Piropear, más que un acto de sana «frescura », constituye parte de la idiosincrasia del cubano. ¿Cuántas veces nosotros, mujeres y hombres, hemos recibido el elogio de algún desconocido(a)? Desde frases hechas y trilladas, aspavientos de falsos infartados, hasta juramentos de improvisados «astronautas », diariamente se inventan nuevos y simpáticos piropos. En no pocas ocasiones, pese al atrevimiento de quienes los «sueltan », hemos tenido que mostrar una tímida sonrisa para evitar la carcajada.
El piropo, hermano de la picaresca, se ha consolidado a través de temas de la cancionística y oralidad popular cubanas. «Si tú cocinas como caminas hasta la raspa me como yo », gritó cantando un panadero a una mulata salsosa. «Niño, ¿tu mamá es escultora? Porque hace unos muñecos… », fue la expresión de una joven de secundaria que pretendía «enamorar » a un muchachón del preuniversitario. Sin embargo, otros piropazos son más conservadores y, según un joven vecino, «una chealdad ». Algo así como ''Si me pides te bajo la luna'' puede convertirte en chico muerto… hay que ser más original », me explicó mientras disertaba sobre los nuevos piropos «que dan en el clavo ».
Sin embargo, más que una expresión de cubanismo, ha devenido vulgaridad y misoginia en la sociedad cubana actual, hasta traspasar los límites del sano juicio para entrar en terrenos de la vulgaridad y la desvergí¼enza.
Ningún ciudadano tiene el derecho de ofender verbalmente, aunque en términos de cortejo, a otro. Actualmente, un sinfín de piropos «a la moda » constituye abierta muestra de incultura social, pobreza de espíritu y discriminación de género, expresiones totalmente demandables por la intimidación que encierran.
Pero sin lugar a duda, es el sexo femenino el más vulnerable ante semejante «barbarie » lingí¼ística. Muchas de esas frases, impropias para cualquier medio de prensa, expresan abiertas no, «explayadas » alegorías al acto sexual o a nuestras «partes » más íntimas. Otras tantas, grotescas expresiones como « ¡Yegua! » y « ¡Cachorra! », lejos de lograr el cortejo que ha de ser el fin terminan en reprochables actitudes que rozan en la enferma psiquis de unos tantos «piropeadores ».
El reggaetón y el trap, tendencias musicales de moda, incitan a la desmesura y a la violencia verbal. Y peor aún, nuestra variante cubana del español ha ido aceptando dichas expresiones y palabras obscenas, sin resistencia social y lingí¼ística alguna.
Y si continuamos ampliando la lista, un cúmulo de expresiones alega el supuesto carácter femenino de prostitución y facilismo, herencias todas de la insolente apertura que se les ha regalado a ciertos y determinados ejemplares de la música cubana e internacional. Entonces, el hecho va colapsando, traspasando diametralmente los terrenos de lo social y lo lingí¼ístico, para herir los cimientos de la cultura.
Si bien no podemos controlar ni la pandemia de la descabezada música «de moda », ni la epidemia del seudopiropo, podríamos al menos evitar las aberrantes provocaciones con correctas normas del vestir. Aunque, a veces, ni un vestido por los tobillos nos salva del ¿elogio?
Piropear es un tipo de cortejo, de carácter cultural, para socializar entre géneros. No dejemos que las (no) normas de nuestra «civilización » corroan una expresión que, por sexualidad y naturaleza, debería resultar galante.