Crónica sobre el ascenso al Pico Turquino del promotor cultural y fundador del complejo cultural El Mejunje, Ramón Silverio, para celebrar su cumpleaños 70.
Ramón Silverio (al centro, con sombrero) junto al grupo de amigos que le acompañaron al ascenso del Pico Turquino para celebrar los 70 años del reconocido promotor cultural y padre fundador del centro cultural El Mejunje. (Foto: Francisnet Díaz Rondón)
Francisnet Díaz Rondón
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08 Octubre 2018
08 Octubre 2018
hace 6 años
Cuando estuvimos ante el busto de José Martí, el cansancio se transformó en alegría y dicha indescriptibles. Más allá de llegar al Pico Turquino, la cima más alta del archipiélago cubano, habíamos cumplido con la promesa de arribar todos juntos luego de vencer obstáculos y contratiempos.
Once «aventureros » acompañamos a Ramón Silverio, el padre fundador del complejo cultural El Mejunje, quien decidió celebrar su cumpleaños 70 cerca del cielo y rodeado de nubes. Hubo escépticos que descartaron la posibilidad de que el veterano teatrista y promotor soportara la agotadora travesía. Pero, olvidaron la trayectoria de un hombre que toda su vida ha vencido pruebas tan duras como los peñones de la Sierra Maestra.
Subimos por la provincia de Granma, donde a cada paso se halla un pedazo de historia viva. Sobrecogía observar por el camino tarjas y monumentos erigidos a Céspedes, Perucho Figueredo, Bartolomé Masó, al Comandante en Jefe Fidel, al capitán Braulio Coroneaux, y a un sinnúmero de mambises y rebeldes que edificaron con el alma la Cuba de hoy.
Desde Santa Clara salimos 11 y en Bayamo se nos sumó un nuevo amigo. Así que fuimos 12 en total, ese número místico presente en disímiles leyendas y hechos históricos, pero que en nosotros solo reflejaba la esencia de lo que El Mejunje ha promulgado durante años: una sociedad verdaderamente justa, diversa e inclusiva.
Entre los 12 había blancos, negros y mestizos, hombres y mujeres, viejos y jóvenes, heterosexuales y gais, tatuados y sin tatuajes, obreros e intelectuales, trabajadores y estudiantes, citadinos y campesinos, cultivadores del rock y amantes del son, pero todos muy unidos.
Durante la jornada de ascenso anduvimos 16 km de difíciles caminos, desde el campamento y comunidad de La Platica hasta el Turquino. Subimos y bajamos lomas, cruzamos ríos y árboles caídos, evitamos huecos y barrancos, soportamos frío y calor, hambre y sed, mosquitos e insectos de todo tipo.
Aunque jamás escaseó el pomo de agua para un compañero necesitado, la mano extendida para ayudar a caminar, el compartir la escasa comida, el cargar el equipaje de alguien para que no se esforzara demasiado, el esperar a los más rezagados para darles aliento y continuar adelante.
A cada paso el agotamiento se hacía sentir. El camino se volvía cada vez más tortuoso e interminable, y la cima del Turquino se tornaba inalcanzable. No obstante, la voluntad colectiva se imponía ante la flaqueza individual, y el liderazgo de Silverio, con sus 70 años a cuestas, nos impulsaba a continuar hasta las nubes. Cinco, siete, nueve, diez, quince kilómetros… ¡y llegamos! a lo más alto de Cuba, a los pies del Apóstol.
Allí, frente a Martí, desplegamos la bandera cubana, la del 26 de Julio y la de la comunidad LBGTI, esta última la primera en llegar a la cima del Turquino, según comentaron guías y lugareños.
La voluntad y el amor lograron lo aparentemente imposible. Doce hijos de esta nación cada vez más diversa e inclusiva, profundamente humanista y justa, con seres diferentes e iguales derechos, llegamos hasta lo más alto de la Sierra Maestra, a la cima de la Patria, que es decir, de la humanidad.