Audacia revolucionaria y tenacidad femenina

Con el triunfo de 1959, Vilma se enfrascó en otra dura batalla: derribar los muros del patriarcado.

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Vanguardia - Villa Clara - Cuba
F(Foto: Tomada del libro Vilma, una vida extraordinaria)
Tomado de la edición digital del periódico Granma
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18 Junio 2025

Bajo el sol de Oriente que la vio nacer, el 7 de abril de 1930, el nombre de Vilma Espín Guillois resuena hoy como un himno de rebeldía y de conquista.

Desde la infancia fusionó intelecto y osadía: devoraba problemas matemáticos con la misma destreza con que conquistaba las copas de los árboles santiagueros, alternando tardes entre la savia de los troncos familiares y los verbos franceses que enseñaba a vecinos en su casa solariega.

Ya en la universidad santiaguera de los años 50, su mirada desafiante se volvió símbolo de resistencia. Bajo seudónimos como Alicia, Mónica y Débora, tejía redes clandestinas mientras dirigía con mano firme el equipo de voleibol estudiantil «Las Mambisas».

Sus gestos desafiaban la opresión: ocultaba panfletos bajo las faldas durante los allanamientos militares, y escribía versos hexasílabos de protesta contra Batista en poemas de José María Heredia.

Su voz resonaba en el coro universitario, pero nada la electrizaba tanto como perderse en la conga oriental. Como recordaría su compañero Luis A. Clergé, llamaba la atención «por su carisma, su estatura y una sonrisa que transmitía pura y femenina dulzura»; cualidades que se potenciaban con su insólita independencia al volante en una época en la que eso era símbolo de modernidad femenina.

Como «Mariela» ascendió a la Sierra Maestra, tras vivir intensamente la resistencia urbana: participó en el alzamiento del 30 de noviembre de 1956, abasteció a la guerrilla, enlazó a la Sierra con la Dirección Nacional del Movimiento 26 de Julio, y fue conductora y confidente de Frank País, hasta que su asesinato, en julio de 1957, marcó un duelo eterno.

Acostumbrada al riesgo urbano de ser «cazada», descubrió en las montañas una libertad radical: enfrentar al enemigo cara a cara.

Tras el Moncada, su casa, cercana al cuartel, se convirtió en centro operativo, y tras la muerte de Frank asumió la coordinación del Movimiento en Oriente.

Con el triunfo de 1959 se enfrascó en otra dura batalla: derribar los muros del patriarcado. En una Cuba en la que el 90 % de las mujeres eran amas de casa, fundó la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), creó los círculos infantiles para madres trabajadoras, y capacitó profesionalmente a miles de campesinas en La Habana.

Como recordaría Eusebio Leal Spengler, llegó «intacta en su belleza humana y espiritual». Sus combates incluyeron denunciar administradores que exigían «mujeres jóvenes y bonitas», y la eliminación del humillante «certificado de moral», aplicado solo a mujeres, bajo la convicción de que, «lo inmoral para ellas debe serlo para ellos».

Hoy, sus restos descansan en el Mausoleo del II Frente Oriental, pero su verdadero monumento son las cubanas que, por citar apenas un único pero muy ilustrativo ejemplo, constituyen el 55,74 % del Parlamento Cubano.

Sin embargo, lo más arraigado en el alma popular son sus gestos cotidianos: aquella manera de tejer conversaciones sinceras, velar por las familias de compañeros, o guardar caramelos para nietos ajenos en su bolso.

Defendió la cubanía no solo en discursos, sino en la elegancia del vestir y el respeto en el trato.

A 18 años de su muerte –acaecida el 18 de junio de 2007–, Cuba evoca a la eterna guerrillera que fundió en su personalidad y su carácter, la audacia revolucionaria y la tenacidad femenina. (Anaisis Hidalgo Rodriguez)

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