Cuba mía. ¡Celebramos cultura patria! Estamos en Bayamo. Peleada victoria en la bravamente plaza defendida. Capitula el enemigo. Himno interpretado y coreado por el pueblo en la patricia iglesia de San Salvador. 1868. Octubre 20. Céspedes, Padre de la Patria, entona. Mucha gente. Y Candelaria, la hija de Figueredo, pasea la bandera por su pueblo natal. Lleva traje de blanco, gorro frigio y estrella solitaria. Lo demás, estirpe, tronco, raíces…
Cuba mía. La que me aqueja y me duele, la que me canta y le canto, vértigo de amor, vorágine de arpegios y de escalas, armónica combinación de cascabeles, tamborinos y flautas, laúd y guitarra, gí¼iros, claves y maracas conjurados bajo la ceiba, la palma, y los preciosos cedros, caobas, ácanas y granadillos.
Cuba mía, la del punto, la rumba, el guaguancó, la conga y la comparsa, el danzón, el son, la guaracha, el mambo y el chachachá. La del café, el ron y el aguardiente de caña. La que inventó el ajiaco, la del arroz y frijoles negros invariables, masas de cerdo fritas, yuca con mojo, guayaba hecha dulce… y ya casi exóticos buñuelos y casabe.
Cuba mía. Sincrética. La del Monte y La Ermita. La de la Virgen santísima, Patrona, católica, apostólica y mambisa, la de otros credos cristianos, y deidades yorubas, abakúas, palo monte, santería, cabildos y cofradías. La de Martí todo y siempre, laica, fidelista, guevariana, la del partido único y gobierno popular, garantías de unión y fortaleza, por y para el bien de todos.
Cuba mía. La de Heredia, Del Casal, Avellaneda, Zenea, Plácido, Dulce María, Guillén, Ballagas, Lezama, Piñera, Carilda, Eliseo, Retamar, Whichy y algunos más que otros poetas de la diáspora. La de Sindo, Lecuona, Benny, Barbarito, Sara, Nicola y demás vivísimos de la canción protesta, un día de antaño llamada Nueva Trova, ahora trova, trovísima, Trovuntivitis, Longina seductora cual sol primaveral…
Cuba mía. No la estrecha y larga, única verde caimán antillano, sino la extendida en 1600 cayos, islotes e islas adyacentes. Archipiélago. La que no tiembla, la que no duda, la que no tiene y alarga su mano franca y auxiliadora a los cuatro puntos cardinales donde haya menos, o falte, o sobre, no importa.
Cuba mía. La de los 11 millones y más, la de mis hermanos distantes y cercanos, porque ellos la bordan y desbordan, dibujan y desdibujan, mundo allá, mundo acá. ¡Patria! La que percibo y me sumerge en su fondo, la que me hechiza y disgrega, me ata y redime; levantisca, rebelde, liberada. ¡Nación! Emprendedora en sueños materiales, sostenedora de ideas y principios, la que sufre y no implora, la que redime y rescata, la de cultos cimientos, educación e historia blasonados.
Cuba mía. La del mar que nos une y nos separa. La de verdes luminosos y azules deslumbrantes, señora majestuosa, doña respetable, muchacha contendida. ¡Qué linda!
Cuba mía. La de este a oeste y de norte a sur, por donde el mar empieza y por donde el mar acaba. Por donde el sol estalla y por donde el sol culmina. Por lo bueno, que causa contentura, y lo malo, que no ha podido arrebatarnos la alegría ni el jacarandoso cuento; mucho menos la combativa pose que se adopta y adapta bajo la amenaza, el asedio, el tratar de rendirte…
Cuba mía no hay otra igual en todo el orbe, situando ya las cosas en tiempo y en espacio, poniendo freno a quien ataca y dispersa, alentando al que crea y erige. Lo auténtico no cae ni pueden derribarlo. Allá los que propugnan que, como nación, mi Cuba es inviable. Manipulan. No saben, ignoran, desconocen su dignidad a prueba de huracanes, tornados, sismos, tormentas tropicales. La cultura nos vertebra.
Y digo como Eusebio Leal: «Hay quien quiere explicar la poesía, sin saber que lo esencial es sentirla, porque la poesía no tiene explicaciones ». Cuba tampoco. Hay que abrigarla.
Cuba mía, sin más definiciones.
¡Cuba libre y culta! Que así sea.