(I) real hasta la muerte

Resulta cada vez más inquietante que la vulgarización de las relaciones y la dignidad humanas constituya la materia prima del bodrio musical que tan pasivamente asimilamos.

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Durakos de la música trap
Se supone que estos «durakos» son paradigmas a imitar....¿en serio? (Foto tomada de Internet)
Liena María Nieves
Liena Marí­a Nieves
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23 Agosto 2019

Mi mamá me enseñó, como regla de humanidad básica, que a las personas con algún defecto fí­sico, intelectual, o con problemas manifiestos de salud mental, no se les mira inquisitivamente ni se les señala con el dedo, y mucho menos se les hace notar que algo suyo no acopla con el mundo de los «normales ».

Desde chiquita aprendí­ que nadie quiere sufrir, y que si lo que los hace diferentes implica que su comportamiento en público no sea el socialmente tolerable, ni se les demoniza ni se les aparta. Su condición los supera, así­ de simple. Por tanto, si no encuentras palabras amables, o la situación te impresiona al punto de que la voz y el alma se te engarrotan, lo mejor que puedes hacer es callar. El silencio siempre será mejor acogido que una frase torpe.

Releo lo escrito y me quedo pasmada conmigo misma, pero lo confieso. He juzgado con alevosí­a, me burlé sin piedad del prójimo, y me pasé de petulante mientras pensaba en Einstein y una de sus más inspiradas frases: «Solo hay dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana. Y del universo no estoy seguro ». Mea culpa.

¿Y qué podí­a hacer? Porque una espera que los bebés de 13 años hablen con «guapanga », se tiñan el pelo durante el verano y usen gafas triangulares con marco dorado;  pero no que una mujer adulta madre y aparentemente devastada por el retraso del ex en el pago de la manutención de la hija te pida que la busques en Facebook como Elí¯Å£í¥ BÄ“bėŠĥĭţí¥, o que el paradigma de éxito de una persona mí­nimamente coherente sea alguien que ¿canta? a golpe de poh, poh, poh. Los reales hasta la muerte, los Gucci, los to ´ tiza y to ´ durakos, los Iluminati, las bebecitas: la fauna juvenil que devora lo que suene, adoradora de tipos que manosean mujeres y billetes y que a cada tres acordes te sueltan un «brrrrrr ».

A veces una quisiera ser mejor persona, pero te la ponen difí­cil.

Y que no me vengan con que fue el Paquete el que le abrió las piernas a una sociedad de por sí­ blasfema y que con ello bastó para desordenar a las «ovejas ». Los centros nocturnos, las cafeterí­as, las tiendas, las piscinas….a donde te voltees, encontrarás una bocinota que escandaliza a 200 metros a la redonda y a un/una   entusiasta de los selfis, que acompañará sus imágenes con frases del tipo «#Los envidiosos a mí­ me llueven », o «Pasa el tiempo y todaví­a no me igualan el tiro. En el dinero es lo único en que me inspiro. No miro a nadie por encima del hombro. Yo ni los miro ». Aparentemente, hasta Mahoma se sentirí­a agobiado   por el power durako.

El grueso de las publicaciones de una porción gigantesca de los cubanos jóvenes con acceso a Internet, podrí­a resumirse como una oleada hedonista de pseudofilósofos que, sobre una foto de sus pies descalzos, cuelgan palabras de una carga espiritual abrumadora: «Sin ti el tiempo se congela. #RealHastalaMuerte ». Pido un minuto de silencio.

Sin embargo, ni la educación humanista de mi mamá, ni las clases de Cí­vica de mi maestra Marí­a, me prepararon para voltear el rostro o guardar silencio en todas las circunstancias. Cuando a pleno mediodí­a te topas con un «sangaletón » que se cubre la nariz y la boca con un nasobuco y no por estar inmunodeprimido o en un ambiente contaminado, sino por simple y llana «bonitura », te percatas de que algo se desajustó en la lógica social. Al estilo de las mascarillas que los asiáticos utilizan para protegerse del esmog en las grandes metrópolis, y que en el caso de Cuba solo se percibí­an públicamente cuando se trataba de pacientes con patologí­as respiratorias, que esperan un trasplante o están débiles por los efectos de la quimioterapia, adolescentes y muchachones de pelo en pecho las usan como accesorios.

O sea, similar a llevar una gorra o un reloj, solo que en este caso se venden con colores llamativos y decoraciones para el dí­a y la noche. No se les ven más que los ojos y provocan cierta confusión entre quienes los observan « ¿estará enfermo? » , pero si la tendencia funcionó para la banda surcoreana de pop BTS, ¿por qué no habrí­a de hacerlo en una isla reverberante como hornilla?

BTS
(Foto tomada de Internet)

Los integrantes de la banda surcoreana BTS han popularizado las mascarillas o nasobucos como accesorios de moda, aunque las razones de estos chicos distan mucho de la tendencia cubana. Además de protegerse de la contaminación ambiental, las máscaras los ayudan a moverse con mayor libertad, sin ser reconocidos, en grandes espacios abiertos como aeropuertos y centros comerciales. Precisamente para recuperar algo de la privacidad perdida desde la fundación de BTS en el 2013, anunciaron que se tomarán un largo descanso en el que planean vivir las experiencias normales de jóvenes de poco más de 20 años.

Las modas, que van, vienen y se reciclan… ¡cosas peores ya se han visto! Sin embargo, lo que me resulta cada vez más inquietante es el hecho de que la vulgarización de las relaciones y la dignidad humanas constituye la materia prima del bodrio musical que tan pasivamente asimilamos. La falta de voluntad para percatarse de que, no por masivos, ciertos comportamientos dejarán de ser ridí­culos, niega el desarrollo personal y te estanca en un personaje predecible.  

¿Un durako, un tiza? ¡Brrrrrrrrr!

Al menos, procura que no te dure «hasta la muerte ».

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