No me caben dudas de que a las tres de la tarde mataron a Lola. O que Matías Pérez, el rey de los toldos, salió volando en su globo y jamás viró para hacer el cuento. Hasta hace poco desconocía al pobre Cafunga, pero olía en ese tergiversado suceso un desenlace funesto que había terminado con otro hombre tres metros bajo tierra.
Así las cosas: a pesar de que sus identidades quedaron en una nebulosa, estos seres se rehusaron a llevarse a la tumba la fama que alcanzaron después de muertos. Y la isla, cubana y dicharachera, a sabiendas del posible escamoteo histórico, dio vida eterna a esos personajes:
Cuenta la leyenda que, en las primeras décadas del siglo xx, cierto día a las tres de la tarde, Lola fue asesinada por su esposo. ¿Los motivos? Más de lo mismo: un arranque pasional provocado por la infidelidad de la joven habanera. Pero hay más: puede que el presidente Ramón Grau San Martín, medio descabellado orador, durante uno de sus discursos, osara mirar su reloj y exclamar: « ¡Coño, son las tres de la tarde, la hora en que mataron a Lola! ».
Si esta famosa mujer se llamó Lola no lo sabemos y no importa ya para los cubanos. A nadie se le ocurriría pensar en el machismo de su siglo, en el verdugo que le arrancó la flor de la juventud o en el atrevimiento de Grau San Martín frente a su auditorio. El cubano pasó página tan rápido que, de funeral, el caso de Lola devino jolgorio y erotismo. No hay más que ver a una mujer inclinada hacia adelante, para que aparezca el fresco que te alerte: « ¡Cuidado…! ». Luego viene el nombre de la fémina en cuestión.
Segundo caso. Según la oralidad popular, había una vez un hombre llamado Cafunga, un moreno de unos 40 años que desmochaba palmas. El hecho se documenta en el centro de la isla, pero cada provincia se lo atribuye como si el criollito significase renombre. Buen susto recibió aquel sujeto el día que decidió cortar el palmiche: cayó al suelo, explotó, murió como Cafunga.
Hasta pensé en condolerme del desgraciado, tantos siglos después. Sin embargo, investigando en la red de redes encontré consuelo. «Cafunga » es un vocablo africano del lenguaje mandinga que significa ‘compañero’ (caffu ‘reunir en asamblea’ y caffo ‘muchedumbre’).
Importado por los primeros traficantes de esclavos en Guinea, esta voz parece haber sido consolidada en los largos viajes de la trata negrera, con motivo de la muerte de los esclavos. Murió Cafu querría decir ‘murió el compañero’. Tal vez, de boca en boca, Cafunga pasó a ser el pésame en las plantaciones de cañas y cafetales, donde fue personificado y adquirió vida propia.
De Matías Pérez se conoce la consecuencia de su desgracia: las ansias de volar. Por el año 1856 compró un globo y su primer intento fue todo un éxito. Pero a la segunda vino la vencida: se elevó por el Paseo del Prado de La Habana y los vientos cálidos lo empujaron hacia el norte, sobre el mar Caribe, hacia el estrecho de la Florida y ¡desapareció entre las nubes!
Lola, Matías Pérez y Cafunga, tres almas en pena, debieron irse al más allá para cumplir una misión «trascendental »: enriquecer el lenguaje popular, la lengua cubana, el folklor criollo. Hasta la madre de los tomates los menciona día tras día sin siquiera conocer quiénes fueron y de dónde vinieron los infortunados. Hoy, si leíste nuestra sección, Tengo la palabra, considérate un cubano con suerte.