La primera vez que vi a Tito en este 2020 comprobé que, efectivamente, este buen amigo mío se alimenta de sus exageraciones. Es una peculiaridad medio humorística, medio desesperante: a veces, una no sabe si echarse a reír o si tirarle la mano al hombro para consolarlo.
Para Tito, cubano longevo súper creativo, no hay cosas pequeñas ni términos medios. Todo es grande y amplificado, divertidamente inexacto, hiperbólico, en las buenas y en las malas, en la salud y la enfermedad.
¿Y qué, Tito?
Muchacha, hace un siglo que no te veo.
No me digas.
Oye, y qué mal te hizo el fin de año: estás más gorda que una vaca.
Ay, mi amigo, tú siempre tan halagador. Dime de la familia…
Niña, ni me digas ná’. A mi casa llegó un batallón de gente de Tumba la burra.
¿Dónde es eso?
Ni averigí¼es. Que eso está en la Cochinchina, de aquí a Hong Kong.
Pero, la pasaron bien, ¿no?
Ja. Eso lo sabe tó’ el mundo. Comimos más que unos mulos, por poco nos reventamos; morimos de la risa bailando y, al final de la noche, casi me infarto cuando vi a Gelasio vestido de muñecón. Casi casi le doy candela. Mira, mira lo que costó la gracia: estoy partido en dos con gestos faciales de dolor infinito, Tito se examina la columna, la cintura y la cervical, como diestro ortopédico.
Juntos reímos buen rato con las ocurrencias de quien tiene más años que Matusalén y de mi capacidad divina para provocarlo. «Amigo mío, cuídate mucho: tu cuerpo no resiste otro fin de año como este ».
Tito me deseó lo mejor del mundo, con su sonrisa de oreja a oreja y un corazón tan grande que no le cabe dentro del pecho. Me pronosticó paz, amor y salud un millón de veces. «Esta muchachita es una joya », y me deseó trillizos en esa eterna profecía verbal.
Si la mitad de esos designios se me cumple, caballero, quédense cerca, que iré por ahí regalando alegrías. De mi parte, solo te pido que no me dejes desabastecida de creatividad. Yo me conformo con que nos escribas a yinet@vanguardia.cu para juntos seguir pensando y disfrutando de las maravillas de esta lengua cubana.