Alicia irrumpió en el escenario y el mundo quedó a la expectativa. Nadie conocía a aquella muchacha nacida en una isla en el medio del Caribe, incluso ignorada por muchos. ¿Cómo pudo surgir una bailarina en un país de caña, tabaco y ron, sin tradición de ballet clásico, sin el porte y glamour de la culta Europa? Escépticos, pensaban.
Mas, Alicia no temió en aceptar cuando preguntaron a las del cuerpo de baile quién se atrevería a sustituir a la gran A. Markova, enferma repentinamente. Entonces, la cubanita se disfrazó de pobre campesina y desde ese instante se convirtió en la reina de la danza. Su Gisselle se hizo leyenda.
Más de 60 países fueron testigos de su talento y su prestigiosa compañía. Pero, siempre regresó junto a su pueblo. Unas cinco generaciones se rindieron ante su arte, y otras futuras quedarán subyugadas ante su legado.
Alicia creó, fundó, educó, enseñó, combatió, insistió, perseveró y se elevó por encima de lo imposible. Se hizo gigante cuando otros hubieran claudicado.
No se detuvo cuando la luz comenzó a languidecer en sus pupilas, ni ante la soberbia del dictador Fulgencio Batista quien cerró su compañía, ni aquella triste y esplendorosa jornada en que subió por última vez a un escenario. Muchos dudaban que a su edad pudiera vencer tan dura prueba, la tensión se palpaba en el aire. Mas, el 2 de noviembre de 1993, las zapatillas de Alicia ascendieron al Olimpo.
Este 17 de octubre del 2019, a casi un siglo de privilegiarnos con su existencia, Alicia se detuvo sobre las puntas de sus pies, elevó un brazo a la altura del cielo y se mostró con la altivez propia de diosa de la danza. Sonrió al público y la ovación estremeció las fibras de todo un país y de todo un planeta.