Pobre Amelia. Le quedan pocos días de vida. Al menos eso fue lo que dio a entender ayer, en plenos aplausos a las 9:00 p.m., mientras rompía el tercer caldero de la semana, con tamborazos de agradecimiento. Cualquiera diría que Amelia está durita. Pero no. No demasiado. Hace días, dice mi vecina que tuvo un andancio.
Ay, mijita, eso te recorre el cuerpo de arriba para abajo y de abajo para arriba.
¿Es como un virus?
Más o menos. Exactamente, como un aire unido a un chiflío.
Oh, un aire es…
Muchacha, un dolor en un pedazo de este testero, que me coge el brazo derecho y baja y baja…
¿Y el chiflío?
De eso no me hables. Que con lo mala que está la cosa para engordar, llevo tres días del baño a la cocina y de la cocina para el baño. Cuando yo lo digo, me queda poco.
Pobre Amelia. Con sus 90 años, lleva prediciendo un desenlace fatal desde que tengo uso de razón. Sin embargo, está consciente de que algo «malo » se avecina, porque lo de ella no es chochera.
¿Tú ves esa que está ahí?
¿Quién? ¿Tu nieta? Pues, claro.
Esa es tremenda. Nadie la calcula. Siempre amanece con el moño virao.
Ay, Amelia, no diga eso.
Ella piensa que todos estos dolores son inventos. ¿Te había dicho que hoy amanecí con el cuerpo cortao y enfriamiento?
Sí, sí… ya lo sé.
Pues esa malcriá piensa que soy una vieja cañenga. Deja que ella llegue a esta edad. Yo no lo voy a ver…
Y hablando del tema, eso mismo dijo cuando Laura nació. Llegó al Materno enclenque, con la «cintura abierta », porque la abuela más longeva de la cuadra siempre ha sido una pesista doméstica.
O mejor, una deportista extrema y con mala suerte. Luego de su momento de alto rendimiento le acompañan chichones, ñáñaras y muñecas abiertas. Han pasado 13 años y Amelia sigue hablando en los mismos términos.
Me queda poco. Si te cuento lo que he pasado desde el bobo de mayo no me lo vas a creer. Ya esto tiene que ser mal de ojo. Tomando helado: la punzá del guajiro, si como algo ligerito, un empacho…
¿No será que está exagerando con algún alimento?
No, chica, ¡qué va! Si yo soy un gorrión comiendo. Fíjate que el otro día me dio un descenso en horas del desayuno. Estoy descompuesta, muy descompuesta. Ya ni televisión puedo ver.
¿Por qué?
Me siento en un sillón a ver dos cosas: el tiempo cuando lo da Rubiera y la novela cubana. Eso na ma. Pero la otra noche, el día que Lía habló, después que lo había esperado tanto, casi me da una «sirimba ».
Tiene que controlarse, Amelita.
¿Tú crees?