Cuando comenzó la segunda mitad del pasado siglo la región central difundió un gusto incipiente por la danza clásica. De esos estudios, desde el punto historiográfico, cuentan los periódicos de entonces, programas y fotografías, y el testimonio presente tiende al olvido.
Fue Mercedes Borges Bartutis, entonces colega de Vanguardia, quien desbrozó el camino con los «Apuntes de Bailarinas », texto incipiente que encontró continuidad con el «Surgimiento y desarrollo de la Academia de Ballet Marta Anido », tesis de grado del Instituto Superior de Arte, elaborada en 2001 por Ana Iris Rojas Cangas. Hice en aquella época labores de asesoría investigativa, razón por la cual ahora apelo a la memoria justo en momentos de recuentos.
Después hubo ¿silencios? en las escrituras relacionadas con el tema. Días atrás Marta Josefina Anido Gómez-Lubián, artífice de muchos acontecimientos que vinieron después, ya octogenaria, recibió otro reconocimiento, premio ganado por la exactitud pedagógica y proyectos que la vinculan con la cultura e historia de la ciudad.
La Distinción Honorífica Lorna Burdsall, que entrega la Uneac, conferida a Anido Gómez-Lubián, debió llegar antes, aunque se recibe a buena hora en medio del ajetreo incesante que desencadena la infatigable mujer que, junto a otras niñas, allá por 1939 recibió clases de la joven rusa Nina Feodoroff cuando apasionada en amoríos arribó a Santa Clara y enseñó los rudimentos del ballet clásico en improvisado programa de estudios.
Menos de una década duraron aquellas sesiones teórico-prácticas y presentaciones públicas, y nació el contagio con el arte y la cultura para una de las discípulas: Marta. Después vino por poco tiempo, en 1948, la Academia Alicia Alonso, con sucursales en Gí¼ines, Pinar del Río, Matanzas, Cárdenas, Colón, Unión de Reyes, Santa Clara, Santo Domingo, Cienfuegos, Sancti Spíritus, Ciego de ívila, Camagí¼ey, Santiago de Cuba y Guantánamo, territorios que abrieron otras esporádicas improntas.
Por Camagí¼ey, recuerdo, apareció la escuela de Vicentina de la Torre, y en Sancti Spíritus la dirigida por Catalina Lara, y Silvia Cabrera estaba en Cienfuegos, o Lupe Vélis alumna de Alicia Alonso, llegaba a Santa Clara. Sin embargo, en octubre de 1950, recogieron La Publicidad, y también El Villareño, periódicos de la capital de la central provincia, germinó en esa ciudad la Academia Marta Anido, segunda en orden cronológico, aparecida en el país. Luego la joven que soñaba con el fomento de una cultura danzaría extendió clases a Sagua la Grande.
Alumnos pequeños que apenas rebasaban los 7 años se sumaron al proyecto privado. En principio había barras y espejos en un «tabloncillo » improvisado de una casona céntrica de una tía-abuela en la calle Maceo, el recinto habitual de las familias Anido, en Santa Clara. Raro era encontrar en la Academia a un varón entre los discípulos, y los dúos, con vestuarios adecuados y zapatillas de punta, eran elaborados con hembras. La música acompañante se difundía por tocadiscos para reproducir los repertorios clásicos.
Nada de lo que vino después en el contexto danzario, de refinada ejecución plástica del movimiento corporal, resultó ajeno a Marta, quien dirigió su institución docente hasta principios de los años 60 del pasado siglo. Ahí está su Distinción Honorífica, no como deuda y sí en reconocimiento al legado histórico de la incansable mujer que desanda por nuestras calles.