La vida analógica de un hombre

Daniel Evelio Marrero Pérez de Alejo fue uno de los mecánicos pioneros en la instalación de antenas y en arreglos de televisores en Santa Clara en la década de los años 50.

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Daniel Evelio Marrero
Daniel Evelio Marrero, uno de los primeros mecánicos de televisores en Santa Clara en la década de los años 50. (Foto: Francisnet Díaz Rondón)
Francisnet Dí­az Rondón
Francisnet Dí­az Rondón
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23 Septiembre 2019

A la altura de sus 92 años, Daniel Evelio Marrero Pérez de Alejo se sienta ante el televisor pantalla plana colocado en la sala de la casa, y sonrí­e. Observa el enorme display, la cajita decodificadora, el cable coaxial, la diminuta antena, y le parece increí­ble.

Décadas atrás, estuvo lejos de imaginarse el desarrollo tecnológico que hoy ha alcanzado la industria electrónica, los grandes avances que en la actualidad se dan en el paí­s para digitalizar la señal televisiva.

El «apagón analógico » asoma a la vuelta de la esquina. Con él quedará en la historia buena parte de la vida de Marrero, uno de los técnicos pioneros en instalar antenas a domicilio para recepcionar la señal en la ciudad de Santa Clara, en los mismos inicios de la televisión analógica en Cuba, en los años 50 del pasado siglo

Con la cabeza en California

«Nací­ y viví­ en el campo, en Quemado de Hilario, hasta los 18 años, edad que tení­a cuando comencé a estudiar electrónica por correspondencia. Las clases las emití­a la National School de California, Estados Unidos, que tení­a una filial en La Habana, ubicada en la calle Baratillo No. 9.

«A mí­ me captó para ese curso un guajirito coterráneo llamado Jorge Peláez, quien ya lo estaba pasando. A él le convení­a sumar a otras personas, porque le descontaban del pago mensual si aportaba un nuevo cliente a la escuela.

«Se enviaban las solicitudes por correo y ellos te mandaban los manuales por los cuales aprender. En la época de exámenes nos hací­an llegar un cuestionario con el sistema Verdadero o Falso, para marcar con una cruz. Lo reenviabas y por ahí­ te calificaban. Durante el curso debí­as pagar 5.00 pesos mensuales, en total costaba 150.00.

«En 1945, terminada la Segunda Guerra Mundial, vine para Santa Clara. Ya tení­a la mitad del curso vencido. Trabajé en una bodega, en distintos horarios y en dí­as alternos, porque tení­a bar y cantina. Estudiaba solo en las noches libres.  

«Al finalizar el curso, en una caja preciosa, me mandaron un equipo compacto que incluí­a voltí­metro y otros instrumentos de medición, además de un estuche de herramientas.

«Pero, cuando aquello no habí­a ese tipo de trabajo. En Santa Clara solo existí­an  cuatro o cinco mecánicos de radios reconocidos: el Chino Bayón, Luis Llanes, Valido..., quienes acaparaban toda la clientela. El que llegaba de afuera no tení­a muchas alternativas ».

Familia mirando la televisión
Cuba fue uno de los paí­ses de Latinoamérca y el Caribe en estrenar la Televisión en la segunda mitad del siglo xx. (Foto: Tomada de Internet)

La televisión que cayó del cielo

«En ese tiempo, antes de llegar la televisión a Santa Clara, trabajé de mecánico de radio en la agencia RCA Ví­ctor, ubicada al doblar de la farmacia Campa. Pertenecí­a a Toñito y su socio Campa, el dueño de la botica. Ahí­ empiezo arreglando radios, ganaba 60 pesos. Yo debí­a un chorro de dinero, y ahorré para pagar todas las cuentas.

« Yo y mi compañero Rosario Báez quien luego fuera director de la CMQ, primera emisora televisiva inaugurada en el paí­s, éramos dos jóvenes sin trabajo, con una miseria tremenda, y solo con nociones de técnicas de la electrónica. Por suerte, a principios de los años 50 llegó la televisión a La Habana y nos dedicamos a poner antenas por nuestra cuenta a farmacéuticos, médicos, abogados y a quienes podí­an comprar un televisor a un costo de 300 o 400 pesos, que en aquella época era una fortuna.

«En Villa Clara no habí­a torres retransmisoras y la señal se captaba directamente desde La Habana. Si no tení­as una antena doble o triple con determinada altura, no podí­as ver nada. La televisión analógica te borra los detalles exactos de la transmisión. En las imágenes casi debí­as imaginarte los ojos de las personas, porque habí­a demasiado ruido, lo que popularmente llaman “hormiguillas” o “llovizna”.

«No era sencillo colocar una antena, que constaba de una base de tres tubos de 21 pies de largo: uno de una pulgada y media; otro de una; y el último, arriba, de media, para que pudieran caber uno dentro del otro. Subí­amos por la escalera y la antena en la punta del tubo. ¡Imagí­nate   aquellos dos flacos encima de un techo, empujando eso para arriba!

«En una ocasión, por la carretera a Camajuaní­, a Rosario se le resbaló la escalera y casi se mata… Y en la calle Maceo, frente a lo que hoy es la Asamblea Provincial, en un tejado, casi nos coge la corriente. Aquello fue terrible, nunca se me olvida el chispazo que hicieron los cables. Por cada trabajo nos buscábamos 20 pesitos, 10 para cada uno. No obstante, pasábamos la de Caí­n.

 Televisores de altura

  «Conseguí­ trabajo en la compañí­a Motorola como mecánico de televisión. No sabí­a nada al respecto ni mucho menos. Simplemente yo era un “fresco” y tení­a necesidad de ganar dinero. Los primeros equipos los arreglé con facilidad, solo debí­a cambiarles algunos bombillos. Pero, luego sí­ comencé a complicarme.

«Zeneido Acosta, el mártir que murió cuando llevaba medicina a los rebeldes en el Escambray, fue quien me ayudó, pues tení­a más experiencia. Y un dí­a el dueño decidió enviarme a un curso a La Habana, y allá fue el guajirito con una maleta de madera. Me dieron 60 pesos de dieta para pagarme la alimentación y el hospedaje durante un mes.

«Ya en 1953 comienzo a ganar 90 pesos mensuales, una cifra respetable entonces. Pero, era un esclavo. El dueño me enviaba a arreglar televisores a todas partes, hasta los domingos. Por ejemplo, si en Trinidad se rompí­a un televisor con garantí­a, hasta allá tení­a que ir.    

Televisor
(Foto: Tomada de Internet)

«Dónde más equipos arreglaba era en Sagua la Grande, porque el dueño viví­a allá. En un recorrido hací­a una docena de servicios, aproximadamente, lo mismo en Calabazar, Mata, Corralillo, en todas partes. Pero, los componí­a con facilidad, pues esos electrodomésticos estaban nuevos.

«Casi todos eran de fabricación estadounidenses: RCA Ví­ctor, Westinghouse, Motorola, y Phillips holandesa. Aunque esta última marca no resultaba fácil de arreglar, muy complicado.

«En Santa Clara atendí­ los televisores de los oficiales del Regimiento Leoncio Vidal, donde hoy se encuentra el Museo Provincial. Sus casas quedaban en las inmediaciones, la mayorí­a cercanas al Hospital Militar. Varias veces entré en el cuartel con bonos del 26 de Julio debajo de la camisa. Un riesgo tremendo.

«Tuve un compañero apodado Pesetica, que me daba las propagandas. Era un viajante muy famoso de la compañí­a Gilbert, vendí­a máquinas de afeitar. Incluso, me regaló una con mi nombre grabado.      

«Cuando joven uno es muy temerario, pero solo querí­a ayudar. Yo conocí­ bien el capitalismo, nací­ en piso de tierra, techo de guano, lleno de miserias. Además, lo hice por convicción, por una causa justa, por acabar con el desempleo y la discriminación.

La era de los consolidados

«Dejé de arreglar televisores por el año 1960. Estaba muy identificado con la Revolución e ingresé en el entonces recién creado Sindicato de la Energí­a Eléctrica y la Electrónica, donde fungí­ como secretario de acta en la provincia de Las Villas. Tení­a un negocio privado de arreglo de electrodomésticos el cual dejé a mis compañeros para dedicarme de lleno a las nuevas tareas.

«Por esos años se intervení­an las joyerí­as, las casas dedicadas a la venta de televisores, etcétera, y se crea la Empresa Consolidada de Artí­culos Domésticos (ECAD). Y más tarde se funda la Ecodes (Empresa Consolidada de los Servicios), de Comercio Interior, y me nombran administrador del primer taller que se hizo en Santa Clara, ubicado en la calle Independencia, entre Alemán y Juan Bruno Zayas.  

«A raí­z de las intervenciones, los mecánicos privados que quedaban en Santa Clara se reunieron en mi centro de trabajo y acordaron integrarse al consolidado.

«Con el tiempo tuve la responsabilidad de jefe de Abastecimiento de los servicios de Comercio Interior en Villa Clara. Ahí­ se incluí­an bicicletas, cocinas, refrigeradores, aire acondicionado, radios, televisores, enseres menores, rollos fotográficos, papel de revelado… Hasta que me retiré por problemas de salud », concluye.

Marrero hurga en la memoria y transita en breve tiempo por los años de una vida dedicada al trabajo y a su familia. Ante el tema del apagón analógico, queda brevemente en silencio y alega:

«La televisión es complicada, pero es bonita la técnica. No podemos quedarnos atrás. Tienes que entrar en lo moderno, la diferencia de imagen es tremenda. Sin embargo, ahora arreglar un televisor es más fácil, porque tiene menos piezas. Al menos yo harí­a el intento ».  

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