El 2021 ha sido un año de duros golpes para el semanario Vanguardia. Nos despedimos del fotógrafo Manuel de Feria, de la periodista Juana Osmaira González Consuegra y, ahora, también, María Mercedes Rodríguez García asciende al Olimpo de las letras.
A este sagrado lugar solo acceden los elegidos que han cultivado con devoción el don de la escritura y que han sido capaces de enseñar a enaltecerlo. Mercedes Rodríguez era luz convertida en palabra, una fuente creadora de belleza, críticas y pasiones; una cuartilla siempre llena, nunca en blanco.
Decía Mercedes Rodríguez que para ser periodista, es necesario vivir en diferentes pieles, y que en esta profesión y oficio no tiene cabida el miedo. La introdujo en este apasionante universo el Patriarca Roberto González Quesada, en 1974, cuando ella aún escribía poesía y se había despedido de los estudios de Medicina. El cambio de rumbo la llevó a graduarse de Lengua y Literatura Hispanoamericana y Cubana, en la Universidad Central «Marta Abreu » de Las Villas.
Desde entonces, el oficio reporteril se convirtió en su gran amor, y también lo fue el magisterio. Los graduados de Periodismo aún la llamábamos Profe, por sus años de docencia en una carrera de la cual fue fundadora y en la que impartió la asignatura Periodismo Impreso.
Prefiero recordar a Mercedes Rodríguez como en aquella mañana de marzo de este año, cuando me recibió en su casa, adornada por libros y distinciones. Nos asomamos a su balcón, ¡casi tocando el cielo en el último piso del edificio 12 Plantas de la Riviera! Me confesó que cada ocaso, ahí donde podía observar a Santa Clara toda, eran mágicos. Me mostró las flores que cuidaba con celo, las manualidades que elaboraba en los ratos libres, sus adorados lienzos de paisajes cubanos... y la mañana se hizo mediodía sin percatarnos.
En ese diálogo, la Profe me decía que sus géneros preferidos han sido la entrevista y la crónica, y así me sintetizaba su definición personal de la fórmula para un buen periodismo: «Los periodistas experimentados tenemos un olfato que se va adquiriendo con el transcurso de los años, que no lo dan la academia ni los estudios de posgrado, ni el mejor profesor que tengamos: el entrenamiento diario es la clave. De hecho, el periodismo me ató tanto, que nunca más escribí un poema ni un cuento. Trabajando en el Vanguardia, me casé y nacieron mis hijos. Me he dedicado a esta profesión por entero. No conozco otro modo de vida ».
Y confesaba: «La dinámica del periodismo es muy fuerte y exige mucho de nosotros. Pudiera contar todas las veces que me he caído, que he dejado de dormir, de comer; he montado en helicópteros, me introduje en tanques, he conocido lugares de difícil acceso... Si no haces eso mientras aún puedes, ¿qué vas a hacer entonces? ».
Mercedes, como jefa de Redacción, trabajó hasta el último momento desde su casa, y por sus manos pasaba cada letra, cada texto, que luego saldrán en la edición impresa. Pero me decía que añoraba regresar a la primera trinchera del periodismo: «Aún escribo. El lector debe saber que existes, no solo porque estás en los créditos, sino porque te leen y te siguen ».
Para ella la clave para el buen periodismo parte de cualidades innatas, como la curiosidad, la sed de justicia, y la intención de ayudar y ser buenas personas, «pero también debo mencionar la objetividad, asumir el lugar del otro, ser cuestionador, tener cultura, no ceder en las ideas ni en los criterios propios, y, en fin, ser consecuentes en el pensar, decir y hacer ».
Con la transparencia que le brotaba al hablar, terminó la entrevista revelándome: «No me arrepiento de ninguna letra ni de una coma, aunque me hayan cuestionado. Para mí, ser periodista es ser yo misma ».