Santa Clara y sus aires carnavalescos

Si bien el carácter bullicioso y festivo del carnaval santaclareño se mantiene hasta hoy dí­a, su naturaleza dista mucho de lo que fue en tiempos pasados.

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Carnaval 2017
(Foto: Archivo)
Yinet Jiménez Hernández
Yinet Jiménez Hernández
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23 Julio 2018

Por el año 1868 acaeció en Santa Clara un suceso aparentemente irrelevante para ese entonces. Pero, como entre cielo y tierra de la sociedad noble y distinguida del siglo XIX no habí­a nada oculto, la memoria popular recogió el hecho cotidiano sin imaginar su trascendencia futura.

Fiestas populares

En Santa Clara, como en otras localidades del paí­s, durante mucho tiempo estuvieron de moda los llamados «bailes de pensión ». Para tener derecho a ellos, se pagaba la orquesta y demás gastos de la fiesta.

Esas fiestas se convirtieron en un negocio lucrativo. Así­ surgieron los conocidos «salones de baile », que no eran más que las salas espaciosas de algunas casas. No solo acudí­an vecinos de la zona, sino «invitados » de la ciudad y de otros lugares, por lo que esos bailes tení­an una composición muy heterogénea.

La música de entonces era la tradicional (son, danzón, etc.) con instrumentos tí­picos como el tres, tiple, gí¼iro, las maracas y claves.

Entre las fechas que escogí­an los patrocinadores se encontraban el 25 y el 31 de diciembre, dí­as especiales propios de la zona o el barrio, y fechas de carácter religioso.

Muchos fueron los salones que funcionaron, pero la mayor notoriedad la alcanzaron: el de Juanico Alfonso y el de Los Machados (los dos en la Carretera de Maleza), el Julio Alba Medina (barrio San Gil), La Estrella (Carretera a Sagua), y los de Seibabo y Manajanabo.

En las zonas campesinas también se improvisaban «guateques « o «tocaí­tos », y no faltaban las controversias de punto cubano que se mantuvieron hasta mediados del pasado siglo. (Raúl Cabrera Cruz)

Don Mariano Mora, propietario de una finca azucarera, encomendó a sus esclavos domésticos una «colosal » tarea: saludar a su esposa Marí­a Josefa López Silvero en el dí­a del cumpleaños de la dama. Los esclavos, pertenecientes al Cabildo de los Congos reales, alegres y fiesteros por naturaleza, decidieron homenajear a la doña con una comparsa a la cual nombraron El ingenio-La Pepilla, tal como el central del distinguido señor.

Así­, cantando y mimetizando el corte de la caña, al ritmo de una mezcla de rumba, bailes africanos y del llamado cocuyé, entonaron una letra singular: Aquí­ están todos los negros / Que venimos a saber / Si nos conceden permiso / Para ponerno a moler / ¡Ay, Mamá Inés! / ¡Ay, Mamá Inés! / Bamo a cortá la caña / que bamo a molé. Según Juan M. Garcí­a Garófalo, he allí­ los orí­genes del afamado son Mamá Inés, del compositor Eliseo Grenet. Pero eso forma parte de otra historia.

Cuenta Marta Anido, una de nuestras más notables historiadoras, que pasadas tres décadas, en el año 1898, en Santa Clara ya habí­a reconocidas fiestas de carnavales. En ese entonces salió a las calles una de las comparsas más recordadas, El cocuyé: Venimos regando flores / Para complacer a ustedes / Emblema de mis amores / Rosa, azucena y claveles. / El presente carnaval / Nos brinda su diversión / Y venimos a bailar en este alegre fiestón. / Por la gracia que hay en ti   / Hermosa negrita conga / Tú debes de ser pilonga / O beber del Chamberí­.

Dicha letra pasó a la posteridad por demostrar la filiación de los pilongos con sus sí­mbolos identitarios de Santa Clara: negrita conga, por la etnia asentada en la otrora villa; pilongo, nombre que se les daba a los lugareños bautizados en la pila bautismal y aguas del Chamberí­, por el lí­quido vital que ellos bebí­an.

El siglo XX fue algo así­ como la época dorada del carnaval santaclareño. Todas las sociedades, de blancos y negros, ofrecí­an bailes para niños y adultos. Financiadas en no pocas ocasiones por los alcaldes de la ciudad, esas fiestas populares eran aprovechadas polí­ticamente para ganar simpatí­a. Tanto es así­, que las de 1953 y 1954 fueron las más lucrativas de la historia de Santa Clara.

Comparsa Los Pilongos
(Foto: Carolina Vilches Monzón\Archivo)  

En los dí­as de carnaval, la ciudad lucí­a una fisonomí­a diferente: las vidrieras de los centros comerciales se adornaban con maniquí­es disfrazados a tono; calles coloridas con bambalinas y demás ornamentos; muchachas disfrazadas en volantas; policí­as haciendo malabares; reconocidas comparsas y carrozas: todo y todos protagonizaban la fiesta. Porque el jolgorio habí­a sido convertido, más que en una celebración popular, en un modo de vida. Y hasta el burro Perico llegó, incluso, a presidir los desfiles de inauguración.

Si bien el carácter bullicioso y festivo del carnaval santaclareño se mantiene hasta hoy dí­a, su naturaleza dista mucho de lo que fue en tiempos pasados. Enjuiciados por el caudal de ofertas gastronómicas y comerciales que de él se derivan, hay quienes subestiman su matiz sociocultural e histórico. En pos de justipreciar nuestro patrimonio intangible, no hace mal un poco de memoria colectiva… ahora que Santa Clara comienza a soplar sus aires carnavalescos.  

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