Caturla, el criollo que no muere

Este 12 de noviembre se cumplen 80 años del asesinato del célebre compositor, músico y juez remediano Alejandro Garcí­a Caturla, uno de los más grandes creadores cubanos del siglo XX.

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Rostro de Alejandro Garacía Caturla, músico y juez de Remedios asesinado el 12 de noviembre de 1940.
Alejandro García Caturla tuvo una vida breve, pero intensa, sobre todo por sus facetas de juez y músico, (Foto; Tomada de Internet)
Francisnet Dí­az Rondón
Francisnet Dí­az Rondón
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12 Noviembre 2020

Las balas de aquel revólver Colt calibre 38 no mataban a un hombre común; el sonido de los disparos no acallaba la voz de un simple mortal, abatido en las calles de la villa de San Juan de los Remedios, en la antigua provincia de Las Villas, al centro de Cuba. El infausto martes 12 de noviembre, de la cuadragésima sexta semana del año 1940, Alejandro Garcí­a Caturla entraba al Olimpo de los dioses. Y desde allí­ continúa incitándonos y convocándonos a regresar, una y otra vez, a su figura y legado.

¡Cuánto se dicho de él, cuánto aún por revelar!

De Caturla resulta imposible hablar o escribir decenas de cuartillas sin que nos estremezca su personalidad atractiva y admirable. Apenas 34 años anduvo sobre la faz de la tierra, hasta que la mano de un criminal llamado Jorge Argacha, a quien el músico y juez pretendí­a condenar en los tribunales por ciertos delitos, cercenó uno de los talentos musicales más sobresalientes de todos los tiempos y uno de los caracteres más justos, en términos jurí­dicos, en la historia de la mayor de las islas caribeñas.

Alejandro Garcí­a Caturla caminando.
(Foto: Tomada de Internet)

Si analizamos con detenimiento, Alejandro Garcí­a Caturla sintetiza en su persona el alma de la nacionalidad cubana. Esa mezcla o ajiaco cultural del que nos habló Don Fernando Ortiz. Su fenotipo y descendencia europea, alto estatus social y abolengo, no constituyeron obstáculos para que el joven blanco criollo sucumbiera ante la cultura negra llegada de la madre ífrica. Su música es la prueba más fehaciente de cómo las raí­ces que conformaron la nacionalidad cubana se integraron dentro de la vida del ilustre remediano.

Cuentan que desde niño acudí­a a cuantos bembés o toques de santos hubiera en cualquier lugar de la villa y sus alrededores, para caer rendido ante el sonido de los tambores. Ya joven se hací­a acompañar de los amigos, montados en su fotingo, para ir a las comunidades aledañas a disfrutar del legado africano. Así­, en cada fiesta de los negros, como llamaban de forma desdeñosa los aristócratas y personas prejuiciadas, Caturla se deleitaba con los cantos, el baile y el envolvente sonido emergido de los cueros del cachimbo, la mula, la caja o los batás. Ese intenso ritmo lo acompañó siempre.

Su apego a la música parecí­a una misión divina, desde que naciera en la céntrica casona de su natal Remedios hoy Casa Museo, el miércoles 7 de marzo de 1906. Sentado sobre las piernas de su nana negra el pequeño pulsaba con las manitas las teclas del piano para reproducir  melodí­as que escuchaba o se le ocurrí­an en su mente brillante. Con el paso del tiempo acrecentó sus conocimientos musicales, empeño que conllevó a que dominara la técnica del violí­n.

Sus primeros estudios musicales corrieron de la mano del maestro Fernando Estrems y luego recibió lecciones de Marí­a Montalván y Carmen Valdés. A pesar de trasladarse a la capital a estudiar Derecho Civil en la Universidad de La Habana, en 1923, con el fin de complacer a su padre Silvino, el joven creador no se alejó ni un instante del sonido y el pentagrama.

Al año siguiente de su llegada a la urbe habanera, fundó, junto a otros condiscí­pulos, una agrupación con formato de jazz-band nombrada Caribe, y formó parte de la nueva Orquesta Sinfónica con una plaza entre los violines segundos, bajo la batuta del gran Gonzalo Roig. También, integró la Orquesta Filarmónica, en 1925, cuyo director Pedro Sanjuán Nortes impartió al joven villareño clases de armoní­a, composición e instrumentación.

La versatilidad de Caturla era verdaderamente admirable. A la vez que cumplí­a con sus deberes universitarios, dirigió la jazz band, amplió sus conocimientos musicales, escribió artí­culos de crí­tica, compartió con los intelectuales del Grupo Minorista como su gran amigo, el intelectual Alejo Carpentier, y en ocasiones cantó en varias presentaciones, pues poseí­a voz de barí­tono atenorado que perfiló con la ayuda de los maestros italianos Tina Farelli y Arturo Bovi, en la Academia de Canto de La Filarmónica Italiana. Alejo Carpentier escribió para él especialmente el libreto de la ópera en un acto Manita en el suelo.

En el empeño de ampliar su acervo musical, Caturla se nutrió de la obra de varios compositores influyentes como los rusos ígor Stravinski, Serguéi Prokofiev y Dmitri  Shostakóvich, el francés Maurice Ravel , el británico Benjamin Britten y el estadounidense Aaron Copland, entre otros grandes. Todo ello, volcado sobre la magia de las congas, la rumba, el son, y las raí­ces africanas, en general, emergió de su ingenio una obra «extraña, cáustica, dura, donde resaltan la superposición de armoní­as diferentes, de acordes sin relación común ». (1)

La calidad de sus creaciones no pasó desapercibida. Precisamente, en 1928 el compositor norteamericano Henry Cowell solicitó al joven remediano sus obras para estrenarlas en California, así­ como la autorización para sumar su nombre a los miembros de la Pan Americam Association of Composers. En poco tiempo, el doctor Caturla, como también era llamado, comenzó a ser reconocido como uno de los compositores sinfónicos más relevantes de la isla, y su música fue apreciada en España, Francia, Estados Unidos y Alemania, entre otros paí­ses.

Alejandro Garcí­a Caturla.
(Foto: Tomada de Internet)

Por esta etapa viajó a la lejana Europa, donde recibió lecciones de la profesora francesa Nadia Boulanger. Sobre su experiencia, la profesora contó a la investigadora Marí­a Antonieta Henrí­quez autora del libro biográfico del ilustre músico y compositor que las lecciones de instrumentación que habí­a impartido a Caturla más bien fueron para ella un aprendizaje, pues la invención armónica, los experimentos de timbres orquestales que se le ocurrí­an en las clases al músico la dejaban asombrada, y no sabí­a cuál de los dos era el maestro y cuál el discí­pulo.

La estirpe de creador se reconoció más allá de las fronteras. Sus Tres danzas cubanas para orquesta sinfónica vio la luz por vez primera en España, en 1929; Bembé, ese mismo año, en La Habana, y su Obertura cubana ganó un premio nacional en 1938. Otras de sus creaciones son, Mi mamá no quiere que yo baile el son (1923), Danza del tambor (1927), La rumba (1933), Berceuse para dormir a un negrito (1937), Berceuse campesina (1939), el ballet Olilé (El velorio, 1930) y la ópera Manita en el suelo (1937).

La creaciones de Caturla fueron difundidas con asiduidad en importantes plazas para la música sinfónica, como: New York, Filadelfia, Sevilla, Parí­s, Leningrado, Moscú, Ciudad México,   Barcelona, Berlí­n, Viena, y Detroit, bajo la batuta de destacados directores internacionales como Leopold Stokowski, Marius Franí§ois Gaillard, Ernesto Halffter, Nicolas Slonimsky, Carlos Chávez, Mario Mateo, Richard Klatovsky, Anton von Webern y Ossip Gabrilowitsch, a la vez que destacados cantantes, pianistas y violinistas interpretaron sus obras.

De regreso a su querida tierra natal el espí­ritu creador de Caturla se mantuvo activo. Ya en 1932 fundó y dirigió la Sociedad de Conciertos de Caibarién, mediante la cual el auditorio se deleitaba al escuchar por vez primera obras de Falla, Ravel y Debussy. Caturla, junto a Amadeo Roldán, es considerado el pionero de la moderna música sinfónica cubana.

El legado de Alejandro Caturla se mantiene hasta nuestros dí­as. Las nuevas generaciones de músicos aún se deslumbran ante su grandeza, y lo evocan en actividades o eventos como el Festival de Música de Cámara A Tempo con Caturla, en Villa Clara.

Así­ sigue Caturla entre nosotros, vivo en el espí­ritu de su música.

(1) Radamés Giro, Caturla el músico, el hombre, selección y prólogo de Radamés Giro, Ediciones Museo de la Música, La Habana, 2007.

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