Flores] habí­a desaparecido e Inti comunicó que habí­a visto su mochila por el cañado por donde tuvo que salir; nosotros vimos un hombre que caminaba aceleradamente por un cañón y sacamos la conclusión de que era él. Para tratar de despistar, soltamos las mulas cañón abajo y nosotros seguimos por un cañoncito que luego tení­a agua amarga, durmiendo a las 12, pues era imposible avanzar ».

El dí­a 27 el Che reflexiona sobre las bajas: «Nuestras bajas han sido muy grandes esta vez; la pérdida más sensible es la de Coco, pero Miguel y Julio eran magní­ficos luchadores y el valor humano de los tres es imponderable ».

Los restos de los tres guerrilleros descansan, desde el 30 de diciembre de 1998, en el Complejo Memorial Ernesto Che Guevara, de Santa Clara.

Coco, garantí­a en todo sentido

Roberto Peredo Leigue nació el 23 de mayo de 1938, en Cochabamba, capital del departamento de igual nombre. Mucho influyeron las experiencias contadas por el padre periodista en los hermanos  Cocoe  Inti.

Roberto Peredo Leigue (Coco), combatiente de la guerrilla del Che en Bolivia.
Roberto Peredo Leigue (Coco). (Foto: Tomada de Internet)

Tení­a solo 16 años cuando conoció los rigores de la prisión, acusado de repartir el periódico del Partido Comunista Boliviano (PCB) en El Beni. Tres años después lo detuvieron en Cochabamba por transportar un arma en su maleta de viaje.

Delgado y de estatura mediana, su cuerpo y carácter se forjan mientras transporta ganado por las corrientes fluviales del paí­s y caza caimanes en el rí­o Mamoré, entre los indios relegados a la pobreza y la ignorancia. También trabaja en una librerí­a y más tarde como chofer de alquiler.

Traí­a compañeros a comer al apartamentito que habitábamos y les daba hasta la poca ropa que tení­a. No éramos ricos, viví­amos de mi sueldo de maestra y lo que él ganaba con el automóvil, pero siempre habí­a un lugarcito para atender a los camaradas. No habí­a estudiado música, pero tocaba muy bien la guitarra y el acordeón », relató en 1996 Mireya Echazú, su esposa y madre de sus hijos Roberto, Katya y Yuri. Adoraba a su familia, pero sin sobreponerla al deber.

Con entrega total colabora en la creación del Ejército de Liberación Nacional de Perú y en la integración del Ejército Guerrillero del Pueblo, en Salta, Argentina, encabezado por Jorge Ricardo Massetti. En 1964, logra que la dirección del PCB apruebe la creación de una comisión militar que él encabezará y de la cual será un efectivo colaborador a la hora de seleccionar los cuadros que recibirán instrucción militar.

Viaja a Cuba y Europa para contactar con estudiantes a quienes trasmite sus ideas sobre la necesidad de la lucha armada.

En mayo de 1966 José Marí­a Martí­nez Tamayo (Ricardoo  Papi) le pide su colaboración para iniciar los preparativos del foco guerrillero en Bolivia. Comienza entonces un incansable ir y venir por el paí­s en su misión de proveer los medios necesarios para la lucha y comprar las fincas que en un futuro servirán como campamento.

La última vez que la esposa lo ve,  Coco  habí­a ido a La Paz con el propósito de hacer contacto con la vacilante dirección del PCB, encuentro frustrado con dilaciones y falsas promesas, a las cuales el joven de 27 años responde con su actitud decidida de integrar definitivamente las fuerzas insurgentes bajo el mando del Comandante Ernesto Guevara. Asignado al grupo de la vanguardia, todos reconocen sus dotes de lí­der. Junto a  Inti, es el encargado de establecer contacto con los pobladores que encuentran a su paso.

Coco fue el segundo jefe en la toma del poblado de Samaipata, considerada una de las operaciones más audaces de la columna insurgente por el impacto causado en la opinión pública.

El Che lo evalúa individualmente en cuatro ocasiones: «27/2/67 - tres meses - Incorporación formal porque está en los trabajos de abastecimiento y ahora en la finca. No se puede hablar de él como combatiente. 27/5/67 - 6 meses - Bueno - ha pasado las pruebas requeridas con amplio margen y se está desarrollando como guerrillero. 27/8/67 - 9 meses - Muy bueno: se está desarrollando como gran combatiente y futuro gran cuadro revolucionario. 26/9/67 - Muere en la sorpresa de La Higuera, junto con  Inti  los mejores proyectos bolivianos. Era una garantí­a en todo sentido, arrojado en el combate y de una alta moral. La pérdida más grave luego de la de Rolando ».

Miguel: Un pilar de seguridad en la tropa

Manuel Hernández Osorio (Miguel), combatiente de la guerrilla del Che en Bolivia.
Manuel Hernández Osorio (Miguel). (Foto: Tomada de Internet)

Manuel Hernández Osorio nació el 17 de marzo de 1931, en la finca El Diamante, barrio Santa Rita, Jiguaní­, Oriente. Hijo de Manuel, natural de Tenerife, España, y Juana, una mulata que parió ocho muchachos.

Su madre ya fallecida, al recordarlo en una entrevista, lo catalogó «lo más bellaco que habí­a en gente ». Para él todas las maldades eran buenas, de ahí­ que Juana pudiera pasarse un dí­a entero hablando de sus bromas y ocurrencias.

Manuel estudió solamente hasta el quinto grado. A los 11 años se vio obligado a arar la tierra para poder ayudar a la familia Su gran fortaleza fí­sica le permitió trabajar en las minas de Charco Redondo acarreando mineral por los profundos y peligrosos túneles durante dos turnos seguidos.

Con 23 años ha palpado la explotación y la injusticia a que es sometido tanto el pequeño campesino, como el obrero agrí­cola o el minero. Comprende la necesidad de luchar por cambiar la situación, agravada por los abusos de la dictadura. Como integrante del M-26-7 acopia dinamita que guarda en casa de la novia para emplearla en sabotajes.

En las nacientes fuerzas revolucionarias Manuel se convierte en soldado: Pino del Agua, El Gaviro, Manzanillo, San Ramón, Arroyón, Las Mercedes y Vegas de Jibacoa constituyen escenarios de combates donde prueba su bravura y gana los grados de teniente.  

Manuel Hernández Osorio (Miguel), combatiente de la guerrilla del Che en Bolivia.
Manuel Hernández Osorio (Miguel) alcanzó el grado de capitán del Ejército Rebelde.  

Acompaña al Che durante la invasión, y en los llanos de Camagí¼ey alcanza los grados de capitán, con los cuales asume la punta de vanguardia, responsabilidad que volverá a asumir nueve años después en la selva boliviana. Al triunfar la Revolución contrae matrimonio con Elvira Victoria. De esa unión nacerán Manolito, Jorge y Maritza.

El 27 de noviembre se integra a la guerrilla. Es el explorador por excelencia. Nada lo detiene a la hora de hacer una emboscada, entablar combate o romper monte. El Che lo llama junto a  Urbano «mis obras públicas ».

Cuatro veces, en su cuaderno de tapa verde, el  Guerrillero Heroico  lo evalúa individualmente: «27/2/67 - tres meses: Muy bien. Su aliento, su buen humor constante frente a cualquier contratiempo y su ecuanimidad, son un freno a las intemperancias de Marcos. Es segundo al mando de la vanguardia. 27/5/6 -seis meses: Bueno, pero decrecido fí­sicamente. Se hizo cargo de la vanguardia en sustitución de Marcos pero no tiene don de mando y no mantiene la disciplina. 27/8/67 - nueve meses: Muy bueno. No tiene el don de mando y la inteligencia necesarios para ser un buen jefe, pero su espí­ritu está retemplado y es un pilar de permanente seguridad en la tropa. 26/9/67: Muere en la sorpresa de La Higuera. Fue un gran combatiente y un espí­ritu ejemplar. Una gran pérdida ».

Julio brilló como combatiente

Mario Gutiérrez Ardaya nació el 22 de mayo de 1939, en el pueblo de Sachojere, cerca de Trinidad, en el departamento de El Beni, Bolivia, en el seno de una familia pobre, a pesar de lo cual terminó sus estudios secundarios y entró en la Universidad en 1957.

Mario Gutiérrez Ardaya (Julio), combatiente de la guerrilla del Che en Bolivia.
Mario Gutiérrez Ardaya (Julio). (Foto: Tomada de Internet)

Militante de la Juventud Comunista Boliviana (JCB), desde un principio ocupó cargos de responsabilidad en la Confederación Universitaria Boliviana (CUB) en su región y después en la Universidad Mayor de San Andrés en la capital. En 1958 fue elegido secretario general de su organización en el transcurso del segundo Congreso Nacional de Dirigentes Universitarios.

En 1960 abandona sus estudios para ayudar a la familia y retornar a su ciudad natal, donde pronto fue elegido dirigente sindical. Viene a Cuba, donde se gradúa como médico y recibe además entrenamiento militar.

Elí­as Gutiérrez, su padre, siempre hací­a referencia a las cartas en las que  Julio  relataba sus progresos en los estudios de Medicina y acerca del trabajo voluntario.

A inicios de febrero de 1967 partió de Cuba junto a otros dos compañeros. El 17 de febrero deja la casa paterna con el pretexto de continuar estudios de especialización en la Unión Soviética.

No confí­a a la familia su verdadero propósito, ya que podrí­a comprometer la misión y a su hermano Elí­as, oficial del ejército boliviano, quien al enterarse por la prensa de la participación de Mario en la guerrilla sufrirí­a la gran contradicción de encontrarse en bandos antagónicos.

En mayo el Che realiza la primera evaluación del revolucionario que acaba de cumplir 28 años: «26/5/67 - tres meses: Muy Bueno. Aunque le falta una verdadera prueba de fuego, su espí­ritu es muy elevado y es otro de los hombres ejemplo de la guerrilla ». Luego, otras dos: «26/8/67 - seis meses: Muy bueno, ya pasó por algunas pruebas difí­ciles y, aunque le falta controlarse más, su actuación fue satisfactoria y su espí­ritu está siempre en alto. Voluntario para ir a buscar mis medicinas. 26/9/67: Muere en la sorpresa de La Higuera. Era médico recién graduado, brilló como combatiente ejemplar, sobre todo por su calor humano y su entusiasmo contagioso. Otra gran pérdida de un futuro gran cuadro revolucionario ».  

La muerte los hizo heroicos

Ernesto Che Guevara (Fernando o Ramón) en la guerrilla en Bolivia)
Ernesto Che Guevara (Fernando o Ramón).

Dicen que antes de cumplir la orden los soldados « echaron a la surte » quién serí­a el encargado de «fusilar » a Fernando, el jefe guerrillero que tanto quehacer dio al ejército boliviano, y a los rangers entrenados por la CIA. Herido en una pierna, con su carabina inutilizada y agotada las balas de su pistola, «al fin » pudieron capturar al Che Guevara, el 8 de octubre de 1967.

El dí­a antes habí­a escrito la última página de su Diario:

«Se cumplieron los 11 meses de nuestra inauguración guerrillera sin complicaciones, bucólicamente; hasta las 12.30 hora en que una vieja, pastoreando sus chivas entró en el cañón en que habí­amos acampado y hubo que apresarla. […] de resultados del informe de la vieja se desprende que estamos aproximadamente a una legua de Higueras y otra de Jagí¼ey y unas 2 de Pucará. […] se le dieron 50 pesos con el encargo de que no fuera a hablar ni una palabra, pero con pocas esperanzas de que cumpla a pesar de sus promesas… […] ».

Caí­da la noche, salieron los guerrilleros. En lo alto, «una luna muy pequeña » aseguraba la marcha, que resultó «muy fatigosa ». En el camino, un cañón «que no tiene casas cerca, pero sí­ sembradí­os de papa regados por acequias del mismo arroyo », se amontonaban las pisadas. A las 2 de la madrugada pararon a descansar, «pues ya era inútil seguir avanzando. El Chino [Juan Pablo Chang-Navarro Lévano] se convierte en una verdadera carga cuando hay que caminar de noche », anotó. Luego dilucida acerca de una «rara información » del Ejército, que ubica «la zona de nuestro refugio entre el rí­o Acero y el Oro ». La noticia le «parece diversionista ». Están a 2 mil metros de altura.

Para entonces el ejército mostraba más efectividad en sus acciones, los campesinos actuaban como delatores, y los más flojos desertaban y daban declaraciones, como es el caso de Camba (Orlando Jiménez Bazán) y León (Antonio Rodrí­guez Flores), quienes luego de abandonar la guerrilla a finales de septiembre, fueron apresados. Conminados a hablar dieron «abundantes noticias de Fernando, su enfermedad y todo lo demás, sin contar lo que habrán hablado y no se publica », según anotaciones que hace el Che el dí­a 3 de octubre.

 Orlando Pantoja Tamayo (Olo o Antonio)
Orlando Pantoja Tamayo ( Olo o Antonio ).
 Alberto Fernández Montes de Oca (Pacho o Pachungo), combatiente de la guerrilla del Che en Bolivia..
Alberto Fernández Montes de Oca (Pacho o Pachungo ).
 René Martí­nez Tamayo (Arturo), combatiente de la guerrilla del Che en Bolivia.
René Martí­nez Tamayo ( Arturo ).

Por si fuera poco, la pérdida de Miguel (Manuel Hernández Osorio), Coco (Roberto Peredo Leigue) y Julio (Mario Gutiérrez Ardaya). «malogró todo y luego hemos quedado en una posición peligrosa ». Los dí­as que restan se presentarán angustiosos y difí­ciles para el mermado grupo de 17 guerrilleros, prácticamente sin vanguardia. Se acerca la etapa más «angustiosa y difí­cil ».

En su libro Seguidores de un sueño Casa Editorial Verde Olivo, 2007 la colega Elsa Blaquier Ascano (esposa de René Martí­nez Tamayo), relata lo acontecido luego las dos horas perdidas en el descanso nocturno:

Sobre las cuatro «continuaron el avance hasta la unión de las quebradas del Yuro y San Antonio. Poco después detectan la presencia del ejército que comienza el cerco, situación que lleva al Che a recoger las exploraciones e internarse en la Quebrada del Yuro para evitar ser detectados durante el dí­a, pues en ese instante se encontraban a 200 metros de la cima de una elevación, y si los soldados no lo detectaban podí­an ganar el firme en las primeras horas de la noche y romper el cerco ».

Olo Pantoja, el Antonio de la guerrilla.
Olo Pantoja, el Antonio de la guerrilla, durante los dí­as en Bolivia. (Foto: Tomada de Internet)

De acuerdo con el testimonio del hoy general de brigada Harry Villegas Martí­nez, en su libro Pombo, un hombre de la guerrilla del Che, el Guerrillero Heroico estableció la defensa «sin dejar nada al azar »: Antonio (Orlando Pantoja Tamayo), Chapaco (Jaime Arana Campero), Arturo (René Martí­nez Tamayo) y Willy (Simeón Cuba Sanabria),a la entrada de la quebrada. Benigno (Dariel Alarcón Ramí­rez), Inti (Guido Peredo Leigue) y Darí­o (David Adriazola Veizaga) en el flanco izquierdo «para garantizar la entrada y asegurar una posible retirada por el lugar ». Pacho (Alberto Fernández Montes de Oca) en el flanco derecho en una especie de puesto de observación, y Urbano (Leonardo Tamayo Núñez ) y él [Pombo], en el extremo superior. « […] También tuvo en cuenta un primer lugar donde encontrarse de entrar en combate, otro para reagruparse estratégicamente y hacia que zona debí­an ir si se dispersaban ».

Pasada la una de la tarde cuando el Che envió a í‘ato  (Julio Luis Méndez Krone), y Aniceto (Aniceto Reinaga Gordillo) para que relevaran a Urbano y a Pomboel ejército los detecta, generalizándose el tiroteo. Las fuerzas enemigas ocupan una altura similar a la de Pombo y Urbano y dominan una parte del lecho de la quebrada por la que los guerrilleros se ven impedidos a pasar. Ante la situación, Pombo hace señas a Aniceto para que busque instrucciones del Che. Al regreso informa a Nato que ya no estaba y cuando intenta llegar hasta donde están los dos guerrilleros cubanos, Aniceto es herido en un ojo, y muere de inmediato.

Durante más de dos horas se escucha el ruido ensordecedor de las ametralladoras, bazucas, morteros y granadas hasta que el tiroteo se va alejando quebrada abajo. Cuenta Pombo que junto a Urbano y í‘ato llegan al punto donde está el puesto de mando, pero ya el Che se ha retirado, llevándose el radio de la mochila de Inti, y dólares y documentos, de la de Pombo. La pregunta de todos es ¿dónde está el Che?

Por su alto sentido humano y ejemplar solidaridad se llegó a la conclusión de que se habí­a llevado a los enfermos por el lugar donde detectó no estaba cerrado el cerco.

Juan Pablo Chang Navarro-Lévano (el Chino), combatiente de la guerrilla del Che en Bolivia.
Juan Pablo Chang Navarro-Lévano (el Chino) junto al Che en Bolivia.

En el libro de Blaquier Ascano, según Gary Prado entonces capitán y jefe de una de las fuerzas que participó en el combate, «la firme posición de bloqueo organizada por Antonio y Arturo detiene el avance de la sección del sargento Bernardino Huanca, armada de ametralladoras y bazucas, hasta que un ataque con granadas ocasiona la muerte de los dos guerrilleros », y Pacho es alcanzado por una bala. Herido, el Che continúa la marcha con Willy y el Chino, con el propósito de alcanzar la altura que les permitirí­a ganar la otra quebrada.

Según se ha sabido aclara la periodista el encuentro de los soldados Balboa, Choque y Encina con el comandante Guevara y Willy resulta casual, cuando se disponí­an a instalar un mortero. En ese momento el Che curaba su pierna herida, y «estaba desarmado, pues su carabina quedó inutilizada por un tiro en la recámara, y la pistola carecí­a de cargador ».

Una vez capturado y ante la duda de que sea el buscado jefe guerrillero Huanca avisa a Gary Prado, quien ordenó llevar los prisioneros hasta un árbol distante unos 200 metros. De inmediato notificó por radio a Valle Grande: «Prado desde Higuera, caí­da de Ramón confirmada, espero órdenes qué debe hacerse. Está herido ».

A las cinco de la tarde, «sin brindarle ningún tipo de atención a los heridos, iniciaron la dificultosa marcha hacia el poblado de La Higuera. El Che iba al frente, con las manos amarradas y escoltado por varios soldados, detrás Willy, luego Pacho sostenido por soldados, pues no podí­a mantenerse en pie, finalmente los cadáveres de Antonio y Arturo ».

Simeón Cuba Sarabia (Willy), combatiente de la guerrilla del Che en Bolivia.
Simeón Cuba Sarabia (Willy). (Foto: Tomada de Internet)

El propio Gary Prado, en el libro Cómo Capturé Al Che (1.a Ed. 1987) refiere que el ingreso a La Higuera «constituye casi una procesión, pues se lleva a tres soldados de la Compañí­a “B” heridos y un muerto, en camillas improvisadas, así­ como a los dos guerrilleros caí­dos en el combate, luego vienen el Che y Willy caminando en medio de un dispositivo de seguridad y luego el resto de la tropa que combatió ese dí­a ». A las siete y media de la noche llegan a la humilde escuelita de adobe, paja y piso de tierra.

A las diez de la noche el coronel Zenteno Anaya enví­a una escueta orden: «Mantengan vivo a Fernando hasta mi llegada… ».

El escritor, periodista y pedagogo boliviano Ví­ctor Montoya, en el artí­culo «Pasajes y personajes de la guerrilla de í‘ancahuazú » relata con lujo de detalles:

«Al dí­a siguiente, a primera hora, un helicóptero atestado de militares de alta graduación aterrizó en La Higuera. Andrés Selich fue el primero en interrogarle al Che. El militar le aventó un golpe en la cara y el Che le escupió a los ojos. Se sabe también que el general Alfredo Ovando Candia, a tiempo de dar órdenes a su subalterno, dijo: “Liquidé a los prisioneros en la forma que sea, pero liquí­delos”. Seguidamente, los mismos autores de la masacre en las minas, subieron al helicóptero y se ausentaron hacia la sede de gobierno.

«Pasado el mediodí­a, los asesinos cumplieron las órdenes. Un cabo y un teniente entraron en el aula, donde estaban el Chino y Willy. Se plantaron cerca de la puerta y apuntaron sus M-1 respectivamente. “ ¡De cara a la pared!”, ordenó el teniente. “Si usted me va a matar, quiero verlo”, replicó Willy. A los contados segundos, una descarga de fuego desplomó a los guerrilleros.

El Che prisionero en la escuelita de La Higuera, antes de ser asesinado.
El Che prisionero en la escuelita de La Higuera, antes de ser asesinado. (Foto: Tomada de la revista Bohemia)

El coronel Zenteno Anaya, protagonista principal del Churo, transmitió las órdenes de ejecutar lo determinado por los asesores de la CIA y poner punto final a uno de los episodios más trascendentales del foco guerrillero en América Latina ».

En 1977, la revista semanal francesa Paris Match publicó el testimonio del suboficial Mario Terán, quien, borracho, ultimó al Che:

«Dudé 40 minutos antes de ejecutar la orden confesó. Me fui a ver al coronel Pérez con la esperanza de que la hubiera anulado. Pero el coronel se puso furioso. Así­ es que fui. Ése fue el peor momento de mi vida. Cuando llegué, el Che estaba sentado en un banco. Al verme dijo: “Usted ha venido a matarme”. Yo me sentí­ cohibido y bajé la cabeza sin responder. Entonces me preguntó: “ ¿Qué han dicho los otros?” Le respondí­ que no habí­an dicho nada y él contestó: “ ¡Eran unos valientes!” Yo no me atreví­ a disparar. En ese momento vi al Che grande, muy grande, enorme. Sus ojos brillaban intensamente. Sentí­a que se echaba encima y cuando me miró fijamente, me dio un mareo. Pensé que con un movimiento rápido el Che podrí­a quitarme el arma. “ ¡Póngase sereno me dijo y apunte bien! ¡Va a matar a un hombre!” Entonces di un paso atrás, hacia el umbral de la puerta, cerré los ojos y disparé la primera ráfaga. El Che, con las piernas destrozadas, cayó al suelo, se contorsionó y empezó a regar muchí­sima sangre. Yo recobré el ánimo y disparé la segunda ráfaga, que lo alcanzó en un brazo, en el hombro y en el corazón. Ya estaba muerto ».

Los documentos del Che pasaron de su mochila a un cajón de zapatos, «que depositaron en la caja fuerte del Alto Mando Militar Boliviano », clasificado como «secreto militar ». Su fusil, «fue a dar a manos del coronel Zenteno Anaya ». Su reloj Rolex «a la muñeca del coronel Andrés Selich. Y la pipa, al bolsillo del sargento Bernardino Huanca… ».

La mayorí­a de los protagonistas del asesinato del Che están muertos. La gesta de Che Guevara, no fue de nadie en particular. Pasó a inscribirse en la historia universal como la del Guerrillero Heroico, quien desde entonces continúa llamando a la humanidad: ¡Hasta la Victoria Siempre!  

Nota: Los restos de Che, Alberto, René, Orlando, Aniceto y Juan Pablo descansan, desde el 17 de octubre de 1997, en el Memorial Comandante Ernesto Che Guevara, en Santa Clara.  

Confluencias de muerte y de sangre

A las seis y treinta de la mañana del 9 de octubre de 1967 un helicóptero tocó tierra en el camino que conduce al caserí­o de La Higuera. Sus ocupantes llevaban la orden de ejecutar al Che, capturado herido el dí­a anterior, durante un cerco en la Quebrada del Yuro. Pasado el mediodí­a, el suboficial MarioTerán, sin escrúpulos de ninguna í­ndole, cumplió el mandato.

Mientras tanto Moro (Octavio de la Concepción de la Pedraja), Chapaco (Jaime Arana Campero), Pablito (Francisco Huanca Flores) y Eustaquio (Lucio Edilberto Galván Hidalgo) continuaban alejándose rumbo a la zona de contacto que les diera el jefe guerrillero en caso de dispersión.

Durante tres lunas se desplazaron lentamente, fuera de los ojos de   las fuerzas enemigas, que los perseguí­an. Extenuados, ascendieron por el curso del Rí­o Grande hasta la confluencia con el Mizque. En un paraje de la región de Cajones, acamparon la noche del 11.

A la lumbre de una fogata, mitigaron el hambre y el frí­o, pero también alertaron a los soldados. El centinela de una compañí­a del batallón de Asalto 2 detectó la luz, y hacia ese punto se dirigieron 145 efectivos del ejército, dispuesto a  concluir el cerco.

Al amanecer del 12 de octubre, las tropas que ocupaban posiciones en la otra margen del rí­o avistaron a uno de los guerrilleros. Al verse descubiertos enta ­blaron un fiero combate. Por espacio de una hora cuatro hombres, tres de ellos en malas condiciones fí­sicas, enfrentan a 145 soldados hasta que el parque se les terminó.

Al llegar al lugar, los soldados encontraron un guerrillero muerto y tres heridos. Moro, Chapaco, Pablito y Eustaquio. No tuvieron ni valor ni ética ni clemencia. La orden de matar prevaleció contra quienes enfermos y heridos se encontraban totalmente indefensos.

Moro, el cirujano

Tras su partida de la finca donde fue concentrado el grupo de cubanos para salir hacia Bolivia, el cirujano Octavio de la Concepción de la Pedraja, (Moro, Morogoro, Muganga o Médico) viaja junto a Arturo (René Martí­nez Tamayo) por varios paí­ses y llegan a La Paz el 9 de diciembre de 1966.

Octavio de la Concepción de la Pedraja (Moro, Médico), combatiente de la guerrilla del Che en Bolivia.
Octavio de la Concepción de la Pedraja (Moro, Morogoro, Muganga o Médico), combatiente de la guerrilla del Che en Bolivia.

Al otro dí­a atraviesan el altiplano hasta llegar a Cochabamba, desde donde continúan hasta Santa Cruz, y el 11 arriban al campamento, que el Moro describe en su diario como «un lugar de monte sin agua cerca, con gran cantidad de jejenes, guasasu y bichos de toda clase, así­ como sus ví­boras de vez en cuando, por la noche hay que taparse y por el dí­a el calor casi es irresistible, si te quitas la camisa te pican los jejenes, si te tapas y te metes en la hamaca te ahogas de calor… »

Durante 11 meses Moro es uno más para explorar, cazar, pescar, cocinar, abrir caminos, cuidar de los enfermos y hasta combatir. Sin embargo su estado de salud va en deterioro. El 1.o de febrero de 1967 contrae paludismo. No obstante, realiza largas mar ­chas y atiende a compañeros y enemigos heridos.

«Es difí­cil concebir un buen cirujano que sea capaz de mantener el carácter a través de pruebas duras para los de su oficio ». Con este comentario y la calificación de muy bueno evalúa el Che a Octavio de la Concepción de la Pedraja el 11 de marzo de 1967, a los tres meses exactos de su llegada al campamento guerrillero de í‘acahuazú.

Octavio de la Concepción y de la Pedraja habí­a nacido el 16 de octubre de 1935 en La Habana. Poco antes de cumplir los dos años marchó con sus padres al central Fernando de Dios, en Tacajó, actual provincia de Holguí­n. Al terminar la escuela primaria partió a La Habana a cursar el bachillerato en el Colegio de Belén.

En 1952 matriculó la carrera de Medicina en la Universidad de La Habana. Mientras estudia trabaja gratuitamente en el hospital Calixto Garcí­a. Al cierre de la Universidad, el joven decidió volver a Tacajó, donde se vinculó a las acciones del Movimiento 26 de Julio, y prestó asistencia médica en el hospitalito del central hasta su definitiva incorporación al Ejército Rebelde.

Al triunfo de la Revolución fue designado jefe de Sanidad Militar en la zona de Baracoa, Guantánamo y Yateras. En febrero de 1959 regresó a sus estudios, al tiempo que laboraba en el hospital de la Policí­a Nacional Revolucionaria. Después hizo el internado en el «Carlos J. Finlay » y volvió a Baracoa para cumplir su servicio social, lugar donde alcanzó la militancia del Partido Comunista de Cuba.

En 1963 volvió al «Calixto Garcí­a » para cursar la especialidad de cirugí­a, sin abandonar su condición de médico militar, hasta que se sumó a las fuerzas internacionalistas comandadas por el Che, en el Congo.

Marí­a Josefa Gómez, la esposa, recuerda la primera despedida, a mediados de agosto de 1965: «Octavio Manuel, el mayor de los niños, era pequeño y Luis Oscar sólo tení­a 45 dí­as de nacido. Dijo que marcharí­a a cumplir una misión, pero no explicó dónde. […] Cuando se despidió a fines de noviembre de 1966, querí­a darle el reloj que habí­a usado en el Congo a su hermano Oscar pero después dijo que no, porque eso le olí­a a herencia y él estaba seguro que iba a regresar ». Y así­ fue. Hasta que el Guerrillero Heroico lo incluye otra vez entre los combatientes que lo acompañarán en su sueño libertario por los oprimidos de América.

Chapaco, el de Tarija

Chapaco se les dice en Bolivia a los nacidos en Tarija, ciudad a orillas del rí­o Guadalquivir, en el centro de un ameno valle, renombrada cariñosamente La ciudad de las flores. Allí­, el 31 de octubre de 1938, en el seno de una familia de clase media, nació Jaime Arana Campero.

Jaime Arana Campero (Chapaco), combatiente de la guerrilla del Che en Bolivia.
Jaime Arana Campero (Chapaco). (Foto: Tomada del periódico Granma)

Cuenta su hermana Marta que Jaime manifestó inquietudes polí­ticas desde la etapa en que estudiaba la carrera de ingenierí­a en la Universidad de San Andrés, y llegó a ser dirigente del Movimiento Nacional Revolucionario (MNR), en la ciudad de La Paz.

«A su preferencia por la hidrotecnia uní­a la pasión por la poesí­a, la actuación y el deporte, aficiones que le harí­an popular entre los becarios cubanos del edificio de 12 y Malecón, donde vivió mientras cursó estudios en Cuba, y entre los que se distinguí­a por su alta estatura, fuerte complexión y el negro mechón de pelo lacio caí­do sobre la frente », cuenta en su libro Seguidores de un sueño, la periodista Elsa Blaquier Ascano, a quien pertenecen las referencias biográficas de los cuatro combatientes.

Motivado por las ideas polí­ticas de muchos de sus compatriotas Jaime pidió militar en la célula de la Juventud Comunista boliviana integrada por los estudiantes radicados en La Habana.

Compañeros de estudios lo recuerdan preocupado siempre por cumplir sus obligaciones como jefe del albergue y exigente contra lo mal hecho, muy interesado por los cambios sociales que se operaban en Cuba.

Uno de ellos, Carlos Manuel Gómez Viciedo, relata que en febrero de 1966 organizaron un festival deportivo que incluyó carreras de bicicletas. «A la llegada de los ciclos, el loco Arana, como lo llamaban los amigos por sus ojos algo saltones, tomó la iniciativa de darles mantenimiento y custodiarlos para que nadie los tocara hasta el dí­a de la competencia. Su participación resultó decisiva para el éxito del evento y el cuidado de los equipos cuya entrega realizó personalmente ».

Jaime llegó al campamento de í‘acahuasú en marzo de 1967. Entrenado militarmente junto a sus coterráneos Inti Peredo Leigue, Aniceto Reinaga Gordillo, Benjamí­n Coronado Córdova y Walter Arencibia Ayala, integró el grupo del Centro bajo las órdenes del Che, quien en su Diario lo cita en 19 ocasiones, referidas en su mayorí­a a acciones de cacerí­a y exploración.

Significativas resultan las del 6 de agosto, en ocasión de unas palabras que Chapaco pronunció «referentes al dí­a de hoy, de la Independencia Boliviana », y la del 13, cuando le señala «pruebas crecientes de desequilibrio », y ante lo cual decidió hablarle al siguiente dí­a para que si lo deseaba abandonara la guerrilla, pero «Chapaco manifestó que no se irí­a pues eso es una cobardí­a ».

Antes las difí­ciles condiciones dadas por la falta de sueño, agua y alimentos, los hombres dieron muestras de agotamiento psí­quico e incluso, de desobediencia. Es el caso del 12 de septiembre cuando el Che sancionó a Chapaco a tres dí­as de ayudantí­a. En varias de sus anotaciones continúa juzgándolo duramente, sobre todo por sus desavenencias con Antonio y Arturo.

La última vez que lo nombra es el 1.o de octubre. Dice: «Chapaco cocinó frituras y se dio un poco de charqui con lo que el hambre no se hace sentir ». Los dí­as que siguieron fueron tensos y angustiosos. Sin embargo Jaime Arana Campero se mantuvo firme, leal, dispuesto a morir antes que claudicar.

Pablito, el minero de Oruro

El 11 de septiembre de 1967 el Che escribe en diario: «Hablé largamente con Pablito, como todos está preocupado por la falta de contactos y estima que nuestra tarea fundamental es restablecerlo con la ciudad. Pero se mostró firme y decidido, “de Patria o Muerte” y hasta donde se llegue ».

Francisco Huanca Flores (Pablo o Pablito), combatiente de la guerrilla del Che en Bolivia.
Francisco Huanca Flores (Pablo o Pablito). (Foto: Tomada de Internet)

Contaba sólo 21 años cuando Francisco Huanca Flores se unió al destacamento de í‘ancahuazú. A su llegada muchos dudaron que pudiera enfrentar los rigores que entrañarí­a la lucha. Pero el muchacho evidenció su clase y se convirtió en un curtido combatiente.

«Sobresalió tanto que se le consideró como uno de los mejores compañeros del grupo de Moisés Guevara y un ejemplo entre los miembros de la Vanguardia: «[…] Tení­a buen nivel polí­tico, mostró todo el tiempo un magní­fico espí­ritu combativo y nunca se le vio en problemas con ningún compañero. Se adaptó a la idiosincrasia de los cubanos, con quienes se llevaba muy bien. En la zona casi desierta donde se movió la mayor parte del tiempo no pudo desarrollar sus dotes de dirigente ».

Desde el 25 de abril de 1967, cuando por primera vez el Che lo citó en su diario al consignar la posición ocupada por el joven durante la emboscada tendida contra el ejército, «Pablito se convierte en un puntal de la Vanguardia a la hora de explorar, hacer un camino, apresar un sospechoso o detener el avance enemigo ».

El 17 de septiembre el Che inicia las anotaciones con el nombre del joven minero, que ese dí­a cumplí­a años. En el diario queda recogido: «En honor de Pablito se hizo, para éste, un poco de arroz ».

El dispuesto valiente y callado muchacho boliviano, natal del poblado de Laja, departamento de Oruro, cumplió hasta el último dí­a de su vida con la confianza en él depositada.

Eustaquio, el técnico de radio

De la actitud mantenida por Eustaquio durante los combates librados por la guerrilla boliviana, el hoy coronel Leonardo Tamayo Nuñez (Urbano) dijo: «Fue un buen combatiente, además de cumplir con la responsabilidad de reparar y dar mantenimiento a los equipos de radio de corto alcance con que contaba la guerrilla, labor bien difí­cil debido a los escasos medios que poseí­an y las duras condiciones de su desplazamiento.

Lucio Edilberto Galván Hidalgo (Eustaquio), combatiente de la guerrilla del Che en Bolivia.
Lucio Edilberto Galván Hidalgo (Eustaquio). (Foto: Tomada de Internet)

«Sus conocimientos resultaron muy útiles, además de ser un compañero disciplinado, que cuando veí­a algo mal hecho, de inmediato llamaba al compañero y se lo decí­a, sin que ello afectara sus relaciones con el grupo ».

Lucio Edilberto Galván Hidalgo habí­a nacido el 7 de julio de 1937 en Huancayo, capital provincial del mismo nombre situada en el departamento de Juní­n, Perú. Era uno de los siete hijos de una familia campesina que emigró a la ciudad en el afán de mejorar su situación económica.

Al concluir los estudios secundarios matriculó un curso por correspondencia de técnico de radio y telegrafista, al tiempo que laboró como ayudante de panadero y auxiliar de farmacia.

Desde muy joven se ligó a la lucha revolucionaria y formó parte del Ejército de Liberación Nacional de Perú. Al fracasar ese movimiento se sumó al grupo de Juan Pablo Chang-Navarro Lévano (el Chino), quien le planteó acompañarlo a Bolivia para unirse al foco guerrillero que comandaba Guevara. Lucio aceptó de inmediato.

El 14 de marzo llegó al campamento de í‘acahuazú junto el Chino y el médico peruano Restituto José Cabrera (Negro). A partir de ese dí­a formó parte de la columna del Centro, bajo las órdenes del Guerrillero Heroico. Cumplió las funciones de radiotécnico, pero fue El 14 de agosto el jefe guerrillero lo evaluó como bueno: «Ha demostrado firmeza y disposición para mejorar », acotó.

Al combatir hasta la muerte Eustaquio dio una vez más muestra de la formación revolucionaria adquirida durante largos años de lucha en su paí­s natal.

La sangre peruana de Lucio, junto a la cubana de Octavio y la boliviana de Jaime y Francisco, se fundieron para siempre en el recóndito paraje de Cajones donde encontraron la muerte. Sus cuerpos fueron enterrados clandestinamente, y hallados el 12 de diciembre de 1995. Desde el 30 de diciembre de 1998 descansan en el Memorial Comandante Ernesto Guevara, en Santa Clara.

(Publicado el 15 de octubre de 2012)

í‘ato, el bravo combatiente orquesta

Mientras el Che es capturado y conducido a La Higuera, diez guerrilleros tratan de romper el cerco que le han tendido unos 145 soldados. Durante horas entablan combate. Cuatro pierden la vida. Los seis restantes intentan ganar la parte más alta de la Quebrada del Yuro.

Julio Méndez Korne (í‘ato), combatiente de la guerrilla del Che en Bolivia.
Julio Méndez Korne (í‘ato). (Foto: Tomada de Internet)

Según cuenta Harry Villegas Tamayo (Pombo), ante la amarga realidad de la muerte del Che juran combatir unidos, sin que nadie caiga prisionero ni abandone el grupo. El hoy General de Brigada, asume entonces el mando, e Inti (Guido Peredo Leigue) continúa como polí­tico de la guerrilla.

A golpes de audacia continúan la marcha, perseguidos por más de 300 efectivos. Avanzan de noche, duermen uno contra el otro para aminorar el penetrante frí­o con el calor de sus cuerpos; continúan de dí­a cuidando deshacer las huellas, trepando a los árboles para escudriñar a los militares, internándose en los rí­os para despistar el olfato de los perros.

Se han trazado como objetivo llegar a Cochabamba. Pero, luego de analizar las posiciones ocupadas por el enemigo, deciden cambiar el rumbo y dirigirse a Valle Grande. Desde el punto en que se encuentran, divisan las luces de la ciudad localizada en las estribaciones de los Andes, a unos 2.030 metros sobre el nivel del mar.

El 14 de noviembre de 1967, auxiliados de un mapa bordean la ciudad para continuar rumbo a Mataral, donde esperan hallar información y comprar alguna ropa. Eligen a Urbano (Leonardo Tamayo Núñez) y í‘ato (Julio Méndez Korne) para que obtengan información y comprar alguna ropa.

Una mujer les comenta que la guarnición está reforzada, «por la presencia de insurgentes », de ahí­ que deciden abandonar de inmediato el caserí­o y reunirse con sus compañeros Darí­o (David Adriazola Veizaga) y Benigno (Dariel Alarcón Ramí­rez) este último traidor a la Revolución, quienes les esperan ansiosos. Caminan toda la noche hasta que el agotamiento los vence.

Entre las nueve y las diez de la mañana del dí­a siguiente se produce el último combate frontal que sostendrán los guerrilleros. í‘ato, que estaba de posta, siente la llegada del enemigo y corre a despertar a los demás. De inmediato emprenden la retirada en medio de una violenta balacera. Cuando están llegando al firme se dan cuenta de que í‘ato se ha retrasado en el intento por recoger un saco con alimentos. En ese instante un disparo le atraviesa la columna vertebral.

«Ante la imposibilidad de caminar el bravo guerrillero exige que se cumpla el compromiso contraí­do por todos de que si alguien quedaba en esas condiciones se le quitara la vida antes de caer en manos del enemigo. La situación resultó muy difí­cil por el enorme respeto y cariño profesado al compañero con quien habí­an compartido múltiples peligros y vicisitudes », escribe Elsa Blaquier Ascano en su libro Seguidores de un sueño.

El coronel retirado Leonardo Tamayo contó a la colega Elsa cómo í‘ato entrega su fusil y la canana, e irguiendo la cabeza ordena el disparo que terminó con el insoportable dolor, y con su vida. De acuerdo con lo narrado por Urbano, aquel fue el momento más terrible que enfrentaron los sobrevivientes.

Julio Méndez Korne tení­a 30 años. Habí­a nacido 23 de febrero de 1937, en el poblado de Loreto, cercano a Trinidad, capital del departamento de El Beni, Bolivia. Miembro del Partido Comunista de esa nación, ayudó a escapar a guerrilleros supervivientes del Ejército de Liberación Nacional de Perú, razón por la cual figura entre los seleccionados para organizar el foco guerrillero y recibir entrenamiento militar en Cuba.

Como «uno de los hombres más útiles de la guerrilla », lo definió Pombo. «Especie de resuélvelo todo, cuya capacidad de trabajo, espí­ritu de sacrificio y condiciones revolucionarias le hizo acreedor del respeto y cariño entre los combatientes […] experto tirador, machetero, cocinero, carnicero. Era quien construí­a los hornos para pan; el carpintero de la casa de calamina, el jefe de abastecimientos en los primeros dí­as de preparación… […] í‘ato se convirtió en una de taller ambulante, pues transportaba en su mochila: hacha, alicates, clavos, suelas, bigornia, enseres para coser, en fin todo lo que fuera útil para la supervivencia guerrillera ».

Prácticamente recién llegado a Cuba redacta su última carta dirigida a la familia residente en el poblado de Guavaramerí­n. En ella les avisa que no podrá escribir ni decir dónde está, e indica a sus hermanos varones que tiene «un fusil para cada uno y cuando los mande a llamar será para pelear contra los enemigos ».

De acuerdo con el relato de la colega Elsa, Julio les dice «a su hermana Nelly y a su padre: «No tengan pena de mí­â€¦ De lo mí­o pueden disponer con toda confianza que ya no lo necesito pues me estoy yendo al monte ». Respecto a ocho discos de música cubana que les enví­a, lamenta el no poder regalárselos «porque son el recuerdo de mi novia, ahora si yo muero en la batalla […] les quedarán como recuerdo ».

Julio se integró de manera definitiva a la guerrilla el 11 de diciembre de 1966, y es asignado al Centro, bajo las órdenes directas del Che, quien consignará en su Diario las múltiples misiones encargadas a í‘ato, ya sea buscar alimentos, llevar un mensaje, realizar exploraciones, acondicionar una cueva, construir una balsa, hallar un lugar seguro para esconder medios y pertrechos, o su designación como bazuquero.

El 11 de septiembre de 1967, el jefe guerrillero lo evalúa por última vez definiéndolo como muy bueno. «Es protestón apunta pero ha resultado firme y un buen combatiente amén de que sus múltiples habilidades lo hacen hombre orquesta ». Bien lo sabí­a el Che, cuyos pies habí­an encontrado alivio en las rústicas pero cómodas abarcas, que el dí­a antes le confeccionara el í‘ato y llevara puestas el dí­a que lo asesinaron.

Los restos del bravo guerrillero boliviano fueron encontrados el 13 de febrero de 1998. El 30 de diciembre de ese mismo año fueron colocados en un nicho del Memorial Comandante Ernesto Che Guevara, en Santa Clara.

Darí­o: «la vida demostró que serí­a un firme combatiente »

El  14 de marzo de 1967, en la evaluación trimestral que hací­a de sus hombres, Che juzga muy duró a David Adriazola Veizaga (Darí­o). Cree que de aquel muchacho siempre ensimismado «no se podrí­a sacar un revolucionario ». Mas, atento a cada uno de sus combatientes, no lo pierde de vista.

David Adriazola Veizaga (Darí­o), combatiente de la guerrilla del Che en Bolivia.
David Adriazola Veizaga (Darí­o). (Foto: Tomada de Internet)

Para el 14 de septiembre piensa que Darí­o ha dado «un gran paso de avance ». Llamado a capí­tulo se manifiesta decidido a seguir hasta el final. «Tal vez salga un combatiente de él », escribe en cuaderno aparte.

Se refiere Che a la conversación sostenida con Adriazola un dí­a antes:

«Hablé con Darí­o, planteándole el problema de su ida, si así­ lo desea; primero me contestó que salir era muy peligroso pero le advertí­ que esto no es un refugio y que si decide quedarse es de una vez y para siempre. Dijo que sí­ y que corregirí­a su defecto. Veremos », reseña en su Diario.

Pero el Guerrillero Heroico no pudo comprobar hasta donde serí­a capaz  aquel joven minero, militante del Partido Comunista   Boliviano (PCB) devenido soldado del un Ejército de Liberación Nacional. Darí­o le sobrevivió. Fue el último guerrillero en caer abatido por las balas enemigas, dos años después de asesinado el comandante Guevara.

Así­ se lo habí­a prometió la tarde del 10 de octubre en medio de la selva, junto con í‘ato (Julio Luis Méndez Korne), Pombo (Harry Villegas Tamayo), Benigno (Dariel Alarcón Ramí­rez, traidor a la Revolución), Urbano (Leonardo Tamayo Núñez) e Inti (Guido Peredo Leigue).

Este último, en su libro «Mi campaña junto al Che », describe aquellos momentos de compromiso, inmersos en una soledad impresionante, «bajo la amenaza siempre permanente de una fuerza militar canibalesca que los buscaba para asesinarlos ».

« [...] Solo recuerdo que con una sinceridad muy grande y unos deseos inmensos de sobrevivir, juramos continuar la lucha, combatir hasta la muerte o hasta salir a la ciudad, donde nuevamente reiniciarí­amos la tarea de reestructurar el Ejército del Che para regresar a las montañas a seguir combatiendo como guerrilleros ».

El pequeño grupo de combatientes que escapó con vida del combate de la Quebrada del Yuro, logró abrirse paso a fuego limpio y romper el estrecho cerco militar, aunque de la fiera persecución no logró escapar í‘ato, herido de muerte el 15 de noviembre, frente a la carretera Cochabamba-Santa Cruz.

Con dolor por la pérdida del compañero, pero con la firme convicción de persistir en la lucha, continúo avanzando hasta llegar a San Isidro, zona donde un campesino los acogió en su vivienda el tiempo suficiente para que establecieran contacto con la retaguardia urbana. En enero de 1968, un comando integrado por militantes del Partido Comunista Boliviano los ayudó a romper el cerco militar, trasladarse a Cochabamba y finalmente llegar a la ciudad de La Paz.

Los últimos sobrevivientes de la Quebrada del Yuro corrieron destinos diferentes. Pombo, Urbano y Benigno reanudaron la marcha para arribar a territorio chileno a mediados de febrero de 1968 y, por último, regresar a Cuba un mes después, mediante la intervención del entonces presidente del Senado de Chile, Salvador Allende.

Inti permaneció en la capital boliviana para continuar la lucha desde la clandestinidad, pero a la postre fue descubierto y asesinado el 9 de septiembre de 1968.

Afiche publicado en Bolivia ofrece recompensa por captura de hombres de la 

guerrilla del Che.
Afiche que circuló en Bolivia, mediante el cual se ofrece recompensa por la entrega de combatientes de la guerrilla del Che, entre ellos Darí­o. (Foto: Tomada de Internet)

La última noche del año siguiente, Darí­o es descubierto y asesinado por los carabineros. A dos años de su llegada al campamento de í‘ancahuazú (14 de marzo de 1967), el humilde minero boliviano se habí­a convertido en todo un guerrillero.

David Adriazola Veizaga, el muchacho de estatura baja, cuerpo macizo y pelo castaño claro, a quien costaba mucho sacarle las palabras, habí­a nacido en 1939 en el departamento de Oruro.

Cristina Farjat lo recuerda con inmenso cariño. Cuenta esta boliviana que le dio refugió en su casa: «Le gustaba dibujar, y cuando su hijo le decí­a que si no pensaba en buscar una novia, él le respondí­a que estaba casado con la Revolución ».

David «admiraba mucho al comandante Guevara y siempre me contaba la anécdota de cuando, durante unos turnos que se hací­an en la guerrilla para buscar agua, el Che fue con él y al regresar éste se acordó que no habí­a llevado su arma. Entonces se impuso unos dí­as de cocinero, como castigo por el olvido.

«Durante el tiempo que permaneció escondido se desesperaba por la falta de contacto con los compañeros, pues querí­a reanudar la lucha. A fines del año 69 consiguió trabajo en una casa en construcción, que a la vez le serví­a de refugio, hasta que establece contacto con los revolucionarios y vuelve a la acción », relata Cristina  en el libro «Seguidores de un sueño », de la colega Elsa Blaquier.

El hoy general de brigada Harry Villegas evoca a Darí­o «entre los más disciplinados y preocupados por mantener la unidad de un grupo bastante heterogéneo [...] muy útil, tanto durante la etapa que burlamos la persecución y vivimos de forma clandestina, como en la reorganización de las fuerzas para abrir un nuevo frente guerrillero [...] La vida demostró que de él saldrí­a un firme combatiente ».

NOTA: La serie, publicada en ocasión del aniversario 45 de la caí­da en combate del Che, inicia con el trabajo dedicado al primer combatiente muerto en la gesta boliviana.

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