50 Años cumple el Grupo Teatro Escambray entre la gente natural de la serranía villaclareña. Medio siglo de vida los une a una comunidad que lo hace suyo.
Rafael González, director del Grupo Teatro Escambray, ha ganado numerosos premios y distinciones, entre los que destaca la Orden por la Cultura Cubana, la Distinción Zarapico de la Cultura Villaclareña y premio Omar Valdés por la Obra de la Vida que otorga la UNEAC. (Foto: Ramón Barreras Valdés)
Yinet Jiménez Hernández
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06 Noviembre 2018
06 Noviembre 2018
hace 6 años
La Habana, 6 de noviembre de 1968. Los artistas parten hacia el centro de Cuba, que es como el centro del «infierno ». Casas roídas, entorno sombrío que aún huele a bandidos, una comunidad agraria amenazada por el proselitismo contrarrevolucionario. Nadie sabe, ni Sergio ni su madre Gilda, en qué irá a parar esta aventura.
Nuevos caminos para el teatro cubano: eso los guía, un afán de alejarse del arte convencional, de la falsedad pequeñoburguesa. La misión está en la gente natural, ajenos a las tablas, con historias de vida moldeadas por la mano que ara el lomerío y el sol que pica la espalda. La misión está en el problema de la tierra, entre los cafetos, la yerba fresca y los bohíos del guajiro, en las serranías villaclareñas.
Cincuenta años después, conversar con Rafael González Rodríguez, director de Grupo Teatro Escambray y miembro desde 1977, es una suerte de cofradía entre la vieja escuela y el presente de una generación de novísimos artistas.
Cinco décadas ininterrumpidas: toda una vida. Es imposible resistirse al devenir socioeconómico e histórico-cultural de Cuba. ¿Cuánto se ha plegado Teatro Escambray a su rumbo?
Hemos cambiado mucho. Comencemos por decir que el grupo no salía a presentarse fuera de la región. El que quería vernos tenía que venir a La Macagua, en Manicaragua. No se trataba de presenciar el espectáculo fuera de su contexto, sino de apreciar la relación entre público y escena.
«Había obras que no podían concluirse sin la participación de la gente de la zona. Todas las funciones se realizaban al aire libre. Se utilizaba como escenografía rocas, árboles, arroyuelos, el propio entorno de la naturaleza. La gente venía en carretas, carretones y caballos. No había una sala de video ni televisión: no había otra cosa que nuestras funciones.
«Sin embargo, la transformación acelerada de la región y su inclusión a la vida nacional, a partir de la década de los 70, fue obligándonos a cambiar, porque la cultura del mundo campesino entró en crisis. El repoblamiento del área rural, motivado por el éxodo de personas hacia las zonas urbanas, trajo consigo una oleada de jóvenes al Escambray que no tenía sustrato campesino.
«Por ahí comenzó a cambiar la realidad y por ahí comenzamos a cambiar nosotros. A partir de Molinos de viento, una obra que escribí, hubo un cambio diametral. Hasta esa fecha casi todo el ejercicio crítico que hacía el grupo se enfocaba en los problemas del hombre en la base. Luego de Molinos…, la crítica se enfoca en la superestructura.
«En los 90, cuando cayó el campo socialista, comenzamos a hacernos las mismas peguntas de cualquier cubano: ¿Qué somos? ¿Hacia dónde vamos? ¿Qué caminos transitamos? Y, más que respuestas, lo que podíamos hacernos eran preguntas. Hoy estamos en momentos de incertidumbre y, por supuesto, que nuestros espectáculos se tiñen de esa incertidumbre ».
Hitos del grupo Teatro Escambray:
«Nosotros no hacemos un teatro de agitación »
Arte y realidad, una dualidad peligrosa porque puede ser malinterpretada políticamente y subestimada por los artistas de corrientes contemporáneas.
No tengo prejuicio en decir que hacemos un teatro realista. De lo que se trata es de hacer buen teatro y que signifique algo para la gente. Yo siento todo el tiempo que nos une un cordón umbilical con la sociedad cubana.
«Me queda claro que no tenemos que dar soluciones a los problemas a los cuales la realidad no les ha encontrado solución. Si haces una obra de teatro propagandística, te suicidas como artista. Sergio siempre lo tuvo claro: nosotros no hacemos teatro de agitación.
«Tampoco tengo que trabajar para satisfacer los intereses de los intelectuales. A veces su inteligencia no puede compararse con la de una persona común y corriente. No importa cuál sea la obra, sino que toques fibras. Apostamos por que nuestro producto no sea solo para satisfacer mis necesidades de investigación sobre el creador y la creación ».
De buena gana estaré en la celebración del 50 Aniversario del ESCAMBRAY. Conocí al GTE en marzo de 1976 en Angola. Me preguntaba entonces qué tarros hacían estos héroes de las tablas en un país en guerra haciéndonos visibles los cuentos de Onelio Jorge mediante los escenarios más rústicos demostrando que el buen teatro no necesita de suntuosidad ni la acostumbrada parafernalia de locales citadinos. Todos padecían de una afección jodida y peligrosa: querían caer en una emboscada ¡y las buscaban! Andaban en una guagí¼ita soviética PAZ por todas carreteras amantes de las minas del sur angolano y armados hasta los dientes a ver si podían desgranar un poco de tiros contra el enemigo, cuya característica habitual era masacrar ingenuos. Estoy seguro de que si no le producían bajas, sí lo iban a dejar sordo. Los pilotos entonces comentábamos que los locos del ESCAMBRAY querían la vida menos que la suela de un zapato viejo. Conocí a Corrieri, a su mamá – la Muerte que perseguía a la vieja Francisca-, a Carlos Pérez; a Orlando, el sonero del grupo. Y escuché cantado por ellos, un remedo del inmortal Échale Salsita con un último verso que retrataba a aquellos imprudentes recalcitrantes: “Vaya la muerte al carajoâ€. Si el arte del ESCAMBRAY no es combatiente, entonces el Diablo vende billetes. (Comentario de Eduardo González S. en Cubadebate).
Queda claro que la crítica social es un hilo conductor del grupo desde su fundación hasta nuestros días. Actualmente, ¿cuáles son los tópicos específicos que catalizan la creación artística de Teatro Escambray?
En los últimos años, el tema de la educación ha sido obsesivo para mí porque yo me siento pedagogo de verdad. Lloro muchísimo por cómo es tan maltratada esta profesión. También, centro mi atención en la intolerancia, burocracia llevada “a la n potenciaâ€, la corrupción, las trampas, mentiras, dobles morales: eso para mí es fundamental.
«Trato de evitar espacios trillados. Si en los años 60 y 70 el Escambray se llevaba al cine y la televisión, hoy es La Habana que se derrumba, La Habana de imágenes desoladoras. Estoy montado en una cuerda diferente y para eso no siempre tengo que escribir la obra ».
Cincuenta años han hecho a Teatro Escambray mirar hacia afuera, universalizarse. Rafael sabe que el mundo globalizado marca comunes denominadores que hermanan penas, desdichas y existencialismo humanos. Por eso, su repertorio se amplifica sobremanera, y obras extranjeras trascienden sus contextos de creación y aterrizan en Cuba.
«Marshall McLuhan dijo que el mundo se iba a convertir en una aldea, y creo que en efecto lo está haciendo. Hay comunes denominadores, independientemente del sistema político-económico. Por ejemplo, para este tema de la corrupción acabo de estrenar Lágrimas de cocodrila, obra venezolana que se escribió en uno de los gobiernos copellanos. Y para tratar algunas problemáticas de los jóvenes, elegimos una polaca: La primera vez.
El Campamento «La Macagua » fue inaugurado el 30 de diciembre de 1972. Desde ese momento funge como sede de ensayos y presentaciones del Grupo Teatro Escambray. (Foto: Ramón Barreras Valdés)
Unidos por La Macagua
La investigación del entorno juvenil ocupa a Rafael y lo conduce a un examen profundo de sus modos de vida. Sin embargo, tras la crisis económica, el trabajo de campo para sus investigaciones sociológicas supone un imposible.
«Por eso, aprovecho las nuevas generaciones de actores, y en la medida en que yo los investigo, ellos me investigan a mí. En los últimos 18 años, lo más interesante ha sido el haber convertido La Macagua en una unidad docente ».
Mejores garantías económicas ofrece a la juventud el mundo material, ajeno al arte. ¿Cómo reacciona Rafael al ver marcharse a sus alumnos, a quienes ha visto crecer en su escuela teatral?
Me llama poderosamente la atención de que los que optan por irse de mi grupo o del país, que son muchos, tienen una comunicación con nosotros: celebran los aniversarios fuera de Cuba, tratan de ayudarnos de alguna manera. Y eso sucede por algo.
«Los jóvenes saben que pueden hacer sus propias propuestas, dirigirlas. Saben que no va a haber un «no » de mi parte. La realidad del mundo de hoy es muy cambiante y pienso que hay que asumirla.
«Tengo muy buenos diálogos con los jóvenes, pero también tengo muchas fricciones porque pertenezco a otra generación. Ellos tienen que respetar lo que yo fui y lo que soy. Siempre los respetaré en lo que ellos son y lo que serán. No importa cuáles sean sus decisiones futuras en la vida ».
«Rafael, nunca te vayas »
El devenir de Teatro Escambray ha marchado al compás de su público natural, que es la gente de la serranía. Son ellos quienes impusieron el cómo, cuándo y qué hacer a los primeros actores. Sergio Corrieri, Gilda Hernández, Rafael González, Carlos Pérez Peña, Albio Paz, Cari Chao, Carlos Riverón, Maritza Abrahantes, y el batallón de artistas que les han seguido la aventura por todo este tiempo, vieron a la comunidad del Escambray transformar, a la luz de la modernidad, su ideología costumbrista.
«Hasta mediados de los 80 tratábamos de provocar la participación. Pero cuando ese público virgen empezó a sindicalizarse, a asistir a reuniones y asambleas, aprendió qué es lo que se podía o no decir públicamente. Comenzaron a contaminarse con nuestros propios mecanismos.
«Sin embargo, hoy vuelve a ser diferente. Ahora todo el mundo quiere decir algo y de pronto hay una buena oportunidad para volver a experimentar. En los últimos tiempos hemos tenido muchas experiencias interesantes ».
Rafael González habla con orgullo de las reacciones de su gente campechana, de La Campana y Barajagua, de los manicaragí¼enses. De cómo ha podido incentivar con el arte la comunidad, hacerle bien. Sentado en el jeep de este semanario, cogiendo un aventón, nos cuenta:
«Cierto día, pregunté a los niños de un taller si querían dar un viaje por el espacio. Ordené que cerraran los ojos. La oscuridad, el clima pausado y las pinturas abstractas los condujeron a través de planetas, soles y estrellas. Más tarde, al finalizar la técnica, un niño sale correteando, con el corazón rebosante de tanta alegría. Me grita: “Rafael, nunca te vayas†».
Ahora el dramaturgo, con los ojos brillosos de emoción, se arriesga a confesarse: siente que él, y todo el Grupo Teatro Escambray, han cumplido.