Historias de vida de los cirqueros constatan que la pasión del oficio va más allá del espectáculo: el circo hipnotiza hasta al final, hasta que el cuerpo soporte la carpa.
Se marcha el circo. Pero prometió volver y se lleva, entre las lonas de su carpa, el olor enyerbado del batey, el recuerdo de los humildes campesinos que aplaudieron hasta que les ardían las manos, la expectativa de unos niños que, bajo la lluvia torrencial, con el agua hasta los tobillos, ansiaron el comienzo del espectáculo: « ¡Señoras y señores! ¡Niñas y niños! ».
Porque solo así, de cara a la gente, se degusta la pasión del buen espíritu cirquero. Entonces, el artista sabe que en la pista, frente a las gradas, todo cuanto puede hacer es actuar con mucha vibra, como lo hicieron los padres del oficio: de pueblo en pueblo, la carpa maltrecha, el lento caminar de la caravana trashumante, pintoresca y gitana. Y en la delantera, coronando el orgullo soberano, una dinastía de mujeres y hombres míticos.
La gira de la Carpa Azul, del Circo Nacional de Cuba, despertó curiosidad en los villaclareños. Abuelos han revivido el espectro de los malabaristas, funambuleros, tragafuegos, saltimbanquis y mimos que actuaron en los otrora campos y ciudades villaclareños; sus nietos promueven la fiesta, porque reclaman conocer a lo que hoy llaman circo.
La carpa se abarrotó en cada función. No han sido suficientes las más de 20 presentaciones en la provincia para complacer a los villaclareños. «No es que el público de La Habana no valore nuestro circo, pero el de otras regiones lo olfatea más, lo disfruta más. Creo que no daremos abasto », explica a Vanguardia Belkis Causse López, directora artística de la Carpa Azul, quien lleva más de 35 años de labor en el gremio.
El circo, más allá del espectáculo
«Yo soy uno de esos muchachos que se enamoraron del circo cuando iba de visita a los pueblos. De los que les cargaban agua a los artistas para recibir una entrada a cambio. Antes había muchos circos familiares, que, incluso, vivían dentro de la carpa. En ese mundo me inicié y, ya me ves, aún estoy en él ».
Gumersindo Pérez, octogenario con más de cinco décadas de trabajo ininterrumpido, habla al calor del espectáculo. Por su obra de toda la vida, recién recibió el Premio Uneac de Circo Turán 2018. Lo celebró aquí en Villa Clara, como mejor sabe hacer: trabajando entre gradas, pistas y funciones.
«Comencé de payaso. Luego me especialicé como domador de animales. Desde ese entonces, he amaestrado perros, chivos, monos, un majá de Santa María e, incluso, cuatro gatos. Yo he tenido la suerte de que estos últimos al menos se mantengan sentados en el espectáculo. Y créeme, eso es un triunfo, porque los gatos son indomables ».
Gracias a sus 17 años de trayectoria, de arduo batallar entre el empirismo y la profesionalización, Saúl Aparicio, el mago Lúas, ha logrado un respetado espacio entre los suyos. Ahora se desempeña como profesor del taller de magia Harry Potter, en La Habana, el cual forma a las nuevas generaciones de ilusionistas cubanos.
«Trato de que mi número tenga dos cosas fundamentales: que sea mágico y entretenido. Si puede ser así, todo estará bien durante la función », explica. Más de una década de experiencia le han demostrado que lo principal en la magia es el secreto. Y que ha de guardarlo con llave sagrada, porque el «brujo » que vive en él nunca admitiría perder su valor.
¿Y cuando los espectadores intentan echar por tierra la magia?
Yo, sencillamente, les digo: « ¿Saben guardar un secreto? ». Cuando me afirman, yo les respondo: « ¡Ah! Yo también ».
Entonces, ¿cómo has podido acceder a los trucos que hoy dominas y que algún día fueron secretos de otros magos?
Para ello es preciso conocer determinadas normas y postulados del ilusionismo. Por ejemplo, no hacer lo que aprendiste en la mañana, sino en la tarde; nunca anticipar lo que va a suceder porque, si fallas, tu palabra queda en juego. Y lo principal, no revelar el secreto mágico a los profanos.
Como a los antiguos cirqueros, un fuerte impulso comunitario motiva a los artistas circenses. «Nosotros hemos llegado, a través de las brigadas, a lugares donde la carpa no ha podido hacerlo », comenta Yroilán Martínez, el payaso Chapete. Y para su colega Pirulete, el joven Ramiro Zamaneja, esas presentaciones devinieron experiencias de vida. «Los niños no saben qué ofrecernos, nos piden abrazos… Más que trabajar, les queremos alegrar la vida ».
Entre peligros y sacrificios
Gumersindo y su esposa, María Elena, (dúo Gumaris) saben de sobra que los cirqueros tocan constantemente a la puerta del peligro. Y aunque nunca hayan domado leones, los sustos andan regalándose en cualquier momento y lugar, tanto en el ensayo rutinario como en medio de la función, de frente a los espectadores.
Atrevido él, intentó amaestrar una serpiente de casi cuatro metros. Pese a la «confianza » que depositó en su amiga, en una ocasión el reptil hizo de las suyas. «Comenzó a apretarme muy duro para estrangularme, pero yo siempre tenía a mi ayudante preparado para cualquier emergencia », cuenta el domador y añade orgulloso que casi logra «educarla », tras cinco años de convivencia.
Osadías. Gajes que depositan responsabilidades en la práctica y que no creen en novatadas ni inexperiencias. Bien sabe el mago Lúas que ha de andar con pies de plomo para evitar lamentables eventualidades.
¿Cuál ha sido tu experiencia más difícil encima de un escenario?
Ocurrió en el festival de magia Portales Mágicos, en Ciego de ívila. Me encontraba en el Teatro Principal realizando el número de la competición cuando hubo un desperfecto técnico, ¡y el escenario comenzó a incendiarse! Por el impulso intenté apagar el fuego; incluso, el pie también se me prendió de candela.
¿Qué sucedió entonces?
Me dieron la oportunidad de reiterar el número y quedó excepcionalmente bien. Entonces, me volví a ganar el respeto de todos los magos.
Sacrificio. Otra palabra de orden que rige la vida de los artistas circenses, quienes, entre estrictas rutinas e itinerarios, han de entregarse en cuerpo y alma al espectáculo.
«Soy papá hace poco más de dos meses y llevo exactamente ese tiempo sin ver a mi bebé. Es muy difícil asumirlo, pero a la vez uno sabe que está haciendo algo por otros niños y que el día de mañana alguien lo va a hacer por los nuestros », explica Ramiro Samaneja, quien habla como el padre que es y no como el payaso querido por los pequeños.
Ahora, luego de tantos años de pasión, Gumersindo y María Elena confiesan no saber cómo marcharse del circo. Les digo que no tienen por qué hacerlo. Replican que bajo la carpa están todos sus recuerdos: su juventud, el matrimonio de casi medio siglo, el nacimiento y la primera infancia de su hija, la vida entera. «Es que el circo para nosotros es el aire que respiramos. Por ello trabajaremos hasta donde se pueda, hasta el final ».