En verano, le zumba el mango…

Los cubanos, en verano, somos más que dicharacheros, explotados y bullangueros… pero, tranquilos, que la sangre no llega al rí­o. 

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Ilustración de Martirena
(Ilustración: Martirena)
Yinet Jiménez Hernández
Yinet Jiménez Hernández
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22 Julio 2019

En estos dí­as de insoportable calor, cuando el cuerpo absorbe la cruda temperatura, los cubanos desordenan la lengua popular. Basta andar por las tiendas, en la cola de la guagua o encima de un transporte público con el espinazo pegado a la puerta y el intercambio de microbios a punto de caramelo.

Si sacaron algún cárnico en el más recóndito lugar, anda piano. A la gente se le va la catalina desde que se anuncia el carro en plena calle. Y cuando llenan la nevera… se arma el sal pa’ fuera. Punto final al lenguaje formal y refinado.

«Yo sí­ te pongo un bafle », amenaza la joven que parecí­a no romper un plato. Ella, que estaba tan callada en la sección de los cosméticos, goloseando los creyones de color morado. «Me parece que a usted le patina el coco », continúa juzgando a la osada señora que protagonizó una demencia fugaz, momentánea, para llegar al puesto número uno del desparpajo.

«Me pongo a comer de la que pica el pollo y me quedo en esa, sin perritos para el par de chiquillos que se pasan el puñetero dí­a con la boca abierta: "Mamá, tengo hambre" », refunfuña. Las mujeres de la cola asienten con la cabeza colectivamente, en un acto de aprobación casi misericordioso.

La dependienta, identificada con la joven del soponcio, ratifica sus criterios. «El mí­o es cuarto bate y me las veo negras en el verano: come por vicio ». Una conferencia masiva sobre la etapa estival desví­a la incipiente «bronca » hacia un debate amigable, muy familiar. Hasta la desmemoriada, cuasi arrepentida, con la mano en el hombro de su rival, le pone la tapa al pomo: «Muchacha, le zumba el mango ».

Así­ somos, isleños dicharacheros, explotados y bullangueros… pero, tranquilos, que la sangre no llega al rí­o. Entonces, en este verano, viva con calma y que el insoportable calor no le impulse a perder la cordura lingí¼í­stica. ¡Hasta aquí­ las clases!      

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