El anuncio del Gobierno de Estados Unidos de su anuencia a la consideración de Cuba como un Estado patrocinador del terrorismo, resulta otra confirmación contundente de cómo la administración imperial maneja la mentira según conviene a sus intereses políticos, económicos, o de cualquier índole.
La infame decisión ha sido condenada en Twitter por el ministro de Relaciones Exteriores de Cuba, Bruno Rodríguez Parrilla, quien la calificó de hipócrita y cínica.
«El oportunismo político de esta acción es reconocido por todo el que tenga una preocupación honesta ante el flagelo del terrorismo y sus víctimas », argumentó el Canciller, miembro del Buró Político del Comité Central del Partido Comunista de Cuba.
La grave acusación no hace más que sumar créditos al desprestigio y la inmoralidad de la política exterior estadounidense, justo cuando en su propia nación tienen lugar las más vergonzosas manifestaciones de desprecio por la vida de los seres humanos.
El país que, en su prepotencia, levanta tamaña farsa contra Cuba, es el mismo que promueve el extremismo político y alienta que gente armada tome por asalto instituciones públicas; que, al subordinar la Salud al mercado, expone a sus ciudadanos al contagio y la muerte masiva por una epidemia; que asesina, selectivamente y fuera de sus fronteras, a quienes considera enemigos, y que, en un silencio cómplice, se abstiene de condenar el ataque con fusil a la Embajada del país que ahora acusa, descaradamente, de terrorista.
Estados Unidos, el mayor terrorista del mundo, califica de patrocinador de este flagelo a la nación que más médicos ha enviado al mundo para contribuir a salvar vidas del azote de la COVID-19. Los hechos desnudan la desvergí¼enza del imperio.