Este 2020 ha sido un año atípico en todos los sentidos. Para muchos, ha sido el peor de su vida.
Pero también han sido 12 meses de crecimiento personal, de resiliencia una palabrita que hemos incorporado de una vez y por todas a nuestro vocabulario y nuestros corazones, de innovación, de romper las normas y crear otras más apropiadas a los tiempos.
Los artistas se han esforzado más que nunca por crear distintos puentes de comunicación con sus públicos. El arte se ha convertido en trinchera que salva de los golpes de la realidad, y al mismo tiempo ha devenido un reflejo del día a día. Ahora más que nunca reivindica su poder redentor y curativo.
Pero el entramado para llevar la música, las artes dramáticas y las visuales al público conlleva el esfuerzo colectivo de cientos de personas, que muchas veces tras bastidores velan por cada detalle y no se llevan los aplausos.
Personas que aportan su pedacito al desarrollo de la cultura desde su posición. Desde los tramoyistas, los musicalizadores, los guionistas, los productores, los coordinadores, hasta quienes constituyen el rostro más visible del arte.
Los cantantes, actores, escritores, bailarines y artistas visuales no están solos. La calidad de su trabajo depende de otros tantos que los ayudan a desarrollarse profesionalmente, que les brindan la luz o el consejo preciso.
A todos, felicidades. «Honrar honra », decía nuestro Martí. Y nosotros somos un pueblo de hombres y mujeres honrados. Que este 14 de diciembre no pase desapercibido.
Si algo aprendimos este 2020, es que la creación bebe y necesita de todos. De hecho, todos bebemos y necesitamos de todos. La solidaridad se ha hospedado en nuestros latidos. Estamos interconectados y somos socialmente dependientes.