Mucho había escuchado la historia de los ocho estudiantes de medicina asesinados por las fuerzas españolas, pero nunca antes había vivido el drama de sus muertes de forma tan punzante y estremecedora.
Alejandro Gil en su película Inocencia lanza al espectador contra el horror de una injusticia a la que le pone rostros y emociones, lo coloca en el centro de una batalla por la verdad, lo zarandea, lo conmueve.
Sin dudas, una de las principales virtudes del filme tiene que ver con el guion de Amílcar Salatti. Un guion sólido, con una excelente construcción de los personajes. Abundan matices en el tratamiento del hecho histórico, lo que denota que hubo una investigación seria, detallada.
A esto le sumamos excelentes actuaciones. En la pantalla encontramos a jóvenes de su época, a seres de carne y hueso con los que por momento hasta reímos, muchachos, casi niños, que se hacían bromas entre sí y que luego se preguntaban por qué, por qué nos pasa esto.
Hermosísima la interpretación de La Bayamesa, todos juntos, en la prisión, como si fuera nuestro himno de Bayamo, nuestro grito de libertad. Excelente la fotografía de íngel Alderete, elegante, ajustada a la época, poética.
Impactante el momento del asesinato, cómo iban cayendo los cuerpos y cómo uno de ellos prefirió morir de frente, con sus ojos abiertos, demostrando la estirpe y el coraje de la sangre cubana que le pasaba por las venas.
Inocencia es una película que paraliza a sus espectadores. Lleva el sello de la cubanía. Vuelve sobre uno de los pasajes más triste de la historia Patria.
Inocencia es un filme que le debíamos a Cuba. Inocencia es un filme que golpea a sus espectadores, espectadores que salen rotos de él.