Onelio Jorge Cardoso, cuentero vivo

Este 11 de mayo se cumple el aniversario 106 del natalicio de Onelio Jorge Cardoso, motivo por el cual Vanguardia comparte con sus lectores anécdotas del reconocido escritor.

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Onelio Jorge Cardoso
(Foto: Archivo)
Alberto González Rivero
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11 Mayo 2020

A: Todos los calabaceños.

Aquel señor que ingerí­a bebidas alcohólicas en el antiguo andén de Salvadera, y que decí­a palabras certeras, o el perfume de las clavellinas que el estudiante regalaba a la maestra Alodia ínsua, eran alegorí­as entrañables en la obra literaria de Onelio Jorge Cardoso a su pueblo, donde nació el 11 de mayo de 1914.

Las mismas evocaciones de la niñez de El Cuentero Mayor que me contaba el músico Miguel íngel Baeza, quien lo sorprendí­a a veces escribiendo historias en la casa de su padre Basilio Jorge, mambí­ y por entonces alcalde de la localidad.

O a la mirada curiosa del pequeño Onelio a la caballeriza del abuelo paterno, motivo después de sus conocidos cuentos fantásticos sobre caballos, recuerdos hermosos de sus visitas al establo de don Quintí­n Cardoso.

Baeza lo recordaba mucho cuando el cuentero regresaba a Calabazar, lo buscaba y le pedí­a que lo llevara de nuevo a la cascada El Chorrerón o a la arboleda de mangos de Palo Prieto, sus paisajes favoritos del villorio.

Entonces rememoraban también la llegada al hotel Las Brisas del contador oral í‘ico Peña, gracioso fabulador multioficio, quien tal vez le impregnara aquellas simbólicas imágenes de carboneros, pescadores, campesinos, gente humilde de trabajo que enaltecieron su cuentí­stica.

Por eso, sentados los dos cerca de la glorieta del parque calabaceño, Onelio jamás olvidó que, pese a la oposición de la abuela, debí­a prestarle las patinetas a Pedro Valdés como ocurrió aquel dí­a en que demostró su cariño y fidelidad al amigo pobre del pueblo.

La sorpresa de las profesoras

Un grupo de profesoras de Encrucijada esperaban por el resultado de un aventón en el punto de recogida, en Santa Clara. Se detiene un automóvil que viajarí­a hacia el destino final de las maestras y el solidario conductor señala que pueden abordarlo.

(Foto: Archivo)

En el camino, el chofer les comenta que él era natural de Calabazar de Sagua y que se sentí­a muy orgulloso de haber podido ayudarlas en la transportación.

Unas páginas más adelante de la citada travesí­a, el personaje les refiere a las educadoras que sí­ conocí­an la obra de Onelio Jorge Cardoso, El Cuentero Mayor.

Sí­, él es natural de mi pueblo, Calabazar de Sagua, respondió una de las interlocutoras.

Yo creo que ustedes se hayan leí­do sus cuentos, dijo el chofer.

Si usted supiera, a mí­ no me gustan mucho esos cuentos de campesinos, carboneros, pescadores…, replicó la profesora de Español y Literatura.

Afincado al timón, el promotor literario no se daba por vencido y continúo el diálogo:

Ustedes no les dicen eso a sus alumnos en las clases, ¿no?, preguntó.

No, ¡qué va, compañero! Onelio Jorge Cardoso tiene cuentos aburridos y otros muy buenos, pero somos educadoras y promocionamos los valores de su literatura, sentenció la historiadora.

El automóvil se detiene a escasos metros de la mata de laurel del parque central de Encrucijada. Las maestras se bajan, le dan las gracias al chofer y lo elogian por su interés de que se preservara la obra del intelectual calabaceño.

¡Yo soy Onelio Jorge Cardoso! Dijo El Cuentero Mayor sacando la cabeza por la ventanilla ante la estupefacción de las educadoras, que se esfumaban para no ser ví­ctimas de la imaginerí­a del narrador.

Moñiguero, el campanero y su «derecho de autor »

La cascada el Chorrerón y la arboleda de mangos de Palo Prieto eran los recuerdos que más pedí­a revisitar El Cuentero Mayor, Onelio Jorge Cardoso, cuando llegaba de visita al terruño natal.

Entre los que esperaban el arribo del célebre escritor se encontraba Moñiguero, campanero de la iglesia católica devenido en personaje universal por la pluma y el ingenio narrativo de Cardoso.

No pocos se percataban que, al ser recibido en la casa de cultura que hoy lleva su nombre, afloraba la nostalgia por el antiguo andén de salvadera, el rí­o San Juan, el puente de las flores, la maestra Elodia ínsua, olorosa a clavellinas, las patinetas que le prestaba a Pedro, en fin, por toda esa poética pueblerina que se refleja en su obra.

Cuando Onelio se dedicaba a obsequiar y firmar su antologí­a de cuentos a algunos de los calabaceños presentes en la tertulia, surgió Moñiguero entre los amigos y aficionados a la literatura.

El Cuentero Mayor lo observó y veí­a en su rostro la belleza de un hombre de pueblo que despertaba con las campanadas a sus coterráneos, que era bienvenido en muchas casas del poblado, que visitaba a los enfermos y siempre le llevaba un ramo de flores a los fallecidos.

Recordaba que en el cuento homónimo habí­a convertido en figura al que nada tení­a que envidiar en ternura al famoso campanero de Notre Dame.

Onelio, usted se ha hecho famoso con mi cuento y yo no cobro nada, le dijo Moñiguero.

Lorenzo, el personaje real, no tení­a ni a dónde caerse muerto. El Cuentero Mayor no se olvidó de la justa reclamación del campanero y a veces le enviaba un sobre por el «derecho de autor ».

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