«Era un predestinado, pero él no lo sabía. Combate con nosotros y por nosotros », escribió Fidel sobre el Che, quien a 94 años de su natalicio nos sigue señalando el rumbo y haciéndonos mejores al proponernos seguir su ejemplo de hombre íntegro y adelantado a su tiempo.
Un subordinado suyo, Edison Velázquez de esos «conflictivos », como el propio Guevara lo calificara, pero leal y competente, que trabajó junto a él en el Ministerio de Industrias y fuera su delegado en la antigua provincia de Las Villas, acaba de publicar un libro con el sugestivo nombre de El Che que yo conocí. En sus páginas, deja revelaciones hasta ahora inéditas, o poco conocidas, que nos descubren la deuda del Guerrillero de América con Santa Clara y nos acercan aún más a la estatura de ese paradigma, cuyos restos mortales reposan insomnes en nuestra ciudad y, en cuyo honor, le llevamos compromisos y resultados.
«Un buen día Manresa (Jefe de Despacho) me localizó porque el comandante me citaba, como siempre, tarde en la noche. Llegué y el Che me dijo: “Edison, estás echando cáscaras de míâ€. Le contesté: “Sí, usted me ha manchado la frente (se trataba de un anónimo infundado por el cual fue castigado a trabajar en Guanahacabibes); no he cometido ningún error de principios y tengo el derecho de decírselo a todosâ€. Entonces me dijo que quería conversar con tranquilidad conmigo, y textualmente:
“Yo tengo una deuda moral con Santa Clara; gracias a ese pueblo heroico se logró la toma de la ciudad, y quiero hacer un plan especial por sus condiciones materiales y sociales dentro del Plan de Industrialización del Ministerio. Y para que veas que no la tengo cogida contigo, te devuelvo mi confianza, y quiero que vayas de delegado para allá, a materializar varios proyectos†».
Ahí, en ese diálogo hasta ahora desconocido, bien entrada la madrugada de un día cualquiera de mediados de 1961, estuvo la génesis de la industrialización de Santa Clara, y el surgimiento de Planta Mecánica, nuestra fábrica de fábricas; la INPUD 1.o de Mayo y la Sakenaf, obras insignes del Che en aquellos tiempos fundacionales y heroicos de la Revolución.
Otras historias nos cuenta este longevo revolucionario, que ya sobrepasa los 90 años, en el apasionante y atrevido relato de sus relaciones con el exigente argentino-cubano, incluida su última conversación con el Che, en junio de 1964, cuando se trasladó al naciente Ministerio del Azúcar por órdenes del propio Comandante Guevara:
«Esa noche pasó algo especial. El Che se puso de pie para despedirme y me echó el brazo por encima. Me dijo muy afectuosamente: “Edison, tú sigues pensando que fui injusto contigoâ€. Le contesté: “Yo he madurado mucho más y ahora comprendo muchas cosas; pero, comandante, usted se excedió conmigoâ€. Se sonrió, me dio unas palmaditas y me dijo: “Ya veo que has mejoradoâ€. Me fui y no estaba consciente de que se había despedido de mí. En poco tiempo saldría a su misión internacionalista ».
Transcurridas más de nueve décadas de aquel 14 de junio de 1928, el Che sigue siendo el paradigma del hombre nuevo, imperfecto, que cada día se esfuerza por ser mejor; pues, como afirmara en su libro Edison Velázquez: «En sí mismo nos dejó una imagen real de cómo concebía al hombre nuevo; pero era un hombre de carne y hueso que crecía y luchaba por modelar su sueño de que un hombre nuevo era posible ».
Ese es el Che que nos guía, incita y convoca cada día. El gigante moral que nos mira desde su escultura broncínea de casi siete metros de altura mientras nos llama a ser mejores personas, mejores revolucionarios, mejores villaclareños y mejores cubanos.