Neruda, 47 años después

Este 23 de septiembre se cumplen 47 años de la muerte del poeta chileno Pablo Neruda, premio Nobel de Literatura  en 1971.

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Pablo Neruda
(Foto: Tomada de Internet)
Dayana Darias Valdés
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23 Septiembre 2020

Neruda ha muerto, han pasado 47 años desde el último sol de «el más grande poeta del siglo XX en cualquier idioma », sentencia que debemos a Garcí­a Márquez y a la necedad de un poeta oscuro que sigue aferrado a los suelos. Neruda ha muerto y esto no tiene nada que ver con su poesí­a. Porque Neruda existe hasta en el halo comercial de la poesí­a de hoy.

Serí­a iluso decir que su primera obra no fue la mejor de todas, que sus Veinte poemas de amor y su canción desesperada reiteran a los poetas que la nada y la poesí­a son dos vecinas de la misma página. Neruda ha muerto y 47 años después nadie ha logrado escribir los versos más tristes.

Vanguardia te regala tres poemas que pertenecen a diferentes etapas de la vida del escritor chileno (12 de julio de 190423 de septiembre de 1973).

Si tú me olvidas

Quiero que sepas una cosa.
Tú sabes cómo es esto:
si miro la luna de cristal, la rama roja
del lento otoño en mi ventana,
si toco junto al fuego la impalpable ceniza
o el arrugado cuerpo de la leña,
todo me lleva a ti, como si todo lo que existe,
aromas, luz, metales, fueran pequeños barcos que navegan
hacia las islas tuyas que me aguardan.
Ahora bien, si poco a poco dejas de quererme
dejaré de quererte poco a poco.
Si de pronto me olvidas no me busques,
que ya te habré olvidado.
Si consideras largo y loco
el viento de banderas que pasa por mi vida
y te decides a dejarme a la orilla
del corazón en que tengo raí­ces,
piensa que en ese dí­a,
a esa hora levantaré los brazos
y saldrán mis raí­ces a buscar otra tierra.
Pero si cada dí­a,
cada hora sientes que a mí­ estás destinada
con dulzura implacable.
Si cada dí­a sube
una flor a tus labios a buscarme,
ay amor mí­o, ay mí­a,
en mí­ todo ese fuego se repite,
en mí­ nada se apaga ni se olvida,
mi amor se nutre de tu amor, amada,
y mientras vivas estará en tus brazos
sin salir de los mí­os.

Ayer

Todos los poetas excelsos se reí­an de mi escritura a causa de la puntuación,
mientras yo me golpeaba el pecho confesando puntos y comas,
exclamaciones y dos puntos es decir, incestos y crí­menes
que sepultaban mis palabras en una Edad Media especial
de catedrales provincianas.
Todos los que nerudearon comenzaron a valiejarse
y antes del gallo que cantó se fueron con Perse y con Eliot
y murieron en su piscina.
Mientras tanto yo me enredaba con mi calendario ancestral
más anticuado cada dí­a sin descubrir sino una flor
descubierta por todo el mundo, sin inventar sino una estrella
seguramente ya apagada, mientras yo embebido en su brillo,
borracho de sombra y de fósforo, seguí­a el cielo estupefacto.
La próxima vez que regrese con mi caballo por el tiempo
voy a disponerme a cazar debidamente agazapado
todo lo que corra o que vuele: a inspeccionarlo previamente
si está Inventado o no inventado, descubierto
o no descubierto: no se escapará de mi red ningún planeta venidero.

A Fidel

Fidel, Fidel, los pueblos te agradecen
palabras en acción y hechos que cantan,
por eso desde lejos te he traí­do
una copa del vino de mi patria:
es la sangre de un pueblo subterráneo
que llega de la sombra a tu garganta,
son mineros que viven hace siglos
sacando fuego de la tierra helada.
Van debajo del mar por los carbones
y cuando vuelven son como fantasmas:
se acostumbraron a la noche eterna,
les robaron la luz de la jornada
y sin embargo aquí­ tienes la copa
de tantos sufrimientos y distancias:
la alegrí­a del hombre encarcelado,
poblado por tinieblas y esperanzas,
que adentro de la mina sabe cuándo
llegó la primavera y su fragancia
porque sabe que el hombre está luchando
hasta alcanzar la claridad más ancha.
Y a Cuba ven los mineros australes,
los hijos solitarios de la pampa,
los pastores del frí­o en Patagonia,
los padres del estaño y de la plata,
los que casándose con la cordillera
sacan el cobre de Chuquicamata,
los hombres de autobuses escondidos
en poblaciones puras de nostalgia,
las mujeres de campos y talleres,
los niños que lloraron sus infancias:
ésta es la copa, tómala, Fidel.

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