

Pasamos entonces a planes más realistas: hacer maratones de series, jugar sin preocuparnos por la hora de levantarnos al otro día o pasar un reel detrás del otro. La necesidad de desconectarse de la realidad, que está lejos de una tumbona en Varadero, se vuelve prioridad y la solución inmediata son las pantallas.
Al revisar varios estudios, aparece que las personas estamos un promedio aproximado de seis horas al día frente a una pantalla. Cada uno debe decidir cuánto tiempo quiere gastar así, pero algunos viven con menos horas de sueño que de móvil.
Tanto el uso de drogas como el de las pantallas activa el sistema de recompensa cerebral, específicamente el circuito de la dopamina. Este mecanismo refuerza conductas asociadas al placer, algo que puede derivar en dependencia. Esto genera comportamientos compulsivos que, en caso de restricción, pueden traer consigo síntomas de abstinencia, como la irritabilidad o la ansiedad.
Inicialmente, el constante uso de las tecnologías se mantiene por el refuerzo positivo (placer). Posteriormente, el refuerzo negativo, evitar emociones desagradables, como el aburrimiento o la soledad, sostienen el hábito.
Comparar las pantallas con las drogas puede parecer una exageración, al pensar en los nocivos efectos que estas últimas tienen sobre la salud humana. Sin embargo, el uso excesivo de dispositivos digitales se asocia con mala calidad y menor duración del sueño, mayor probabilidad de sobrepeso, fatiga visual, ansiedad y depresión.
En estos casos, los más afectados son los niños y adolescentes, pues resultan mucho más propensos a aburrirse durante el período estival. Los padres, que no tienen vacaciones tan largas y no pueden escapar de las tareas domésticas, muchas veces utilizan el móvil como una especie de «tete digital».
¿Cómo determinar tiempos «sanos» para el uso de las pantallas? Empieza por entender cómo distribuyes ese tiempo, pues no es lo mismo un uso intencional que pasarse horas mirando videos aleatorios. Asimismo, no es recomendable utilizar la tecnología como una forma de negociación, contigo o con tus hijos. El objetivo está en desarrollar hábitos saludables, no en establecer una nueva moneda de cambio o, directamente, de chantaje.
No está mal disfrutar de un poco de tiempo extra, pero después a todos nos cuesta volver a los límites anteriores. Es mejor establecer límites claros desde un comienzo o buscar actividades alternativas, que pueden ser tan simples como dar paseos o leer en físico. Esta última opción puede sonar trillada, pero necesitamos potenciar en nosotros mismos actividades que impliquen comprensión profunda, en vez de satisfacción rápida.
Incluir las pantallas dentro de las vacaciones no debe convertirse en un tema de discusión, no hacemos nada con establecer límites estrictos que terminan rompiéndose como una dieta. El «solo voy a revisar rápido» ya no se lo cree nadie.